Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Mutantes I: El Niño

7:30 am, 2 de mayo de 2018. Royal Woods, Michigan. Casa Loud.

El ardor se extendía por sus músculos, cada movimiento era más tortuoso que el anterior. Su aliento le quemaba la garganta, las gotas de sudor resbalaban por todo su cuerpo, los brazos comenzaban a temblar, mientras que su abdomen y tobillos no soportaban la presión. Después de 25 repeticiones, él cayó totalmente exhausto, respirando con desesperación, rogando que su garganta dejara de arderle. Esa escena era un tanto cómica, ya que era bien sabida su poca resistencia física, sumada a su ociosidad desde la infancia, pero a la vez era una verdadera decepción, ya que en un mes no había mejorado en lo absoluto.

—¡Lincoln! Debes tomarte más en serio el entrenamiento —regañó el viejo de cabellos blancos y grueso bigote gris—. Tu desempeño está dejando mucho que desear, si realmente quieres aprender a defenderte debes ser mucho más disciplinado.

—Lo intento... —escupió con frustración el chico apoyándose en sus rodillas—. No estoy acostumbrado al ejercicio.

Resopló, intentando no reír, al ver la sonrisa socarrona en los labios del niño. Ante sus ojos, no había persona más optimista que Lincoln L. Loud, era el alma de los hermanos y quien no dejaba de encontrar el lado bueno a cualquier situación. Mas, conocía ese comportamiento, esa tendencia a distraer la atención de todos con bromas o burlas. La perpetua actitud payasesca, burlona y desinteresada. Era un mecanismo de defensa, una forma para no sumirse en su tristeza.

Funcionaba con Lincoln, aunado a su optimismo, dejaba que el chico pareciera el mismo de los tiempos mejores. El problema no era si funcionaba o no, sino que era lo dañino que esto podría ser. No era experta, ni por asomo, buscaba solo acercarse al chico ahora que eran como de la familia. "Es el hermano de mi novia, vivo con ellos... ¿Es de la familia?" se preguntaba con frecuencia. Algo muy dentro de ella, una sensación de malestar y culpabilidad muy arraigado, le decía que considerar a los Loud como su familia era traicionar a la suya. Solo ha pasado un mes desde esa trágica noche, tal vez era demasiado pronto.

Desechó el círculo interminable de pensamientos sobre los Loud, concentrando su atención en el ejercicio. Físico envidiable no tenía, era delgada y algo perezosa, mas el ejercicio nunca la había molestado. La propuesta de Albert era aceptable, incluso divertida. Todo con tal de distraer su mente una hora, o dos cuando podía, al día. Todo con tal de olvidar el propósito de estos entrenamientos.

—Llevamos más de media hora con los ejercicios, abuelo —reclamó el niño albino con cansancio—. ¿Cuándo vamos a iniciar con el entrenamiento?

—Sin la condición necesaria, se lastimarán al practicar los movimientos —contestó autoritario el hombre.

—No soy un experto, pero creo que ya hemos estirado, fortalecido y calentado suficiente los músculos, abuelo Albert —opinó un exhausto Roberto Santiago. El joven recién se había integrado a los ejercicios, al no entrar en conflicto con su trabajo nuevo.

—Bobby y Linc tienen razón, abuelo, esto no rockea —terció Luna con un rostro compungido y rojo. Era cómicamente linda.

—¿Tú qué opinas, Sam? —preguntó el anciano militar con seriedad.

Se sorprendió. La rubia miró con detenimiento el rostro del hombre, buscando un rastro de broma, pero sabía la actitud que adoptaba Albert Millar a la hora del entrenamiento. Era como si regresara a los viejos tiempos del ejército. Vaciló, buscando las palabras adecuadas, y respondió con tranquilidad, intentando no sonar agotada.

—No sé nada respecto a la defensa personal, y lo más que sé sobre el deporte se limita a mis clases de gimnasia. Así que, solo usted sabe cuándo estaremos listos para el entrenamiento, Sr. Millar.

El viejo sonrió, sus labios estaban escondidos en su bigote de escoba gris, pero era perceptible esa expresión.

—Espero que les quede muy claro esto —dijo en voz alta y potente—. Como todo arte, el arte de la guerra requiere de disciplina y dedicación, los ejercicios no son opcionales, sino vitales para un entrenamiento completo. Ustedes están aquí para aprender, porque necesitan saber cómo defenderse en este nuevo mundo. No siempre contarán con suerte, como lo han hecho hasta ahora, si bien Royal Woods parece funcionar con normalidad, no sabemos cuánto durará esto. Deben de estar preparados, es por eso que es indispensable entrenar como se debe y sin objeciones. Cada ejercicio, cada movimiento, cada golpe debe ser ejecutado con la precisión, la técnica y la fuerza requerida. En primera, en el entrenamiento, es para no lastimar al compañero. En segunda, para no lastimarnos a nosotros mismos. Y en tercera, para que en el momento de una pelea real, salgan lo más sanos y salvos posible. No quiero oír queja alguna, sino serán expulsados del entrenamiento, ¿está claro? —Todos asintieron sin demora—. Y Sam... llámame Albert.

Tras las palabras del viejo militar, el entrenamiento se hizo tal y como él lo ordenaba, no hubo ni una queja o siquiera un comentario. Sam sabía el respeto que los Loud le tenían a su propio abuelo, y Bobby compartía esa mismo sentimiento. Ella se sentía ajena, totalmente externa a esa relación que el "ex" de Lori tenía, nunca había tenido la oportunidad de convivir con aquel hombre. "Si yo me siento fuera de lugar, no me imagino cómo se ha de sentir Simon... O aquella niña que llegó con los Casagrande" meditó con desaliento. No solo la silenciosa niña asiática estaba mal, su propio hermano se había vuelto taciturno e irritable; la Sra. María Santiago era un manojo de nervios y llanto, y su madre no estaba mejor mentalmente hablando.

Cuando su turno llegó para ducharse, cualquier pensamiento sobre el resto se había esfumado de su mente. Siempre había sido optimista, se jactaba de siempre ver la luz en la oscuridad, mas en esta ocasión solo la penumbra la rodeaba. "Si en un inicio me había mantenido fuerte, después de esa noche..." Apretó la mandíbula, agradeciendo entre dientes a Luna por la toalla que le dio. Notó su mirada de preocupación, no pretendía cuestionarla ahora, aunque Sam hubiera deseado que sí.

Se despojó de su ropa de forma lenta, automática, casi ritualista; sin mirarse, entró a la ducha y giró la llave, permitiendo que el agua cayera de golpe sobre su cabello. El rubio pálido y brillante se oscureció, su cuerpo se estremeció por la frialdad del liquido, estática dejó que las gotas la mojaran por completo. Con suavidad, pasó sus manos por su joven cuerpo, ideas efímeras sobre su sensualidad la acosaban a momentos, su busto era pequeño por su complexión, su abdomen era plano por su estilo de vida saludable, sus piernas eran fuertes por su costumbre de andar en bicicleta, su trasero era llamativo y redondo, su espalda se arqueaba con facilidad, su cuello era ligeramente largo. Cerró el pasó de agua, y mientras pasaba la esponja por cada centímetro de su cuerpo, eliminando cada rastro de impureza, suciedad y mal olor; pensó en ella.

¿En qué se había convertido? Esa noche, con el bate en la mano, había perdido todo remordimiento. No se sentía ella, no era ella. Recordó los ruidos, el forcejó, el roce de su palma con la madera, la ligereza de su cuerpo, la firmeza de su agarre, la contundencia de su golpe. No lo pensó, al ver a las dos figuras en la estancia hizo lo obvio, lo necesario, mas nunca se detuvo a ver quien era. En su arranque de adrenalina, pudo haber golpeado a Lincoln y no lo hubiera dudado. Al ver el rostro tenuemente iluminado del albino, al ver su confusión, su terror, su agradecimiento y decepción la devolvió a la realidad. A esa cruda realidad donde se había vuelto una asesina.

