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Capítulo 10

—¿Estás emocionada, mamá? —Lucca se movió incómodo en su silla.

—Claro —le sonreí, tratando de parecer lo más tranquila posible, aunque los nervios devoraban mi estómago con sorprendente rapidez.

Con quince minutos de retraso, mi mente tejía diversos escenarios en los que Leonardo no llegaba, dejando a Lucca desilusionado una vez más por la falla de su padre. Trataba de evitar considerar la idea de tener que reconfortar a mi hijo mientras lloraba camino a casa. Imaginaba situaciones en las que sabía que Leonardo decepcionaría de nuevo. Observé mi celular una vez más y los seis mensajes enviados a Leonardo permanecían sin leer. Sentí la tentación de enviarle un mensaje a Thiago y restregarle en la cara que su hermano había vuelto a fallar.

Junto a Lucca, habíamos solicitado lo que comeríamos como una estrategia específica para hacer que el tiempo transcurriera rápidamente y entretenernos. En mi caso, opté por el plato del día ofrecido por el restaurante: fideos de huevo con curry amarillo y berenjenas chinas. Por otro lado, Lucca eligió para él y Leonardo un linguini con pesto de mango y camarones, una elección lo suficientemente familiar. Sabía que a Leonardo le encantaba la pasta y disfrutaba explorando diferentes combinaciones de sabores, así que estaba segura de que aprobaría la elección de mi hijo.

—Lo siento, paparazzi en la entrada. —Su voz, reconocible en cualquier lugar.

—Hola —respondió tímidamente Lucca, levantándose de su silla para estrechar su pequeña mano en forma de saludo. Leonardo dudó antes de responder, visiblemente impactado al ver su versión en miniatura.

—Hola, encantado de conocerte. —Tomó su mano para corresponder al saludo, y ambos se separaron para sentarse. Cuando sus ojos se posaron en mí, asentí en señal de saludo.

—Mamá ya ordenó la comida porque el restaurante está lleno —intervino Lucca, rompiendo el silencio—. Espero que te guste lo que elegí.

—Bueno... —carraspeó Leonardo—. Cualquier plato está bien. Tu madre tiene uno de los mejores restaurantes del mundo, así que sé que la comida será deliciosa.

Ignoré el halago y disimuladamente observé a Valentina, que estaba dos mesas más atrás, comiendo junto a mi madre. Ella hizo una señal confirmando que todo estaba bien. Debíamos seguir con el plan, tomar las fotografías para mantener nuestra tapadera, haciendo que el tiempo pasara rápidamente y nos deshiciéramos de Leonardo pronto.

—¿Verdad, mamá?

—¿Qué? —miré a Lucca.

—Que mi plato favorito es pasta al pesto.

—Es verdad —le sonreí, ubicada a su lado derecho, con Leonardo frente a mí.

—El mío también —interrumpió Leonardo.

—Tenemos cosas en común —Lucca sonrió con entusiasmo.

Claro que compartían similitudes que iban más allá de la comida o la apariencia. Se reflejaban en gestos, especialmente aquellos de desagrado o en sonrisas fugaces, en manías como consumir dos caramelos de menta antes de una competencia. Compartían la costumbre de dormir hasta tarde, el desprecio por el jugo de durazno y el amor por la torta de chocolate con maní, entre innumerables otras cosas. Cuando veía a Lucca avivaba inevitablemente la conexión con Leonardo, ya que ambos eran notoriamente parecidos. Convivir con esta semejanza a lo largo del tiempo resultó desafiante, ya que se convertía en un constante recordatorio de que Leonardo no estaba presente, no nos eligió y de que sus sueños fueron lo primero en su lista, siempre.

—Eso parece —murmuró Leonardo, visiblemente consternado como si no pudiera comprenderlo completamente. Se sentía incómodo, como si no supiera exactamente cómo comportarse frente a su hijo. Aunque esa escena que presenciaba me llenaba de felicidad, también era un poco triste porque podríamos haber tenido una relación diferente.

—Vi tu último partido de tenis —volvió a hablar mi hijo—. Me gustó, ¿es difícil resistir tanto tiempo jugando?

—Sí, tanto mental como físicamente son muy exigentes —respondió Leonardo, dejándose caer en la silla y mirando a Lucca con interés ante su pregunta—. La duración y la intensidad varían dependiendo de los jugadores.

—¿Cuál fue el jugador más difícil con el que te enfrentaste? —Lucca acercó aún más la silla a la mesa, buscando reducir la distancia entre ellos.

—Fernando Rodríguez —dijo Leonardo con simpleza—, el español.

—Número dos en el ranking —completó Lucca.

—Exacto —respondió Leonardo en tono bajo, consternado de que su hijo conociera ese dato básico de su mundo.

Me moví incómoda en mi silla al presenciar su interacción. No podía entender que este fuera su primer encuentro como padre e hijo. Era una conversación casual que Lucca trataba de llevar a un terreno neutral, evitando preguntas profundas que sabía que estaban al borde de su lengua, esperando el momento adecuado para estallar como una bomba. Quería conocer esas respuestas también por parte de Leonardo, pero Lucca esperaría el momento adecuado.

Intenté desviar la atención de la conversación y mantenerme al margen. Jugaba con la falda de mi vestido, una prenda que me encantaba y que había usado en muchas ocasiones. El terciopelo negro y el corte entallado realzaban mi figura, mientras que los detalles de encaje en el corpiño y el corte en la espalda le daban un toque sexy. Combinarlos con mis zapatos de tacón negros era una elección maravillosa. A pesar de sentirme cómoda y segura, la presencia de Leonardo me generaba nervios. No quería que Lucca indagara en nuestro pasado, temía no poder responder o, peor aún, no quería recordar nada de lo que había sucedido y prefería mantenerlo enterrado.

