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Cinco años

6:35 pm, 14 de Junio de 2023. Royal Woods, Michigan.

Bajó la ventanilla del viejo Lincoln Continental, el auto avanzaba con tranquilidad por las calles del pueblo. Su cigarrillo, a medio consumir, expedía un hilo de humo que se perdía en la nada por el viento. "No le gusta que fume en el auto —pensó con una sonrisa burlona—, no le gusta que fume en general." El viento que se colaba por la ventanilla revolvía su cabellera y el sol de la tarde la golpeaba directamente en su perfil derecho.

Había sido un pesado día en el trabajo, tal vez el peor en su carrera laboral. El cigarrillo le ayudaba a relajarse y expiar su culpa, debía ser firme a la hora de llegar a casa. Por un momento se sintió ridícula en esa situación, toda una adulta tratando de afrontar la cruel vida laboral y familiar. "Esto parece una mala parodia de un día común en los Estados Unidos antes del chasquido" pensó con una sonrisa burlesca aún en los labios.

Desde una perspectiva ajena a la suya, la tacharían de ridícula al comportarse de esa manera luego de que las despidieran de su trabajo. "Una persona normal lloraría o se estaría quejando, no haría bromas de mal gusto con un puto cigarrillo en los labios" pensó con ironía mientras, mentalmente, mandaba al carajo a esa parte suya que le reprochaba su actitud. Sí, ese día había sido un asco y ni siquiera podía pensar en el dinero de liquidación por su arduo trabajo de un año, tal vez ni siquiera vería su último sueldo para el final del mes, pero había valido la maldita pena.

—Romperle las pelotas y la nariz a un acosador es un precio justo —dijo en voz alta, triunfal—. Aun así extrañaré mi cheque, me daba de comer a mí y a mi familia.

Le dio una última calada a su cigarrillo mientras arrojaba la colilla a su cenicero, tratando de evitar que los asientos de cuero sintético y avejentado se mancharan. Su buen humor se escapó con el humo exhalado, había perdido su trabajo y una de las escasas fuentes de ingresos de su familia. Con un matrimonio reciente, 6 meses para ser exactos; un hermano a unos meses de ir a la universidad y una hermana con gastos de cualquier típica niña, el no tener un empleo era una mala pasada de la vida. ¿Cómo les daría la noticia?

—Ojalá fuera buena con las palabras, o las mentiras, como Lori... Dios, ella hubiera encontrado la solución —pensó con amargura mientras entraba en la avenida Franklin. En dos minutos estaría en su casa, dos minutos que para ella pasaron como instantes.

Al arribar a su domicilio notó algo curioso, Lily estaba afuera esperándola. Luna cayó en cuenta que hoy era el día de la promesa, debía llevar a Lily a comprar su primer instrumento. El místico ritual de iniciación a la tradición familiar que Luna se inventó para posponer lo inevitable, gastar una gran cantidad de billetes en un instrumento nuevo. "Debí haberle dicho que sería hasta su cumpleaños número 12" se reprochó mentalmente mientras aparcaba el viejo Continental negro afuera de la que alguna vez fue una cochera. Esbozó su mejor sonrisa, ocultó el cenicero en su bolso y salió del auto.

—Hey, Lily, ¿qué tal está mi pequeña rockera? —saludó cariñosamente Luna a su hermana mientras revolvía su cabellera rubia. "Un rubio pálido como el de Leni."

—¡Luna, no me despeines! Tarde mucho haciéndome esto —reprochó la infante de 8 años ante la acción de su hermana.

—Pero sí es solo una coleta...

—Y cuesta horrores hacerla perfecta, ¿cómo me veo? —dijo la chiquilla poniendo una supuesta cara coqueta. "Tan vanidosa como Lola."

—Hermosa como siempre, ¿están los demás en casa...? —Luna se acomodó el bolso y se dispuso a entrar, deseando que Lily olvidara porque motivo la esperaba—. Es viernes y me toca elegir la película de esta noche, creo que ya tienes edad para ver Halloween, obvio la versión sin desnudos, me preocupa que Lincoln no la soporte...

—¡Ejem! ¿No se te olvida algo? —Luna se paró en seco, se giró lentamente y vio a su pequeña hermana con un rostro severo y los brazos sobre sus caderas de niña. "También tiene el carácter de Lori."

—¿Las palomitas? Simon puede ir a comprar un paquete en una media hora...

—No me intentes marear para que se me olvide, Luna —dijo molesta la niña—. En primera, vimos Halloween la semana pasada, hoy le toca escoger la película a Sam. Y en segunda, tú me prometiste que hoy sería el día de la elección de instrumento, el importantísimo ritual que pasa de generación en generación entre músicos.

—¿Es hoy? —dijo como último esfuerzo la mujer.

—Luna...

—Vamos, hermana, no te molestes. —Se resignó a no mentir, ella odiaba ocultar secretos y estos años había sido sincera en todo con sus hermanos, hoy no sería una excepción—. Lo del ritual no es broma, como piensas, aunque tú serás la primera que pase por eso... Me emociona que te guste la música, Lily. Es solo que no tengo dinero, será mejor que lo hablemos adentro con los demás... ¿Están todos?

—Sí, Sam acaba de llegar hace unos minutos —dijo la niña abandonando toda expresión de enfado, ahora había genuina preocupación en su rostro. "Es bondadosa, como Lana."

La mujer tomó de su pequeña mano a la niña y le dio un detenido vistazo antes de entrar. Había cambiado tanto, el paso del tiempo se notaba tanto en ella. Era un niña delgada, casi siempre vestía overoles lilas o jerseys del mismo color, solía usar pantaloncillos, dejando desprotegidas sus rodillas llenas de costras y curitas casi todos los días. Su cabellera rubia normalmente estaba recogida en dos coletas pequeñas que Sam le hacía cada mañana antes de ir a la primaria, sus dientes de conejo eran tal cual los de Lincoln a esa edad, y unas pecas comenzaban a divisarse en sus mejillas. Soltando un largo suspiro, Luna entró a la ya no tan vieja casa Loud.

—Buenas noches, ya regresé —se anunció Luna mientras indicaba a su hermanita ir a la estancia. Al poco tiempo aparecieron el resto de miembros de la familia. Sam bajó la escalera por el barandal, como si de una jovencita se tratara, para llegar y besar a Luna. Fue un beso corto, lleno de ternura y sin necesidad de palabras antes.

—Me alegro que llegarás a casa —le dijo con dulzura Sam. Luna amaba verla cada momento, para ella era la quintaesencia de la belleza. Tenía una larga cabellera rubia ceniza, con múltiples mechones azules, ropa siempre a la moda de los 80 y ese escultural cuerpo de anchas caderas, abdomen plano y senos pequeños. Era como un sueño, uno algo subido de tono por las noches, pero un sueño al fin y al cabo.

—¿Extrañabas a tu bella esposa? —cuestionó con una sonrisa de lado.

—Iba a decir que sí, pero el gusto a cigarrillo me quito las ganas. Así que diré que me preocupaba más el auto —le respondió con una ligera mirada de reproche y una sonrisa de lado, confundiendo a Luna. Aunque no negó lo bello de esa expresión, el cómo se arrugaba ligeramente sus mejillas redondas, su pequeña nariz se contraía, sus delgados labios se abrían ligeramente, sus ojos azules se entrecerraban y su frente se arrugaba.