El agua corría por su cuerpo desnudo, los rastros del jabón y el shampoo recorrían sus modestas curvas juveniles, mientras ella se apoyaba en la pared. Su piernas temblaban ante la imagen del hombre inmóvil, sangrante, y a su cuñado lloroso; era desgarrador. Reprimió un gemido, y las lagrimas se mezclaban con el agua. Albert le dijo que su actuar fue el adecuado, la ayudó a pasar limpia y se deshizo del hombre. "Era un violador no juzgado" le dijo, mas eso no quitaba el hecho de que había quitado una vida. Se abrazó, intentando no temblar más, ahogo su llanto y terminó de ducharse.

La mañana fue tranquila, silenciosa, aburrida. Las conversaciones morían antes de nacer y el desayuno fue más abundante que semanas atrás. La casa Loud nuevamente estaba repleto de personas, todas muy diferentes en personalidad, pero no tenía esa esencia de antaño que la había fascinado. Ahora solo existía el aislamiento, el disimulo y el silencio. Lincoln lo intentaba, y admiraba eso de él, pero parecía un caso perdido. Sin embargo, esa mañana cambiaría todo con la llegada de alguien, una visita inesperada.

Sam fue quien atendió cuando sonó el viejo timbre, sin pensarlo se levantó de su asiento y se dirigió a la puerta. "No es mi casa" pensó por instante, hizo caso omiso y abrió con cautela la puerta. A primera vista, no vio a nadie. Era insólito, la calle se veía completamente vacía, silenciosa y algo sucia, como si no hubiera pasado nadie en semanas. Con algo de tedio, miró a todos intentando buscar a un bromista, así que encontrar aquel cesto con una cobija blanca la desconcertó. Su mente aleccionada por la cultura popular de la televisión y el cine, razonó la presencia de aquella cesta como el cliché del abandono de cachorros o...

El llanto la sacó de su estupor burlesco, incrédula al cliché pensó de nuevo en la broma, mas ese llanto borró toda duda. ¿En serio alguien haría esto? En estos momentos en los que te aferras a cualquier familiar para no perder la cordura, que abandonen a alguien es más inhumano que de costumbre. Sorprendida aún, con el corazón en la garganta, apartó la manta blanca con cautela y lo vio. Su rostro pálido estaba enrojecido, sus pequeñas manos empuñaban un papel bastante desgastado, su ropa se veía vieja, su escaso cabello era de un rubio casi blancuzco y entre sus mejillas, con dificultad, Sam creía ver unos profundos ojos oscuros. Era un bebé.

—¿Qué pasa, Sam? —La voz de Lincoln le llegó desde la estancia, pero se escuchaba mucho más lejana. Los ojos del bebé eran tan hermosos, un sentimiento protector surgió de un momento a otro, y no le importó en lo absoluto no saber de dónde venía aquél niño.

—Amor, ¿todo está bien? —Esta vez, la voz de su novia se escuchaba más lejana. Respondió girándose con una sonrisa en el rostro, y de forma casi ritualista, presentó a los ojos de los hermanos Loud al bebé desconocido.

—¿No es hermoso? —comentó con calidez.

Todos quedaron mudos ante esa imagen. Sam, ilusionada, sostenía al pequeño niño con cariño casi maternal, sin prestar atención a las acciones del resto de los Loud. Tanto Lincoln como Albert salieron de la casa y, sin alejarse mucho el uno del otro, se cercioraron de que el padre o la madre estuvieran cerca. Sam se enteraría después que la calle era lo que parecía, un total desierto sin nadie cerca. Luna, en cambio, se acercó a la rubia con sorpresa.

—Es bebé muy hermoso —comentó la castaña sorprendida por la actitud de su novia.

—¿Quieres cargarlo? —dijo la rubia extendiendo al pequeño. Cuando Luna lo tomó, sintió el ardor en su seno, un ardor que confundió con la calidez de una paz indescriptible.

—Pesa bastante, debe ser ya un niño de por lo menos 6 meses —comentó la castaña con el pequeño entre sus brazos. Sam conocía de la experiencia de Luna con los bebés, había cuidado de una cantidad increíble de hermanos menores y Lily no se distanciaba mucho aún de un bebé. Pero para ella era un experiencia nueva, era muy joven cuando Simon nació, por lo que tener un bebé era una experiencia que jamás creyó conocer.

—Lo dejaron. Sea quien fuere que lo dejó aquí, se marchó demasiado rápido —dijo Albert con un dejo de molestia.

—Abandonar un bebé en estos momentos es monstruoso. Que Dios los perdone —secundó la Rosa Casagrande. En un santiamén, todos los habitantes estaban en el recibidor, a excepción de Carlitos, Lily y Sid, que parecían haber permanecido en la estancia.

—No podemos dejarlo así, ¿pero qué haremos? —Luna apretó con aire protector al pequeño e hizo contacto visual con Sam, sabía que pensaba lo mismo que ella.

—Llamaremos a la policía, ellos pueden recoger al niño y encontrar a sus padres o llevarlo a un hogar...

—No habrá quien lo adopte... No ahora, mijo —objetó Rosa a su nieto, Bobby parecía contrariado ante la iniciativa de la vieja mujer.

—Podemos... cuidarlo nosotros... —habló con temblorosa voz María, su aspecto demacrado asustó al bebé en el momento que se acercó a él.

—Somos muchos, solo el abuelo Albert y yo tenemos trabajo. Sería un suicidio financiero —espetó Bobby colocando sus manos sobre los hombros de su madre llorosa.

—Donde comen dos, comen tres, mijo —respondió la abuela Rosa que tomó al pequeño de los brazos de Luna. La pareja de rockeras contempló, absortas, como la mujer recostaba al pequeño en su cesto, que estaba bien adaptado para un niño y lo cargó con él—. Hay algo muy extraño en este angelito, pero no podemos dejarlo desamparado, Albert —hablaba directamente con el ex militar—. Es tu casa, tú tomarás la decisión final, pero pienso igual que mi hija y creo que Sam y Luna piensan lo mismo que yo. No seríamos muy diferentes a sus "padres" si lo abandonamos nosotros también.

—No planeaba dejarlo a su suerte, Rosa. —El hombre estiró la mano hacia el pequeño, con curiosidad el niño tocó con sus pequeñas manos la palma de la manaza de Albert. El viejo sonrió de forma paternal—. Mañana iremos al ayuntamiento, haremos el reporte pertinente conforme a la ley, si nadie responde a él hablaré con la alcaldesa, me debe un par de favores.

—¿Y entonces qué? —cuestionó el joven chico albino con curiosidad.

—Entonces Albert Jr. será miembro de esta familia... ¿Qué? Tiene el cabello blanco como yo y Lynn no me dejó heredar mi nombre a Lincoln, según él, mi nombre no tenía mucho estilo.

10:00 pm, 22 de Junio de 2018. Royal Woods, Michigan. Tejado de la Casa Loud.

La ciencia siempre la había cautivado. Desde la aritmética simple que aprendió a una edad muy temprana, hasta la robótica que había comenzado a estudiar de forma autodidacta. Desde la biología de secundaria hasta la física avanzada que encontraba en los viejos libros de Lisa Loud. La ciencia era cautivadora, nunca le podía fallar por su exactitud y la invariabilidad, no era como la vida misma de impredecible y cruel. La ciencia lo podía explicar todo, le daba sentido a lo que podemos percibir con nuestros sentidos de forma consciente y aquello que no. O eso creía ella hasta el trágico día en que su vida y la de muchos en el universo se desmoronó.

Desde hacía tiempo no podía dormir, las pesadillas la visitaban cada noche recordándole que no pudo hacer absolutamente nada por ellos. En esos sueños está frente a su familia, parece un día común en el parque, Adelaine corre entre los columpios mientras ella le grita que tenga cuidado. Sus padres van de la mano, hablando entre susurros, riendo como una joven pareja de novios, sin apartar mucho la atención de sus hijas. Los arboles son enormes, como si llegaran a tocas las nubes, y las hojas caen en una danza lenta y bella, son anaranjadas y su caída parece una lluvia mágica de otoño. En el parque también ve a los Casagrande, desde los abuelos sentados en una banca, admirando el panorama con solemnidad y paz; hasta Carl, CJ y Carlitos deslizándose por el resbaladero. Bobby y Carlota charlan de forma cordial, como viejos amigos, mientras que los hermanos Carlos y María, junto con Frida, toman un café en una extraña mesa con sombrilla. Ronnie Anne también está ahí, junto con toda la pandilla, la esperan con las patinetas en mano y los cascos puestos. Ronnie la llama y extiende su mano.

