Mamá
En una fría noche en Ciudad Gótica, la oscuridad parecía más densa de lo habitual, envolviendo las calles en un manto de misterio y peligro. Las farolas emitían un parpadeo nervioso, incapaces de penetrar el manto negro de la noche invernal. Los pocos transeúntes que se atrevían a salir se movían rápidamente, sus rostros ocultos bajo bufandas y gorros, intentando protegerse del viento helado que cortaba como cuchillas.
De repente, el silencio fue roto por el estridente sonido de una alarma. El grito agudo de la sirena del Museo de Historia de Gótica resonó en el aire, despertando a los pocos vecinos y alertando a los patrulleros nocturnos. En el techo de un edificio cercano, una figura esbelta y ágil se detuvo, sus ojos brillando detrás de una máscara negra. Batgirl, siempre atenta, no dudó ni un segundo antes de lanzarse hacia el origen del sonido.
Usando su batigrapa, se impulsó hacia adelante, sus movimientos precisos y elegantes. Mientras volaba entre los edificios, recordó las palabras de su mentor, Batman: "Nunca subestimes a tus enemigos, pero tampoco a ti misma". Con ese pensamiento, aterrizó suavemente en el techo del museo, observando a su alrededor con cautela.
Dentro del museo, las sombras danzaban al ritmo de la alarma. Las vitrinas que una vez exhibieron con orgullo antigüedades y joyas ahora estaban rotas, con fragmentos de vidrio esparcidos por el suelo. En el centro de este caos, una figura femenina con un traje ceñido de cuero negro y una máscara con orejas de gato se movía con la gracia de una pantera. Catwoman había cometido un error; la alarma se activó justo cuando intentaba escapar con su botín.
Batgirl descendió con sigilo, su capa ondeando detrás de ella como el ala de un murciélago gigante. "Selina", dijo con voz firme, aunque contenida, "Sabes que esto no terminará bien para ti".
Catwoman se giró lentamente, una sonrisa felina en su rostro. "Babs, siempre tan puntual. Te daría una medalla por tu dedicación, pero me temo que ya he tomado todas las joyas."
Batgirl frunció el ceño, sus puños cerrándose. "Devuélvelas ahora y tal vez podamos evitar una pelea."
Selina soltó una carcajada suave, cargada de burla. "¿Evitar una pelea? Pero, ¿dónde estaría la diversión en eso?" Con un movimiento rápido, lanzó una de sus garras hacia Batgirl, quien la esquivó con facilidad.
La pelea comenzó con una danza de movimientos precisos y ataques calculados. Batgirl lanzó una serie de golpes rápidos, intentando desarmar a Catwoman, quien respondió con agilidad, usando su látigo para mantener a su oponente a raya. El sonido del látigo cortando el aire se mezclaba con los ecos de los puñetazos y patadas, creando una sinfonía de combate en el oscuro museo.
Batgirl aprovechó un momento de distracción y logró atrapar el látigo de Catwoman con su batigrapa, tirando de él con fuerza. "Se acabó, Selina. No tienes a dónde ir."
Catwoman, lejos de parecer derrotada, simplemente sonrió. "Querida, siempre tengo una salida." Con un movimiento rápido, activó un dispositivo en su cinturón, liberando una nube de humo que llenó la sala.
Batgirl tosió, intentando mantener la vista fija en la figura que se desvanecía en la neblina. "¡No escaparás esta vez!" gritó, avanzando hacia adelante, pero cuando el humo se disipó, Catwoman ya no estaba.
La alarma seguía sonando, y Batgirl miró alrededor, frustrada. Las joyas que Selina había robado aún brillaban débilmente en el suelo, dejadas atrás en su apresurada retirada. "Hasta la próxima, Selina," murmuró, recogiendo el botín.
Selina escapó del museo como solo ella sabía hacerlo, saltando con gracia entre los techos de los edificios de Ciudad Gótica. Cada salto y giro eran ejecutados con la precisión de una bailarina, pero con la adrenalina y el peligro de una ladrona en plena huida. Batgirl no estaba lejos, y Selina lo sabía, por lo que su mirada ocasional hacia atrás era tanto para asegurarse de que Barbara no la seguía como para disfrutar de su pequeña victoria.
En uno de esos descuidos, al mirar atrás para asegurarse de que Batgirl no la seguía, Selina no vio una viga baja. La golpeó directamente en la frente con un "¡Ay!" ahogado y, perdiendo el equilibrio, cayó hacia el callejón de abajo. El impacto fue amortiguado por un contenedor de basura, pero aún así, el golpe fue lo suficientemente fuerte como para dejarla aturdida.
