A veces pensar en lo negativo me ha nublado la vista, me he ahogado con mis propias lágrimas y resusité en el campo de los lamentos.

Me encontré sola, apartada de toda civilización, de los aparatos electrónicos que arrasan con la mente, de todos aquellos que me pusieron barreras y de todas las miradas llenas de desaprobación.

Simplemente me fui y sin sacar el pie del acelerador, me permití disfrutar de la velocidad, la adrenalina y la satisfacción que correteaba por mi interior.

Increíblemente no necesitaba una voz guía para encontrar mi rumbo, no necesitaba una mano para sostenerme y no necesitaba a nadie para valerme por mí misma.

En ocasiones, no nos percatamos del momento exacto en donde hemos alzado vuelo liberándonos de las cadenas asfixiantes, pero lo hacemos ¿les ha pasado? Que es cuando tomamos fuerza para salir y pisar con ganas en el nuevo mundo. Tomamos la iniciativa de abrirnos nuestras propias puertas y cometer los más absurdos errores.

Con el paso del tiempo miraremos atrás con los ojos empañados, sin embargo, a la vez observaremos el futuro en todo su esplendor.

Juventud: divino tesoro ¿no? Pero no seríamos nada si no bailamos al compás del son, si no gozamos con un amargo café y si no reímos por ver a nuestros amigos. Dándonos la oportunidad de vivir plenamente los placeres de la vida. Porque llegará el día que todo se dentendrá ¿nos sentiremos preparados? Por supuesto que no, pero por lo menos quedará en nuestro recuerdo todas las locuras y la satisfacción de haber vivido al máximo.

Es cómo cuando tu hermana te obliga a ver una peli de terror, no te gustan y te dan miedo. Sin embargo, su insistencia y el cariño por ella te hacen verla. Pasas un mal rato, pero te ríes de tu propio miedo. Después sabes que hiciste algo para complacerla y tuviste una nueva experiencia. Rompiendo tus esquemas y te dices —ya puedo dormir tachando "ver películas de miedo"  en mi lista de cosas por hacer— ¿no creen?