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Capítulo 13


Estaba Olympia leyendo en el balcón de su habitación cuando los golpeteos en la puerta le hicieron levantar la cabeza de su lectura. Se estaba haciendo de noche, el cielo empezaba a oscurecer e incluso se sentía esa pequeña brisa que solo hacía por las noches.

Lo que solo podía significar una cosa: era la hora de cenar.

—Adelante —murmuró, cerrando su libro tras poner el marcapáginas en donde se había quedado. La puerta se abrió y Zabdiel miró confuso la habitación—. Estoy aquí, idiota.

—Aún por encima me insultas, eh —menea su cabeza en desaprobación mientras camina al interior de esta para acercarse al balcón—. Me preguntaba si querrías ir a cenar, supuse que la realeza tenía sus comidas siempre puntuales y no me gustaría que por estar lejos de casa tuvieras hambre.

Esbozó una sonrisa ante su preocupación y se levantó mientras asentía con la cabeza. No tenía hambre, pero podía comer si eso significaba compartir mesa con su guardaespaldas en el comedor del hotel. Además, le quedaría muy feo rechazarle esa invitación, no quería que las cosas se tornaran incómodas después de lo que había pasado entre los dos hacía tan solo horas. Eran adultos y se comportarían como tal.

—Bien, vayamos a cenar y después a dormir, ¿no?

—Te iba a proponer un paseo nocturno, pero si te gusta más la idea de volver a la habitación tras cenar no soy quien de impedírtelo —murmuró, ladeando su cabeza mientras la miraba entrar de nuevo en la habitación para dejar el libro sobre su mesita.

Desde allí tenía unas buenas vistas de la isla, no quería ni preguntar cuánto le había costado esa habitación a saber por cuántos días.

—Un paseo —repitió, meditando su respuesta—. Si, creo que podríamos dar un paseo, así se hace más rápido la digestión.

—Acabas de sonar como una señora mayor —señaló burlón—. Venga, princesa, menos cuento.

Ambos se rieron con sus bromas de poca gracia y bajaron juntos al salón, los camareros eran diferentes a los que estaban por la mañana así que no tardaron en suponer que habían cambiado de turno. Una señora de mediana edad atendía con una cálida sonrisa en los labios, nada más verlos tomar asiento se acercó a ellos para que pidieran lo que deseaban cenar.

—¿Están en su luna de miel? —se aventuró a preguntar, Olympia palideció al instante pero Zabdiel le respondió con una abierta sonrisa.

—Así es —respondió él—, nos casamos ayer, aunque se sintió como si apenas fuera hace dos horas.

Le devolvió el color al rostro de la rubia, que ahora empezaba a sonrojarse por el atrevimiento de su guardaespaldas.

—Están en la isla del amor, es normal que surjan esas emociones —dijo la camarera, sintiéndose enternecida con la situación—. Yo también vine de luna de miel hace veinticinco años... Y jamás quise volver. Es un lugar mágico, así que déjense llevar por el amor y por todo lo que nazca.

Amor era lo último que iba a surgir, por lo demás podían nacer muchas cosas: deseo, drama, conflictos... ¿Pero por ese orden? Nunca se sabe, el destino es un capullo y es impredecible, sería una tontería planear cosas de ese estilo.

—Dime que no acaba de pasar eso —murmuró Olympia en cuanto la camarera se retiró a por sus comidas.

Zabdiel sonrió casi con burla.

—Lamento decirte que eso acaba de pasar, Olly —respondió con cierto tono divertido en la voz—. Pero descuida, no se ha dado cuenta de que eras la princesa así que no te preocupes en que aparezcan rumores de tu luna de miel.

—¿Te crees muy gracioso?

—Sé que lo soy, así que no me creo nada —se limitó a decir, ganándose que la rubia le tirara una servilleta que acababa de hacer bola. Se carcajeó ante la actitud aniñada y reprimió su acción, pues si le seguía el juego no habría ninguna persona madura en la mesa.

Aclaró su garganta y en lugar de seguir riéndose le lanzó una mirada reprobatoria.

—No me digas que a la princesa no le han enseñado modales.

—A la princesa le enseñaron a no mentir y su guardaespaldas acaba de hacerlo.

—Que desubicado el guardaespaldas ese, ¿no? Mentir delante de una princesa debería de ser pecado.

—Entonces irá al infierno.

—Seguro que ambos se reencuentran por allí —le guiñó un ojo con coquetería.

Ella se mordió el labio inferior mientras desviaba la mirada, no llevaba una vida de pecados pero podía asegurar por adelantado que al cielo no iría ni aunque le pagasen. Le tenía miedo a las alturas, al fin y al cabo.

La misma camarera de antes se acercó con lo que habían ordenado y les deseó un buen provecho antes de volver a retirarse con una sonrisa.

—Una cenita romántica después de haber echado nuestro primer polvo no viene mal —supuso él, tomando la copa de vino entre sus dedos para llevarla a sus labios y darle un largo trago.

A Olympia le pareció lo más sexy que sus ojos habían visto jamas. Todo su ser gritaba fuego y con su manera de hablar y actuar solo confirmaba que con él se ardía más que en el propio infierno.

—¿Primer polvo? Hablas como si fuera a haber más —murmuró, bajando la mirada a su plato mientras tomaba el tenedor con su mano izquierda y el cuchillo con la derecha.

—Si me dices que no quieres que haya más, no los habrá; pero ambos sabemos que te estarías mintiendo a ti misma y que no hay cosa que desees más que subir a la habitación de nuevo para sacarnos la ropa y terminar envueltos.

—Pareces muy seguro de ti mismo, ¿no?

—No es eso, es que soy inteligente además de observador, así que si no quieres que me dé cuenta de que me tienes ganas puedes disimular, aunque ya te digo por adelantado que no me gustaría que lo hiciera.

La rubia alzó su mirada, si así estaba siendo la cena no se quería imaginar como sería el paseo.

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