"Bueno, esto es humillante," murmuró, sacudiendo cáscaras de plátano y papeles viejos de su traje. "A veces me pregunto por qué no tengo una vida normal..." Se levantó y se limpió, tratando de recomponerse con su habitual gracia. Estaba a punto de salir del callejón cuando algo captó su atención. Unos sentidos afinados como los de un gato le advirtieron de la presencia de alguien más.
Giró la cabeza y vio una silueta temblando y acurrucada en el suelo. Sus ojos se entrecerraron al tratar de discernir más detalles en la penumbra. Con pasos sigilosos y cautelosos, se acercó a la figura y, para su sorpresa, descubrió a un niño. Pero no era un niño común: tenía orejas y cola de gato, una mezcla perfecta de humano y felino.
El corazón de Selina se ablandó al instante. "Oh, pequeño... ¿Qué te ha pasado?" murmuró con ternura. Se arrodilló a su lado, observando su rostro mientras él dormía, probablemente exhausto y asustado. Sus pequeñas orejas se movían ligeramente, reaccionando al más mínimo sonido.
Con una delicadeza inusual, Selina levantó al niño en sus brazos. Él se acurrucó instintivamente contra ella, buscando calor y seguridad. "Tranquilo, estarás a salvo conmigo," le susurró, acariciando suavemente su cabeza. Sus pasos fueron ligeros y rápidos mientras se dirigía a su apartamento, asegurándose de no despertarlo ni atraer la atención.
Al llegar a su refugio, un lujoso ático con vistas panorámicas de la ciudad, Selina abrió la puerta con cuidado y entró. Todo en el interior reflejaba su estilo elegante y su amor por los gatos. Con movimientos precisos, dejó al niño en su cama, cubriéndolo con una manta suave. Observó su rostro una vez más, notando la mezcla de vulnerabilidad y fuerza en sus facciones felinas.
"¿Quién eres, pequeño? ¿Y cómo llegaste aquí?" murmuró para sí misma, sentándose a su lado. "No te preocupes, descubriré todo sobre ti. Y mientras tanto, te protegeré."
El sol apenas comenzaba a filtrarse a través de las cortinas del ático de Selina cuando ella se despertó, todavía sintiendo el peso de la noche anterior. Se levantó y se vistió con ropa cómoda pero atrevida: una camiseta ajustada y unos pantalones de yoga que resaltaban su figura atlética. Bajó la intensidad de las luces y se dirigió al dormitorio donde el niño, mitad gato, seguía durmiendo.
Poco después, el niño empezó a moverse, sus orejas felinas reaccionando al sonido suave del despertador de Selina. Abrió los ojos lentamente, parpadeando ante la luz tenue. Al no reconocer el lugar, se incorporó de golpe, sus movimientos rápidos y nerviosos como los de un gato asustado.
Selina, que estaba sentada en un sillón cercano, observó la escena con una mezcla de ternura y preocupación. "Hey, tranquilo, estás a salvo," dijo con suavidad mientras se levantaba y se acercaba lentamente. El niño se tensó al verla, sus ojos grandes y redondos mirándola con una mezcla de curiosidad y miedo.
"No voy a hacerte daño," dijo Selina, manteniendo su tono calmado. "Mi nombre es Selina. Te encontré anoche y te traje aquí para que estuvieras a salvo."
El niño, aún alerta, comenzó a relajarse al escuchar la voz tranquilizadora de Selina. "¿Dónde estoy?" preguntó, su voz suave y temblorosa.
"Estás en mi casa," respondió Selina, arrodillándose a su lado. "Encontré a alguien muy especial en un callejón y no podía dejarte ahí."
El niño parecía asimilar lentamente sus palabras, sus orejas se movían al ritmo de su respiración. "Me llamo Leo," dijo finalmente, sus ojos grandes parpadeando con curiosidad. "Estaba... estaba solo. Mamá me dejó ahí."
Selina sintió un nudo en el estómago al escuchar eso. "¿Tu mamá te dejó en el callejón? ¿Por qué haría eso?" preguntó, tratando de mantener la calma aunque sentía una creciente indignación.
Leo se encogió de hombros, sus ojos mirando al suelo. "Dijo que no podía cuidarme. Que alguien más lo haría."
Selina apretó los dientes, conteniendo la rabia que sentía hacia una madre que abandonaba a su hijo de esa manera. "Bueno, ahora estás conmigo, y te prometo que no te dejaré solo," dijo con firmeza, abrazándolo suavemente. Leo se acurrucó en sus brazos, encontrando consuelo en el calor y la seguridad que Selina le ofrecía.
