Epílogo
Alguien en su momento dijo que el dolor nos humaniza, que sentir dolor por alguien más nos confirma de que esa persona nos importa lo suficiente.
Alguien en su momento pensó que era un concepto doloroso sobre el amor, pero que de cierta manera tenía sentido.
Esos mismos alguien crearon una historia.
Una historia que, lastimosamente, no tuvo el final que esperaban.
Pero, ¿No es parte de la vida? Vivir un romance, perder un romance y aprender la lección valiosa.
Lo era, sin embargo, lo de ellos no debía de ser pasajero.
Él le daba una voz y la valentía suficiente para enfrentar sus miedos.
Ella convivía con su locura y complementaba a su corazón en búsqueda de la persona ideal.
No debía de ser una aventura de verano, no obstante, la vida pone obstáculos, obstáculos que, en su mayoría, no podemos evitar.
El tiempo había pasado, ¿Cuánto? Una eternidad... cuando tienes el corazón roto, los segundos parecen minutos, los minutos parecen horas, las horas parecen días y los días meses... un corazón roto te cambia, cambia tu perspectiva del mundo, te cambia a ti.
Y es que cuando amas tanto a alguien, y esa persona se va, te hace entender que jamás volverás a amar con tanta intensidad, tal vez en una temporada, tal vez en unos años, o tal vez jamás amarás a alguien en tu vida como lo hiciste una vez.
Fueron meses duros, ¿Para quién? Para todos. Todos sufrían a partes iguales, no era una competencia de dolor, cada uno de ellos le dolía una cosa u otra.
Ella tenía su gran remordimiento de conciencia que le afectaba todas las noches, no conseguía conciliar el sueño por cuenta propia lo que la obligó a tomar el camino de los hipnóticos para poder descansar.
—¿No deberías tener receta médica para eso? —le preguntó su compañera de cuarto, una chica de su misma edad de pelo corto y cobrizo con las mejillas llenas de pecas más llamativas que las propias de ella.
—Sé cuáles son los miligramos de pastillas que debo tomar, no te preocupes —le sonríe para calmarla, su compañera era muy amigable y se había mostrado preocupada desde que su insomnio había hecho acto de presencia.
La chica tuerce los labios, mirándola insegura desde el otro lado de la habitación.
—Harper, todo está controlado, tranquila —le aseguró Diane.
Ella suspiró sin más remedio que tener que aceptar las palabras de Diane.
—Vale, pero si te sientes mal no dudes en despertarme.
Asintió.
—Buenas noches, Diane.
—Buenas noches, Harper.
Las luces en la habitación se apagaron, y Diane se quedó viendo hacia la ventana esperando que la pastilla surta su efecto.
Siempre a odiado los minutos en que el sueño llegaba por la medicación, no tenía control de sus pensamientos, el silencio era un pie de entrada seguro para la malvada voz del remordimiento de conciencia que a tenido.
El último recuerdo que tenía de él seguía tan fresco en su memoria, como si solo hubieran sido días desde entonces. El dolor seguía instalado en su pecho y es una carga que lleva consigo todos los días.
Y ella estaba segura de que la merecía, aunque no fuera así.
Le hizo daño, y ella estaba pagando su karma, creía. «Me lo merezco» pensaba seguido todas las noches.
Podríamos decir que... se autoinflingía daño porque creía ser merecedora de ello, cuando en realidad fue una persona que no supo tomar decisiones.
Y aunque con otro alguien no tenía muchos parecidos, en esta etapa de sus vidas tenían muchas cosas en común: la mala toma de decisiones.
En cambio a la habitación en el internado en Miami, su habitación en la casa familiar en Cambridge tenía las luces encendidas, un chico cansado, deprimido y tan... gris como sus ojos estaba sentado al borde de su cama preguntándose el por qué.
¿Por qué ella? ¿Por qué a él? ¿Por qué a ellos?
No lo sabía.
—Tock, tock —alza la mirada cansada a la puerta de su habitación, encontrándose con su hermano mayor que apoya el hombro del marco y tiene los brazos cruzados sobre el pecho. Despide un suspiro al verlo—, Eros, por favor.
