Capítulo 3
Edith miró a Sirius dormir en su sillón, cuando los niños bajaron a tomar el desayuno vieron la patética figura del hombre roncar en su sillón.
—¿Por qué el tío Sirius huele a perro mojado?— preguntó René picándolo con el control remoto.
Edith arreó a sus tres chicos como si fuesen becerros hacia la cocina donde el desayuno les estaba esperando. Remus les serviría el desayuno mientras ella trataba de reanimar a Sirius.
Escucharlo lamentarse por su hermano le rompió el corazón a Edith, ella era una hermana menor, pero era la mayor de sus primas, así que en parte podía empatizar con Sirius, no protegerlas le hubiera roto el corazón para siempre.
Con un vaso de huevo crudo y ajo conjuró un Aguamenti hacia el rostro de Sirius, él se levantó exaltó con un jadeo ahogado.
—Buenos días, bella durmiente— saludó Edith con una ligera sonrisa— Al menos fuiste consciente en dejar a la pequeña Delia en Grimmauld Place a salvo para venir a mi casa a hacerte mierda. Pero será la primera y única vez que lo permitiré, no quiero un borracho rondando en mi casa como un mal ejemplo para mis hijos.
—¿Qué hora es?— preguntó Sirius estirándose, con la voz ronca y con aliento a zorrillo muerto.
—Como las ocho de la mañana— contestó ella extendiéndole el vaso— Bébelo, te ayudará con la resaca. Es lo mejor que pude hacer, mi segunda cura ideal. La que es más deliciosa no la sé preparar.
Haciendo una mueca, Sirius se bebió de un largo trago la mitad del vaso.
—Gracias, por dejarme quedarme en tu sillón— dijo Sirius frotándose el ojo— Y lamento si hice algún desastre.
—No, solo bebiste dos botellas, una de vodka y otra de aguardiente— Edith se sentó a lado de Sirius y darle dos palmaditas en la espalda— No te culpo, enterarte como murió tu hermano, tratando de hacer algo imposible.
—Él solo tenía 18, no adulto todavía y aun así decidió volverse un Mortífago— se lamentó Sirius— Siento que yo lo lleve a su muerte en la noche en que decidí huir de Grimmauld Place y no mirar atrás.
Edith vio su mirada perdida, son decir nada, solo uso su brazo para rodearlo por los hombros y apoyar su cabeza.
—No es tu culpa— le dijo mirándolo a los ojos— No cargues con una cruz que no debes. Ve a casa, Cordelia estará preocupada por ti.
Sirius le sonrió levemente y trató de beber un poco del cura-resaca, pero lo apartó ante el terrible olor.
—Te dije, no sé cocinar la receta deliciosa— le sonrió Edith.
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Cordelia nunca pensó que necesitaría ropa de luto tan pronto.
En una llamada casual a tía Petunia se enteró de malas noticias.
Tío Vernon murió. De un infarto camino al trabajo, algo rápido y fulminante.
Cordelia no asistió al velatorio, pero si estuvo para el día del entierro. Fue un sábado al medio día, estaba con un vestido negro que le cubría tres dedos debajo de la rodilla, con el cuello llegándole a las clavículas y guantes de encaje negro.
Fue en el cementerio de Brompton donde se llevó el lamentable hecho. Cordelia estaba abrazada al brazo de Dudley en todo momento, muy cerca de tía Petunia y para su mala suerte cerca de Marge.
—... la muerte es un lugar a que todo mortal está destinado a llegar— dijo el pastor que oficiaba el entierro— solo aquellos que han seguido los mandatos de Dios pueden partir de este mundo con la seguridad de entrar al reino de los cielos.
Cordelia escuchó sollozos detrás de ella, con discreción volteó la mirada sobre su hombro, entre las pocas personas presentes, había una mujer llorando con un pañuelo pegado a su nariz, hecha una cosa sollozante. También pudo ver como tía Petunia apretaba los labios ante los sollozos de la presente.
Luego de que cubrían la tumba, pidieron un taxi hacia hacia Privet Drive. El ambiente en la casa era desolador, Dudley, tía Petunia y Marge se fueron hacia sus respectivas habitaciones y Cordelia se quedó en la sala meditando.