Después de unos momentos, Selina se apartó un poco para mirarlo. "Pero primero, necesitamos limpiarte y cuidar esas heridas," dijo, observando las magulladuras en el rostro y los brazos del niño. "Vamos a darte un buen baño, ¿de acuerdo?"
Leo asintió tímidamente, y Selina lo llevó al baño. Llenó la bañera con agua tibia y añadió un poco de jabón que hacía espuma, creando un ambiente relajante. Mientras Leo se desvestía, Selina se dio cuenta de lo delgado y sucio que estaba. "No te preocupes, todo estará bien," dijo con una sonrisa tranquilizadora.
Mientras Leo se bañaba, los gatos de Selina, curiosos por el nuevo integrante, se acercaron al baño. Empezaron a ronronear y a frotarse contra él, quienes sorprendidos, respondieron con suaves maullidos. Selina observó la escena con el corazón derretido. "Parece que mis gatos ya te han aceptado," comentó con una sonrisa.
Leo, riendo por primera vez desde que había despertado, respondió, "Ellos también son como yo. Se sienten cómodos conmigo."
Selina se sintió conmovida por la conexión instantánea que Leo tenía con los gatos. "Sí, parece que tienes un don especial," dijo mientras le pasaba una toalla para que se secara.
Una vez que Leo estuvo limpio y seco, Selina lo llevó a la sala de estar y sacó un botiquín de primeros auxilios. "Déjame ver esas magulladuras," dijo, aplicando con cuidado ungüentos y vendas en las heridas de Leo. "Esto puede picar un poco, pero te ayudará a sanar."
Leo hizo una mueca, pero no se quejó. "Gracias, Selina," dijo con sinceridad, sus ojos brillando con gratitud.
Selina le sonrió mientras terminaba de curarlo. "De nada, Leo. A partir de ahora, estás bajo mi cuidado, y te prometo que te mantendré a salvo."
Leo se acurrucó nuevamente en sus brazos, sintiéndose por primera vez en mucho tiempo verdaderamente protegido y querido. Selina, aunque sorprendida por este nuevo giro en su vida, sentía una cálida satisfacción al saber que estaba haciendo lo correcto.
Selina se sentía más feliz de lo que había estado en mucho tiempo. La presencia de Leo llenaba su hogar de una nueva energía, una mezcla de responsabilidad y ternura que no había experimentado antes. Observaba a Leo mientras se acomodaba en el sofá, todavía un poco aturdido por los eventos recientes.
De repente, Leo levantó la mirada y dijo tímidamente, "Selina, tengo hambre." La confesión alegró a Selina, quien vio en esa simple declaración una señal de que el niño se sentía cómodo y seguro con ella.
"Claro, cariño. Vamos a prepararte algo de comer," respondió Selina, levantándose con una sonrisa.
Sin embargo, algo en la manera en que Leo se movía y hablaba le llamó la atención. Acercándose a él, le pidió suavemente, "¿Puedo ver algo, Leo? Abre la boca, por favor." Leo, un poco sonrojado, obedeció. Selina miró atentamente y notó que sus colmillos eran pequeños y parecía tener dificultades para masticar comida sólida.
"Ah, ya veo," murmuró Selina, acariciando suavemente la mejilla de Leo. "No te preocupes, te daré de comer a la antigua." Leo parecía confundido, pero confiaba en Selina, así que simplemente asintió.
Selina lo guió hacia el sofá y se sentó, llevándolo a su regazo. "Vamos, siéntate conmigo," le dijo con una sonrisa tranquilizadora. Leo se acurrucó a su lado, sus ojos cerrándose ligeramente mientras Selina le acariciaba el cabello y la espalda, ayudándolo a relajarse.
"Ahora, quiero que te relajes y te sientas cómodo," le susurró Selina. En un movimiento suave y natural, Selina se quitó la parte superior de su ropa, quedando desnuda de la cintura para arriba. Su piel estaba cálida al tacto, y sus manos guiarían a Leo con cuidado y amor.
Leo abrió los ojos con curiosidad y un poco de sorpresa, pero Selina le sonrió con ternura. "No te preocupes, Leo. Esto es para que te alimentes bien," le explicó, acercándolo a su pecho. Leo, aún un poco tímido, comenzó a succionar, como lo haría un gatito recién nacido. Selina sintió una oleada de calidez y satisfacción al ver que él se alimentaba.
Mientras Leo tomaba la leche, Selina alternaba de un pecho al otro, asegurándose de que estuviera bien alimentado. Sus caricias eran suaves, y su voz era un murmullo calmante que llenaba el ambiente. "Lo estás haciendo muy bien, Leo," le susurraba de vez en cuando, sintiendo cómo su pequeño cuerpo se relajaba más y más en sus brazos.