La oscuridad cae sobre ellos, el parque de lluvia otoñal se vuelve en un cementerio de arboles: "¿No es gracioso? Los árboles mueren de pie, como ellos..." Aterrada intenta tomar la mano de Ronnie Anne, ella sabrá que hacer, siempre sabe. Pero esta se desvanece frente a sus ojos, cada uno de ellos lo hace, por más rápido que corra, no puede evitar que se vuelvan polvo y vuelen con el gélido viento. La última en desvanecerse es su madre. Hasta hace pocos días, en su pesadilla su madre la lograba abrazar y le decía que todo estaría bien, la dejaba sola y el sueño terminaba. Mas, ahora, que sabía un poco del oscuro pasado de su madre, esta no la abrazaba; en cambio, la mirada más cruel y fría se reflejaba en sus ojos azules y una sonrisa cínica se dibujaba en sus labios. Mientras los siniestros arboles se inclinaban hacia ellas, la mujer se paraba justo enfrente de ella y decía: "¿Tienes miedo, cariño? Hay que cantar una canción juntas...

Cuando el sol se oculta ya,
la luna lo llamará.
Ojos grandes sin alma,
dientes filosos como una daga,
es el lobo de la noche.
¡Ven, oh, feroz señor!
Acepta a mi amor,
mi hija la mayor...
Devórala, sin piedad.
¡Oh, mi feroz señor!"

Entre llanto y gritos despertaba, la sensación que la oscuridad misma se la comiera la amedrentaba, la debilitaba. Odiaba dormir, odiaba la oscuridad de las habitaciones, por lo que se refugiaba en el tejado, contemplando las luces del hombre, aquellas que se extendían por la vieja Franklin Avenue. Así, contemplando la iluminada calle, dejaba que la noche pasara y solo cuando el sol salía podía dormir un poco, su cuerpo se había acostumbrado a esa rutina. Las noches, sin embargo, eran largas, y los silencios abrumadores en los que le era imposible no pensar. Le daba vueltas a su tragedia, a la nefasta noticia que escuchó de los labios de Bobby y a las pesadillas, que cada noche se tornaban peores. Su madre era incapaz de engañar a su padre, pero lo había hecho, ¿por qué no la lastimaría en sus sueños? Hasta alteraba esa bella canción de cuna que aprendió en su niñez en Noruega para torturarla.

Sid se acurrucó a la pared, la pendiente del tejado hacía que su trasero resbalara poco a poco sobre las tejas, por lo que se presionaba contra las tablas de la pared cada tanto. Sus piernas estaban recogidas lo suficiente como para evitar que resbalara, impulsándola hacia atrás, mientras que sus manos apretaban fuertemente sus rodillas de forma protectora. Su rostro pálido, que cada día perdía más vida, se ocultaba entre su descuidado cabello oscuro, las lagrimas se resbalaban con libertad por sus mejillas pecosas y su voz se quebraba cuando intentaba articular una palabra.

A este paso, iba a enfermar, y su dolor emocional se transformaría en uno físico. Ningún remedio de la abuela Rosa, o rutina de Albert Millar, o médicamente de María podrían curarla. Ya estaba enferma de tristeza, sus sollozos eran como la tos, incontrolables, mientras que sus temblores eran como los de un moribundo. Le dolía estar así, pero no podía evitarlo, las cosas no se arreglarían con otra de esas enormes sonrisas que creía dar antes de todo esto. "Yo... ¿era alegre...?" se preguntaba, ya que le parecía recordar los viejos tiempos en los que sonreía por todo, ahora parecían tan lejanos. "La ciencia lo explica todo, pero no puede explicar el tiempo por más que lo intente... Solo han pasado unos meses desde que ellos se fueron, pero para mí ha pasado una vida entera. Solo tengo 13 años, pero siento la tristeza de una vieja en sus 90 y el deseo de morir... Morir, esa es la respuesta."

Dejó de presionarse contra la pared, sintió como sus nalgas comenzaban a resbalarse por las tejas, y al estirar los pies perdió todo apoyo. Se empezó a deslizar por el tejado inclinado, pero sabía que eso no la llevaría muy lejos, no más allá de la canaleta obviamente. Así que miró por primera vez las estrellas, con desdén, pálidas le devolvían la mirada con su antigua indiferencia a los seres como ella. "Si de ese lugar pueden venir seres tan despreciables, no son para nada maravillosas" pensó con odio poniéndose de pie. No moriría mirando a donde solo hay maldad, no mirara el hogar de los seres despreciables que le arrebataron a su familia y los otros seres indiferentes a su dolor. No les daría la satisfacción de que vieran la luz de sus ojos apagándose en el último momento. Vería a la Tierra, su bello mundo donde los malos no eran tantos como afuera, el hogar de su familia y de ella. Al borde del tejado, miró el pavimento del camino de cemento que cruzaba el jardín de los Loud. Necesitaba más altura.

Si la ciencia era su pasión, aprender de todo era necesario, y estar con Ronnie Anne era una verdadera fuente de aprendizaje. Su amiga no era muy inteligente, ni mucho menos, pero era la chica más aventurera que haya conocido nunca, siempre intentando cosas nuevas aún cuando le aterraran. Sid siempre le hacía segunda, en lo que sea que quisiera probar, ya que era consciente de lo divertido que esto podía llegar a ser. No fue muy buena en muchas cosas, no como con la ciencia, pero sí aprendió mucho de su extrema amiga, y una de esas cosas fue escalar. Con el apoyo de la ventana abierta, subió al tejado del segundo piso, más resbaladizo que el del primer piso. pero a una altura mucho mayor, suficiente para hacer lo que deseaba.

Aferrándose a las tejas, llegó a la orilla que del tejado, abajo estaba la ventana circular de la habitación del novio de Ronnie. "Él no lloró cuando le dijeron de la muerte de Ronnie Anne, es un canalla" pensó con desprecio, y borró todo remordimiento de su corazón. Se paró, con dificultad, en la orilla del tejado, en el punto más alto, y solo bastaba con inclinar su desequilibrado cuerpo hacia adelante para caer y terminar con todo. Contemplo con detenimiento el pasto, la cerca de madera, la tierra removida del jardín de la Sra. Loud. Todo ruido a su alrededor se mitigó, cerró los ojos y con voz temblorosa entonó la verdadera canción que su madre les cantaba a ella y Adelaide:

El lobo aúlla de noche en el bosque,
él quiere, pero no puede dormir,
el hambre le desgarra el vientre lobuno
y su choza está fría.
Oye, lobo, oye, lobo...no vengas aquí
nunca tendrás a mi hija.
El lobo aúlla de noche en el bosque
aullidos de hambre y lamento
pero le daré la cola de un cerdo,
cosas que satisfarán su estómago.
Oye, lobo, oye, lobo...no vengas aquí
nunca tendrás a mi hija.
Duerme mi niña, en la cama con mamá
deja que el lobo aúlle por la noche,
pero yo le daré un hueso de pollo
a menos que alguien ya lo haya tomado.
Oye, lobo, oye, lobo...no vengas aquí
nunca tendrás a mi hija,
nunca tendrás a mi hija.

—¡Sid! —Sintió unos brazos rodeándola, el murmullo de la voz de su madre se esfumó y la potente voz de él la regresaron al mundo. No eran brazos muy fuertes, y él tampoco era muy alto, aun si su apoyo era firme, con el peso de ella no podría hacer mucho.

—Quiero caer... —murmuró, las lagrimas volvieron a salir entre sus parpados cerrados—. Quiero ir con ellos, con Adelaide...

—No lo harás —juró con voz decidida, y la atrajo hacia él.