—Déjame en paz, Eames —le pidió, volviendo a su tarea de guardar sus cosas en las cajas de cartón.
Sentía que su vida se estaba cayendo a pedazos, pedazos grandes que rompían el suelo dónde él intenta que nada lo aplaste. No estaba bien, no veía nada bueno, no le encontraba sentido a nada.
Meses... ¿O años? No estaba seguro del tiempo, no estaba seguro ni de sí mismo, todo fue difícil, le dolió, le... le sigue doliendo. Nunca nada le había lastimado tanto como ese momento, como ese día... se había perdido a sí mismo y en todo ese tiempo... Eros Jackson aún no se había encontrado.
—Hermano, tienes que hablar de ese día, te está consumiendo desde adentro.
—Te dije que me dejaras en paz —volvió a pedir, esta vez entre dientes, guardando bruscamente las cosas en su escritorio.
—Ya viene siendo hora de que lo superes, Eros.
—Eames, te estoy pidiendo con amabilidad que me dejes tranquilo, o lo haces ahora o...
—¿Qué? —le desafió su hermano, al voltearse a verlo, no se veía atemorizado en lo absoluto—, ¿Qué vas a hacer? ¿Golpearme con un pincel?
—¿Y tú qué? ¿Te vas a defender con un Pirouette? —soltó con burla—. Vete a joder a alguien más, a mí déjame tranquilo.
Oyó un suspiro de su hermano pero pasó de él para seguir concentrándose en sus asuntos. Tenía muchas cosas que guardar y sus ánimos no estaban ni para su hermano ni para estar en esa mudanza.
—Eros, no estoy aquí para pelear contigo. Me preocupo por ti, gran saco de idiota. Comprendo que te duele, se que... no es fácil superar que te dejen así, pero amigo, a pasado más de un año y tú sigues sin superar a Diane.
—No la menciones —pidió por lo bajo, aún escuchar su nombre dolía demasiado.
—Extraño a mi hermano —admitió Eames, acercándose al escritorio—, el loco artista que hacía combinaciones raras de comida, extraño a ese Eros y el que tengo aquí... no es él.
Pensó en el día que su corazón se rompió en mil pedazos, recordó cómo la chica de la que se había enamorado locamente lo dejaba ahí, al pie de unas escaleras eléctricas sin darle los motivos suficientes para hacerle tal daño.
Él nunca la habría lastimado, él nunca la vio como una... una desgracia, la vio como una amiga, una amiga que lo entendía, una amiga que lo ponía nervioso, una amiga que le terminó gustando a un punto tan intenso. La veía como la persona correcta.
¿Y ella? Ella a él no.
Y el día en que se fue, no solo rompió su corazón con el mazo que fueron sus palabras, se llevó una parte de sí que no podía recuperar, y que sin ella, la otra que quedó consigo se perdió.
Verla irse... lo destruyó.
Desde que la conoció y el momento en que declararon sus sentimientos, se sintió pleno, como si esa pieza del rompecabezas que era al fin estuviera con él, y al verla partir, todo ese rompecabezas se vino abajo, las piezas se mezclaron, era solo un tablero vacío he irreconocible.
—Todos te extrañamos, Eros —Eames bajó su tono a algo más calmado, poniendo su mano sobre su hombro—, queremos a ese chico de vuelta.
Y él también, solo que no sabía cómo tenerlo de vuelta.
Eames lo obliga a mirarlo, manteniendo sus manos firmes sobre su hombro.
—Estamos aquí para ti, hermano, sabes que no te dejaríamos por nada del mundo.
Eros lo abrazó en un impulso de querer sentir el apoyo de su hermano, ahí estuvo, no era mentira, era real. La firmeza de su abrazo, la calidez de sus palabras de apoyo se lo demostraban.
—Todo estará bien, Eroscito.
Él esperaba que así fuera.
Eros escuchó al perro de su vecino ladrar y su mente lo llevó a pensar en el husky siberiano del que se había hecho tan amigo, lo veía de vez en el parque siendo paseado por el señor Reynolds, lo echaba de menos.
