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🌼Iris🌼

El vaivén del autobús acompañaba mi melancolía mientras la ciudad se deslizaba bajo el velo gris de la lluvia. Las gotas golpeaban el cristal con fuerza, creando un ritmo hipnótico que casi lograba distraerme de la reciente conversación con mi madre.

Había esperado pasar el día con ella, pero en lugar de eso me encontraba huyendo, sin deseos de verla.

La noticia de que mi hermano Evren obtuvo el primer lugar en la feria de ciencias de repente hizo que las prioridades se volvieran evidentes, recordándome que no era parte de esa familia.

«¿Por qué siempre es igual?», pensé, tratando de contener la amargura que crecía dentro de mí. No era la primera vez que me sentía así, pero la repetición no lo hacía más fácil.

Sus mensajes insistían en que me uniera a ellos. Pero, ¿por qué tenía que fingir que todo estaba bien cuando mi existencia solo importaba cuando podían utilizarme para exhibir una fachada de unidad familiar? Aparté la mirada de la ventana, sintiéndome pequeño y desplazado en mi propio mundo.

No recordaba la última vez que mostraron algún interés genuino en mí. Evren siempre fue la prioridad. Ahora, de repente, exigían mi presencia allí para aplaudirle a él, como si fuera simplemente un adorno en la celebración de su éxito.

Un nuevo mensaje de mi madre apareció en la pantalla de mi teléfono: "Dominick, no seas egoísta. Evren es tu hermano y te necesita aquí. Hazlo por él." Sentí cómo esa última frase rompía algo dentro de mí. ¿Egoísta? ¿Yo?

El frío familiar de la soledad no retrocedió. Me recosté de nuevo contra el respaldo del asiento, tejiendo en silencio los hilos rotos que quedaban en mí, los que cubrían el enredado lío de mi ser.

Algunos mensajes más llegaron, pero preferí ignorarlos. Rompían la frágil paz que había construido luego de años sin preocuparse por mí. Era simplemente tan injusto.

El sonido de la lluvia me llevó de vuelta a aquellos días cuando intentaba soportar el vacío y la indiferencia en casa.

Abracé mis rodillas sin deseos de ahondar en esos pensamientos. Fue entonces cuando vi la plaza donde solía ir en días como este, cuando los recuerdos y la tristeza se volvían insoportables. Sin pensarlo, decidí bajarme del autobús.

La reciente lluvia había dejado charcos brillantes en las baldosas y las luces del atardecer se filtraban entre las nubes grises, creando un paisaje que, a pesar de todo, encontraba bonito.

Sumergido en las notas del enebro y las flores de invierno, deambulé hasta que los acordes de una guitarra llamaron mi atención.

La melodía comenzó suave y pausada, con el rasgueo de la guitarra mezclado con el sonido de las gotas de lluvia golpeando el suelo. Cada nota fluía, susurrando una historia de amor perdido. Luego, el ritmo aceleró, con el dolor de la separación y la pérdida en cada acorde, llevando la nostalgia de alguien que se enamoró de los recuerdos que nunca volverían.

La opresión en mi pecho no se diluyó y entonces me di cuenta de que tal vez era porque, en el pasado, Reynold solía ser quien me ayudaba a soportar esos días. Mientras caminaba por la plaza, no pude evitar recordar cómo solíamos sentarnos en una de las bancas, hablando hasta que el frío de la noche nos obligaba a volver a casa. Aquel rincón había sido nuestro refugio, un lugar donde los problemas parecían más pequeños.

Sentí un nudo en el estómago mientras me acercaba, una mezcla de nostalgia y tristeza. Mis pensamientos se enredaban en recuerdos de momentos compartidos que ahora parecían tan lejanos. «Ojalá estuviera aquí ahora», pensé, casi deseando que al girar la esquina, pudiera ver su rostro.

Y entonces, lo vi. Reynold estaba sentado en nuestra banca, con la mirada perdida en el horizonte. Mi corazón dio un vuelco. Por un instante, el tiempo pareció detenerse y el mundo se redujo a esa pequeña plaza. Parecía tal como antes, un ancla en medio de mi tormenta.

Sin darme cuenta, comencé a caminar hacia él, casi incapaz de controlar el impulso, pero antes de que pudiera acercarme, una chica apareció y corrió hacia él. Reynold se levantó y la abrazó.

El encuentro me tomó por sorpresa. Ahí estaba yo, un pobre testigo de su hormonal amor adolescente, observando cómo se detenían y se besaban. Aparté la mirada y lentamente me moví, esperando que no me hubieran visto.

Mientras maldecía los rincones que solíamos frecuentar juntos, dejé que una sensación amarga se arraigara en mi corazón. «¿Por qué siempre me torturo así?», pensé con resignación.

Tiré la cabeza hacia atrás para escrutar el cielo nuboso. Mi cabello se agitó con el viento y un mechón rozó mi mejilla, haciendo que mi cuerpo se tensara. Suspiré y dejé que mi mirada explorara los rincones cercanos.

Sobre la jardinera florecían narcisos, aquellos que se volvieron mi flor preferida porque eran la marca de Reynold.

El dolor vibraba a través de mis oídos, aunque la canción sonaba distante y apenas podía distinguir las palabras. La odiaba por resonar en mis memorias.