Cayeron, sí, pero no fue en el pasto de los jardines laterales ni sobre los descuidados tulipanes, sino en el tejado del primer piso. Tampoco ella recibió de lleno el impacto, sino que él lo hizo, escuchó como su cuerpo chocaba contra el viejo tejado, agrietándolo, pero no cayendo más. Fue en ese momento, cuando el agarre se aflojó, que abrió los ojos y lo vio. Una mueca de dolor se dibujaba en su rostro, ese rostro pecoso, apretaba los parpados con dolor pero al momento de abrir sus ojos vio un profundo azul cristalino, tan hechizante como cautivador. Sus facciones juveniles eran atractivas, aun con el acné, su nariz era redonda y chistosa, al igual que aquellos dos dientes de conejo. Pero lo más llamativo era su cabellera, despeinada y maltratada, de un blanco tan claro como el de la luna. "Es como si fuera de nieve" pensó mientras que sus dedos temblorosos acariciaban ese cabello.

—¡Sid! ¡Lincoln! —La voz de Bobby, proveniente del tejado del segundo piso la sacó de su ensimismamiento.

La niña asiática se volvió hacia el hermano de su amiga, su rostro reflejaba preocupación pura, este descendió lo más rápido que pudo evitando caer y se acercó a ambos. La miró directo a los ojos, esperaba ver decepción o enojo, pero se encontró con una mirada llena de amor, de alegría. Sus ojos le decían "Gracias al cielo estás viva" y la voz temblorosa del muchacho mexicano le aseguró que todo estaría bien. La rodeo con sus largos y fuertes brazos, y en su pecho Sid pudo llorar a moco tendido. Pidió perdón una y otra vez, pero tanto Bobby como un adolorido Lincoln le dijeron que no se disculpara, que ahora ellos estaban ahí para ella.

Esa noche Sid descubrió dos cosas: la primera era que su vida debía continuar, sin importar que tan difícil se ponga todo, siempre encontrará a alguien que la querrá y no la dejará sola. Y la segunda, fue la razón por la cual Ronnie Anne quería tanto a ese chico Loud. "Siempre cuidando al resto, siempre ayudando al que lo necesita y dando la cara a los problemas. Él es un verdadero héroe."

4:35 pm, 4 de julio de 2018. Royal Woods, Michigan. Parque Central.

Junio se presentó como un mes cálido, con pocas lluvias y tardes ventosas. El verde del Parque Central empezaba a tornarse amarillento por la falta de riego, los árboles eran el único consuelo para los transeúntes y los puestos que se habían organizado cerca de la Fuente Rosa y el escenario al aire libre proveían de comida y bebida. El tiempo ayudaba a mitigar el dolor, las personas comenzaban a salir de sus casa e intentaban retomar su vida normal, poco a poco, pero lo intentaban. Se veían a las reducidas familias deambular entre los puestos, intentando divertirse, era un día importante.

Quienes más se beneficiaban de las festividades eran los comerciantes, después de un largo período de crisis e inestabilidad económica, el 4 de Julio era su oportunidad de lograr un poco de ganancia y volver al negocio. El recién reabierto restaurant de la familia Loud, La Mesa de Lynn, puso un puesto para promocionar su comida, ya que la gente de Royal Woods parecía haber olvidado que existía. Los encargados de este puesto serían el viejo amigo de Lynn padre, Kotaro, con la ayuda de la nueva cocinara del restaurant: Rosa Casagrande. Apoyando, como siempre, el viejo dúo de Clincoln McCloud y el trabajador Roberto Santiago.

Desde el medio día, el puesto de La Mesa de Lynn se había colocado en un lugar bastante visible y privilegiado, vendiendo postres que salieron del libro de recetas de Lynn padre. Desde cupcakes, galletas y tarta hasta la especialidad de Rosa, churros. Las recetas no eran para nada similares a las logradas por el chef estrella y fundador del restaurant, pero su sabor seguía siendo excelente gracias a la técnica y pasión de la abuela Casagrande. Los chicos se dedicaban a repartir muestras por todo el parque, mientras que Kotaro y Bobby atendían a los clientes que llegaban al puesto.

En una de esas vueltas por el parque, cuando la hora de los fuegos artificiales se acercaba, Lincoln se perdió en sus pensamientos y decidió comer las últimas muestras de churros que tenía en su bandeja. Familias vestidas de blanco, rojo y azul andaban por los caminos de cemento, parejas felices se tumbaban bajo los frondosos arboles, personas solitarias deambulaban sin destino como el albino. Lincoln pensó, después de mucho tiempo de negarse a recordarlo, en aquella nefasta tarde en que todos desaparecieron.

¿Cuál había sido la razón por la que Luna, Lily y él no se esfumaron? Las declaraciones de los Vengadores habían hablado de las intenciones de Thanos, enfermizas y retorcidas, pero justas desde su punto de vista. No importaba si eras bueno o malo, rico o pobre, listo o tonto, el chasquido fue imparcial. Desde que se supo de las intenciones del titán loco, algunos habían defendido esta visión como la opción más razonable y justa ante el problema de la sobrepoblación, cultos a la supervivencia del chasquido surgieron declarando que los supervivientes eran elegidos por Dios. Y aunque el caos traía locura y desvaríos, Lincoln también percibió una solemnidad en la mayor parte de las personas, se volvieron más solidarios y empáticos. "Muchas guerras se detuvieron" concluyó el chico.

Muy dentro de él sentía que había un motivo por el cual él no se desvaneció, aunque no se sentía un elegido por Dios, tenía la ligera sensación de que su presencia era necesaria para algo. "No puede ser simplemente el azar, debe haber un criterio" se aferró a esa idea, no quería que la culpa lo consumiera hasta el borde de la locura, ya tenía suficiente con lamentarse en sus momentos de soledad como este. Suspiró con pesadez al imaginar que, sea lo que fuere el motivo de su supervivencia, sería algo muy complicado de lograr, e imaginó que tendría que ver con su familia. "Debo cuidar de mis hermanas... Y del pequeño AJ, por supuesto".

—¡Lincoln! —una voz muy familiar llamó su atención. Despabilándose, miró hacia la lejanía mientras veía a varias figuras acercándose por el camino. La pequeña rubia que lo había llamado se adelantó a sus acompañantes en una carrera por llegar a él, las coletas que le solían hacer se agitaban con cada zancada que daba, su respiración era agitada y su cuerpo se movía de forma curiosa cuando corría. El chico plantó una rodilla en tierra y abrió los brazos, esperando su llegada.

—¡Hola, pequeña! —dijo con una enorme sonrisa mientras la recibía. Lily saltó a sus brazos, y con emoción se aferró a su cuello mientras se agitaba entre sus brazos. Un abrazo de su pequeña hermana calmó sus dudas y mitigó su dolor, si algo tenía que hacer era proteger a la pequeña niña de este nuevo mundo.

—¿Dónde estuviste todo el día, Linky? Si no están en la casa me aburro mucho.

—Ahora me siento menospreciada, hermana —comentó Luna, quien se había acercado junto con Sam, Sid y Albert Jr.

—Es que no eres tan divertida como Linky...

—Estaba trabajando con el tío Kotaro y la abuela Rosa, apestosita. No se supone que jugarías con Carlitos y Carl.

—Es que se pusieron a jugar a los superhéroes y no me dejaron ser Ironman...

—¿Y por qué?

—¡Porque soy niña! A fuerzas querían que fuera Ms. Marvel, es cool pero me gusta más Iroman, y no hay un Ironman mujer, lo cual es muy aburrido. Yo creo que debería haber un Ironman mujer, podría llamarse Ironwoman y tener una armadura lila y...

La pequeña siguió parloteando mientras los demás reían, era tan graciosa cuando se ponía intensa respecto a un tema que la molestaba. No negaba que tenía un punto valido, a veces le asustaba lo inteligente que podía llegar a ser su pequeña hermana, a pesar de su edad. Después de calmar a Lily, Lincoln decidió acompañar las chicas y al infante a un lugar bueno para ver los fuegos artificiales. Andaba de la mano de su hermanita, escuchando sus ideas sobre como hacer que Charles fuera lila, pero su mente se enfocaba en otra persona, al igual que sus miradas.