—Te hubieras casado con el auto, entonces.

—En Michigan no es legal, creo que sí en Utah pero ya sabes qué pienso de los Estados desérticos.

—¿Qué no valen la pena visitarlos?

—No más de una vez.

—¿Ya van a empezar a hablar de desiertos y viajes que tal vez no hagamos? Porque acabo de ver un documental muy interesante sobre el desierto de Sonora, en México. —La voz de Simon se hizo escuchar desde la estancia. La pareja se giró para mirarlo parado junto al televisor conectando un viejo y casi obsoleto reproductor de DVD.

Simon era el más cambiado de todos desde que lo conoció, ya no era un chico regordete y de peinado feo. Sino que era un chico delgado, un tanto atlético, de cabellera larga que le recordaba a Kurt Cobain y ropa muy similar a la de un futuro universitario: camisas de cuadros y pantalones beige.

—Acabamos de volver del trabajo, no inicies con tus datos innecesarios sobre los desiertos —dijo la peliteñida con fastidio.

—Desprecian mis conocimientos, pero me envidiarán cuando sea un gran geógrafo —dijo de forma melodramática y mal actuada.

—Es cool que vayas a una buena universidad como la de Michigan, pero tu carrera es aburrida, chico —comentó Luna burlesca.

—Ninguna carrera es aburrida si se trata de tu pasión, Luna —una voz masculina hizo acto de presencia llamando la atención de todos. Era Lincoln, con su mandil para cocinar tal y como su padre solía hacerlo hace tantos años.

—Linc sí me entiende, ¡dame esos cinco, hermano! —Simon levantó la mano, pero Lincoln no respondió.

—Pero la tuya sí es aburrida, aún no entiendo cómo a alguien le puede gustar la geografía —remató con una carcajada haciendo enrrojecer a Simon.

—Pues aún hay mucha gente que le interesa la geografía... Olvídenlo, creo que seremos como 15 ésta generación.

—12 con suerte —dijo Sam.

—Yo le calculo unos 10 —secundó Lincoln.

—Chicos, seamos realistas, no pasará de Simon y otros 5 nerds de la geografía —terció Luna provocando las carcajadas de todos, incluso del mismo Simon. Aquella broma local seguía provocando gracia entre los jóvenes adultos, tan usada y gastada que nadie se la tomaba en serio.

—Siempre hace falta una buena risa luego de un largo día en el trabajo, ¿verdad, Luns? —dijo Sam aún con una gran sonrisa, abrazaba a su pareja y en el momento en que vio su rostro, su expresión cambió. Luna había dejado de reír de golpe y una mueca incómoda se apreciaba en su cara—. ¿Sucede algo? —cuestionó preocupada llamando la atención de los dos jóvenes.

—No me gusta ocultarles cosas —dijo Luna con seriedad—. Me gustaría decirles algo, en la estancia, Lily debe saberlo.

Toda la familia pasó a la sala, ésta se había modernizado con sofás de mejor calidad y diseño futurista. La decoración también era diferente, había múltiples cuadros, fotos y reconocimientos. Todos tomaron asiento, Luna colocándose en un banco frente al resto. El silencio reinó por unos segundos hasta que una mirada, llena de confianza y ánimo, tranquilizó a la mujer. "Gracias, Sam" pensó al mirar a su esposa con detenimiento.

—Me despidieron del trabajo —soltó sin más Luna, provocando reacciones de sorpresa y preocupación en el resto—. ¿Recuerdan al imbécil de George?

—Vocabulario —reprochó Lincoln al notar la presencia de Lily.

—Perdón... Bueno, ese tipo fue ascendido a supervisor hoy por la junta directiva. Y volvió a las viejas andanzas.

—No puede ser, pero si yo... —dijo con indignación Lincoln al notar adónde iba la historia—. Él se supone que debía dejarte en paz.

—Pues no lo hizo. —Soltó un pesado suspiro, "como los de Lucy", y trató de no dejarse llevar por la furia—. Volvió a acosarme... Quiero que Lily me escuche bien: nunca dejes que nadie intente tocarte sin tu consentimiento. No importa si es un superior, un adulto o alguien que conozcas, tú no se lo permitas. Y si el muy idiota se quiere pasar, puedes hacer lo que yo hice.

—¿Qué hiciste, Luna? —dijo Lily atenta a las instrucciones de su hermana.

—Darle una buena patada en los testículos y un derechazo bien dado en la nariz —dijo con orgullo la mujer—. Lily, no dejes que nadie se aproveche de ti en ningún sentido, por eso entrenas con Lincoln todos los días. Es preferible no llegar a la violencia, pero hay personas que no entienden por palabras. Y hago que escuches esto porque, a pesar de la época que vivimos, las cosas siguen siendo injustas. Después de dejar sin descendencia a George, él me despidió porque estaba en un cargo superior. De seguro me va impedir reclamar mi liquidación y mi último sueldo, y no quiero ir a una batalla legal muy costosa y engorrosa.

—Dios, Luna, ¿estás bien? ¿Él no...? —dijo Sam poniéndose de pie y abrazando a su pareja.

—Estoy bien, amor, solo es la pura ira acumulada —respondió con una sonrisa tranquilizadora—. Así que, ahora que no tengo trabajo los ingresos van a ser menores, por lo que tendremos un par de semanas apretadas en lo que consigo otro trabajo.

—Creo que el tío Kotaro nos puede echar una mano mientras consigues un trabajo formal, Luna —comentó Lincoln mientras se ponía de pie. Luna notó la molestia en sus ojos, intentaba disimularla pero ella lo conocía muy bien—. Hacen falta manos en La Mesa de Lynn, ahora que Jonh se fue a Toronto.

—Puedo hablar con mi jefe para que te dé un empleo, al fin y al cabo eres buena en el diseño gráfico ¿no? —dijo Simon con la amabilidad que lo caracteriza—. Nos falta un diseñador decente para la publicidad en internet.

—Chunk también podría darte un rato al aire en el radio —dijo ésta vez Sam—. Despidieron a Wilson y varias horas quedaron sin programas...

—Yo oí que despidieron al Sr. Starr de la escuela, por dar clases "privadas" —dijo Lily haciendo comillas con los dedos, ello llamó la atención de todos. Luna y Lincoln estaban especialmente preocupados por su hermana—. Era el maestro de música, así que tal vez tú puedas dar clases en la escuela, Luna.

—¿Cómo sabes eso, Lily? ¿Él te...? —indagó Luna, horrorizada con la idea.

—No, él no me hizo nada —afirmó Lily con una sonrisa orgullosa—. No soy una niña tonta, Luna. Lo sabes perfectamente, de hecho yo fui quien lo acusó... Mi amiga Cindy, ella... Bueno, ya pasó lo feo.

—¿Qué carajos está pasando con el mundo? —soltó una molesta Sam sin cuidar su vocabulario—. Parece que no ha cambiado nada en 5 años, ¿es que la gente no aprende?