«Este no eres tú. Tú odias a ese malnacido».

Arranqué las flores con desesperación. Mis dedos escocieron por las rozaduras de los tallos y la tierra, y, cuando los llevé con temblores a mi cara, noté que sangraban.

Dejé caer las flores y sacudí la cabeza. No quería recordar. Ya no.

Los pétalos se perdieron en el gris del atardecer, cubiertos por los vestigios de la lluvia.

Hubo un minúsculo silencio antes de que las últimas notas de la melodía resonaran, y así terminó la canción de amor, lágrimas y promesas rotas, con la esperanza enterrada que me recordaba mis propios sentimientos persistentes.

La música se desvaneció y me dejó apoyado contra la pared del callejón. Una luz se asomó por las calles oscuras en el momento que una farola se encendió, dorada entre el ébano de la noche.

Aturdido y sin pensarlo, comencé a caminar. Llegué al final del callejón, justo en la placeta donde el músico ya guardaba su guitarra. Cuando nuestras miradas se cruzaron, caí en cuenta de que se trataba de Ewart.

Sus ojos claros relucieron bajo la luz de las farolas mientras me observaban, llenos de una preocupación que me resultaba difícil de soportar.

Pasó un latido, dos.

—Dominick... ¿Estás bien? —Su suave voz me sacó de mi celda mental.

Esbocé una sonrisa forzada con la intención de mantener mi fachada, pese a que, seguramente, mi aspecto me delataría. Un sentimiento de arrepentimiento me invadió tras dejar que me viera en ese estado.

—Sí —respondí sin convicción.

Como si hubiera atravesado mi velo emocional, caminó hacia mí e insistió:

—¿Necesitas ayuda?

La frustración me hizo apretar más el bastón.

—¿Qué? —Parpadeé otra vez y miré hacia abajo—. No, en serio estoy bien.

Las palabras escaparon de mi garganta antes de que pudiera controlarlas. Enseguida me arrepentí de mi tono cortante.

Ewart suspiró y, tras un momento de vacilación, asintió con resignación.

—De acuerdo —susurró con un atisbo de tristeza—. Solo pensé que, ya que es tarde, tal vez podría llevarte...

Antes de que Ewart pudiera terminar su oferta, mi mirada se desvió hacia el otro lado de la plaza. Allí, Reynold caminaba con la chica de antes.

—Lo siento, Ewart, debo irme —dije apresuradamente, antes de girarme y alejarme de él.

Mientras me alejaba, me sentía atrapado en una espiral de emociones contradictorias. Me reprochaba por huir de esa manera. ¿Por qué no podía enfrentar estos sentimientos en lugar de huir de ellos?

Tropecé a punto de caer en más de una ocasión, los pulmones ardían y el mundo pareció balancearse debajo de mí.

Mi respiración entrecortada amenazaba con fallar en cualquier momento. Finalmente tropecé con una grieta y caí de rodillas.

Me estiré para alcanzar el bastón, pero enseguida me rendí con la piel húmeda y la garganta seca.

Encogido, abracé mis rodillas laceradas, me encontraba nuevamente en soledad, sin otra compañía más que mis lágrimas.

—¿Por qué? —lloré y dentro de mí surgió la vergüenza—. Todo esto es tan ridículo.

Escondí el rostro entre mis manos y cerré los ojos con fuerza, tratando de contener la avalancha de emociones que amenazaban con ahogarme.

Apreté los dientes en un gemido lastimero, y cuando el sonido de un mensaje me sacó de mis pensamientos, miré a través de mis dedos. Lo habría ignorado de no ser porque otros tres le secundaron.

Tomé el teléfono y mis pupilas se clavaron en el remitente de los mensajes.

De: Ash

"Hola, petirrojo, ¿qué tal va tu día? Yo vine con mi mamá a un parque de dinosaurios (es una fanática)"

"A mí no me llaman mucho la atención, pero si te gustan a ti quizás podríamos venir algún día"

"Mira, te compré un recuerdo"

El último mensaje era una foto de un portarretrato con forma de dinosaurio. Pero lo que realmente me conmovió fue el siguiente mensaje. Esta vez, el portarretrato mostraba una fotografía en la que estábamos Asher y yo en un momento feliz. Ver esa imagen me hizo sentir un cálido resplandor de esperanza.

Mientras miraba una y otra vez los mensajes, la tranquilidad comenzó a infiltrarse en mi pecho, reemplazando lentamente la tristeza. Sentí cómo la paz se instalaba en mi corazón, esa misma tranquilidad que siempre me envolvía cada vez que algo se trataba de Asher.

Tal vez no podía cambiar el pasado, ni borrar el dolor, pero sí podía decidir cómo enfrentar el futuro.

Me arrastré hasta alcanzar el bastón y me puse de pie lentamente. Ahora estaba ahí. Quería dejar los recuerdos atrás. Quería vivir.


。・。。・゜❁ ・❁ ・❁゜・。。・。

Gracias a todas esas lindas personitas que acompañan a la historia ♡ ¡me pone muy feliz leer sus comentarios!

Casi termino de escribir el esquema y serán aproximadamente 40 capítulos ¿Qué les parece? Todavía queda historia para rato.

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