Su andar era gracioso, como el de una gacela, su coleta castaña se balanceaba al son de sus movimientos. Su pálida piel se bronceaba dado a la ligereza de ropa, resaltando sus piernas torneadas a pesar de su delgadez. Sus pecas se extendían desde sus mejillas hasta el pecho, se notaban aquellas manchas marrones por su blusa de tirantes azul, permitiendo admirar las de los hombros, cuello y pecho. Pero lo más llamativo de la chica eran sus rasgos finos y felinos, sus ojos rasgados, sus pómulos marcados, su barbilla redonda y labios delgados que esbozaban una pequeña sonrisa. Su belleza, con los días, adquiría un aire más juvenil y llamativo para el chico, y la nueva vitalidad que había adquirido la hacía magnética y tremendamente hermosa. "Su sonrisa es cautivadora y cálida, al igual que su mirada es hechizante y vivaz... Es muy linda".

Sid Chang se había vuelto un personaje importante en la obra de su vida, que había aparecido como una secundaria intrigante hasta volverse la protagonista de sus sueños y pensamientos. Desde aquella noche donde se aferró a ella para que no cayera, Lincoln había tenido una afinidad por la vieja amiga de Ronnie Anne, una afinidad que poco a poco se volvía interés y afecto. El recuerdo de su novia desvanecida los unía, haciendo a Lincoln una de las pocas personas que mantenía largas conversaciones con la chica, casi siempre enfocadas en ese tema. Mas, también empezaron a conocerse el uno al otro, sus gustos y aficiones, pero sobre todo sus pensamientos.

Había noches en las que se deslizaban al porche para hablar con mayor libertad. Habían adquirido la costumbre de mirar el cielo nocturno, que para Lincoln era cautivador y fascinante. El mundo había sufrido muchos cambios desde la aparición de las maravillas, pero algo que no cambiaba era el interés por lo que hay más allá de su galaxia, y aunque las invasiones habían dado una pequeña muestra de lo que había, aún faltaba mucho por conocer. Sid, más concentrada en el Planeta Tierra, solía hablarle del fascinante mundo natural que los rodeaba, aquellas maravillas propias de su planeta y de las especies que lo habitaban. Ella exponía su visión sobre como la misma naturaleza lograba hazañas únicas y que eran producto de su sabiduría.

Ambos eran soñadores, idealistas, que el mundo había pisoteado hasta que sus sueños quedaron moribundos, ensangrentados e inmóviles en el suelo. De vez en cuando, despabilándose de su sopor melancólico, murmuraban sus deseos más alocados e infantiles, deseosos de despertar del todo y regresar a lo que fueron. Esos lapsus en los que se permitían ser ellos mismos eran breves, casi efímeros, como una noche de verano. Pero eran los mejores momentos en su día, por lo menos para él, que no dejaba que las palabras que ambos intercambiaban quedaran en segundo plano, las recordaba con tal intensidad que podía recitarlas a la perfección.

—Tienes muy buena memoria —le comentó una vez. La luz de la lampara iluminaba su rostro despierto, enérgico y pensativo.

—Solo en ciertas situaciones. Me distraigo con facilidad, eso me solía meter en muchos problemas en la escuela y en casa, olvidaba cosas importantes. —Suspiró con una sonrisa en los labios, se recostó de lado, mirando a su interlocutora con la mirada fija en la luna—. ¿Te conté de aquella vez que borré todas mis fotos? Clyde se volvió el Hombre-Camaleón, se vistió de una infinidad de cosas con tal de recrear la mayor parte de mis recuerdos, pero conforme más pasaba el tiempo más olvidaba. Solo tengo buena memoria con las cosas que realmente me importan.

—¿Yo soy una de ellas? —Su tonó era de genuina duda, casi inocente. Se giró para mirarlo directamente, aquellos profundos ojos oscuros tenían un resplandor plateado que dejó mudo al albino por unos segundos. El tiempo parecía correr con lentitud, mientras su cálido aliento chocaba con su rostro y el olor de su perfume cautivaba su sentido del olfato.

—Sí, lo eres...

—¡Miren, es el abuelo! —Lily se soltó de su mano, corriendo con total libertad entre las gentes reunidas, con la clara dirección de interceptar al viejo hombre.

Lincoln se quedó estático, mirando como su pequeña hermana era abrazada por tan amoroso hombre, era levantada en brazos y lanzada al aire. Entre risas, la niña cayó entre los brazos de su abuelo, canturreó "otra vez, otra vez..." en repetidas ocasiones, incitando al viejo a repetir la acción. Sam, con AJ en sus brazos, y Luna se adelantaron a saludar al abuelo, cuestionándolo sobre su "importantísima" labor en los festejos del 4 de Julio. Albert había salido temprano por la mañana, tras una llamada con la alcaldesa Davis, y les aseguró que tendría un rol importante en la organización.

—Pareces poco entusiasmado en saludar al Sr. Millar.

—Es mi abuelo, Sid, normalmente siento alegría al verlo.

—¿Y la sientes ahora?

—Sí, solo no tengo esa necesidad de correr a sus brazos como antes. Solía visitarlo a la Casa de Retiro, siempre emocionado por pasar una espectacular tarde con él.

—Ahora pasas todo el día a su lado, terminas acostumbrándote a la presencia del Sr. Millar.

—Pasa con todo el mundo, tarde o temprano estar con alguien se vuelve tan común que pierde toda la magia.

—Mi padre solía decirme que eso no pasa con la persona que amas. No amor amistoso o a un familiar, ese termina por volverse la costumbre de la que hablas. Sino, el amor más puro, romántico. Puedes pasar el resto de tu vida con esa persona a tu lado, durmiendo juntos, comiendo juntos, viajando juntos y hablando de trivialidades, pero nunca te cansas de eso, nunca deja de maravillarte el otro.

—Es un pensamiento muy romántico ¿no lo crees?

—Así era mi padre, un romántico soñador, al igual que yo.

—Entonces crees que, por más tiempo que pases con esa persona, nunca te cansarías, o por lo menos te acostumbrarías, de estar con la persona a la que amas.

—Exacto, Si te cansas de esa persona significa que su amor es otra cosa.

—Es lindo pensar así, Sid.

—Y que lo digas, Lincoln.

Agotado el tema, después de un corto intercambio de miradas, los chicos se reunieron con el resto para presenciar los fuegos artificiales. El sol comenzó a caer por el occidente, el cielo se teñía de rojos, anaranjados y azules, y las palabras patrióticas de la alcaldesa y otros miembros importantes de la comunidad, entre ellos el abuelo, despertaron el entusiasmo de los habitantes de Royal Woods. En aquel pueblecito del frondoso y húmedo norte de Estados Unidos, presenciaría uno de los espectáculos más increíbles y únicos que pueda presenciar alguien. Fue tan asombroso, y raro, que los fuegos artificiales quedaron en segundo plano, y como era costumbre, los Loud fueron el epicentro de tal fenómeno.

El abuelo Albert, fiel a su palabra, tuvo una participación importante al ser el accionador de los fuegos artificiales, y los Loud, como los Casagrande y Sharp, tuvieron el privilegio de tener los mejores lugares. El espectáculo inició con potencia, diferentes tipos de pirotecnia fueron lanzadas al aire, llenando el cielo crepuscular de colores vivos y patrióticos. No contaban con el estruendo de la pirotecnia, que para la mayoría de ellos era tolerable, pero para el pequeño Albert Jr. fue más de lo que pudo soportar. A pesar de que Sam, con esa faceta protectora que había desarrollado, había tomado todas las precauciones para que el bebé no escuchara el estruendo de los fuegos artificiales, el niño parecía haberlos escuchado y rompió en un potente llanto.

La cosa no hubiera pasado a mayores si se tratara de un simple caso de un bebé común llorando, pero AJ no era para nada común. Cuando su llanto se volvió incontrolable, preocupando a la pareja de rockeras y al resto de los asistentes cercanos al niño, algo extraño ocurrió. Gracias al manto sombrío de la noche, pudieron notar como la pálida piel del bebé se tornaba de un verde inhumano, más que enfermizo. Era de una tonalidad potente, brillaba incluso, como si fuera un pedazo de materia radioactiva que se veía en las caricaturas. El brillo se volvía más notorio conforme más lloraba el chiquillo, y un calor inusual comenzó a inquietar a los Loud, Casagrande y Sharp.

