20 | Nervios
A la mañana siguiente desperté con un ánimo increíble. No solo por no sentir esa carga de las actividades escolares, si no también porque... me sentía bien, estaba feliz.
Me senté en mi cama soltando un bostezo y estirando los brazos, a mis pies, hecho una bolita, estaba Baloo. Sus orejas se alzaron de tan solo escucharme.
—Muy buenos días, amigo mío —ladeó la cabeza, viéndome curioso con sus ojos coloridos—. ¿Qué tal estás?
Baloo se acercó con cuidado, como si estuviera cazando algo, esa reacción me hizo reír. Acuné su cabecita entre mis manos cuando estuvo más cerca de mí.
—Eres un lindo perrito —lo solté para darle caricias detrás de su oreja.
Claro que no se quejó o alejó, a ese perro le encantan los mimos.
En cuanto dejé de acariciarlo, soltó un ladrido y meneó la cola, acciones que hacía cuando se emocionaba. Puse mis pies en el suelo, riendo.
—En un rato te saco a pasear, Baloo.
—¡Guau, guau! —ladró aún en mi cama.
Fui hasta el baño a cepillar mis dientes y darme una ducha para despertar bien. Lavé mi cabello que tenía una cantidad exagerada de gel por el peinado de ayer y también brillos, incluso el agua se llevó una de las flores que me había puesto la de la peluquería como decoración, no las había quitado todas, al parecer.
Después de una buena ducha de diez minutos fui hasta mi habitación envuelta en una toalla, Baloo ya no estaba, por lo que supuse que había bajado a rogar por tiras de tocino.
Busqué en mi armario una muda de ropa cómoda, terminé eligiendo unos shorts que solo uso en casa y una vieja camiseta de manga corta. Una vez mi cabello estuvo desenredado, lo dejé suelto para que se secara, ya me a pasado que lo he amarrado aún mojado y tenía que volver a lavarme la cabeza porque olía a ropa mal secada.
Ya arreglada, bajé a la sala. Mi familia estaba desayunando tranquilamente en la mesa, Baloo comía de sus croquetas en su tazón, papá leía el periódico tomando su taza de café de siempre, mamá en cambio revisaba su móvil y la abuela se robaba de la canastilla más panecillos de los que debía comer.
—Eso es mucho gluten para ti, abuela —dije, quitándole el tercer pan que se estaba robando, luego le di un abrazo—. Buenos días, por cierto.
Ella resopló, de todas formas me correspondió a mi rápido abrazo.
—Buenos días, cielo —fui a saludar a mis padres—. Y déjame comer mis panecillos, la vida es una sola, no me iré con arrepentimientos.
Negué riendo con la cabeza. Ah, mi abuela era única.
Destapé mi desayuno y agradecí que no fueran cereales. Estaba a punto de dar el primer mordisco cuando ví la mano arrugada de mi abuela acercarse con disimulo a la canastilla en el centro de la mesa.
—Abuela —advertí.
—Diane —refutó.
—Mamá —dijo papá, cansado.
—Déjenme ser feliz, por favor —y sin importarle nuestros reproches, se comió otro panecillo en nuestras caras.
Despedí un suspiro, esa mujer no tenía remedio para su necedad.
El desayuno fue tranquilo, Baloo como siempre me chilló por una porción de mi desayuno y yo claro que no me pude negar. Ese perro es inteligente, pone su carita de abandonado para conseguir lo que quiere. Luego de la comida papá se terminó de arreglar para irse al trabajo a cumplir su turno de medio día.
Mientras mamá lavaba los platos, ayudé a mi abuela a empacar sus cosas. Hoy volvería a su apartamento en Nueva York, sería mentira decir que no la extrañaré mucho.
—Te llamaré, Diane, como siempre —prometió, cerrando el cierre de su maleta.
—Igual te voy a extrañar —admití, sentándome a la orilla de la cama—. ¿Cuándo volverás otra vez?