Los ladridos se volvieron aullidos, aullidos que seguían siendo de dolor. En una habitación oscura, echado a los pies de la cama el husky siberiano seguía echando de menos a su dueña y mejor amiga, todas las noches se iba a dormir en su cama para tener su olor presente.
Cómo todos en esa casa, la extrañaba.
Los señores Reynolds disfrutaban de una película en su sala, cada uno por su lado aunque, internamente, se extrañaban demasiado. Los primeros meses de la ausencia de su hija no fueron fáciles, su matrimonio tuvo una brecha, se amaban, pero el golpe que afectó a la familia indirectamente también le afectó a su relación.
Llevan un año yendo a terapia, a pasos de bebé, las cosas se solucionarían.
—¿Papitas? —le ofreció Dalia de su tazón, sabiendo que a su marido le encantan.
Él miró el snack, luego a su mujer. Aceptó la oferta con un asentimiento y una pequeña sonrisa.
—¿Malvaviscos? —le ofrece él, siendo muy conciente que ella los amaba.
Aceptó tomando un par.
Él miró como la mujer que a amado desde los veinte degustó una golosina tan simple que le a encantado toda la vida. Los primeros meses de la ausencia de su hija fueron difíciles, le era complicada verla a ella sabiendo el daño que le había hecho a su hija, pero él sabía el por qué, y no la justificaba, solo la comprendía.
Ambos le habían hecho daño a su retoño, un daño que afectó su relación en algún punto, la terapia a sido buena. Tanto la individual como en pareja, Louis se seguía sintiéndose culpable de muchas cosas, no obstante, estaba aprendiendo a perdonarse y esperaba ganarse el perdón de su hija, cuánto sea el tiempo que lleve.
—Hey —ella lo miró, masticando más lento, él hizo un gesto para que se acercara—, venga.
Dalia esbozó una pequeña sonrisa yendo a acurrucarse a su lado como lo han hecho tantos, pero tantos años, incluso estuvo ese clásico beso que él le deja en la coronilla de la cabeza.
—Todo estará bien, Lia.
Cómo la mejor amiga de su hija le enseñó indirectamente, Dalia mantuvo la fé de que así sería.
Fé... Zharick en sus rezos siempre tenía fé de ser escuchada y de que sus pequeñas peticiones se hicieran realidad, se mantiene firme que Alá obrará con gracia.
Después de su Isha, su último zalá del día siempre mantiene unos dos minutos de respeto antes de guardar sus cosas. Realmente no estaba obligada como otros musulmanes más fieles a hacer las cinco oraciones del día, las hacía por gusto y porque de verdad quería conectar con Alá.
—¿Listo, linda? —le preguntó Christopher, su novio, estaba en la cocina de su nuevo apartamento preparando la cena.
—Sip —respondió sentándose en el taburete de la barra, Christopher le había pedido pasar la noche en su apartamento y ver películas como era tradición de ellos, incluso le pidió un permiso formal a sus padres aunque no era necesario.
Esas pequeñas cosas hacen que Zharick se enamore mucho más de ese chico.
—Hice una extensa búsqueda en Google para no meter la pata —Christopher se da la vuelta con un plato en manos llenos de Msemmen, que es como un pan de pita un poco más duro. Lo deja frente a ella para tomar la sartén dónde había estado salteando verduras con carne de cordero—, no soy un experto cocinero, pero, lo que sea por mi novia.
Zharick le sonrió agradecida, estirándose sobre la mesa para tomarlo de las mejillas y dejar un sonoro beso en su nariz, Christopher se rió, dándole unos mimos.
Porque la vida funciona de formas misteriosas, haciendo que las historias que no tenían que pasar pasen y las que tenían que pasar no pasen.
No eran para nada convencionales y aún así lo hicieron funcionar.
Christopher terminó por darle un tierno beso a su novia, le gustaba besarla, le hacía saber que ella le tenía tanta confianza para permitirle el contacto físico.
—Sabes que te amo, ¿No? —murmuró entre ellos esa gran declaración que le hizo unos días atrás y que ahora tenía un fetiche con repetirselo.
Su novia le sonrió, las mejillas se le colorearon.