Lincoln, que en todo momento se había mantenido inmóvil presenciado todo, sintió el agarre de una delicada mano. "Lucy, no estés asustada..." pensó al confundir el tacto con el de una de sus hermanas desvanecidas. Era Sid quien se aferraba a él, muda y sin aire intentó preguntar por aquel inusual evento. "¿Qué diablos está pasando?" se figuró Lincoln que ella quería decir, y con una rápida mirada le dijo que no tenía ni la menor idea. Frío, como el resto, no hicieron nada para detener a Albert Jr. hasta que pudieron ver los huesos de Sam a través de su piel. El brillo de AJ se había vuelto tan intenso que había cubierto a la desesperada chica, que intentaba calmarlo, pero al sentir como su piel se volvía transparente y ardor insoportable, dejó caer al bebé sobre la manta que tenían. Por el impacto el niño calló, sorprendido ante esa sensación de abandono, y clavó sus profundos ojos azules en los de Sam. La rubia lo miraba atónita, temerosa, pero comprensiva.

Cuando el espectáculo de fuegos artificiales llegaba a su clímax, y cientos de cohetes eran disparados para formar la bandera de los Estados Unidos. Todos los testigos de la hazaña de AJ se miraron entre sí, sabiendo la respuesta a tan obvia duda: ¿quién o qué era aquel niño? Mas, nadie se atrevía a decir las palabras. La mano de Sid se aferró más a la suya, nuevamente intercambiaron una significativa llamada que confirmaba que ambos pensaban igual, y con estupefacción escucharon a Bobby.

—Es un mutante.

7:00 pm, 1 de diciembre de 2018. Royal Woods, Michigan. Casa Loud.

—No tengo idea de lo que estás hablando, chico —respondió centrando su atención en secar los platos con una franela.

El clima ya era más helado, los pronósticos hablaban de vientos inclementes y posibles nevadas, demasiado prematuras. Las últimas semanas habían sido un verdadero infierno, por lo menos para ella, donde se rompió como no lo había hecho desde el día del Blip (término absurdo inventado por los medios). A pesar de lo mal que lo estaba pasando, no quería involucrar a nadie más. "Problemas de dos, problemas para dos" repitió aquellas palabras que quedaron grabadas en su mente, luego de su primera relación. Además, era lo suficientemente orgullosa para creer que lo lograría sola.

—No engañas a nadie, Luna. No son para nada discretas.

Tenía un punto, eso no se lo iba a negar, pero eso no significaba que se lo iba a decir a él. Amigo o no, si ni siquiera le había dicho a su familia directa, mucho menos a alguien que, de cierta manera, ya no formaba parte de esta. Sintió su mirada, era penetrante, parecía mirarla con preocupación e interés, algo que no esperaba de él. ¿Por qué le importaba? Nunca fueron muy cercanos, apenas si hablaban...

—Sé que no somos muy cercanos. Soy consciente de que, fuera de Lincoln y Leni, no conversaba mucho con ustedes. Ahora es diferente, o eso quiero creer, llevamos viviendo juntos desde hace meses y hemos tenido una relación más cercana, una amistad ¿no?

—Podría decirse...

—No soy de los que se metan en asuntos de otros, pero se nota a leguas que necesitas sacar esas emociones negativas. Estás bajo estrés últimamente y esto solo te daña más.

"Estrés" se repitió recordando las últimas semanas. Había conseguido un trabajo de medio tiempo antes de Halloween, y desde entonces no puede ni con su alma. Jamás imaginó lo agotador que podía ser un trabajo tan repetitivo y estático como empleada de piso en la tienda de discos en el Mall. Había días en los que había un par de clientes, y el resto de tiempo se dedicaba a acomodar el inventario o deambular mirando los CDs y los vinilos. Otros días, los clientes llegaban de forma constante y tardaban una eternidad en elegir un solo disco, era un lugar de reunión pero algunos parecían querer quedarse en el local. Royal Woods se había vuelto un pueblo de paso bastante visitado para aquellos que migraban a Canadá, con su cercanía al Lago Michigan muchos se quedaban decidiendo si abandonarían América o no, terminando con muchos nuevos residentes. Su pueblo se volvió importante en todo el noreste de Estados Unidos, y Richard Barkley's Record Store era el lugar idóneo para comprar un compacto para el camino, o redescubrir el walkman.

—¿Quieres hablarlo? —Al voltear se topó con sus ojos marrones, sonreía de forma amistosa, casi fraternal, y su rostro reflejaba tranquilidad. Desde que lo conocía, Bobby siempre había parecido el hombre más amable del mundo, siempre dispuesto a ayudar a cualquiera que se lo pidiera. "Un hombre con el corazón noble, una buena elección, hermana" pensó con simpatía.

—Sí, creo que sí —le respondió soltando un suspiro—. Creo que Sam se ha obsesionado con cuidar de AJ y eso nos hizo pelear...

Mientras hablaba, a su mente acudieron los recuerdos de ese día tan sombrío para su vida. Sam estaba particularmente bella esa noche, con su cabellera rubia recogida en una coleta y ropa ligera de un azul pálido. Dormían juntas, muy a pesar del disgusto que eso podía causarle a su abuelo, ellas lograron ganar ese privilegio argumentando la escases de habitaciones y que necesitarían poco espacio. Mas, como parecía costumbre, Sam estaba más preocupada por Albert Jr. que por escucharla, eso le molestó... Su discusión, aunque hecha entre susurros, fue lo suficientemente fuerte para despertar al niño.

—Me comporté como una idiota —dijo al terminar de contar el suceso—. Dije cosas que la hirieron como no tienes idea. La hice llorar, amigo, y me había prometido no hacerlo nunca, hablar con tranquilidad y no comportarme como una estúpida impulsiva. Pero, me estaba jodiendo su actitud, su extraño comportamiento sobreprotector con AJ, no digo que lo desprecie y lo trate mal, mas ella está obsesionada con cuidarlo.

—No escuchaste sus razones ¿verdad?

—No paraba de decir que él la necesitaba, como si no estuviéramos todos los demás para cuidarlo... ¡Se cree su mamá...! Oh, Dios, no puede ser... —No tenía sentido, esa idea era absurda, ridícula; era muy joven como para querer eso.

—No creo que sea un verdadero instinto materno. —Bobby disipó sus sospechas—. Un instinto materno es como el de la abuela, quien se la pasa recordándonos nuestras responsabilidades y cuidando nuestra salud. Instinto materno es el que tenía Lori, que siempre estaba al pendiente de todos ustedes, pero jamás metiéndose en sus vidas. Sam tiene algo, Luna, y tú eres la única que puede ayudarla.

—¿Yo? Pero ni siquiera me escucha...

—Te escucha más que al resto, Luna. Simon no puede mantener una conversación con ella desde hace días, y desde que se pelearon apenas habla con el resto. Está muy mal.

—¿Qué puedo hacer yo? La última vez que intenté decirle lo que sentía la lastimé. —Su voz se quebraba con cada palabra, terminando en un susurro lloroso—: No quiero hacerla llorar, de nuevo...

Él puso sus manos callosas sobre sus delgados hombros, a través de sus ojos llorosos vio su rostro lleno de ternura. Sin decir nada, él la abrazó y dejó que ella soltara sus sollozos de frustración en su pecho, no le gustaba llorar, pero sentía que cargaba con el peso del mundo. Pasados unos minutos, calmó su silencioso llanto y se separó de Bobby, aún la miraba con compasión. Silenciosa, dejó que él hablara por un rato, necesitaba escuchar los consejos de alguien más. Desde que Lori se fue, no sabía como lidiar con tanta responsabilidad, extrañaba tener una hermana mayor, y Bobby era lo más cercano que tenía a su hermana desvanecida.

—No debes hablarle de ti, no en este momento, debes escucharla. Sea lo que fuere lo que la molesta, lo que la hace comportarse así, necesita de alguien que la escuche. Habla con ella, y con el corazón, pregúntale sobre aquello que la atormenta. He visto su mirada, parece vacía y triste, como si algo la carcomiera por dentro.

—Tiene bastantes pesadillas, chico, apenas duerme.