Leo, con los ojos cerrados y su pequeño cuerpo apacible, se sentía completamente a salvo. Cada vez que succionaba, Selina sentía una conexión profunda y maternal, algo que nunca había experimentado antes. Observó su carita, notando cómo sus orejas de gato se movían ligeramente al ritmo de su respiración, y su corazón se llenaba de amor y protección.
"Te prometo que siempre te cuidaré," dijo en voz baja, más para sí misma que para Leo. Sentía que, aunque la vida le había dado un giro inesperado, había encontrado un propósito nuevo y hermoso en proteger y cuidar a este niño especial.
Con Leo alimentado y adormecido en sus brazos, Selina sintió una paz interna que no había conocido.
Después de que Leo se quedó profundamente dormido, Selina lo acomodó con cuidado en la cama y se dirigió al baño para darse una ducha. El agua caliente era relajante y le ayudó a ordenar sus pensamientos. Después de bañarse, se vistió con ropa de civil: unos jeans ajustados y una blusa sencilla pero elegante. Al salir del baño, su mirada se posó en los trapos que Leo llevaba puestos, y una oleada de rabia la recorrió.
"No puedo creer que alguien lo haya dejado así," murmuró para sí misma, apretando los puños. Pero luego, una idea la hizo sonreír. "Es la oportunidad perfecta para comprarle ropa... mucha ropa... demasiada ropa," pensó, riendo para sus adentros.
Cuando Leo despertó, sus ojos se abrieron lentamente y parpadearon ante la luz suave de la habitación. "Buenos días, Leo," dijo Selina con una sonrisa, acercándose a él. "¿Dormiste bien?"
Leo asintió con timidez. "Sí, gracias, Selina."
"Hoy tenemos un plan especial," anunció ella con entusiasmo. "Vamos a comprarte ropa nueva. ¿Te parece bien?"
Los ojos de Leo se iluminaron. "¿Ropa nueva? ¡Sí, me gustaría mucho!"
Selina le ayudó a levantarse y, tras asegurarse de que estaba cómodo, salieron a la ciudad. Llegaron a una tienda de ropa elegante y Selina comenzó a buscar prendas que podrían quedarle bien a Leo. "Vamos a probarte muchas cosas," dijo, mientras seleccionaba ropa de diferentes estilos y colores.
Dentro de los probadores, Leo se probaba la ropa bajo la atenta mirada de Selina. Algunas prendas femeninas le quedaban especialmente bien, lo que lo hacía sonrojarse mucho. Selina no podía evitar sonreír cada vez que Leo salía del probador con una nueva prenda. "Te ves adorable, Leo," le decía, riendo con ternura.
Los empleados de la tienda estaban enternecidos por la escena. "Ese niño se ve muy bien con esa ropa," susurraban entre ellos, encantados con la dulzura de Leo.
En medio de su emocionante jornada de compras, Selina se encontró cara a cara con Bárbara Gordon, vestida de civil. El encuentro la tomó por sorpresa, y su corazón comenzó a latir con fuerza.
"¡Selina! ¿Qué haces aquí?" preguntó Bárbara, notando la tensión en Selina.
Selina intentó mantener la calma. "Solo estoy comprando ropa," respondió evasivamente.
Bárbara la miró con sospecha. "¿Y el robo de anoche? Estabas en el museo, ¿verdad?"
Selina intentó esquivar las preguntas, pero Bárbara no estaba dispuesta a dejarlo pasar. De repente, Bárbara notó a Leo, quien estaba mirando curioso desde el probador. "¿Ese niño está contigo?" preguntó, entrecerrando los ojos.
Selina, sintiendo la presión de la situación, tomó la decisión en un instante. Agarró a Bárbara por el brazo y la llevó rápidamente a un vestidor cercano. "Ven aquí, necesitamos hablar," dijo con urgencia.
Dentro del vestidor, Selina respiró hondo y se sinceró. "Sí, Leo está conmigo. Lo encontré en un callejón anoche, y no podía dejarlo allí. Necesitaba ayuda, y ahora está bajo mi cuidado."
Bárbara levantó una ceja, sorprendida. "¿Así que ahora una ladrona se ha convertido en niñera?"
Selina se sonrojó ligeramente pero mantuvo su mirada firme. "Es lo mejor que me ha pasado, Bárbara. Nunca había sentido algo así. Quiero protegerlo y darle una vida mejor."
Bárbara observó a Selina por un momento, y luego, inesperadamente, la abrazó. "Sabes, Selina, esto te queda bien. Ve por él y sigue haciendo lo que estás haciendo."