Si bien nunca llegó a formar lazos afectivos con tío Vernon, él le proporcionó un techo y alimento a Cordelia durante toda su infancia, había un pequeño sentimiento de tristeza, pero no era transcendental.
Ella se quitó los guantes y caminó hacia el cuarto de tía Petunia. Ella estaba acostada en forma de bolita abrazada con la almohada, estaba sin tacones con el cabello suelto y rastro de lágrimas silenciosas mojando su rostro.
Se le partía el corazón a Cordelia ver a su tía en ese estado.
—Tía— Cordelia se quedó en el marco de la puerta— Prepararé el almuerzo, descansa. Han sido días duros para ti, déjame cuidarte a ti y a Dudley.
Ella no respondió, solo asintió con la cabeza. Cordelia silenciosamente camino hacia la cocina, revisando lo que había en las gavetas o en la refrigeradora planeó algo sencillo para comer. Fueron minutos silenciosos de ella encendiendo la hornilla o cortando vegetales cuando Marge entró a la cocina con su mirada juzgadora.
—¿Necesitas algo tía Marge?— preguntó Cordelia. Nunca fue su tía, pero la llamaba así por cortesía— ¿Té? ¿Agua?
—Luces como una mujerzuela con ese escote— le respondió, Cordelia dejó de lado el cuchillo ante la forma como la llamó.
Cordelia miró hacia su ropa, era modesta, nada escandaloso y prácticamente el cuello del vestido le llegaba le cubría todo.
—Con esos vulgares pechos— siguió acusándola— Al menos hubieras tenido algo de decencia en el funeral de mi hermano.
Cordelia se mostró molesta, llamándola de esa forma.
—Bueno, Marge— dijo Cordelia dejando atrás la cortesía— Al menos estos vulgares pechos me asegurarían no quedarme solterona en una granja llena de perros como tú.
Ni bien acabo la frase, Marge la abofeteó muy fuerte que se tuvo que agarrar de la encimera
—¡¿Cómo te atreves a hablar así?!— le gritó mientras la tomaba del brazo.
Cordelia la miró con furia, sentía su mejilla derecha ardiendo del golpe.
—¡¿Cómo te atreves a golpear a mi sobrina?!— interrumpió tía Petunia, jaló a Cordelia liberándola del agarre de Marge.
Rápidamente, la sacó de la cocina, cerrando la puerta. Debido al escándalo Dudley bajó de su cuarto, con la camisa blanca arremangada, sin corbata y ni el saco que usó durante el entierro.
—¡Tú no tienes ninguna autoridad en golpear mi sobrina!— gritó tía Petunia al otro lado.
—¡Estaba corrigiendo a esa mocosa maleducada!
—¡¿Qué le dijiste?! Cordelia jamás le respondería de forma grosera a nadie.
Dudley la abrazó mientras eran testigos de los gritos de ambas mujeres.
—¡Te quiero fuera de mi casa esta misma noche! ¡Si te he soportado todos estos años fue porque eras hermana de Vernon!— le exigió tía Petunia.
—¡Bien me iré! ¡Pero parte del seguro de vida de hermano deberá pasar a mí!
—¡Eso jamás! Ese fondo es para Dudley— contestó tía Petunia —¡Además, nunca te daría nada de ese dinero sabiendo que eras consciente de que Vernon una amante hace más de seis años!
Hubo un silencio, Cordelia miró a Dudley impactada.
—¡¿Crees que no sabía que había comprado un departamento para esa mujerzuela?! ¡Yo soy la que maneja las cuentas y gastos de esta casa!— ella hizo una pausa— ¡Incluso esa descarada fue lo suficientemente cara dura para asistir al velatorio! ¡La misma mujer que estabas consolándola en el cementerio!
Dudley se abrazó a Cordelia como si fuese un salvavidas.
—¡Si no me divorcie de él fue por Dudley! ¡No le daría el gusto a esa mujerzuela a quedarse con lo que es de mi hijo por derecho!— le gritó tía Petunia— ¡Ya no hay ningún lazo que me obligue a tener que soportar tu horrible presencia en mi casa! ¡Así que lárgate de una vez de mi casa!
La puerta de la cocina se abrió, dejando ver a tía Petunia sollozante mirándolo a ambos.
El único sonido de la casa era de las ollas hirviendo en el lugar.
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