Una vez más Bobby le aconsejó hablar con ella, no discutir ni exigirle nada, sino averiguar que era lo que detonaba esa sobreprotección de Sam hacia Albert Jr. Cuando Luna quedó sola en la cocina, medito sobre lo que le diría, como se acercaría a ella para poder tener una conversación y como controlar su irascible comportamiento. "La amas, Luna, debes demostrarle eso y ella podrá abrirse contigo. No la juzgues, ayúdala, te necesita" concluyó con decisión, encaminándose a la estancia, borró de su rostro todo rastro de su llanto y trató de poner la mejor cara. 

La vio junto al árbol. Las luces coloridas iluminaban la sombría habitación en aquella fría noche de diciembre. Fuera de ellas dos, el resto de los habitantes de la Casa Loud estaban entusiasmados con la llegada de la Navidad, era una noche especial que parecía representar el fin del duelo y el inicio de una nueva Era. Su cabellera rubia caía como una ondulada cascada dorada sobre su espalda, vestía un suéter navideño color celeste y blanco, conversaba con una sonrisa triste con su hermano, sus ojos tenían un brillo melancólico y soñador. A pesar de todo, Sam siempre sería la mujer más hermosa que haya visto.

—No me siento cómodo sin mi calceta, la tejió mamá cuando tenía 2 años y siempre la he puesto en la chimenea. No quiero comprar otra —dijo el chico regordete con voz lastimera. Su aspecto triste se resaltaba con una expresión caricaturesca de una cara larga, sus mejillas abultadas temblaban con sus suspiros y los labios formaban un puchero.

—Lo sé, chico, lo sé —le dijo con voz delicada, casi como un suspiro—. Es difícil desprenderse de esas calcetas, la mía también la tejió mamá, y créeme que me duele no haberla salvado del fuego. Pero no podemos hacer nada, Simon... —A pesar de la melancolía de su voz, quería sonar comprensiva y fraternal.

—No puedo simplemente olvidarlo, Sam. No tenemos nada de papá y mamá... No tenemos nada...

—Te equivocas, hermano, aún tenemos los recuerdos con ellos....

—Eso no es suficiente —masculló con frustración—. Los extraño, Sam, no quiero pasar esta navidad sin ellos. Nos dejaron solos...

—Vamos, Simon, no seas fatalista —replicó Sam más animada—. Sé que esta será una navidad diferente, yo también extrañare a nuestros padres, pero debemos seguir adelante. Mira, hermanito, entiendo tu apego a las viejas costumbres, entiendo tu descontento con el cambio y lo triste que estás por la ausencia de nuestros padres... Pero no estamos solos, nos tenemos el uno al otro, siempre estaré para ti, chico, así que no repitas eso de nuevo. Además, nuestros padres están con nosotros, en nuestros recuerdos y sueños.

—Y no solo se tiene el uno al otro, chico, sino que estamos todos nosotros también —intervino Luna haciendo acopio de todas sus habilidades como hermana mayor—. Hemos vivido juntos bastante tiempo, ¿no crees, chico? No somos tus padres, nunca lograremos reemplazarlos, pero creo que podemos considerarnos familia, yo así te veo Simon. Sé que, si nos das la oportunidad, tal vez nuestra compañía pueda alegrar tu navidad, al fin y al cabo de eso se trata, de estar con familia.

Simon la miraba con cierta sorpresa, pero no más que Sam, como si no esperara su ayuda con su hermano. Las expresiones de sorpresa se fueron transformando en un par de sonrisas, tristes, pero esperanzadas. Los ojos de Simon brillaron ante las palabras de la rockera, parecía ilusionado con la idea de que lo consideraban parte de la familia, se sentía realmente solo.

—Si somos una familia, somos una muy extraña y disfuncional —comentó la rubia con humor.

—Bueno, yo ya estoy acostumbrada a familias extrañas y poco funcionales, les llevo ventaja —comentó siguiendo el juego, encogiéndose de hombros.

—Pero somos geniales ¿no? —cuestionó Simon.

—Por supuesto, chico, somos geniales...

Luna ayudó a Sam a reconfortar al joven rubio, un par de anécdotas divertidas después el chico parecía más alegre y cómodo. Sería la intervención de la abuela Rosa lo que terminaría de contentar al chico, ya que la mujer apareció repartiendo calcetas navideñas tejidas en sus tiempos libres. "Me gusta hacerle una nueva a mis nietos cada año" ese comentario casual parecía hacer sentir más cercano al chico con el resto, que como Sid, se había mantenido a la raya de todos. Al poco tiempo, tanto Simon como la abuela Rosa abandonaron la estancia, dejando a las chicas solas.

Sam parecía nerviosa, algo incomoda, moviéndose de un lado al otro, sentándose y buscando cualquier pretexto para pararse y recorrer la estancia, siempre manteniendo una clara distancia con Luna. Se mantuvo callada, organizando sus ideas, intentando averiguar qué palabras usar para convencerla de hablar con ella. Habían pasado días desde que no conversaban como tal y le constaría horrores mantener una conversación intima. Respiró con lentitud, como le enseñó su abuelo, tranquilizándose y disipando sus temores. Cuando Sam miraba el árbol por tercera vez, buscando una esfera mal acomodada, le habló.

—Me sigue impresionando lo mucho que te gustan los árboles de navidad. —Ella la miró, expectante, la dejó hablar—. Recuerdo la primera navidad que pasamos juntas, bueno cada quien con su familia, pero tú me entiendes. Fuimos el 20 al Centro Comercial, casi había olvidado comprar el regalo para Lincoln en el santa secreto, y tú querías comprar un postre para la cena navideña. La administración del Centro Comercial habían decidido cambiar el viejo árbol que tenían desde el 94, y modernizarse un poco con uno de esos arboles más luminosos. Cuando lo viste quedaste boquiabierta, el juego de luces formaba figuras y su hermoso color plateado lo reflejaba de una manera impresionante. El techo cristalizado de esa zona dejaba ver los copos de nieve, dándole un toque mágico. No dejabas de mirarlo.

"Me dijiste una vez que, fuera de la reunión familiar, lo que más te gustaba de la navidad era decorar el árbol. Todo el proceso de encontrar los adornos, buscar el lugar idóneo, reemplazar las esferas que se rompieron y colocar cada uno de los adornos en su lugar. Me gustó verte hacerlo aquí, tu sonrisa era tan cálida, parecías emocionada en el momento en que Lincoln te dijo que podías colocar la estrella... Me gusta verte así de feliz, más porque la navidad es tu fecha favorita."

—Y estoy feliz, Luna —respondió con aspereza—. Falta menos de un mes para navidad, estoy rebosante de alegría y emocionada.

—No lo parece. —Dejó su asiento atrás para andar hacia la rubia, dejando su espacio, decidió disculparse—. Discúlpame, Sam, estos días han sido un tormento, me doy cuenta de lo idiota que puedo ser al expresarme. No debí ser tan egoísta y grosera contigo, no te lo mereces, y entiendo que no me puedas disculpar a la ligera...

—Luns, sabes que yo también me comporté un poco cabeza dura contigo, sigo molesta pero aceptaré tus disculpas y seguir como si nada...

—No solo quiero disculparme, quiero ayudarte.

—¿Ayudarme...?

—Sam, linda, quiero saber qué es lo que te atormenta tanto. —Acortó la distancia entre ellos, acarició con delicadeza su rostro y la miró con seriedad—. La melancolía con la que hablas, tu nerviosismo constante cuando estás fuera de casa, esa obsesión con estar todo el tiempo con AJ...

—De nuevo con eso...

—No, no me mal interpretes —frenó sus reproches—. No deseo reprochar nada, en lo absoluto, solo quiero entenderte. Desde que vivimos juntas no hemos hablado mucho, qué irónico, pero es así. Por favor, Sam, siento que no estás del todo bien y quiero saber por qué, quiero entenderte y así no cometer el mismo error de los últimos días. Por favor, linda, cuéntame...

Sam miró a la nada, seria y silenciosa, asimilando las intenciones de Luna. La miraba de soslayo, buscando cualquier doble intención, como si desconfiara de ella. Aunque ese comportamiento la hirió, era consciente que los problemas entre ellas y su comportamiento, hicieran de Sam alguien un poco más arisca a compartir sus pensamientos con ella. Sin embargo, cedió, la desconfianza se desvaneció de sus ojos y cualquier expresión de dureza la abandonó. Quedó vacía, pensativa, como si dejara que las malas experiencias que la habían llevado a ese estado acudieran una tras otra a su mente. Con semblante triste, la miró directamente a los ojos, las lagrimas empezaba a aflorar entre sus parpados, se cristalizaron aquellas pupilas verdes que miraban con mucha intensidad. Le dolió verla caer en ese estado.