Selina, conmovida por el gesto de Bárbara, le devolvió el abrazo. "Gracias, Bárbara. Lo haré."
Salieron del vestidor y Selina fue directamente hacia Leo, quien estaba esperando pacientemente. "Vamos, Leo. Tenemos que terminar de comprar toda esta ropa," dijo con una sonrisa, tomando su mano. Bárbara las observó desde la distancia, viendo en Selina una nueva faceta que jamás había imaginado.
Después de una tarde llena de compras y risas, Selina y Leo regresaron a casa. Leo estaba visiblemente más feliz, jugando con sus nuevos juguetes y modelando sus nuevas ropas con una sonrisa que no parecía poder quitarse del rostro. Selina observaba con ternura, sintiendo una calidez en su corazón que no había sentido en años.
Cuando la noche cayó, Selina sabía que había una última cosa que debía hacer para cerrar este capítulo de su vida. Esperó hasta que Leo se quedó dormido, acurrucado en su nueva cama, rodeado de comodidad y seguridad.
Selina se acercó y le dio un suave beso en la frente. "Duerme bien, pequeño," murmuró, y luego se deslizó fuera del apartamento en silencio.
Primero, Selina se dirigió a sus antiguos escondites para recoger todos los botines de joyas que había ocultado. Se movió con la agilidad y la precisión que la caracterizaban, recogiendo cada tesoro que había dejado atrás en su carrera de ladrona. Cada joya, cada piedra preciosa, representaba un trozo de su pasado que estaba lista para dejar atrás.
Luego, Selina se dirigió a un suburbio deteriorado de Ciudad Gótica. No le tomó mucho tiempo encontrar a la madre de Leo. Estaba en un callejón oscuro, el rostro marcado por el desgaste de su adicción. Selina se acercó con pasos decididos, su ira apenas contenida.
"¿Eres la madre de Leo?" preguntó Selina, su voz fría y afilada.
La mujer levantó la mirada, sus ojos apagados y desinteresados. "¿Y qué si lo soy? Ese niño solo era una molestia," respondió con desdén.
Selina sintió una rabia ardiente en su interior. "¿Cómo puedes hablar así de tu propio hijo?" demandó, sus manos apretadas en puños. "Él merece algo mucho mejor que esto. Eres una adicta patética que lo dejó en un callejón."
La madre de Leo se encogió de hombros, sin mostrar remordimiento. "No me importa lo que pienses," dijo con indiferencia.
Antes de que pudiera decir más, Selina le dio un golpe rápido y preciso en la cara, no lo suficientemente fuerte para hacer un daño grave, pero sí para dejar claro su punto. "Eso es por Leo," dijo con voz firme. Luego, se alejó, dejando a la mujer tambaleándose en el callejón.
Selina regresó a su apartamento al amanecer, con un botín que podía asegurarles a ella y a Leo una vida cómoda por al menos tres veces. Se cambió rápidamente, poniéndose ropa casual, y se preparó para la mañana.
Cuando Leo despertó, Selina lo saludó con una sonrisa. "Buenos días, Leo. ¿Dormiste bien?"
Leo asintió, frotándose los ojos. "Sí, Selina. ¿Qué vamos a hacer hoy?"
Selina sonrió y le extendió la mano. "Tengo algo especial que quiero mostrarte. ¿Te gustaría acompañarme?"
"¡Sí!" exclamó Leo, emocionado.
Selina y Leo caminaron hasta la bahía de Ciudad Gótica, el aire fresco del amanecer llenando sus pulmones. Selina llevaba un maletín en la mano, y cuando llegaron al borde del muelle, se detuvo y miró a Leo.
"Quiero que sepas que esto es importante," dijo Selina, abriendo el maletín y mostrando el traje de Catwoman.
Leo miró el traje con curiosidad. "¿Qué es eso, Selina?"
Selina suspiró, mirando el traje por última vez. "Es una parte de mi pasado. Algo que ya no necesito porque ahora tengo algo mucho más importante."
Sin más, Selina lanzó el maletín al fondo del río. Leo observó cómo se hundía, sus ojos llenos de preguntas. "¿Qué era eso?"
Selina sonrió y le acarició el cabello. "Era el pasado, Leo. Ahora, empezamos una nueva vida juntos."
Leo asintió, entendiendo en su inocencia que algo significativo había sucedido. Selina sintió una liberación al ver el maletín desaparecer en las profundidades del río. Había dejado atrás su vida como Catwoman, dispuesta a comenzar una nueva etapa junto a Leo, llena de amor y protección. Juntos, se alejaron del muelle, listos para enfrentar el futuro con esperanza y determinación.
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