Una polilla a la oscuridad
Cuando se conocieron, la insana curiosidad por el extraño parecido que tenían, fue lo que lo movió a querer saber más. La forma depredadora en la que se movía, sus secretos, la diferencia en el color de sus ojos, la sensación de cosquilleo por su mirada cuando notaba que lo veía.
Primero; fue su nombre. Después y poco a poco, todo lo que pudo saber de su persona, pues no era de todos los días encontrar a alguien que; lo único que lo diferenciara del hecho de ser gemelos idénticos, eran las marcas en la cara. Los tatuajes. Y sus ojos. Esos ojos impactantes que parecían querer devorar cada secreto que le guardara.
Yuuji estaba solo. Vivía bien, pero esa soledad lo mataba lentamente.
No conoció a sus padres, ni el amor de algún tipo. Si bien su abuelo lo cuidaba diligentemente, parecía más bien mirarlo de vez en vez con algo de desprecio. Así que no tardo en pasearse por lugares de mala muerte, en busca de un poco de intensidad, de adrenalina que le hiciera sentir que no era un cadáver, el calor de un poco de amor, fuera cual fuera este y también cualquier tipo de dolor.
Fue cuando dio con él. Con Sukuna. Ese era su nombre, Ryomen Sukuna. Fue realmente un accidente, pues andando por donde andaba, lo tomaron por el otro. El malvado Rey de las calles. Pronto se dieron cuenta de que estaban equivocados, pero no por ello se dejo atacar tontamente.
Yuuji sintió que de alguna forma el lo conocía, pues no se sorprendió de verlo. A pesar de ello casi, si no fuera por su aura maldita, la intensidad de su mirada y obvio mandato que notaba con quienes le acompañaban, hubiera pensado que huyo de él esa noche.
Después de salvarlo. Yuuji entonces lo vio como un héroe, esa conexión que tanto estaba buscando. Su familia, su hermano. ¿Qué otra razón le daba al parecido? A pesar de eso estaban los murmullos, los relatos de las atrocidades creadas por ese rey tirano, aun así no se detuvo, siguió buscando, siguió enfrentándose al peligro.
—Te dije Yuuji... — le dijo al oído ...—Te dije que era un peligro—
Pero Yuuji no podía escucharlo. El calor que emanaba de su cuerpo, perdiéndose entre las sabanas lo hacían volverse loco, ignorar el mal en el que había caído por gusto propio había sido su pecado, ingenuidad, inocencia consumida en una vorágine de sensaciones placenteras que lo destrozaron.
Tenia miedo, no iba a negarlo. De la sangre que manchaba sus manos, del dolor que infringió al regalar un poco de su libertad. Aun si no lo había hecho directamente, él se lo iba a recordar.
—Yo me quede y tú te marchaste ¡Te marchaste! —
Quería responder, pero de su garganta no salían mas que sonidos ahogados, un gorgoteo producto de la sangre que se acumulaba en sus labios. Yuuji solo quería saber más, sentir más. Y apagar su soledad.
Estaba hundiéndose lentamente en un espiral de control y dominio, de abuso y manipulación. Sukuna quizá no le hacia el amor, solo saciaba su propio dolor, su desesperación, de un abandono que acusaba a Yuuji de haberle infringido, algo que esperaba entender para curar el filo del cuchillo en lo que Sukuna se había convertido.
—P-por favor... p-por... — rogo, buscando un poco de sentido a lo que salía de sus labios, del calor que se le perdía en cada intento de llamada de auxilio.
El calor que invadía su cuerpo se hizo más intenso, el escozor en la piel de sus caderas, el dolor entre su cuello y espalda y cada marca en su piel lastimada. Todo eso causado por su curiosidad, su soledad, Sukuna le había dicho que se alejara, porque estaba siendo atraído a la luz como las polillas, para ser enjaulado en la oscuridad.
La luz en su mirada se iba a pagando, sabiendo en el fondo de su mente que por fin lo había encontrado. Ese alguien que apagara la soledad que por tanto tiempo lo había tenido atrapado.
Su cuerpo fue levantado, golpeando un poco su cabeza en la pared cercana a la cama. Dentro suyo explotaba el fuego, una sensación abrumadora de placer y dolor, algo que nunca antes había sentido o soñado sentir. Su pene brinco entre su vientre y el de Sukuna, listo para liberar su orgasmo. Eliminando lo poco que le quedaba de cordura. Lo quería, lo necesitaba o quizá era solo su percepción obnubilada.
Su cuerpo se negaba a apagarse a pesar de ser eso necesario, obligado a mantenerse consciente debido a las drogas. Yuuji solo había querido a su hermano, sentir amor fraternal.
Sin embargo, se encuentra con la sensación del calor que inunda su interior, haciéndolo salir del estupor de sus deseos incumplidos. La perversión a la que fue sometido lo llena de éxtasis, estirando al techo sus pies, las puntas de sus dedos acalambrados por la fuerza en la que se contraen sus músculos.
—Te advertí que no te me acercaras, mi dulce, dulce Yuuji— un sonido muy cercano a un sollozo salió de los labios de su torturador, pero Yuuji ya no fue capaz de escucharlo— Y ahora, ahora no podrás irte de mi lado—
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