—Lo sé, yo también te amo.
Eran la historia que no tenía que pasar, sin embargo, ahí estaban con más de un año de relación diciéndose lo mucho que se amaban.
Su tierno momento romántico se interrumpió por el ringtone del teléfono de Zharick, ambos se sobresaltaron asustados para luego reírse.
La pelirroja alcanza su teléfono que a estado descansando en la barra para ver de quién era la llamada, se emocionó al ver el nombre de su mejor amiga en el remitente.
—¡Didi! —chilló feliz, no a hablado con ella la última semana porque ambas han estado muy ocupadas con la universidad.
—Hola, Zhari —saludó Diane más bajo—, ¿Qué tal? ¿Cómo van las cosas?
—Todo bien, la universidad aún pesada pero sigue siendo cool —su mejor amiga rió, Diane sabía que Zharick siempre intenta verle las cosas buenas a todo—, ¿Qué tal vas por allá?
Diane suspiró.
—Clases, muchas clases agotadoras, se supone que debería de estar durmiendo.
—¿Y por qué no lo haces?
—Aún no me da el sueño, y quise saber cómo estabas. ¿Qué tal Christopher?
—Aquí está, de hecho —Zharick la puso en altavoz—, saluda, Kit.
—¿Qué hay, Diane? —alzó la voz para ser escuchando mientras servía la cena.
—Todo bien, rubicondo —ellos se rieron del apodo—. ¿Y eso que están juntos a esta hora?
—Zharick está pasando la noche conmigo en el apartamento —respondió muy feliz, su novia por su parte se coloró un poco.
—Uuuhh —es evidente el tono pícaro con una pizca de diversión de Diane—, cuídense, eh, aún somos todos muy jóvenes para bebés.
—¡Diane! —le reclama la pelirroja, aún más sonrojada.
Su mejor amiga se rió.
—Es broma, niña. Oigan, yo quiero ver el apartamento, prometieron mandarme fotos.
—Se nos olvida —responde Christopher dejando la cena frente a su novia—, el fin de semana estaremos más desocupados, además, aún aquí es medio desastre, no termino de pasar mis cosas.
—Sí, también están algunas cosas de Eros tiradas por ahí.
Se hizo el silencio.
Zharick hizo una mueca, Christopher dejó ir una baja respiración por la nariz, los nombres de esos dos eran prohibidos en la presencia del otro, lo que los dejaba a ellos dos en el medio porque eran los mejores amigos.
No eran los más afectados, ni de cerca, ahora bien, él era el mejor amigo de Eros y ella la de Diane, y eso... sí, los pone en una situación incómoda.
Diane fue la que rompió el hielo formado aclarandose la garganta.
—Ehm, él... ¿Él como está?
Zharick buscó ayuda en Christopher, quien se encogió de hombros sin saber qué decir.
Y es que ese era otro gran tema.
—Creo que no, bueno, no es sano darte una respuesta, Diane -su amiga suspira triste—, lo siento.
—Lo entiendo, yo, esto, tengo que irme a mi cuarto antes de que algún guardia se pase por aquí. Te hablo luego, ¿Va?
—Va, hablamos luego.
—Adiós, rubicondo.
—Adiós, Fluoritas.
Diane fue la que colgó la llamada y Zharick no pudo evitar sentirse triste, todo lo que pasó entre esos dos fue difícil para todos ellos, el grupo se rompió, Eros no era el mismo, hay veces donde las cosas se sienten como los primeros días de la partida de su mejor amiga, y ninguno quería volver a esos días oscuros.
—Hey, linda —alza la mirada hacia Christopher, que estira la mano para dar una caricia a su mejilla—, todo estará bien, aunque no lo creas, todo siempre mejora.
Ella le sonrió agradecida antes de empezar a zamparse su cena.
Y es que todo es un sube y baja emocional, aunque las situaciones no pinten que irán bien, en un determinado momento lo estarán.
Aún cuando haya una noche sin luna el cielo siempre brillará, la oscuridad nunca nos consume porque las estrellas brillan.
Y tal vez, las estrellas brillarán para ellos, para que estén bien.
- F I N -
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