—Bueno, la violencia y los crímenes han disminuido en las grandes ciudades desde los acontecimientos de hace más de 5 años —dijo con tranquilidad Simon—. Pero, al estabilizarse todo hace un par de años, las tendencias criminales volvieron a la normalidad, en promedio. O sea, los crímenes son menos, pero porque hay menos gente.

—Las cosas no cambian —dijo Lincoln—. Recuerden que hace 5 años todo era un maldito infierno, tardó mucho en volver a la normalidad. —Una cicatriz que cruzaba su mejilla derecha tomó un brillo peculiar, uno que hizo estremecer a todos con el recuerdo—. Aún seguimos necesitando de superhéroes, de vigilantes. Nada cambia, Sam.

—No estoy entendiendo nada —interrumpió Lily con confusión—. ¿Eso qué tiene que ver con el empleo de Luna?

—Nada, Lily, solo es Lincoln con sus monólogos raros —dijo Sam con una sonrisa y abrazando con cariño a la niña—. ¿Qué te parece si practicamos un poco con la guitarra de tu hermana?

—¡Sí! Ahora quiero tocar un solo largo —dijo con entusiasmo—. ¿Pero qué harás tú, Luna? ¿Dónde trabajarás?

—Iré preguntar a tu escuela si hay una vacante, cariño. Sino, con el tío Kotaro —dijo Luna con una sonrisa tranquilizadora.

—¡Genial! Vamos, Sam. —La niña se puso de pie tan rápido que tomó por sorpresa a la mujer. En pocos segundos ambas habían desaparecido de la sala.

Los tres miembros de la nueva familia Loud-Sharp quedaron en silencio ante la salida de Sam y Lily, aunque a Luna le costará mucho admitirlo, Lincoln tenía razón en lo último que dijo. Parecía que nada había cambiado, que la sociedad no aprendía de sus errores y no intentaban mejorar. "Si no fuera por los asgardianos y Stark Industries el calentamiento global seguiría siendo una preocupación" reflexionó la mujer cruzándose de brazos y disponiéndose a salir de la habitación.

—Luna, ¿crees que podamos hablar un rato? —dijo de pronto el albino con voz seria. Cuando la castaña enfocó su mirada en su hermano notó su seriedad, pero también vio un dejo del niño que alguna vez fue Lincoln. Había rastros de una necesidad casi infantil de hablar con su hermana mayor.

—Por supuesto, si no es que se está quemando la cena, chico —le dijo con una sonrisa de lado tratando de animar el ambiente.

—No te preocupes, está en el horno —dijo más relajado Lincoln—. Simon, ¿puedes echarle un ojo?

—Claro —dijo sin más el rubio saliendo de la estancia. A pesar de que el Sharp era malo para entender las emociones de las otras personas, parecía captar la indirecta de que Lincoln y Luna debían hablar a solas.

—Bien, chico, deja a un lado el misterio. ¿Qué es lo que quieres decirme? —dijo Luna tomando asiento en el sofá. Por unos segundos el silencio reinó en la habitación y Lincoln dudó si tomar asiento junto a ella, pero eso se rompió luego de un suspiro.

—No iré a la universidad.

7:10 pm. Habitación de Lincoln.

Luna no había dicho nada después de su declaración, había quedado estupefacta, anonadada. Ni siquiera Lincoln sabía cómo describir la expresión que se formó en su rostro, pero una cosa sí sabía, le sería muy difícil convencerla. De pronto Luna, con una seña que él conocía a la perfección, le indicó que fueran a su habitación.

Si algo realmente había cambiado a lo largo de los años era la casa Loud, aunque su esencia era la misma, su extensión era mayor a la de hace 5 años. "Una remodelación más por fuerza que por gusto" se dijo Lincoln mientras subía las escaleras. La estructura no había cambiado, el recibidor, las escaleras, el sótano, el comedor y la cocina seguían donde mismo. Pero el resto de la casa era diferente, la habitación principal junto a la sala había desaparecido, se había vuelto un estudio improvisado para Luna que solía traer trabajo a casa. El segundo piso era totalmente distinto, ya no existían las cinco habitaciones, el armario de blancos y el baño, sino que solo había cuatro habitaciones de gran extensión y el baño. El espacio extra lo usaron para extender las escaleras a un tercer piso, ahí había otras cinco habitaciones, un segundo baño y el armario de blancos que no fungía como habitación improvisada como antaño.

Cuando la remodelación se hizo, Lincoln propuso esta extensión guardando la esperanza que un día el resto de la familia volviera: "Sería agradable recibirlos con una habitación para cada uno" les dijo aquella tarde de verano cuando contemplaron la casa en medio del proceso de reconstrucción. Aunque en una primera instancia, aquellas habitaciones del último piso la usaban invitados esporádicos como los Casagrande o amigos de Luna y Sam de sus respectivos trabajos. Lincoln nunca dejaba de darles mantenimiento, aún con la esperanza latente.

Finalmente llegaron a la habitación de Lincoln, la primera a mano derecha de las escaleras, enfrente de la suya estaba la habitación de Simon, lado de la de Simon estaba la nueva habitación principal de Luna y Sam y feliz frente a ésta la de Lily. Ambos entraron a la habitación, no tan limpia, pero si ordenada en lo que cabe. Luna seguía muda, una vez que Lincoln cerró la puerta tras de sí, la vio caminar de un lado al otro murmurando palabras inentendibles. Finalmente le habló.

—¿Crees que soy una broma?

—¡¿Qué?! No...

—Lincoln, sabes perfectamente lo difícil que ha sido, ¿crees que lo que he hecho por la familia es una broma?

—Luna, déjame explicarte...

—¿Explicarme qué? Lincoln, por un demonio, no me vengas con esto ahora. He ahorrado cada centavo para que tú y Simon tengan una buena educación universitaria, y no solo yo, sino también Sam... Incluso tú has trabajado de medio tiempo en La Mesa de Lynn para costearte tu carrera en la universidad de Detroit, y ahora resulta que no irás. ¿Por qué?

—Debo quedarme en casa.

—Eso no tiene ni el más puto sentido...

—Si me dejarás explicarte lo tendría.

—¡Bien! Más vale que sea una buena explicación. —Con estas palabras Luna se deja caer en la cama de Lincoln y lo mira con los brazos cruzados y la rudeza de una madre cuando reprende a su hijo. "Mamá hubiera reaccionado igual" pensó el chico al ver a su hermana en esa posición.

Soltó un largo suspiro de cansancio, debía buscar las palabras adecuadas para que Luna lo entendiera, para que ella aceptara su propuesta. Con algo de reserva se sentó junto a ella, la miraba con tranquilidad e incluso sintió la necesidad de sonreír, una mueca apenas perceptible pero que expresaba lo cómico de la situación. Él sabía que su decisión no era mala, pero Luna era un hueso duro de roer.

—Sé que sonó muy mal como lo dije allá abajo —inició el joven hablando con cautela mirando directamente a los ojos a su hermana—. Tal vez las palabras que use se prestaron para una mala interpretación, pero trate de ser lo más directo posible. No pretendo ir a la universidad, por lo menos este año, y mis razones son buenas... Lo estuve pensando desde que tú y Sam se casaron en Diciembre, y es que las cosas han cambiado bastante por aquí.