Sentí un sutil contacto en mi zapato y dirigí mi mirada directamente hacia Leonardo, quien escuchaba con atención a Lucca, interesado en sus comentarios sobre las desventajas del tenista español. Aunque fue un roce ligero que pareció pasar desapercibido para él, provocó que los nervios se agitaran en mi estómago como una avalancha. Era un gesto inconsciente, algo que solíamos hacer durante nuestras cenas para jugar entre nosotros, pero esta vez fue más tenue, sin intención. Tal vez estaba exagerando la situación y malinterpretando lo que realmente estaba ocurriendo.

—¿Vino? —preguntó el camarero de la nada y miré a mi costado desviando la atención de Leonardo.

—Agua —respondió Lucca por mí.

—Igual —intervino Leonardo sonriendo al camarero después de mirarme brevemente.

—Perfecto, les traeré la comida dentro de cinco minutos.

—¿Puede ser agua con limón? —preguntó Leonardo antes de que se fuera.

—Sí, lo traeré enseguida.

La conversación continuó entre ellos. La presencia de Leonardo generaba una mezcla de emociones en mí, desde la anticipación hasta la ansiedad. Traté de concentrarme en la interacción entre padre e hijo. Lucca, con su curiosidad infantil, continuaba haciendo preguntas a Leonardo sobre su carrera en el tenis. La atmósfera se volvía más relajada por algunos segundos. Aunque la incomodidad persistía, había destellos de conexión.

—Así que, ¿cómo ha estado todo para ti, Leonardo? —pregunté cuando el silencio incomodo entre ellos floreció, intenté con mi pregunta romper el hielo, otra vez.

Leonardo suspiró antes de responder, como si estuviera pensando cuidadosamente en sus palabras.

—Ha sido un viaje largo y complicado.

Mientras hablaba, noté que jugueteaba nerviosamente con la servilleta. Era evidente que esta reunión no solo me afectaba a mí o a Lucca, sino que también estaba teniendo un impacto en él. Traté de ocultar mi incomodidad, pero cada gesto suyo avivaba la tormenta de emociones en mi interior. Lucca, ajeno a la tensión, continuó la conversación sobre tenis, haciéndole preguntas a su padre sobre su carrera y sus experiencias. Leonardo respondía con amabilidad, pero su mirada de vez en cuando se desviaba hacia mí, como si estuviera buscando alguna señal o confirmación de que estaba haciendo las cosas bien.

El camarero regresó inundando la mesa con el delicioso aroma de la comida. Aunque intenté concentrarme en mi plato, mi mente continuaba divagando. El resto de la comida transcurrió entre charlas superficiales y risas algo forzadas. Nos esforzamos por mantener la apariencia de una familia normal disfrutando de una comida juntos, pero cada momento estaba impregnado de sombras.

La velada siguió entre palabras cuidadosamente elegidas y gestos cautelosos. Al final, al despedirnos, experimenté una sensación de alivio. No obstante, era consciente de que esta reunión marcaba apenas el inicio de una serie de encuentros difíciles y decisiones complicadas que aún debíamos afrontar.

2017, Filadelfia

—Te echo de menos —susurré a través del celular, consciente de que la llamada sería breve debido a mi próxima reunión importante.

—Yo también —se escuchó un ligero ruido de interferencia—, pero ten presente que estaré de visita en tres semanas.

—No puedo dejar de contar los días —susurré con alegría.

—Igual, mi madre te enviará un regalo.

—Eso me emociona aún más —abrí la puerta y me dirigí al estacionamiento en busca de privacidad. Saber que contaba con el apoyo de su madre era una de las mejores noticias que había recibido en meses. Aunque mi familia aún no estaba al tanto, intuían algo, especialmente mi hermano.

En el estacionamiento, busqué un rincón tranquilo y apartado para continuar la conversación sin interrupciones. El sonido amortiguado de los autos a lo lejos creaba un ambiente de relativa calma.

—¿Qué tipo de regalo planea enviar tu madre? —pregunté con curiosidad mientras apoyaba la espalda contra la fría pared.

—Es un secreto, pero te aseguro que te encantará. Mamá siempre ha tenido buen gusto para elegir regalos —respondió con complicidad.

Sonreí ante la perspectiva de un regalo sorpresa y sentí la calidez de la anticipación. La conexión a través del teléfono no era suficiente para saciar la añoranza, pero las palabras de Leonardo actuaban como un bálsamo reconfortante.

—Estoy ansiosa por verte. Necesitamos ponernos al día en persona —expresé con entusiasmo.

—Absolutamente. Hay tantas cosas que quiero compartir contigo. Además, tengo algo más que contarte, pero prefiero hacerlo en persona.

Intrigada, mi interés se agudizó.

—Entonces, tendré que esperar con paciencia —dije.

—Así es. Pero te prometo que valdrá la pena. Ahora, ¿cómo va todo por tu lado?

Mientras compartíamos detalles de nuestras vidas diarias, me sentí agradecida por este breve respiro en medio de mis responsabilidades. La llamada creó un puente entre nosotros, aunque la distancia física pareciera un obstáculo insuperable. Con cada palabra, construíamos un lazo más fuerte.

¡Hola tulipanes!  les deseo una Navidad llena de alegría y un próspero Año Nuevo. A continuación, comparto una fuente de inspiración relacionada con el vestido de Liang. ¡Que disfruten de un día maravilloso!



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