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🌼Crisantemo🌼



Me desperté con la cabeza pesada y la garganta irritada. El sonido de la lluvia golpeando la ventana solo empeoraba mi malestar. Luego de las constantes lluvias, y tras haberme empapado hasta los huesos, no fue una sorpresa cuando el resfriado me atrapó.

La fiebre me mantuvo atrapado en un ciclo de somnolencia y desorientación durante toda la mañana. Finalmente, acepté lo inevitable: debía descansar. Me envolví en mantas gruesas y pasé el día intentando leer, aunque las palabras parecían bailar ante mis ojos, incapaces de sostener mi atención. El silencio de la casa solo hacía que mi aislamiento se sintiera más profundo.

Mientras yacía en la cama, pensé en Asher. La idea de escucharlo era tentadora. Pero antes de que pudiera tomar el teléfono, algo me detuvo. No quería preocuparlo ni causarle problemas innecesarios. Ya había hecho demasiado por mí, y la última cosa que quería era ser una carga.

Solté un suspiro y dejé que el teléfono cayera de nuevo en la mesita de noche. El silencio volvió a envolverme, pesado y opresivo, mientras la habitación parecía encogerse a mi alrededor, y el malestar en mi pecho se extendía con cada respiración.

Si tan solo mi abuelo y tío Jonathan no hubieran salido tan temprano. La soledad nunca me había resultado tan abrumadora como en ese momento.

Por la tarde, cuando el cielo comenzaba a oscurecerse con las nubes de una tormenta, escuché el timbre de la entrada principal. Me levanté lentamente, mi cuerpo protestaba a cada movimiento. Abrí la puerta y ahí estaba Ewart, con una sonrisa cálida y una bolsa en la mano.

—Ewart, ¿qué haces aquí? —dije, tratando de sonar menos nasal.

—Pensé que te vendría bien un poco de compañía —respondió, levantando la bolsa—. Te traje algunas cosas: sopa, té y algo de medicina.

—¿Cómo supiste que estaba enfermo? —pregunté, sin poder ocultar mi asombro.

—En realidad, es algo que recordé —respondió con una sonrisa tranquila—. En primer grado solías enfermarte cada vez que te mojabas bajo la lluvia.

Me sentí abrumado por su consideración, especialmente porque recordara un detalle tan simple cuando no éramos tan cercanos. Enseguida lo invité a pasar, agradecido por su presencia.

—No tenías que molestarte, de verdad —murmuré, mientras él comenzaba a preparar la sopa.

—No es ninguna molestia —respondió Ewart con sinceridad—. Me alegra poder ayudarte.

Asentí, sintiendo una calidez que no tenía nada que ver con la fiebre.

Ewart me entregó el tazón de sopa y tomó sus cosas.

—Bueno, espero que te sientas mejor pronto. Si necesitas algo más, no dudes en llamarme —dijo, dando un paso hacia la puerta.

Sin pensarlo bien, las palabras salieron de mi boca antes de que pudiera detenerlas.

—Espera, ¿podrías quedarte un poco más? —pregunté, mi voz sonó más desesperada de lo que pretendía.

Ewart se detuvo y me miró. Pude sentir mi rostro ardiendo y mis ojos pesados.

—Claro, puedo quedarme —respondió, con una sonrisa comprensiva—. No deberías estar solo mientras tengas fiebre.

Nos sentamos en la sala, mientras la lluvia continuaba golpeando las ventanas. Sentí cómo el calor de la sopa comenzaba a aliviar mi garganta, pero mi mente estaba nublada.

—Lo siento por pedir que te quedaras —dije, rompiendo el silencio—. No pregunté si tenías algo más que hacer.

Ewart sonrió y negó con la cabeza.

—No te preocupes, no tenía ningún plan para esta tarde.

—Ayer cuando te vi tocar en la plaza —dije, tratando de mantener la conversación— me sorprendió lo bien que tocas. No esperaba encontrarte ahí.

—Gracias. Suelo tocar en la plaza cuando necesito relajarme. Me alegra que te haya gustado.

Mientras hablábamos, sentí la fiebre aumentar, pero también una emoción que hacía mucho no experimentaba. No estaba seguro si lo que sentía era debido a la fiebre o a la alegría de reconectar con Ewart, pero no importaba. Normalmente no era bueno expresándome, pero algo en su presencia me hacía sentir cómodo.

—Ewart, realmente aprecio que estés aquí —dije, con un tono sincero—. Me alegra que hablemos de nuevo.

Ewart me miró con una sonrisa cálida.

—A mí también me alegra, Dom.

—Pero... tengo miedo de que te alejes otra vez —susurré apretando más fuerte la cobija en mis piernas—. Las personas siempre se van. Si hay algo que haga mal, ¿me lo dirías en lugar de alejarte?

Ewart me miró con una expresión de ternura y seriedad.

—Haberme distanciado fue un error. Pero no me voy a ir, Dom. No esta vez —dijo, tomando mi mano con suavidad.

Me sentí abrumado por sus palabras y la sinceridad en sus ojos. La fiebre y el agotamiento comenzaron a adormecerme, pero el confort de saber que Ewart estaba allí me hizo sentir un poco más tranquilo.

No supe cuánto tiempo pasó. Cuando me desperté, recargado sobre el hombro de Ewart, me enderecé rápidamente, sintiendo una oleada de vergüenza.

—¡Oh no! ¡Lo siento! ¿En qué momento me dormí? ¡Seguro debí estar molestándote todo el tiempo!

Ewart me miró con comprensión.

—Para nada, no te preocupes por eso. Parece que la fiebre ha bajado un poco, pero aún necesitas descansar. Voy a buscarte algo de medicina y agua.

Asentí con gratitud mientras Ewart se dirigía a la cocina. Saqué mi teléfono y revisé la hora; mi tío Jonathan llegaría pronto. Estaba por enviarle un mensaje cuando vi la conversación con la persona que me advirtió sobre Asher. Con manos temblorosas, intenté llamar al número del remitente. No obtuve respuesta. Lo intenté de nuevo. Y otra vez. Sin éxito.

Ewart regresó con un vaso de agua y una pastilla.

—¿Todo bien? —preguntó, notando mi agitación.

—Sí, solo intento averiguar quién me manda estos mensajes —dije, levantando el teléfono.

—¿Es importante? —preguntó Ewart, con una expresión preocupada.

—Lo es porque... soy el único que parece no saber del pasado de Asher. —Mis palabras salieron atropelladas, y la fiebre no ayudaba a controlar mis emociones—. ¿Por qué no puedes decirme lo que sabes sobre él?

—Dom, no es tan simple...

—Sí lo es —insistí, con la voz quebrada por la fiebre y la frustración—. Si sabes algo que podría afectar nuestra amistad, deberías decírmelo.

El silencio se instaló, pesado y denso, solo interrumpido por mi respiración agitada. Ewart se sentó a mi lado en el sofá y dejó escapar un profundo suspiro.

—Dom, hay cosas que no puedo decirte porque no me corresponden.

Sus palabras, aunque frustrantes, llevaban un peso que no podía ignorar. Bajé la mirada y me dejé caer de nuevo sobre las almohadas, agotado.

—Solo... quiero entender —murmuré.

Ewart se inclinó hacia mí, sus ojos brillaban llenos de compasión.

—Dom, ¿por qué quieres saber tanto sobre Asher? ¿Por qué no simplemente te alejaste de él después de recibir el mensaje?

—Porque es alguien importante para mí —respondí sin dudar—. Y no creo que sea una mala persona.

—Yo tampoco pienso que Asher sea una mala persona —dijo Ewart con voz calmada—. Pero lo más importante es que confíes en tu propio juicio. Puede que otros tengan opiniones diferentes, pero tú eres quien está construyendo tu propia idea sobre él. No dejes que las opiniones ajenas influyan demasiado en lo que tú sientes.

Me sentí avergonzado al darme cuenta de que Ewart había sido increíblemente paciente y comprensivo, a pesar de mi actitud injusta. Estaba a punto de disculparme cuando escuché el sonido familiar de la puerta. Mi tío Jonathan apareció en el umbral, con un rostro que mezclaba preocupación y alivio.

—Hola, soy Ewart. Lamento haber llegado así, pero Dominick no se sentía bien, así que vine a verlo —dijo Ewart con una sonrisa amable mientras se ponía de pie.

—Hola, Ewart —respondió mi tío devolviéndole la sonrisa—. Gracias por cuidar de él. Lo llevaré al hospital para asegurarnos de que esté bien.

Ewart asintió, dando una última mirada comprensiva a mi estado febril antes de despedirse.

—Que te mejores, Dominick. Si necesitas algo, no dudes en llamarme.

—Lo haré —respondí, tratando de sonar más firme de lo que me sentía.

Ewart salió y, tras un breve momento de silencio, tío Jonathan se volvió hacia mí.

—Ewart parece un buen chico —comentó con una sincera apreciación—. Me alegra que tengas a alguien así como amigo.

Sus palabras me golpearon con fuerza. Una mezcla de culpa y vergüenza se instaló en mi pecho al darme cuenta de que fui injusto con alguien que solo me mostró amabilidad.

Mientras tío Jonathan se preparaba para llevarme al hospital, esa sensación de haber causado molestias y de no haber apreciado adecuadamente a Ewart se hizo más profunda, enraizándose en mi mente como una espina que no podía ignorar.

Cuando salimos, mi mirada se deslizó hacia la ventana. La lluvia seguía su curso, golpeando el cristal con una monotonía que, lejos de molestarme, me parecía reconfortante en su constancia. En medio de todo el malestar, sentí una tímida chispa de esperanza. Aunque las cosas fueran complicadas, tenía personas que se preocupaban por mí, que estaban dispuestas a quedarse y a escuchar. Y quizás, al final del día, eso era lo que más necesitaba: saber que no estaba tan solo como había creído.


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Gracias por leer.

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