"Ustedes son un joven matrimonio que se ve obligado a mantener a sus hermanos menores, lo han hecho prácticamente desde el día en que la mitad de la población desapareció y realmente agradezco mucho su esfuerzo... Es admirable. Pero, creo que se merecen vivir su vida ¿no? Lo hablé con Simon, él está de acuerdo conmigo de que ustedes dejaron su sueño atrás para cuidar de nosotros, no fueron a la universidad que quisieron y estudiaron desde casa carreras que nunca contemplaron. ¿Diseño gráfico? ¿Informática? Esas no son Luna y Sam Loud-Sharp, ustedes son músicos... ¡Dios! Son las mejores en lo que hacían.

"¿Recuerdas a tu banda de preparatoria? ¿Cómo se llamaban...? ¡Moon Goats! Vaya nombre... Mazzy y Sully aún siguen tocando, de vez en cuando van a La Mesa de Lynn y planean sus conciertos, pequeños, pero aún siguen tocando. Cuando los vi poco después de tu boda, hermana, supe que nosotros hemos evitado que cumplan su sueño. Es por eso que te quería proponer algo, escucha... —respiró con profundidad y esbozó su mejor sonrisa—. Tú y Sam vayan a California."

—¿A California? Enloqueciste Lincoln —dijo con una expresión de incredulidad.

—¡No! Aún no —respondió poniéndose de pie, estaba dispuesto a usar su viejo método de convencimiento, solo que sin las largas presentaciones con diapositivas—. Es simple, tú y Sam tienen trabajos a tiempo completo que les pagan relativamente bien... Bueno, tú ya no lo tienes... El punto es que sé que tienen dinero ahorrado para emergencias, úsenlo para pagar su viaje y tal vez pagar los primeros meses de renta en un apartamento. Aún tengo contacto con Rusty y él me dijo que hay uno cerca de donde vive, es bueno y económico. Además, estuve buscando empleos temporales mientras graban su primer disco...

—Para el carro, chico. —La mujer lo detuvo con un ligero golpe en el hombro, no lo miraba directamente. Ella estaba de pie frente a él, con los ojos clavados en la alfombra y la mirada triste. Lincoln se dio cuenta que era más alto que ella, apenas unos centímetros, pero eso la hacía ver más vulnerable, más joven—. Es muy lindo de tu parte esto, Lincoln, pero grabar un disco no es pan comido. Vamos, chico, que la industria de la música es una perra caprichosa.

—Sabes que no hay muchos músicos ahora, el número se redujo...

—Sí lo sé. Sé que la industria no es lo que era antes, pero no por ello nos van aceptar a Sam y a mí de buenas a primeras. Sigue habiendo filtros, hermano.

—Luna... —El chico tomó por los hombros a su hermana, sutilmente la hizo girarse para que lo mirara. Le regaló la sonrisa más cálida y optimista que pudo esbozar—. Estoy consciente de lo complicado que es, y sé que les costará un poco de trabajo, pero yo sé que lo lograrán. ¡Son las mejores! Aún no olvido tu presentación en ese programa de televisión, rompiendo las reglas y haciendo enloquecer al público. Te adoraban, Luna, y con Sam haces un equipo increíble... No por nada son "la pareja ideal" según muchos.

—Hermano, no puedo dejarlos...

—Es por eso que no iré a la universidad, Luna. Hablé con el tío Kotaro y me dará un turno completo en el restaurante, soy el único que puede imitar bien los platillos de papá. A Simon le dieron la beca, el podrá costearse solo la universidad y yo cuidaré de Lily y la casa... Estará un poco callado por aquí, pero sabes que Lily vale por diez. —Ambos soltaron una risita—. Tú ya nos has cuidado por muchos años, ahora me toca a mí.

—Lily es mucha responsabilidad, Lincoln.

—La he cuidado cada tarde después de la escuela desde hace 5 años. Sé cómo manejarla y puedo hacerme cargo legalmente de ella. Ya tengo 18, Luna, sé que haré un buen trabajo...

—Pero tus sueños...

—Puedo ser dibujante independiente, ya abrí un Instagram, es cuestión de trabajar a ratos... Por favor, Luna, piénsalo. Tú y Sam necesitan de su privacidad, no creas que no me he dado cuenta de los malabares que hacen para tener sus momentos íntimos sin que las escuchemos. —Luna enrojeció ante las palabras de su hermano—. Y créeme que hacen un pésimo trabajo, tienen suerte de que Lily tenga el sueño pesado como Luan.

—¡Lincoln! —La mujer le dio la espalda avergonzada—. ¿En serio hacemos mucho ruido?

—A veces —dijo el chico con una risa burlona—. Pero nada de que preocuparse...

—Dios mío, esto es tan jodidamente raro...

—No nos desviemos hacia otros temas. Luna, hermana, te pido que por favor lo pienses. Yo ya tomé mi decisión, Simon habló con Sam más temprano y le prometió pensarlo. Discútanlo y medítenlo estos días, piensen por primera vez en 5 años en ustedes...

—Lo pensaré, hermano —dijo Luna con voz tranquila, una ligera sonrisa se dibujo en sus delgados labios—. No esperes una respuesta pronto, debemos ver cómo está la situación, yo juré cuidarlos y no pienso romper juramentos. Así que, solo lo pensaré.

—Con eso me basta. —Lincoln abrazó a su hermana de forma fugaz, algo le decía que aceptaría la propuesta tarde o temprano—. Ahora, ¿qué te parece cenar?

—Espero que no sea otro de tus raros experimentos, chico.

—En lo absoluto, peliteñida —le dijo en broma por su viejo apodo. Luna, durante la preparatoria, se había dejado el cabello corto y solía teñirse los mechones de rojo. Cuando consiguió trabajo de oficinista volvió al castaño y su cabello no paró de crecer hasta tener el aspecto de su infancia, pero ahora en una mujer adulta. Además de que se vestía de forma más aburrida—. De hecho, te sorprenderá mi platillo perfeccionado.

—¿Es otra de las recetas de papá?

—Es "la" receta de papá —dijo con emoción el chico—. De hecho invité a un comensal especializado.

—¿A quién...?

—¡Señor Quejon! Es un gusto verlo de nuevo... Aquí en nuestra casa. —La voz de Sam llegó desde el recibidor.

—No te sorprendas, Sharp —dijo el anciano con su característica voz quejumbrosa—. Lincoln me invitó a cenar.

—Pase, la cena está lista —dijo Lincoln apareciendo en el recibidor—. Es el invitado de honor, Sr. Quejon, usted juzgará mi plato esta noche.

—Espero no intentes envenenarme con tus experimentos, Loud. —La silla de ruedas eléctrica se movió con lentitud por el recibidor.

—Estoy seguro que mi comida le traerá buenos recuerdos... Creo que a todos.

7:40 pm. La cocina de la casa Loud.

Sam tomó su asiento de siempre en aquél enorme comedor que antes tenía a 13 comensales hambrientos cada noche, pero que ahora solo había 6. El Sr. Quejon había tomado el lugar de honor a la cabecera de la mesa, Luna se encontraba a lado suyo y Simon justo al frente. Lily, en cambio, no sabía si sentarse junto a su hermana o junto a Simon.

—Es una difícil decisión, Luna —respondió la niña cuando su hermana la interrogó por su demora—. El lugar que elija determinará mi porción de la cena y yo quiero la mejor porción.

—Entonces siéntate a lado mío, nena —dijo el anciano con una sonrisa amable haciendo ademanes para que Simon se moviera de lugar—. No seas maleducado, Sharp, deja a Lily sentarse aquí.

—Bien, Lily toma mi lugar —ofreció Simon poniéndose de pie.

—¿Puedes cambiar la silla? —dijo Lily con toda la seriedad que una niña de 8 años pueda demostrar.

—¿Qué?

—Esa silla es muy incómoda, y no me gusta cenar en sillas incómodas.

—¡Por Mick Swagger, Lily! Solo siéntate —le dijo Luna con sus dedos índices sobando sus sienes.

—Ya la cambio —respondió Simon haciendo exactamente lo que Lily le pedía. Sam, con una sonrisa burlona, notó esa extraña relación que había entre su hermano y la pequeña Loud, el chico cuidaba mucho de ella y la consentía en todo. Prácticamente era incapaz de darle un "no" por respuesta, y a pesar de ser servicial, Lily era mayormente indiferente a Simon. "Los niños pueden ser crueles a veces" dijo con la sonrisa burlona en los labios, su hermano era demasiado amable.

—Gracias, Simon, esta silla sí me gusta.

—Dejo el comedor por cinco minutos y ya hay discusiones —se escuchó Lincoln desde la cocina. En instantes hizo acto de presencia con un recipiente de plástico de un tamaño considerable, su delantal blanco y una red para el cabello le daban una apariencia cómica aunque profesional en lo que cabe. El enigma de la cena prevalecía ante la tela que cubría el recipiente, nadie dijo nada respecto a eso, sino que Lincoln tomó asiento y habló nuevamente—: Creerán que esta es una cena común, una simple receta más de las muchas que he aprendido a lo largo de los años. Incluso puede que teman por alguno de mis experimentos.

"Pero esta noche es diferente, no hay nada particular que celebrar, pero he logrado lo que nunca imaginé. —Frenó su monólogo para mirar detenidamente a todos, su sonrisa enigmática intrigaba más a Sam—. Fueron muchos meses de fracaso tras fracaso, al punto que creí imposible poder llegar a hacer la receta. Pero lo he logrado, perfeccione el platillo que tantas alegrías nos trajo en el pasado... Hace 5 años que ninguno de nosotros ha probado bocado de él."

—¿Te refieres a...? —dijo con sorpresa Luna.

—Sí, logré hacer el plato insignia de papá... La Lynnsagna. —Con estas palabras Lincoln reveló el contenido del recipiente y con admiración todos lo miraron. Sam recordaba aquel manjar de su primera cena con los Loud, había sido una noche especial por el triunfo de Luna y Sam en un concurso. El sabor nunca se le pudo olvidar, y vio en los ojos de los otros comensales que también recordaban aquél sabor.

—¿Pudiste imitarla? El tío Kotaro dijo que eso era prácticamente imposible —dijo Luna aún sorprendida.

—No solo la imité, Luna, sino que la perfeccione. —Su sonrisa orgullosa lo decía todo—. Es por eso que invité al Sr. Quejon, él es el mejor catador que hay con respecto a la lasagna.

—Me halagas, Loud. —El anciano de bigotes de morsa ya se saboreaba el platillo—. Pero eso no te da puntos conmigo.

—Lo sé, confiaré en que mi lasagna se defienda sola. Sé que les gustará a todos. —Y como si de un ritual cuasi-religioso, Lincoln partió la lasagna y la repartió en porciones generosas. Nadie movió un músculo mientras Lincoln servía cada plato, era una muestra de educación, pero en ese momento parecía casi una regla vital. Nadie probó nada hasta que sus miradas se cruzaron y silenciosamente se pusieron de acuerdo. Era un momento especial, después de 5 largos años de malos momentos, incertidumbre y soledad, una muestra de su pasado más simple se presentaba ante sus ojos. Un sabor que les podía recordar tiempos mejores. Cuando todos la probaron los recuerdos estallaron en sus mentes y a pesar del día difícil, sus almas entraron en paz consigo mismas. Era como si el mundo fuera mejor, tan solo por unos instantes. La Lynnsagna nuevamente estaba en su menú y jamás supo tan gloriosa.

—Lincoln, te superaste a ti mismo —admitió Sam con una sonrisa en los labios—. Es tal y como la recuerdo.

—Hermano, papá estaría orgulloso —dijo Luna con una pequeña lágrima en su rostro.

—¡Es buenísimo! —dijo con emoción Lily.

—Vaya, Linc, mis más sinceras felicitaciones... Estos es maravilloso —siguió Simon mientras se llevaba otra porción a la boca.

—¿Qué dice, Sr. Quejon? ¿Mi lasagna es digna de su paladar? —preguntó Lincoln a su comensal más exigente, como un niño busca la aprobación de su padre, lo miraba con ilusión.

—Loud, esta lasagna... —Su voz sonaba como un reproche, como lo era usualmente, pero de golpe se suavizó y la expresión de molestia se borró... El anciano sonreía con genuina felicidad—. Es la mejor lasagna que he probado en años, realmente superaste a tu padre.

Para los ojos de otros, la anterior escena les parecería ridícula y exagerada. Sam no negaba lo absurdo que era emocionarse por una simple lasagna, pero no era el platillo lo que hacía salir aquellos sentimientos. La vida había sido muy dura los últimos años para aquellas 6 personas, habían sufrido la desaparición de su familia y amigos. Esa pequeña muestra de su pasado, esa simple comida que alguna vez fue parte de su vida, era el símbolo de un mundo mejor. Era el recuerdo de lo perdido, pero no uno melancólico, sino uno alegre al traer a su mente los buenos momentos de su vida antes del famoso chasquido.

Para Sam, esa noche, a pesar de los problemas y propuestas extrañas, fue mágica y única. Su vida por fin entraba a una etapa de estabilidad y que mejor manera que celebrarlo con la Lynnsagna. Los problemas seguirían ahí mañana, pero esa noche volvían a ser ellos mismos de hace 5 años. Sam Sharp, un joven con sueños de ser músico; Luna Loud, la rockera número uno de Royal Woods; Simon Sharp, el niño amante de los videojuegos; Lincoln Loud, el hombre con el plan; Lily Loud, la pequeña de su familia; y el Sr. Quejon, el anciano amante de la comida italiana. Ese día el pasado estuvo una vez más con ellos.

9:00 pm. Departamento de los Casagrande. Great Lake City, Michigan.

El viejo Sedan dejó la avenida principal para adentrarse en las calles periféricas de la ciudad, las luces eran menos intensas y la cantidad de gente mucho menor. El radio era un zumbido suave para sus oídos, no le gustaba escucharlo muy alto, pero sí lo suficiente para acallar el barullo de la ciudad. "Los boleros son para escucharlos con delicadeza y suavidad" se repitió mientras el presentador anunciaba una nueva canción. Cien Años sonó en la radio y los recuerdos embargaron al joven conductor, los recuerdos de su amor, de la mujer con la que se iba a casar; pero también a su memoria vino el rostro de ella.

No había noche que no soñara con ella, el amor de su juventud, la mujer que lo hizo el hombre que era ahora. Aquella chica que se desvaneció entre sus brazos, que le dijo cuanto lo amaba antes de hacerse polvo. Mas ella había quedado tan atrás en su pasado, que solo era un buen recuerdo, uno plagado de melancolía. Se hizo una promesa de seguir adelante y lo cumpliría, en un mes demostraría que si pudo seguir adelante y cumplir sus sueños. En un mes sería su boda.

Llegó finalmente a las calles donde pasó su juventud, la pizzería, el salón de belleza, el parque, todo seguía igual. Lo único diferente era el color de aquél lugar, cada día se veía más gris y sucio, había más gatos y ratas por todos lados. Los dueños de los negocios no hacían por mejorar el aspecto de todo, y no los culpaba, la gente se había ido. No solo fue de los barrios más afectados en las desapariciones, sino el más afectado económicamente hablando. Aún recordaba el pobre funeral de Vito donde su familia no fue, era el único sobreviviente del chasquido.

La canción ya no era la bella melodía de Pedro Infante, ahora era un bolero más triste cantado por una mujer. El conductor dio un largo suspiro cuando llegó a su destino. El Mercado Casagrande seguía abierto, pero no reflejaba la vida de antaño a pesar de lo bien cuidado que estaba. La luz blanca que iluminaba el lugar lograba dar un poco de vida a la calle de lámparas descompuestas, aunque era verano y anochecía más tarde, la noche ya estaba bien entrada. El conductor apagó la radio a la mitad de ese melancólico bolero y salió del auto.

La noche era cálida, la brisa refrescaba muy poco a comparación del aire acondicionado del vehículo. Era una de esas noches en las que se dormía con la ventana abierta, pero la situación en aquél barrio hacía imposible aquella acción. El hombre se apresuró a entrar al Mercado, deseando con toda su alma que el Sedan estuviera bien en la mañana, guardaba la esperanza que en ese barrio lo respetarán.

El celular en su bolsillo sonó, un mensaje nuevo y sabía perfectamente de quién era. Con cautela lo revisó y contestó con prontitud, para después entrar al Mercado. Todo estaba como antaño, los estantes, los refrigeradores, las decoraciones respecto a las fechas y uno que otro agregado moderno como el cajero automático y las cámaras de seguridad de Stark Industries, las modernas.

—Bienvenido al Mercado Casagrande, no dude pedir ayuda si lo requiere —dijo una voz desde la caja, era dulce y bastante energética. Como tenía un viejo abrigo de su padre y daba la espalda al mostrador, ella no lo reconoció. Pero para él no era necesario verla.

—Veo que haces un buen trabajo, Sid. Pero es muy tarde como para que estés aquí sola —respondió el hombre girándose. La joven mujer quedó impresionada al verlo y el esbozó una enorme sonrisa al verla. Su rostro pálido, sus mejillas pecosas, su larga cabellera oscura,  su ropa ligera y juvenil. Se veía igual que siempre, pero más adulta.

—¡Bobby! —La chica saltó el mostrador sin mover ni un centímetro las cosas que estaban ahí, y abrazó con efusividad al hombre.

—Tiempo sin verte, Sid —dijo Roberto Santiago con una sonrisa fraternal y respondiendo el abrazo.

—Eres un desconsiderado al no venir más seguido —le reprochó, pero no paraba de sonreír—. La abuela se va alegrar al verte.

—Yo también, extrañaba su comida —dijo con sinceridad el hombre, se separó de la muchacha y miró el Mercado en toda su extensión—. Te ayudaré a cerrar, supongo que tú también ya quieres cenar.

—Carl iba a traerme la cena hace media hora, supongo que se la comió —dijo la joven asiática con el seño fruncido—. Además, aún no es hora de cerrar...

—Como dije, es muy tarde para que estés sola aquí —la cortó Bobby.

—Pero, aún puede venir gente...

—Sid, tú y yo sabemos que nadie sale después de las 9 y ya pasan de las 9.

—9:10, no es tan tarde...

—Vamos, Sid. Técnicamente soy el encargado de aquí y como tu jefe indirecto te doy permiso de salir temprano.

—Gracias, jefecito —respondió burlona e hizo un saludo militar—. Empezaré barriendo, de seguro acabamos más rápido los dos.

—Tenlo por seguro, yo cerraba este lugar todos los días.

Ambos hicieron los últimos preparativos para cerrar, y como Bobby dijo, las calles parecían un cementerio. No hubo clientes en la media hora que ambos estuvieron ahí y por suerte, parecía que los vándalos no estaban interesados en el viejo Sedan de Bobby. Mientras limpiaban y acomodaban las cosas, Sid comenzó hablar de los exámenes finales, la graduación y la pequeña fiesta que se organizó. El hombre notó que en todo momento no mencionó su examen de admisión a la universidad.

Una vez en el edificio subieron por las viejas escaleras de madera, el lugar se veía sucio y viejo, parecía que el mantenimiento no era el de antes. Los escalones crujían, el pasamanos estaba polvoriento y las bombillas incandescentes parpadeaban de vez en cuando. Para Bobby ese edificio simbolizaba muchas cosas, entre ellas sus mejores años de la universidad y las aventuras más divertidas a lado de su familia. Le entristecía verlo tan acabado.

—¿Cómo te fue en tu examen? —dijo Bobby un piso antes de su destino.

—¿Cuál de todos? Ya te dije que saqué puras A+ en los finales... —decía Sid subiendo los escalones de dos en dos y deteniéndose para espera a Bobby en el descanso.

—Al de la universidad —dijo con seriedad deteniéndose en seco.

—Oh, ese examen... —La asiática adoptó una expresión desanimada y pensativa, Bobby sabía que era imposible que le fuera mal en el examen, Sid era increíblemente lista. Pero conocía su tendencia de autosabotearse con tal de ir al paso del resto—. La abuela me dijo que hiciera mi mejor esfuerzo o me prohibía escuchar K-pop por el resto del año.

—¿Y cuál fue el resultado de tu mejor esfuerzo?

—La nota más alta de Michigan y de toda la zona Noreste de Estados Unidos —dijo sin darle mucha importancia—. Ahora las universidades me molestan con propuestas de becas.

—¡Por Dios, Sid! Yo hubiera matado por una beca. ¿Cuál es el problema?

—Aún no sé lo que quiero estudiar —concluyó sentándose en el último escalón.

Ella abrazó sus piernas y escondió la mitad de su rostro entre sus rodillas, era una posición bastante lamentable. Al verla así Bobby recordó como era ella antes del chasquido, siempre probando cosas nuevas y diciéndole sí a todo. Incluso ahora que usaba una ropa muy similar a la de su infancia, incluyendo su característica diadema rosada, notaba lo mucho que había cambiado.

—Ronnie Anne y yo hablábamos mucho de nuestro futuro —comenzó a contar la joven mientras el mexicano se acercaba a ella con cautela—. Fantasías de niñas, siempre pensando en si seríamos amigas de mayores, con quién nos íbamos a casar y hasta cómo moriríamos. Ronnie siempre me decía que quería ser patinadora extrema, pero que si no tenía mucho éxito, quería intentar en otros deportes. Le encantaba la Lucha Libre, la mexicana claro está, y deseaba ser una luchadora. También me decía con quién quería casarse. —Soltó una risa y se giró hacia Bobby unos segundos, él ya estaba sentado a su lado—. Lincoln Loud era su chico de ensueño y él... Bueno, tú sabes lo que pasó entre nosotros.

"Ella siempre tomaba iniciativa en todo, con ideas increíbles y divertidas. No importaba en cuántos problemas nos metíamos, las idea de Ronnie eran las mejores. Recuerdo que ella me decía que estudiara veterinaria como mi mamá, o robótica... Yo nunca estuve segura de nada, pero ella sí, siempre sabía lo que quería y se esforzaba por ello. Soñé que iba a la universidad, Bobby, y ahí estaba ella, ya mayor como yo y muy sonriente. Nos abrazamos y me dijo que solo se había ido por un tiempo, pero que volvió porque nos extrañaba. También estaban papá, mamá y Adeline, pero ellos no habían envejecido ni un solo día. Los extraño tanto, Bobby..."

El hombre abrazó a la muchacha, a pesar de los años aún dolía recordar a sus familias, a las personas que perdieron el día del chasquido. Le era doloroso pensar que el capricho de un ser tan ruin pudiera causar tantos estragos y quedara impune. Pero le dolía más la incompetencia de los héroes al perdonarlo y dejarlo en una prisión. Apartó esos amargos pensamientos y se centro en tranquilizar a Sid, quien desde ese día fatal había sido como su hermana.

—Yo también los extraño —confesó el hombre—. Cada noche sueño con mi padre o Ronnie. Pienso en el abuelo, mis primos y mis tíos... También pienso en ella, en Lori. Pero no podemos llorarles toda la vida, es bueno recordarlos como el Día de Muertos y tenerlos presentes en nuestras oraciones. Ellos son parte ahora de nosotros, Sid. Pero debemos seguir adelante, a tus padres les gustaría verte en la mejor universidad del país y sé que a Ronnie Anne también.

—A Ronnie le importaría saber más quien es mi novio —dijo con una carcajada la muchacha.

—Sí, aunque se las diera de ruda era una romántica empedernida —dijo con humor Bobby—. Tómate con calma la elección, Sid. Aún tienes tiempo para pensarlo.

—Gracias, Bobby. ¿Sabes que eres como un hermano mayor para mí? —le dijo la chica abrazando con efusividad al hombre.

—Lo sé, y tú eres como una hermanita para mí.

Después de que Sid recuperará la compostura, ambos decidieron recorrer el resto del camino en silencio. Bobby notó lo descuidado que estaba el pasillo que daba a los departamentos que antes pertenecían a toda la familia Casagrande. "Ahora solo viven en el de la abuela" se dijo el hombre mientras miraba con profundo respeto la puerta del departamento vacío. Algo dentro de él le hizo sentir un deseo indescriptible de abrir aquella puerta de madera, saber si del otro lado no estaban realmente el tío Carlos, la tía Frida, Carlota o CJ, y que solo estuvieran escondiéndose, jugando una mala broma.

—Eso es absurdo, Roberto —murmuró para sí mismo—. ¿Quién jugaría un broma de tan mal gusto por tanto tiempo?

—Bobby, ¿estás bien? —La voz de la chica asiática lo trajo de vuelta a la realidad.

—Sí, solo son los recuerdos de volver a este viejo edificio —le respondió con una sonrisa de lado y un ademán que indicaba la poca importancia de su comportamiento anterior—. Bien, entremos. Es hora de darle una grata sorpresa a la abuela.

Y la palabra grata se quedaba corta. La abuela lloró de felicidad al ver a su muchachito de vuelta en casa, hacia casi 6 meses que no lo veía y realmente estaba preocupada por él. Lo llenó de abrazos y besos, además de palabras dulces dignas de una abuela. Sus primos también lo recibieron con efusividad. El pequeño Carlitos se abrazó a su pierna mientras decía su nombre una y otra vez, y Carl le dio un corto abrazo por su faceta de "chico rudo de 13 años". Sergio y Lalo no se quedaron atrás, ambos lo recibieron bien a pesar de su edad ya un tanto avanzada. Sergio le dirigió sus típicos comentarios burlescos, pero con cierto cariño; y Lalo... bueno, él solo lo derribó para lamer su rostro.

—Realmente me alegra estar de vuelta en casa —dijo el latino incorporándose con una sonrisa impecable—. Traigo buenas nuevas, pero quisiera que estuviéramos todos, ¿dónde está mamá?

—En su habitación —respondió Doña Rosa, su rostro ensombreció ante la mención de su hija, y su sonrisa adquirió un aspecto melancólico.

Bobby miró con detenimiento a aquella anciana mujer, los años no la habían favorecido. Doña Rosa siempre se jactaba de tener mucha energía y que, a pesar de su edad, podía hacer prácticamente cualquier cosa. Pero desde aquél nefasto día ya no fue la misma, su fortaleza disminuyó y su entusiasmo solo prevaleció en la rama de la cocina. Salía poco de casa, la mayor parte de sus amigos del vecindario desaparecieron, se mudaron o murieron. Solo contaba con su pequeña familia y que una de sus hijas se encerrara en un círculo enfermizo de trabajo y depresión la apagaba aun más.

—¿Cuánto lleva así? —preguntó el hombre con seriedad mientras se despojaba de su largo abrigo.

—Desde el aniversario luctuoso, hace un mes —dijo Sid perdiendo el ánimo que había recuperado con las dulces palabras del hombre en las escaleras.

Bobby no preguntó más, ya que sabía perfectamente lo que pasaba, cada año se repetía la misma historia. El hombre dirigió su mirada al pequeño altar para la virgen María en la sala, la figura de la Guadalupana era iluminada por la luz de un par de cirios bendecidos. Su rostro maternal y amoroso miraba hacia abajo, ahí donde se encontraban las otras fotos. Carlos, Héctor, Frida, CJ, Carlota, los Chang, los Loud... Todos los seres queridos que dejaron de existir hace 5 años se encontraban ahí, en un perpetuo altar erigido en su memoria. Algunos fotos eran grandes, otras pequeñas, unos en grupo y otras en solitario. La abuela Rosa decía que al estar junto a la virgen y rezarles cada domingo ellos podían descansar en paz. "Los Loud eran presbiteranos y los Chang evangélicos —pensó Bobby—. Pero todos le rezan al mismo Dios."

—Tiene la foto —afirmó el hombre mirando momentáneamente a su abuela. La anciana, con solemnidad, se limitó a asentir con pesadez. Bobby podía ver en sus ojos un rastro de culpa, como si se lamentara por no poder evitar que María tomara todas las noches aquella foto y se encerrara en su habitación. El hombre soltó un largo suspiro y fue a la habitación de su madre.

"¿Por qué no dejas que la abuela le rece a Ronnie Anne, mamá? —se preguntó mientras entraba a la habitación—. Han pasado 5 años, ellos no volverán."

—Mamá, ¿sigues despierta? —Bobby había entrado sin llamar, consciente que la mujer solo se tumbaba a llorar en aquella habitación.

—¿Bobby? No te sentí llegar, mijo. —Entre la penumbra se irguió una figura femenina, acabada por el excesivo trabajo y la falta de una buena alimentación. Con la luz que se filtró de pasillo vio su rostro demacrado y con rastros de llanto, aun así le sonreía como una madre le sonríe a su hijo. No había felicidad en ella, solo menos melancolía.

—Acabo de llegar —respondió el hombre mientras encendía la luz, el cambio no provocó ni la más mínima reacción en el rostro de su madre. Sin embargo, notó como escondía la foto entre sus brazos y seno, recelosa de que alguien la viera. Roberto soltó un suspiro de cansancio, cerró la puerta tras de sí, y tomó asiento a lado de su progenitora—. Sabes perfectamente que debes de dejar de hacer esto.

—¿A qué te refieres? —dijo la mujer fingiendo demencia, mientras apretaba más fuerte contra sí misma la foto. Bobby, con delicadeza, puso sus manos sobre los hombres de su madre y le sonrió, le sonrió con el mayor cariño que podía demostrar.

—Debes dejarla ir —le dijo con delicadeza. La miraba directamente a sus hermosos ojos cafés—. Debes dejarla descansar en paz.

—Ella volverá, lo siento en mi corazón...

—No, mamá... Ella no volverá, ninguno lo hará —le respondió con cierta dureza—. Tienes que aceptar la realidad mamá, cada año te encierras por un tiempo en tu amargura depresión. Ve a uno de los grupos de ayuda...

—¡No! Yo no estoy loca...

—No lo estás, mamá, pero sí estás deprimida... Mira, yo te puedo decir un sinfín de palabras bonitas, pero nada de eso te ayudará... Busca ayuda, mamá. La abuela te necesita, Carl y Carlitos también... Sid necesita más que nada de tu apoyo y yo... Yo también te necesito.

—Te fuiste a Detroit con Kitty, tú ya no me necesitas.

—Eres mi madre, siempre te voy a necesitar.

El silencio llenó la habitación y ambos se miraban fijamente. Durante la conversación, poco a poco Bobby había ido aflojando el agarre de su madre sobre la foto. Ahora, mientras el rostro de María dejaba esa apariencia de falsa tranquilidad, Bobby tomó la foto de Ronnie Anne. Era una foto de cuando tenía 11 años, tenía su reluciente patineta nueva y posaba con rudeza frente a la casa de Royal Woods. "Fue la última navidad antes de venir a la ciudad" reflexionó el hombre. Cuando María se vio despojada de la foto, cuando vio el cariño con el que Bobby miraba el retrato de su hermana, una vez más se rompió.

—La extraño tanto —dijo entre sollozos mientras abrazaba a su primogénito.

—Yo también, mamá. Pero sé que está en algún lugar mejor.

Fueron varios minutos los que duró ese abrazo, María logró tranquilizarse y prometer, ahora con toda la seriedad del mundo, buscar ayuda al día siguiente. Bobby se sintió aliviado, habían sido largos años en los que la mujer se había negado a buscar ayuda. Ahora, contra todo pronóstico, parecía que la mujer había logrado entenderlo. Una vez fuera de la habitación, Roberto colocó la foto de su hermana menor donde pertenecía y miró una vez más el altar, ahora sí estaba completo. "En noviembre se verá mucho mejor, como cada año" pensó el chico con una sonrisa melancólica.

Por primera vez en meses, la familia se reunió en el viejo comedor y compartieron la deliciosa cena de Doña Rosa. Hubo risas, anécdotas graciosas y alegría única. Por unos momentos se olvidaron de los 5 años duros, de las dificultades y de lo que vendría después. Para Bobby, esa era una señal de un cambio para bien, el inicio de una mejor vida. Así quería terminar esa noche en una nota alta, tomó su vaso de soda (al que le había echado un chorro de tequila sin que nadie lo notara) y propuso un brindis.

—¿Y por qué brindaremos? —preguntó Sid interesada.

—Por la familia —respondió Bobby sonriendo. "Es momento"—. Y porque me voy a casar con Kitty. Salud.

—¡¿Qué?! —la reacción fue tal y como la esperaba. La mayoría estaba bebiendo cuando Bobby agregó lo último, haciendo que algunos se atragantaran o escupieran su soda.

—¿Cómo que te vas a casar? —dijo Carl anonadado.

—¿Por qué diablos nos dices ahora? —dijo Sid limpiando el líquido que había escupido Carl sobre ella.

—¡Oh Dios santo, mi niño se va casar! —agregó emocionada la abuela.

—Bobby nunca dejas de ser tan inoportuno —le dijo su madre con una sonrisa.

—¿Va a haber fiesta? —preguntó Carlitos emocionado.

—Bobby se nos va —dijo Sergio con voz burlesca—. ¿Cuándo va a ser? Para ir invitando a unas nenas.

—En primer lugar, no puedes invitar a tus amigos, Sergio —le dijo Bobby—. Y en segundo, me casaré en un mes, en Detroit.

—¡¿Un mes?! Pero no me va a dar tiempo de organizar nada. Debo llamar a toda la familia, preparar una gran cantidad de tamales, buscar a un padre bueno en Detroit... ¿Kitty va a dejar de ser judía? Porque sabes perfectamente que debes casarte por la iglesia y...

—Mamá, tranquila —María paró el alboroto de la abuela con una risita—. Bobby debe tener todo bajo control.

—Así es, la mamá de Kitty nos ha ayudado mucho con la organización. Pensamos que va a ser algo simple, o por lo menos no pretendemos invitar a medio mundo.

—Pero podemos invitar a la familia ¿verdad? Sabes que son muy importantes.

—Sí, abuela. Solo no hagas venir a la mitad que vive en México, no quiero complicarles la vida.

—Muy tarde, ya lo publique en mi grupo de WhatsApp de la familia —dijo la abuela sorprendiendo a Bobby, la mujer sabía usar con agilidad tremenda el celular—. La mitad dijo que sí vendría.

—Esto va a ser más difícil de lo que creí.

—Oye, hijo, ¿van a invitar a los amigos de Kitty? —preguntó con cautela María. Bobby sabía a lo que se refería, los amigos del viejo trabajo de su prometida no eran muy bien vistos por muchos en la sociedad, pero sabía que los Casagrande jamás discriminaban.

—Sí, la mayoría va a estar ahí —dijo con una sonrisa de lado el hombre.

—¿Y Logan? —Sid preguntó con cierto entusiasmo.

—No logré contactarlo, ni siquiera Lincoln sabe dónde está.

—Los Loud también irán ¿cierto? —dijo la abuela Rosa dejando de lado su celular un momento.

—Sí, los invité, al igual que el Sr. Quejon.

—Herbert es un amor —dijo la abuela con una sonrisita pícara—. Hace mucho que no lo veo.

Entre preguntas, comentarios y un par de anécdotas la noche corrió rápidamente y los Casagrande compartieron un momento único. Todos reavivaron aquel sentimiento que hace 5 años que no sentían, el sentimiento de unidad. Bobby pasaría aquel fin de semana en Great Lake City mientras su prometida buscaba a un par de invitados más. Sin saberlo ese fin de semana cambiaría su vida y la de todos en el mundo, y su boda sería más grande de lo que imaginaba.

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