—Soy una asesina, Luna. Mis manos están manchadas de sangre, la sangre de ese sujeto. —Su voz ahogada y temblorosa parecía un chillido, abrumador mas no ruidoso—. Cada noche lo veo, veo su maldita silueta en el suelo, sangrando, muriendo... No quería hacerlo, te lo juro, solo quería que se desmayara... Sí, ni siquiera lo quería golpear tan fuerte, pero tenía un cuchillo, Luna, uno enorme. Lincoln hubiera muerto, incluso yo pude haberlo matado, estaba muy oscuro y solo vi el cuchillo y dos siluetas... ¡Solo eso veía, Luna! Puede haber matado a tu hermano.

—Hey... ¡hey, nena! Tranquila. —La rodeo con sus brazos, temblaba y sollozaba con terror, como si fuera de nuevo ese día. Los recuerdos de esa madrugada eran borrosos, el miedo los dominó a todos, pero nadie como Sam. "El abuelo lo solucionó" recordó intentando encontrar las palabras para calmar a la rubia—. Golpeaste a un criminal, Sam, no a una persona inocente...

—Lo maté... Yo lo maté...

—Mírame, Sam. Tú no mataste a nadie, tú lo que hiciste fue salvar una vida... Salvaste la vida de mi hermanito. Sin ti él ya no estaría aquí...

—Pero pude haberlo lastimado, estaba muy oscuro...

—No lo hiciste. —Con cuidado, la guió hasta el sofá, su respiración entrecortada por las lagrimas y el llanto luchaba por normalizarse. Su rostro era una mancha de maquillaje corrido, temblaba como si se estuviera congelando en la intemperie. Necesitaba ayudarla, necesitaba encontrar las palabras para disipar sus temores—. Lo salvaste, actuaste como una heroína y evitaste que dañaran a Lincoln, y estoy profundamente agradecida por eso. Lo que hiciste fue en defensa propia, cariño, no lo querías dañar. Debes dejar de atormentarte con el pasado.

—Lo intento, de veras. Quiero convencerme de que no fue apropósito, de que lo hice por defensa... Pero había mucha sangre, más de la que nunca había visto. Arrebaté una vida, buena o mala, seguía siendo una vida.

—Y por eso estás tan obsesionada con AJ, ¿verdad? Intentas compensar protegiendo al niño, a un pobre huérfano abandonado a su suerte.

Sam no pronunció palabra, pero su mirada lo decía todo. La razón ahora era clara, una vida por otra, el que Sam fuera sobreprotectora era una reacción natural ante el trauma que había vivido, por lo menos en alguien como ella. Si cuidaba a AJ bien, podía compensar la vida que arrebato, quedar a mano por decirlo de una manera simple. Sin embargo, sus acciones solo le hacían recordar esa madrugada, le hacía revivir aquella escena sangrienta, y si seguía así podía llegar a enloquecer.

—Sam, no me imagino lo que sientes, ni siquiera puedo hacerme una idea. Pero algo sí sé, que atormentarte con ello solo te hará enfermar, ya estás en un estado anímico, nena, no quiero verte decaer... Ese hombre no solo era un ladrón, cuántas veces no escapó de ir a prisión, recuerda lo que dijo el abuelo, era un violador y posible asesino. Sé que es algo duro para ti, pero recuerda que yo nunca te abandonaré, estaré contigo en cada segundo. Te amo, Sam, y te acompañaré en este proceso. Mañana mismo hablaré con los McBride para conseguir una cita con la Dra. López.

—¿La psicóloga de Clyde?

—Sí, ella podrá ayudarte a superar esto, y no dirá nada por el acuerdo de confidencialidad de paciente-doctor. Y si te atormenta lo legal, te juro que arreglaré eso, haré lo posible para ayudarte con todo.

—Luna, ¿crees que pueda olvidarlo? ¿Crees que las pesadillas se vayan?

—Haremos lo posible para que así sea, amor.

Sam se acurrucó en el seno de Luna, dejando que la angustia y el miedo se disiparan poco a poco. Sus espasmos eran cada vez menos, y sus sollozos se volvieron más silenciosos. Luna no dijo nada, acariciaba la espalda y el cabello de la rubia, ni siquiera quiso pensar en nada más, quería estar en cuerpo, mente y alma con su amada, que sintiera lo mucho que le importaba y que haría todo por ella. Así, en silencio, pasaron los minutos, las horas, y la casa Loud dormía, dejándolas solas en medio de la sala, adormiladas. Las luces multicolores, dejadas a petición de Sam, iluminaban tenuemente la habitación, el frío comenzaba a calar pero ninguna hizo el ademán de separarse e ir a buscar mantas o encender la chimenea. Cuando Luna estaba a punto de ceder al sueño, la voz de Sam la trajo de vuelta al mundo de la vigilia.

—Tienes razón con AJ. —Ronca, por el llanto, susurró pensativa—. Veía en él una oportunidad de emendar mi error, creí que podía justificarme ante los ojos de... Dios. Si decía que había cuidado muy bien a Albert Jr. entonces mi pecado sería perdonado, pero no lo hice como debería... No tengo madera de madre, ¿sabes? El instinto ahí está, lo pongo en practica con mi hermano, pero soy pésima en el trabajo. Descuidé a Simon, él es mi responsabilidad, por un niño que está mucho mejor bajo la tutela de Doña Rosa y el abuelo Albert.

—No eres mala madre, solo fuiste sobreprotectora...

—Y descuidada, creo que eso es lo primero que debo hacer. No solo iré con la Dra. López, dejaré de intentar sobreproteger al pequeño, estará bien... Digo, entre todos lo cuidamos ¿no?

—Todos nos cuidamos el uno al otro, amor, somos una familia. Una rara y cool familia.

Ambas rieron, la tensión acumulada se liberó en las sofocadas risitas que apenas escapaban de sus labios. Sus sonrisas sinceras, sus miradas iluminadas por las luces navideñas y la calidez de su cercanía concluyó con un beso. Uno apasionado y conciliador, donde el tiempo se detuvo, el mundo se desvaneció y sintieron como si volaran a un mundo diferente, uno donde solo existían ellas dos. En un paisaje onírico compartido, en donde sus mentes se perdieron mientras sus labios se unían y separaban ante la falta de aire, vieron algo de lo que nunca volvieron a hablar. Por un segundo, cuando sus cuerpos no podían estar más unidos, comprendieron el verdadero significado del amor, aquella polémica respuesta que los más grandes filósofos de la historia buscaron por siglos, ellas dos la encontraron. Y así como tocaron el nirvana esa noche, disfrutando de su compañía, regresaron al mundo real donde, con una simple mirada, juraron no decirle a nadie. Era su secreto, su más profundo y cercano secreto.

—Te amo —se susurraron al mismo tiempo, sin apartar la mirada de la otra. Aunque todo no estaba arreglado, ambas sabían que sea lo que fuere lo que les depare el destino, lo enfrentaran juntas.

El timbre sonó, espantando a ambas, mas por la extrañeza de ese ruido terrenal que por lo raro que era escucharlo a altas horas de la noche. Ambas se levantaron deprisa, con nerviosismo se acercaron a una ventana para ver quién llamaba. Gracias al pequeño foco del porche distinguieron la figura de un muchacho, de cabellera rubia con corte militar y ropas bastante delgadas para un noche ventosa de diciembre. Luna decidió atender, tomó su abrigo y se dirigió a la puerta, el corazón le latía de nerviosismo y desconfianza. Con cautela, sintiendo la presencia de Sam detrás suyo, y preparada para cualquier cosa, abrió la puerta. 

—Hey, hola —dijo con voz amistosa el desconocido—. Disculpa por molestar tan tarde, soy John Allerdyce, acabo de llegar al pueblo, ¿conoces de un lugar en el que pueda quedarme?

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro