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Yo soy mi Iluminación


Mientras las miradas de los soberanos, los dioses griegos y el continente africano estaban puestas sobre el choque de reyes de los muertos, el resto del público se centró en la titánica hacha que acababa de arrasar con la mitad del campo de batalla.

—¡¡B... BUDA HA RECIBIDO EL ATAQUE DE ZEROFUKU DE FRENTE Y LO DETUVO EN SECO!!—anunció Heimdall.

Göll volvió la mirada en esa dirección.

—Uh... Qu... ¿Qué demonios acaba de pasar?—preguntó—. Es decir, ese escudo de dónde...

—Es el arma divina de Buda—respondió Brunhild—. Rokudō, el Báculo de los Seis Reinos.

Göll miró a su hermana de reojo, tratando de no perderse ni un segundo de lo que sucedía en el campo de batalla.

—¿Ba... Báculo de los Seis Reinos?

Brunhild asintió, adoptando una llamativa pose para ilustrar su punto.

—Los seis mundos en el que los humanos pueden reencarnar, son conocidos por los budistas como Los Seis Reinos.

LOS SEIS REINOS

CINTAMANICAKRA: KANNON DEL PODER SOBERANO: REINO DIVINO

EKADASAMUKHA: KANNON DE LAS ONCE CARAS: REINO ASURA

SAHASRA-BHUJA SAHASRA-NETRA: KANNON DE MIL BRAZOS: REINO DE LOS FANTASMAS HAMBRIENTOS

ARYAVALOKITESVARA: KANNON SAGRADO: REINO INFERNAL

HAYAGRIVA: KANNON CON CABEZA DE CABALLO: REINO ANIMAL

AMOGHAPASA: KANNON LAZO INQUEBRANTABLE: REINO HUMANO

—Cada uno de los reinos está protegido por una forma del Bodhisattva Kannon. El Báculo de los Seis Reinos permite almacenar el poder de esos seis Budas Guardianes. ¡¡Responde a las emociones de Buda, y cambia de forma de acuerdo a eso!!


AHISMA: ESCUDO DE LAS SIETE DIFICULTADES


—Responde a sus emociones...—murmuró Göll—. ¡¿Dices que no es capaz de decidir el arma que va a usar?!

En el campo de batalla, Buda comenzó a forcejear ligeramente contra la titánica hacha de Zero, siempre con una enorme sonrisa en su rostro.

—Hombre, sólo estás furioso, ¿o no?—cuestionó—. Tu pubertad no es normal. ¡Haz que sude un poco, y deja salir a ese chico malo!

Buda dio un saltó mientras cargaba con su escudo, levantando consigo los filos del hacha de su rival.

—¡JODIDAMENTE INCREÍBLE!—gritó Heimdall—. ¡¿ÉL ESTÁ EMPUJÁNDOLO?!

Zero arqueó su espalda hacia atrás, retrayendo su arma.

—¡¡Deja de actuar cool y sereno!!—rugió—. Si no puedo aplastarte... ¡¡Entonces te haré pedazos, Buda!!

El hacha del dios volvió a cambiar de forma una vez más, compactándose en una gran espada de un filo, aproximadamente del triple del tamaño que su usuario, con su hoja repleta de espinas y púas.

—¡¡LA ONO NO FUKŌ CAMBIÓ DE FORMA ATRÁS VEZ!!

Buda sujetó su arma con ambas manos, mirando con tranquilidad como la rueda de oración de está volvía a girar en medio de un luminoso destello.

—¡¡Su báculo también está cambiando!!—se sorprendió Göll.


ROKUDŌ: BÁCULO DE LOS SEIS REINOS

TERCER REINO: MUNDO ANIMAL, PODER DE AVALOKITESVARA CABEZA DE CABALLO


¡¡NIRVANA: FIN DEL SUFRIMIENTO!!


Buda miró con indiferencia a su rival, mientras sostenía únicamente con su mano izquierda un kanabō, un garrote dorado con púas en su superficie de golpeo.

El iluminado miró intrigado su arma.

—Oh, eres tú...—murmuró, antes de que una sonrisa apareciera en su rostro—. Eso significa que tendré que acercarme, ¿huh?

Buda blandió su arma y cargó de frente a toda velocidad.

Zero preparó su espada.

—¡Te tengo!—gritó, mientras balanceaba su gigantesca arma—. ¡¡Hazte picadillo!!

La cuchilla espinosa del dios se acercó a toda velocidad hacia el iluminado, quien corría hacia ella sin dar signos de detenerse o defenderse.

—¡¿Está tratando de ir de frente?!—gritó Confucio en las gradas.

Göll se cubrió los ojos con las manos.

—¡¿Él podrá lograrlo?!

La espada de Zero cortó el aire, pasando centímetros por encima de la cabeza de Buda, quien en el último segundo se había deslizado por el suelo, esquivando el ataque sin detener su avance.

Zerofuku abrió los ojos de par en par, absolutamente sorprendido, y presa de un repentino dolor.

Buda se recompuso a espaldas de su enemigo, quien cayó al suelo de golpe.

Ares devolvió su atención a aquel lado de la arena de inmediato.

—¡¿Qu... ¡¿Qué demonios?!

En el suelo, Zero comenzó a toser con dolor, mientras se llevaba una mano al lado derecho del abdomen, en donde ahora tenía un gran agujero sangrante.

—¿Qué demonios...?

—¡¡AHÍ ESTÁ EL CONTRAATAQUE!!—gritó Heimdall—. ¡¡COMO UN BUDA SALIDO DEL INFIERNO, CONECTA UN GOLPE LIMPIO EN EL COSTADO DE ZEROFUKU!!

Hermes se cruzó de brazos tras la espalda.

—Entró en su rango y pudo contraatacar mientras se deslizaba para evadir su ataque, impresionante.

—Bueno, ¡sí!—admitió Ares—. Eso es precisamente lo que estaba pensando, ¡por supuesto! Por supuesto.

En el otro lado de las gradas, Göll saltó de emoción tras las demostración de Buda.

—Bien... ¡Lo logró!—celebró—. Pero... ¿Qué es lo que Buda debió sentir para que el báculo cambiara de forma?

Brunhild trató de disimular una risilla.

—Eso es muy de él—sonrió—. Él vive su vida como le plazca, sin ninguna atadura. Precisamente porque él es "El Adolescente Más Fuerte de la Historia"

Una gota de sudor nervioso se deslizó por el rostro de Göll.

—¡¿A-adolecerte más fuerte de la historia?!







DESDE SU NACIMIENTO, HA TENIDO TODO AL ALCANCE DE SU MANO...


ANTIGUO NORTE DE LA INDIA, KAPILAVATSU:

Dentro de un gran palacio, una batalla era llevada a cabo.

El instructor de esgrima de la realiza tomó su sable a dos manos y con un grito de guerra se abalanzó contra su oponente.

Su joven rival fue más rápido, y agachándose evitó el embate del instructor, al tiempo que colocaba el filo de su propia arma a centímetros del cuello del hombre.

El instructor sonrió orgulloso, mientras el sudor nervioso bajaba por su cara.

—Impresionante—reconoció—. Parece que ha llegado a dominar la espada, Lord Siddhartha.

Su joven oponente, el algún día conocido como Buda, Gautama Siddhartha, bajó su espada y sonrió agradecido, mientras se limpiaba el sudor de la frente.

—Todo es por su ayuda, maestro—respondió—. Se lo agradezco mucho.

Nacido como el príncipe del reino de los Shaykas en el antiguo norte de la India, un joven Gautama Siddhartha, que pertenecía a la clase de los ksatriya.

La mejor posición.

La mejor ropa.

La mejor comida.

La mejor vivienda.

La mejor educación.

Y AÚN ASÍ...

—Te has convertido en un buen hombre—dijo el rey de aquel sitio, mientras se acercaba al joven príncipe, quien admiraba melancólicamente las estrellas en la terraza de su palacio.

—Padre...—saludó Siddhartha.

El rey, Suddhodana, se rió alegremente, mientras se cruzaba de brazos tras la espalda.

—Justo como Asita lo predijo.

"Oh... los dioses determinaron que este niño sería el más grande entre toda la humanidad, y un día vendrá a gobernar al mundo"

LOS DIOSES LE PROMETIERON EL MEJOR FUTURO

—Ahora, la gente de Shakya está en paz—terminó el rey—. Y es tu destino gobernar el mundo. ¿Comprendes, Siddhartha?

El príncipe le sonrió de regreso.

—Sí, padre.

El pueblo se reunía en las plazas de la ciudad alrededor de los comederos públicos y gratuitos que la corona había dispuesto para ellos.

—Bien, este es un regalo del príncipe Siddhartha—anunció el encargado del puesto, mientras servía platos con una gran sonrisa—. Muestren gratitud por ello.

La gente del pueblo comenzó a recibir sus respectivas raciones con suma alegría y gratitud.

—¡Muchas gracias!

—¡No hemos comido en dos días enteros! ¡Muchas gracias, podemos mantenernos con vida!

El príncipe observó a la multitud sonriendo en silencio, montado en su caballo.

—Lord Siddhartha es increíble—murmuraban los encargados del comedor, mientras observaban al joven desde la distancia.

—¡Qué hombre compasivo es él!

—Ha hecho mucho por la gente.

—Un verdadero ejemplar de realeza.

El pueblo se ponía de rodillas, y sonrientes le mostraban al príncipe lo platos de alimento que habían recibido.

—Para nosotros, los shudras, al darnos limosna, eres nada menos que un dios entre los hombres.

—¡Gracias!

—¡Alabado sea!

El príncipe se volvió con paso firme hacia el hombre que había comenzado con las alabanzas.

—¡Pare, por favor!—le dijo.

Los guardias del joven no comprendían su actuar.

—¡¡P-príncipe Siddhartha!!

El príncipe se agachó para quedar a la altura del hombre que le rezaba, y le tendió la mano para ayudarlo a ponerse en pie.

—Le doy felicidad a las personas, porque es lo que debo hacer como realeza—explicó, queriendo dejar un mensaje muy en claro, el no era un dios, sólo era un buen hombre y un buen gobernante.

Siddhartha se adaptó muy bien a su rol como príncipe de los Shakya, y a su destino que fue otorgado por los dioses.

El joven pasaba largas horas de sus días recostando perezosamente sobre las murallas de su palacio, observando pensativo el cielo azul sobre su cabeza.

Y mientras observaba a un halcón sobrevolar los aires, no pudo evitar hablarle al ave.

—Tú no te dejas atar por nada, ¿o no?

En ese mismo instante, un buitre bajo desde las alturas por sorpresa, enterrando sus afiladas garras en el cuello del halcón, asesinándolo para luego irse sin más, como si sólo se hubiese estado divirtiendo con aquella retorcida actividad.

Después de todo, así de simple es como funciona el destino.

Siddhartha miró en silencio el cadáver del halcón que caía del cielo, cuando su ensimismamiento fue interrumpido por el personal de su palacio.

—¡¿Qué hace aquí arriba, Lord Siddhartha?! ¡Es muy imprudente par la realeza presentarse así!

El joven se reincorporo apenado.

—Cierto. Lo siento.

HASTA ENTONCES, ESO FUE...







ANTIGUO NORTE DE LA INDIA

REINO DE MALLA, UNO DE LOS DIECISÉIS MAHAJAPADAS

Siddhartha junto con sus acompañantes avanzaban por los grandes pasillos del lujoso palacio, mientras se dirigían a mostrar respetos al rey local.

El príncipe abrió las puertas de la recámara de su familiar lejano con gran estruendo, sonriendo con una gran alegría.

—¡¡Jataka, hermano mayor!!—saludó—. ¡¡Ha pasado tiempo!!

Todos los demás presentes se quedaron viendo al joven príncipe como si hubiese hecho algo realmente malo.

Siddhartha, entonces, reparó en el estado del rey local, quien permanecía postrado en cama.

—Oh...—murmuró el joven, apenado, mientras una gota de sudor nervioso bajaba por su rostro—. Her... hermano Jataka... ¿Cómo te sientes?

El rey enfermó tosió con dolor, pero eso no le impidió de saludar a su viejo amigo con una sonrisa de, aunque débil, gran felicidad.

—Siddhartha, me alegró de que vinieras a verme.

El monarca comenzó a reincorporarse, mientras seguía tosiendo con dolor.

—¡No se esfuerce demasiado, sire!—pedían sus consejeros, pero el rey los rechazó con un gesto de la mano.

—Está bien, me siento bien hoy—Jataka sonrió nuevamente—. Siddhartha, ¿darías un paseo conmigo?

El joven príncipe se apresuró a asentir con emoción.

—¡Sí, por supuesto!

Ambos jóvenes comenzaron a caminar por los pacíficos jardines del palacio, mientras se ponían al día sobre sus vidas.

—Te dije que dejaras de llamarme "hermano mayor", ¿o no?—dijo Jataka.

—Sí... me regañaste por eso una vez—Siddhartha se rascó la cabeza—. Sólo imitaba a los niños que vi en la ciudad. Así es como los hermanos cercanos se llaman entre ellos. Yo... estaba un poco celoso de ellos.

—Sí, pero esa no es la forma en la que debe actuar la realeza—le recordó Jataka.

Siddhartha agachó la cabeza.

—Sí... hermano.

La respuesta del rey, estirar su brazo y revolverle el cabello cariñosamente a su familiar lejano,

—Aunque... me alegra.

—¡Ah! ¡Hermano!

SIDDHARTHA SE LLEVÓ BIEN CON EL REY JATAKA, UN FAMILIAR LEJANO SUYO CINCO AÑOS MAYOR.

—Ya veo...—murmuró el rey—. Pronto será tu turno de ser el rey de los Shakyas, ¿hm?

—Sí—asintió Siddhartha—. Cuando sea rey, me esforzaré por hacer a todos felices, porque es mi destino.

Jataka adoptó un semblante serio y distante.

Siddhartha notó la expresión de su pariente, no comprendiendo a que se debía esta.

—T-tú también eres feliz.... ¿O no, hermano Jataka?—preguntó el príncipe.

El rey miró hacia al horizonte desde la terraza de su palacio, con su cabello hondeando al viento y los ojos perdidos en la nada.

—¿Por qué piensas eso?—peguntó, distraído en sus pensamientos.

Siddhartha sonrió de oreja a oreja, asomándose también por la terraza para admirar el basto paisaje.

—¡Malla es un reino muy próspero!—explicó.—. Todas las personas llevan una vida feliz. ¡Desde los Vaishyas hasta los Shudras! ¡Como realeza, no hay felicidad más grande que esta!

Jakata se quedó en silencio, contemplando su reino por un largo rato.

—¿De verdad crees eso?—preguntó.

—¿Qué?

—¿De verdad crees que soy feliz?

Siddhartha no respondió, simplemente miró a su amigo con los ojos muy abiertos, como si jamas se hubiese hecho tal cuestionamiento.

—Siddhartha...—siguió el rey—. Pronto sucumbiré a mi enfermedad.

—Hermano... ¿de qué estás hablando?

Jakata seguía perdido en sus pensamientos, mientras observaba los rayos dorados del glorioso atardecer.

—Hasta ahora, sólo he considerado la felicidad de la gente para ser visto como un buen rey—murmuró—. Afortunadamente, no hubo mayores guerras durante mi reinado y el pueblo prosperó. Muchos ciertamente me mirarán y dirán, "tuvo una vida feliz"

El soberano volvió a toser con dolor.

El joven príncipe se apresuró a tratar de ayudarlo.

—Ahora... volvamos, hermano.

Jakata no le prestaba atención, miraba la sangre que había quedado en su mano tras toser y observó el cielo.

—Siddhartha, me pregunto... ¿de quién era |a vida que estaba viviendo?

—¿De quién...?

—La mejor ropa... La mejor comida... El mejor palacio... Y el estatus de realeza... No elegí nada por mi cuenta. Todo lo que tuve me fue otorgado. Esos frijoles asados que la gente come, me pregunto si tienen buen sabor. El río que cruza mi reino, ¿hacia donde fluye? Y el cielo sobre mi cabeza, ¿hasta dónde se alza? No sé nada de eso...

Siddhartha observó a su amigo, sin saber como responder.

—hermano...

Jakata puso su mano sobre el hombro del príncipe y lo abrazó.

—Em... lo siento—se disculpó el rey—. Dejé escapar un lado bastante feo, ¿no? Parece que mi voluntad ha disminuido ante la idea de morir. Olvida lo que dije.

Ambos jóvenes se quedaron en silencio, observando las estrellas en el firmamento.







—Él... finamente murió...

Siddhartha montaba en su caballo, mientras con gran tristeza lideraba una gran procesión que se dirigía hacia el funeral del rey Jakarta.

Sus ojos cansados y caídos reflejaban toda la tristeza que el joven sentía, conforme se acercaba más y más al reino que no mucho tiempo antes había gobernado quien él consideraba su hermano.

Mientras pasaba por las calles, escuchó las palabras de la gente de luto, las cuales llamaron mucho su atención.

—Rey Jataka...

—Descanse en paz, rey Jataka...

—Que el pueblo lamente tanto su muerte, debe brindarle un gran honor...

—El rey Jataka debió ser un hombre muy feliz, ¿no?

Aquellas últimas palabras dejaron helado al joven príncipe.

—Feliz...—murmuró, con los ojos ensombrecidos.

"Me pregunto... ¿de quién era la vida que estaba viviendo?"—dijo el recuerdo de Jataka en su mente—. "Todo lo que tuve me fue otorgado"

Siddhartha comenzó a hacer conexiones, abriendo los ojos de par en par al asociar aquellas palabras con su propia vida.

Y fue en ese momento que todo sucedió.

Sus ojos se abrieron a la verdad, llamándose de la luz que lo iluminada.

Comprendió el ciclo de la vida y la muerte. Tuvo flashes y memorias de aquellos sabios conocidos como Budas que existieron antes que él.

Logró una conciencia plena de todas las capas de sí mismo, de su alma, sus emociones, su mente y su realidad. Entendiendo finalmente como era que se alcanzaba el Nirvana, el estado de máxima felicidad e iluminación.

El joven se había quedado por varios segundos mirando al cielo, aún montado en su corcel.

Sus acompañantes se volvieron preocupados para verlo.

—¿Lord Siddhartha...?

—¿Sucede algo?

El príncipe desmontó y comenzó a caminar entre la multitud, acción que no hizo más que confundir al resto.

—¿Lord Siddhartha...?

—Llegaremos tarde al funeral...

El joven se abrazó a sí mismo, encorvado y mirando al suelo. Para luego recomponerse de golpe y dejar ir una carcajada de lo más sonora mientras una gigantesca sonrisa se apoderaba de su rostro.

—¡¿Lord Siddhartha?!

—¿Se volvió loco de pena...?

El príncipe logró tranquilizarse. Adoptó una mirada seria y señaló al sol con un sólo dedo.

—Ya lo entiendo—anunció.


¡¡ILUMINACIÓN!!







En un gran templo, los familiares y la corte de Jataka se habían reunido para presentar respeto al difunto.

Sentado en su asiento, el rey Suddhodana se removía nervioso.

—¿Aún no hay noticias de Siddhartha?—preguntó a sus sirvientes.

—No, señor—respondieron—. Enviamos a todos a buscarlo, pero de momento, sigue desaparecido. Quizá la muerte del rey Jataka fue demasiado para él.

Suddhodana levantó la vista.

—Al parecer aún no ha madurado...—murmuró—. No es apto para ser el siguiente rey. Sin embargo, quizás presenciar este exquisito funeral lo haga ser nuevamente consciente de su posición como realeza.

Todos los asistentes del funeral comenzaron a murmurar, perdidos cada uno en sus pensamientos, pero todos con una errónea idea en común:

—Jamás vi un funeral tan magnifico como éste en toda mi vida.

—El Rey Jataka fue realmente feliz.

—Tener a un alto sacerdote cantándole un mantra sólo para él...

—Murió rey de una tierra rica y próspera.

—No puede haber mayor felicidad que esa.

Los fuertes pasos de un hombre llamaron la atención de todo el mundo. Y al girarse, fueron testigos de un joven que lanzaba pétalos de flores al aire desde una canasta, adornado todo el sitio con su belleza natural.

—¿Qué...?

—¿Quién es ese?

El rey Suddhodana abrió los ojos de par en par, volviéndose furioso hacia el recién llegado.

—¿Por qué tú...? ¡¿Qué crees que estás haciendo?! ¡¡Siddhartha!!

El joven iluminado siguió lanzando flores sin detenerse, dando todo un espectáculo, hasta que finalmente se le terminaron los pétalos, y finalmente caminó hasta el altar en donde reposaba la pira con el cuerpo de su amigo.

—¡Por favor, contrólese, Lord Siddhartha!—le decían sus sirvientes—. El alto sacerdote todavía está...

El príncipe se detuvo frente al cuerpo sin vida de Jataka, al cual le sonrió con tristeza.

—Hermano mayor, vine a buscarte.

Y sin decir otra palabra, levantó el ataúd en alto con un sólo brazo, recargándolo sobre su hombro y alzándolo frente a todo el mundo.

—¡¿Qué crees qué haces?!—le gritó su sirviente—. ¡¡Todavía estamos en mitad del funeral!!

—¡¡Detente, Siddhartha!!—ordenó Suddhodana—. ¡¿Qué clase de príncipe se comporta de esta manera?!

—¡Blasfemo!—rugió al alto sacerdote—. ¡Baja su ataúd! ¡¡Vas a provocar la ira de los dioses!!

El joven los miró con seriedad.

—Cállense.

Y con esa simple palabra, y la profundidad de su mirada, dejó helados a todo el mundo.

—Jataka no necesita sus oraciones—dijo—. O la bendición de los dioses.

—¿¿Qué...??

Siddhartha se dirigió hacia la salida, cargando con el cuerpo de su hermano, por el pasillo central cubierto de flores y a la vista de todos.

—Él tiene felicidad...—el chico se apuntó al corazón con el pulgar—. Justo aquí.







Lejos de allí, en la orilla del río que corría por aquel próspero reino, Siddhartha depositó con suavidad el sarcófago de Jataka en el agua, tomándole las manos una última vez.

—Hermano mayor, ve... y velo por ti mismo...

Siddhartha dejó que el ataúd lleno de flores fuera empujado suavemente por la corriente, alejándose así en dirección del atardecer.

Después de eso, Siddhartha renunció a su palacio, a su esposa e hijo, sus vestidos reales, su estatus, y todo aquello que poseía.

Se fue a la jungla.

Y ENTONCES...

Como el cuerno de los rinocerontes...

RECORRIÓ SU PROPIO Y SOLITARIO CAMINO PARA LUCHAR CONTRA EL DESTINO QUE LE FUE IMPUESTO POR OTROS...

En un viejo templo budista, uno de los estudiantes cayó inconsciente al suelo.

—Maestro, colapsó de hambre de nuevo—dijo uno de sus compañeros.

—Déjalo, eso es necesario para conseguir la iluminación—respondió el malnutrido viejo que meditaba frente a ellos—. Su sufrimiento purificará su mente.

Un nuevo hombre llegó al lugar, tendiendo un plato de granos cocidos al estudiante que aún seguía consciente.

—Aquí, dele esto.

—¡¿Huh?! ¿Gachas de leche...?

El viejo maestro señaló furioso al recién llegado.

—¡¿Qué crees qué haces?! No te comas esa comida de manera tan avara mientras estás en medio de tu sagrada mortificación.

Siddhartha le entregó el plato al primer estudiante, que había recuperado la conciencia y estiraba sus débiles manos hacia el tazón, con lágrimas de felicidad en los ojos.

—Cállense—ordenó el iluminado—. Lo alimento porque quiero hacerlo.

Nuevamente, dejó helados a todo aquel que lo escuchó.







El iluminado estaba recostado apaciblemente bajo la sombra de un gran árbol, reposando junto al resto de sus discípulos, quienes estaban un tanto incómodos.

—Maestro Siddhartha... ¿está seguro de que está bien?—preguntó uno de los discípulos—. Sólo hemos estado sentados aquí todo el día, ¿no se supone que la iluminación tiene que ver con la mortificación y todo eso?

—Cállense—respondió Siddhartha—. Está bien. Está bien.







En medio de la noche, un grupo de hombres de un pueblo lanzaban cánticos al aire mientras se preparaban para quemar viva a una pequeña niña en honor a los dioses.

La joven lloraba en silencio mientras cerraba los ojos con fuerza, aterrada por lo que le habría de suceder.

Antes de que las llamas de aquel fuego la alcanzaran, un hombre pateó los braseros, alejando las flamas de la pequeña, para luego tomarla en brazos y encarar a la multitud de religiosos.

—¡¿Qué estás haciendo?!—gritaron los hombres—. ¡¡Esa chica es un sacrificio para los dioses!!

—¡¡Invocaras la furia de los dioses!! ¡¡Serás destruido!!

Siddhartha les apuntó con su báculo, obligándoles a mantener las distancias mientras adoptaba una postura de combate, aún con la pequeña en brazos.

—¡¡Ya cállense!!—ordenó el iluminado—. ¡¡Si quieren intentarlo, adelante!! ¡¡Los destruiré yo mismo!!







—Para Buda, no importa si eres un hombre o un dios—explicó Brunhild—. Para aquellos que intenten negarle su propia felicidad, e imponerle el destino, no les espera nada, salvo un odio absoluto.

Göll retrocedió un par de pasos.

—¿Odio...? ¡¿Esa es la única razón por la cual está luchando contra los dioses?!

Brunhild se cruzó de brazos.

—Estoy segura de que lo mencioné antes—dijo—. Buda es el "Adolescente más Fuerte" en otras palabras, justo ahora está en el límite de la adolescencia.

En el campo de batalla, el iluminado sonreía con diversión mientras le apuntaba a su oponente con su garrote.

—Ahora levántate—ordenó—. Hasta que te hayas calmado, soy completamente tuyo.

Zerofuku se puso de pie y rugió a todo pulmón.

—¡¡Budaaaa!!

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