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🌼Azálea🌼


La soledad se aferraba a mí como una enfermedad terminal, consumiéndome poco a poco. Cada día que pasaba, sentía que una parte de mí se desvanecía, pero no había nadie dispuesto a hacer esos días más llevaderos.

Y así, una vez más, me despertaba con mi vieja y amarga amiga: la ansiedad. Sus garras se clavaban en mi pecho, apretando cada vez más fuerte.

Mis dedos temblorosos se enredaron con los botones de la camisa. Los golpes del día anterior me dificultaban incluso una tarea tan ridícula como vestirme.

La parte deprimida de mí peleaba contra mi parte más cuerda para evitar ir a la escuela. Odiaba lo mala que podía ser mi propia mente cuando se llenaba de pensamientos negativos.

Tomé un poco de maquillaje que compré el día anterior con la intención de disimular las marcas de los golpes, pero desistí al notar mi lamentable intento: las plastas mal aplicadas solo resaltaban los moretones.

Rendido, tomé una toalla y lavé mi rostro, dejando las heridas nuevamente a la vista.

Antes de salir de la habitación, no pude evitar mirarme otra vez en el espejo. El par de ojos marrones me devolvió la mirada, pareciendo reprochar la flagrante falta de esfuerzo que puse en prepararme como cada mañana.

Una vez que estuve en el comedor tomé una manzana y me dispuse a salir.

—Domi, espera un momento —me llamó mi abuelo con voz cálida mientras salía del cuarto de lavado.

Dirigí una breve mirada hacia su figura aún robusta, su cabello canoso y la marca en forma de loto que se dibujaba en el lado derecho de su frente

«Si tan solo las marcas fueran hereditarias, tal vez las cosas habrían sido distintas».

—Debo irme, abuelo, o no alcanzaré el autobús —contesté sin detener mi andar.

Se adelantó para abrirme la puerta y allí, en el umbral, me extendió la bufanda que un día antes me dejó el extraño chico.

—Costó sacar las manchas, pero se secó justo a tiempo, está perfecta para devolverla a tu amigo —dijo, ofreciéndome el tejido con una sonrisa esperanzadora.

—No creo que podamos considerarnos amigos —respondí incrédulo—. Además, no sé si volveré a verlo.

La curva de sus labios se ensanchó y entonces insistió.

—Llévala, seguro que te traerá buena suerte.

Suspiré y tomé la bufanda. «No es que quiera verlo», me dije a mí mismo. «Simplemente sería descortés no devolvérsela si lo encuentro».

Después de bajar del autobús, me encaminé hacia el instituto. Ese lugar que de por sí era una pesadilla y se volvía aún más difícil al tener que enfrentarlo en soledad.

Los edificios, con sus formas irregulares, sobresalían entre los hermosos jardines que obligaban a mantener verdes en pleno invierno.

Contrario a su apariencia, el interior era aburrido, las paredes, muebles y pisos en tonos claros se sumaban a la monotonía.

Miré nerviosamente el pasillo, pero mi búsqueda fue en vano. Aunque la multitud se movía agitada, no pude divisar al chico.

Tamborileé los dedos en mi bastón. Quería devolver la bufanda que llevaba en la otra mano, pero no sabía cómo buscar a su dueño. Incluso si lo encontraba, no tenía idea de qué decirle.

Maldije mis dieciséis años de mínima interacción social, seguro de que cualquier chico de mi edad se burlaría de mis preocupaciones triviales.

Me detuve en seco cuando mis ojos se encontraron con una jardinera repleta de azáleas. Y ahí, encima de ella, estaba mi objetivo, sentado con las piernas cruzadas. Tenía los ojos cerrados y, aunque llevaba puestos unos audífonos, casi podía escuchar la canción que sonaba en su teléfono.

Tragué saliva. Parecía aún más inalcanzable que en mis pensamientos. Su cabello teñido de rojo brillaba como una llama a la luz del sol.

«Desvanécete ansiedad, ya llegamos hasta aquí».

Con cada paso, el pensamiento de acercarme a alguien que no conocía desencadenaba una tormenta de inseguridades en mi interior. Era como un recordatorio constante de la brecha que separaba nuestros mundos.

Ya me hallaba lo suficiente cerca, así que solo atiné a colocarle la bufanda alrededor del cuello, haciendo que se sobresaltara.

—Solo venía a devolverla. Gracias y... disculpa las molestias —balbuceé, dando media vuelta con el corazón latiendo a mil por hora. No importaba lo simple del acto; siempre había sido pésimo para interactuar con los demás. El miedo a hacer el ridículo me paralizaba.

—¡Espera! —exclamó, agarrando la manga de mi abrigo con una mano. Apenas me detuve, me soltó y acomodó su bufanda—. Gracias. Ayer ni siquiera me presenté: me llamo Asher Sellards.

Su nombre derramaba sobre mi lengua un gusto de jazmines.

Era bueno memorizando nombres y el suyo era sencillo. Estaba seguro de que no lo olvidaría, incluso si esa era la única vez que hablábamos.

—Dominick Decker —respondí en un pobre intento de corresponder a su presentación.

¿Lo había hecho mal? Solo dije mi nombre. ¿Debería haber dicho algo más? Un remolino de preguntas me asaltaba mientras mi cerebro debatía si disculparme e irme o simplemente desaparecer. Cuanto más tiempo pasaba, más me arrepentía de no haberlo hecho ya.

Él dejó su anterior posición y se levantó. Mantuve la cabeza agachada esperando que se fuera primero.

—Se ven peor que ayer —Señaló mis heridas— ¿Ya has reportado a quien lo hizo?

Aparté la mirada y negué con la cabeza.

—¿Qué ganaría? No puedo depender de nadie. Si no resuelvo mis problemas, ¿qué sentido tiene? Además, no es como si a alguien le importara.

—A mí me importa —dijo de nuevo.

Eché un vistazo a su cabello oscuro y su piel con hoyitos como de viruela, luego a la marca de rosa en su mejilla y, finalmente, a sus ojos verdes en los que no parecía haber mentira.

—No quiero ser malagradecido, pero ¿por qué?

—¿Por qué? —rio y el viento hizo que su cabello revoloteara sobre su rostro. Pasó un mechón tras su oreja y me miró—. Pues ahora que somos amigos no me gustaría saber que no puedo ayudarte.

"Amigos" había dicho. Y con esa simple palabra mi mente se agitó entre pensamientos confusos.

Claro que deseaba ser su amigo, más de lo que podía admitir, pero mis experiencias decían que yo no podía ambicionar algo como eso.

La duda y la inquietud se entrelazaron hasta formar un nudo en mi estómago. ¿Y si Asher era diferente?

Él era como el atisbo de la aurora luego de una noche oscura y yo no sabía dónde buscar las palabras correctas.

Al final, decidí que valía la pena intentarlo. Aunque eso significara arriesgarme a ser rechazado nuevamente, no quería vivir en la sombra de mi propio secreto para siempre.

—Mira, sé que intentas ser amable y te lo agradezco, pero déjalo —dije con pesar—. No culpo a los demás por alejarse de mí porque, al fin y al cabo, soy un simple desmarcado.

Por un fugaz momento me pregunté si había cometido un error. La ansiedad se cuajó en mi estómago y me dejó un sabor amargo en la boca.

La campana sonó y los estudiantes comenzaron a dirigirse a sus clases. Abatido, me di la vuelta para ir a la mía, con el corazón latiendo dolorosamente tras aquella confesión.

—Eso significa que de verdad eres único.

Y ahí estaba de nuevo, esa sensación trémula, como caminar por un campo de flores donde la tierra húmeda te hace cosquillas en los pies.

Unas palabras, una simple sonrisa y mis preocupaciones se habían desvanecido.

Suspendido entre el espacio de la fantasía y la realidad, caí en una espiral de ensueños, considerándome indigno de esa sensación que hasta entonces desconocía y que parecía demasiado perfecta para ser real.


。・。。・゜❁ ・❁ ・❁゜・。。・。

Dominick y Asher 

Los protagonistas de esta dulce historia. ¿Qué creen que les depare?



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