—No lo sé, cielo —ella se sentó a mi lado—, en algún momento es la respuesta que puedo darte.
Apoyé mi cabeza de su hombro, haciendo un involuntario puchero. Me gustaban las visitas de mi abuela, y esas no siempre se daban, así que las horas de las despedidas nunca han sido mis favoritas.
—No te pongas triste, Didi. ¿Por qué no me cuentas qué tal fue el baile?
Una de las comisuras de mis labios se fue elevando lentamente hasta volverse una sonrisa amplia. Mi memoria reprodujo todos los momentos de la noche anterior, haciendo que mi corazón se acelere sin motivo y mi estómago cosquillee. Incluso creo que se me escapó un suspiro.
Escuché a mi abuela reír.
—¿Tan bueno estuvo?
Me acomodé en mi sitio y miré mis manos aún sin perder esa sonrisa. Quería dejar de hacerla pero no podía, mi memoria solo reproducía los eventos de la noche anterior sin yo pensarlo y mi sonrisa solo se acentuaba.
Que patética estaba siendo.
Antes de empezar a contarle a mi abuela lo que había pasado anoche, la puerta de la habitación se abrió, dejando ver a mamá.
—Oh, ¿Interrumpo en algo?
Meneé la cabeza.
—No, aún no.
—Ven, ven —la abuela palmeó el colchón para que mamá viniera a sentarse con nosotras—. Está a punto de contarme lo del baile.
Eso le interesó a mi madre, por lo que vino a echarse en la cama, ambas mujeres me observan intrigada de conocer lo que fue mi baile de graduación.
—Son unas chismosas.
—Cuenta, niña —me pidió mi abuela.
No tuve más opción que suspirar y empezar a contar. No conté todo a detalle, porque si le menciono a mamá lo de Koi, iría hecha una furia a reclamarle y acusarlo con sus padres, y el pobre ya tuvo suficiente con la paliza que le dió Eros, tampoco les comenté lo que pasó en su coche cuando me dejó aquí. Fui por lo más escencial: nos la pasamos bien bailando, comí muchos dulces, a Eros lo nominaron como rey del baile y que la noche terminó bien.
Cuando terminé de contar, mamá me estaba sonriendo.
—Ow, me alegra que la hayas pasado bien, Didi —se levantó de la cama—, no era esto a lo que venía, pero fue una buena charla —nos reímos—. Saldré un momento a comprar unas cosas, vuelvo en un rato.
—Vale, tráeme algo del super.
—Claro, cielo. ¿Quiere algo, Adamaris?
—Un paquete de gomitas, Arabela no me deja comprar en las paradas.
—Usted sabe que no debe de comerlas —le recordó mamá. Mi abuela ya estaba en la edad que ciertas comidas le hacían daño, y a ella eso le importaba un pepino.
—Pero como eres una buena nuera, me comprarás las gomitas y no le dirás nada a mis hijos, ¿verdad?
Tanto mamá como yo nos reímos. En serio, esa mujer no tenía remedio.
—Vale, le traeré gomitas.
—¡Eres un amor, Dalia! —exclamó para que mamá la escuche, y claro que lo hizo porque su risa la oímos aquí.
Después fue el sonido de la puerta y el del motor del coche ser encendido.
—Bueno, creo que iré a mi habitación a... —me interrumpo al ver a mi abuela, me daba una mirada extraña que me hizo fruncir el ceño—. ¿Por qué me ves así?
Despidió un suspiro.
—Ay, Diane.
—¿Qué?
—No trates de engañar a tus mayores, hija, nuestra experiencia es más de la que los jóvenes como ustedes tienen.
¿Ah?
Mis labios hicieron una mueca. No entendía el motivo de las palabras de mi abuela.
—¿Qué cosas dices?
Una sonrisa cómplice se apareció en sus labios, tampoco pasé por alto el destello de picardía que se aparecía en su mirada.
Ay, no.
—Podrás engañar a tu madre, Didi, pero no a mí —se señaló el pecho—. Crié sola a tres hijos, estuve presente en la adolescencia de todos mis nietos, y sé cuándo los adolescentes ocultan cosas.
Demonios.
Las palmas de mis manos empezaron a sudar nerviosas, no es que haya omitido detalles porque sean malos, solo no quería recibir una charla.
—Mira, abuela, lo que pasó no fue nada... —volví a interrumpirme a mí misma, esta vez porque la abuela se echó a reír.
Me sentía en el limbo, ya no comprendía a esta señora.
—Diane, tranquila, no necesitas explicar nada. Sé que mereces tener una vida privada, comprendo bien la omisión de detalles.
Dejé ir un suspiro aliviado.
—Eso sí, lo que sea que haya pasado en ese coche anoche, que no haya sido nada sobrepasado, Margaret.
Me sonrojé al recordar eso: el momento dónde Eros se despidió de mí con un beso en mi mejilla demasiado cerca de mis labios, también mis repentinas ganas de querer besarlo.
—¿Cómo es que...?
—¿Lo sé? —completó—, te vi por la ventana de la cocina cuando bajaste de su coche, estabas toda roja, como ahora —creo que me sonrojé aún más, mi abuela se rió de mí—. Yo no juzgo, cielo, solo que lo que pase, sea todo bajo tu consentimiento. Porque si no, uy —negó con la cabeza—, que a tú amigo no me lo encuentre por Nueva York.
Hice una nota mental muy importante de no llevar a Eros un día con mi abuela.
—Tranquila, abuela, solo somos amigos. Así que nada malo va a pasar.
Ella arqueó una ceja y me miró de arriba a bajo, su mirada concentrandose especialmente en mis mejillas aún ruborizadas. No debía de ser tan intenso pero aún debían de tener ese tono rojizo.
—¿Estás segura de eso?
—¿Por qué habría de estar insegura? Él y yo solo somos amigos, buenos amigos.
Se encogió de hombros.
—Nada más digo, Didi, a veces, la persona que menos espera resulta ser tu complemento perfecto. El amor siempre viene disfrazado en amistad, y por esos son los amigos los más grandes amantes.
Dió una palmadita a mi rodilla, levantándose de la cama y saliendo de la habitación. Me quedé repitiendo sus palabras un buen rato, de cierta manera, mi abuela tenía razón, pero eso no aplica con Eros y conmigo, de verdad solo somos buenos amigos.
Nada más que amigos.
—Sí, sí, solo amigos —me dije en voz alta, convenciendome de ello.
-
Cuatro días.
Cuatro días desde el baile, tres días que no sé nada de Eros.
Y me estaba desesperando, no quería sentirme así pero era una cosa que no podía evitar. No hemos hablado en tres días y eso me hace cuestionarme muchas cosas, más de las que realmente son sanas para mí.
Me muerdo la uña del pulgar, paseando de un lado a otro frente a mi cama. Pensando en mil motivos para justificar su ausencia. No lo entendía, todo estaba bien. Nuestra última charla por mensaje fue normal, ni digamos la llamada. Eros no paró de reírse y contarme emocionado los planes que tenía para el verano, ¡Incluso me incluyó en esos planes!
Y ahora... ahora lleva tres días sin hablarme.
¿Será por... por lo de la noche del baile? ¿Será que ya no quiere ser mi amigo? Eso puede ser, mi parte maniática y controladora suele espantar a la gente. No, no, no, Eros... él no es así. Pero... ¿Por qué desapareció así de la nada? Lo comprendería de un día, máximo dos, ese chico no suele estar atento al móvil, ¡¿Pero tres días?!
—Auch —mascullé cuando sentí un dolor en mi pulgar, me había mordido tanto la uña que terminé rompiéndola y haciéndome daño.
Dioses, necesito calmarme.
Hincho el pecho y expulso el aire por la boca, repetí esas acciones varias veces hasta tener un gramo de relajación en el cuerpo.
Vale, si Eros solo se quiere alejar sin más, lo dejaré pasar. Tampoco es tanto el tiempo que llevamos siendo amigos como para que me importe demasiado.
Sí, sí, lo... lo dejaré pasar.
Estuve de pie unos cinco minutos pensando en qué hacer para distraerme. Mis padres habían salido y se habían llevado a Baloo, por lo que no podría jugar con mi mascota, ¿Televisión? No me aparecía tanto. Podría distraerme con actividades como solía hacer, pero estaba de vacaciones, por ende, ya no tenía tareas que hacer.
Mi mano lentamente volvía a subir a mi boca, la detuve de un golpe. ¡Debo dejar de morderme las uñas!
Miré mi móvil que aún reposaba en mi cama, en el fondo de mi cabeza escuchaba una vocecita insistente.
Llámalo...
¿Debería...?
Di unos pasos a mi cama, luego retrocedí, indecisa, estuve a punto de morderme las uñas pero me metí las manos en los bolsillos de mi pantalón.
Lo pensé, lo medité también.
Al final le hice caso a la voz de la impaciencia en mi cabeza.
Cómo él no da señales de vida, me iré por la vieja confiable.
Tomé mi móvil y busqué entre mis contactos el número que de seguro registró mi mejor amiga, porque de otra manera no lo tendría guardado.
Contestó al tercer tono.
—Hola, Christopher —saludé.
—Oh, hola, Diane, que repentina tu llamada.
—Sí, ehm, es que... quería preguntarte si tú... —vacilé un momento—, si tú sabías algo de Eros...
—¿Eros? ¿Eros Jackson?
Dejé caer mi brazo libre a mi costado.
—No, tonto, Eros Ramazzotti, ¡Obvio que Eros Jackson, Christopher!
Se oyó su fuerte risa.
—Vale, vale, ya, no te enojes —dijo, calmado su risa—. ¿Por qué la pregunta? ¿No hablas tú seguido con él?
—Sí, pero desde hace tres días que no sé nada de su existencia.
—Espera, ¿en serio no te dijo?
Fruncí el ceño.
—¿Decirme qué?
Christopher resopló de su lado.
—Por Alá, basta. Tengo que hacer algo con ese chico —eh..., seguía sin entender nada—. No sé si es que es muy despistado o que no le gusta preocuparte, la verdad no sé qué le pasa.
—Ah, Christopher, ¿Pero qué es lo que pasa? ¿Está todo bien con Eros? —pregunté, ya ansiosa de una respuesta.
—A Eros le van a sacar las muelas del juicio, Diane —respondió—, estos últimos días a estado en exámenes, capaz por eso se haya desaparecido. Hoy era su cirugía —hizo una pausa—, debió de haber salido de cirugía hace como veinte minutos, puedo averiguarte si está en su casa, si gustas.
—Te lo agradecería mucho, Christopher.
—Vale, te enviaré un mensaje.
Murmuré un «gracias» antes de cortar la llamada. Tomé asiento en la orilla de mi cama a esperar ese mensaje, pensando en otros mil motivos por los que Eros no me dijo de su cirugía de extracción. Ni siquiera un comentario o un casual «Hey, chica salsa, pronto me sacarán las muelas del juicio y por eso no podré escribirte en tres días» ¡Lo habría entendido!
Pero solo estuvo pasando de mí.
En serio que debo de llevarlo a hacer una prueba.
Cinco minutos después mi móvil suena con la notificación de Christopher, era su mensaje dándome una respuesta positiva de que Eros sí estaba en su casa. Le escribí un rápido «gracias» y me puse mis zapatos, haciéndole una rápida llamada a papá para avisarle que iría un rato a la casa de Eros. Lo bueno de papá es que él es más flexible con mis salidas con una simple condición: llega antes que nosotros para que tú mamá no te regañe.
Agarré un bolso con mis cosas necesarias y salí al porche, cerrando la puerta con doble seguro. También era un poco maniática de la seguridad. Luego de ponerme mi casco subí a mi bicicleta y emprendí camino a la casa Jackson.
Estoy ahí diez minutos después, me saco el caso y lo dejo colgado en uno de los manubrios de la bicicleta. Antes de tocar la puerta, tomo una respiración profunda.
Golpeé con mis nudillos la madera.
Se oyen pasos desde adentro, después tengo frente a mí al señor Jackson, sonríe al verme.
—Diana, ¿No?
—Diane, de hecho —corregí con una risita.
El padre de Eros también rió.
—Oh, claro, Diane, discúlpame —le resté importancia con un gesto—. Pasa adelante, estás en tu casa.
Pasé a la casa de Eros, seguía igual que la última vez, en esta ocasión no me encontré con Evolet en la sala viendo TV ni a la señora Martha salir de la cocina. De hecho, todo estaba muy silencioso.
—¿Vienes a ver a Eros? —me preguntó el señor Jackson.
Asentí, girandome a verlo.
—Sí, Christopher me dijo que hoy tuvo cirugía de extracción de muelas, quise saber cómo estaba.
—Muy drogado.
—¿Disculpe?
El padre de Eros se rió de mi cara.
—Está muy anestesiado, en todo el camino vino balbuceando cosas —asentí, comprendiendo—. Está en su habitación, imagino que sabes cuál es.
—Claro que sí, con permiso.
—Si pasa algo, un grito será suficiente.
Sonreí, yendo hacia las escaleras. De seguro fue de ahí que Eros sacó su extraño sentido del humor.
En el pasillo de arriba fui hasta la habitación de Eros, la puerta estaba abierta y la luz encendida, desde aquí podía escuchar como el mesero cogote golpeado balbuceaba cosas y emitía quejidos.
—Tock, tock —acto seguido, toqué la puerta de su cuarto con mi dedo índice.
Eros, que estaba echado boca arriba sobre su cama con los pies colgando del borde del colchón y los brazos extendido a cada lado, alzó el rostro en mi dirección para luego esbozar una sonrisa con algodones a cada lado.
—¡Didiiii!
No le regañé por el apodo porque me dió risa su tono infantil. Eros se sentó en su cama, haciéndome gestos para que entrara. Sus rizos castaño oscuro iban en un desastre peor al de siempre, sus irises grises estaban idos a causa de la anestesia y la sonrisa con algodones era bastante infantil y, sí, drogada.
—Hola, mesero cogote golpeado ahora anestesiado —me quedé de pie frente a él cruzada de brazos.
Hizo un puchero.
—Veeen, ¿Po' qué tan lejooo? —con ambas manos me pidió que me acercara.
Ahora con esas pintas flojas de sus articulaciones, Eros parecía un muñeco de trapo.
Suspiré, yendo con él y sentándome a su lado.
Solo que ese idiota drogado no se conformó con eso, sino que me tumbó consigo a su cama, así quedando los dos frente a frente.
—¡Eros! —le regañé.
—No, no, no, no writes —apuntó a su oído—, duele.
Resoplé, ya me estaba arrepintiendo de venir. Eros anestesiado es más fastidioso que el Eros no anestesiado.
Una de sus manos se acercó peligrosamente a mi rostro, él estaba ignorando por completo la mirada asesina que le dedicaba. Terminó tocando la punta de mi nariz con su dedo índice.
—Pu —soltó una risita boba que quizá se me contagió un poco. Eros suspiró por la nariz—. Te ves muy bonita sonriendo —su dedo se arrastró hasta la comisura de mi labio—, te ves muuuy bonita.
Se me escapó una risita nerviosa, espanté su mano de mi cara.
—¿Qué cosas dices, Jackson?
—E' que me guta verte sonreír, te haje ver ma' linda —eso último le salió más agudo.
Me senté en la cama rascando mi nuca, esto se estaba poniendo raro.
—Eh... n-no sé de qué hablas, Eros.
—Exaaactoo —se sentó con pereza—, siempe estás bonita, sieeempeee —su ceño se frunció y sus labios hicieron un puchero—, ¿Po' qué hajesjeso? —cuestionó con tono infantil, todas las palabras pegadas.
—¿Hacer qué? —repliqué, tensa. No me esperaba que esto pasara.
—Eso, siempe esta' bonita. Hajes que quera besate' —su tono es perezoso, difícil de entender, pero eso se escuchó a la perfección.
El sonrojo llegó a mis mejillas en tiempo récord. Me puse de pie sintiendo nervios por todas partes, el corazón me golpeaba con fuerza en el pecho.
Eso en definitiva no me lo había visto venir.
—Eh, sí, bueno, Eros, creo... creo que deberías d-descansar, la anestesia... —mi tono es más agudo de lo normal, y es que en serio eso me dejó muy nerviosa.
Claro que él en ese estado intoxicado no debe de notar que me tiene con los nervios a flor de piel.
Meneó la cabeza varias veces y agitó su dedo de un lado a otro como si dirigiera una orquesta. Claro que lo hacía, mis nervios eran esa orquesta.
—No, la anestesia no. Na-a de anestesia, po' favo'.
—Eros, creo que deberías...
—Ssh, ssh, ssh —despidió aire por la nariz, tenía la vista encima mío y eso no me ayudaba a calmarme. Pasé saliva con dificultad cuando ladeó la cabeza y una sonrisita boba se apareció en sus labios—. En serio eres muuuuy bonita, chica salsa.
Por primera vez desde que me llama así, ese tonto apodo hizo que las mariposas en mi estómago emprendiera vuelo.
Como aún estoy lo bastante cerca de él, Eros solo tuvo que estirar el brazo para acercar su mano nuevamente a mi rostro, en vez de dar un toque a mi nariz, dió una caricia a mi mejilla aún sonrojada, dejé de respirar en ese instante.
Aún no perdía esa sonrisa boba, una chispa apareció en sus irises grisáceos, como si volviera a estar en estado lucido. Bajaron de mis ojos a mis labios, así varias veces. Volví a tener ese pensamiento sobre besar a Eros.
¿Quería hacer eso? ¿Quería que él me besara a mí?
—Me gustaría...
Sus palabras se interrumpen por el sonido abajo de la puerta ser cerrada seguido de varios «¡Volvimos de la farmacia!» de la madre de Eros, quién alejó su mano de mi rostro. Yo me acomodé un mechón de pelo detrás de la oreja.
—Debería... —me aclaré la garganta—, ir a ver...
Se echó sobre su cama como lo había encontrado al llegar.
—Sí... mamá llegó.
Salí al pasillo donde dejé ir todo el aire que tenía contenido en mis pulmones y lo recuperé con varias respiraciones. Traté de relajarme lo mejor posible antes de bajar a la sala.
—Oh, ¡Diane, linda! —exclamó la madre de Eros al verme.
—Hola, señora Martha.
—¡Diane! —chilló Evolet, viniendo a abrazarme por las piernas.
Me agaché a su altura para abrazarla también, la había extrañado.
—Hola, Evie. ¿Qué tal estás?
—Aburrida —respondió con un puchero, demasiado igual al de su hermano—, mami y papi no me quisieron llevar a jugar al parque.
Sus padres rieron desde la entrada de la cocina.
—Cuando Eros se mejore, iremos al parque a jugar, Evie —respondió su padre.
—¡Pero no es justo! —replicó la niña, dando un pisotón al suelo que me hizo reír por lo bajo—. ¡Dijeron que iríamos hoy!
—Y lo sabemos, cielo, pero adelantaron la cirugía de tu hermano.
Evolet se cruzó de brazos.
—Si Eames estuviera aquí me hubiera llevado —murmuró.
—¿Ya se fue de vuelta a Londres?
Asintió, aún molesta.
—Hace un par de días —contestó la señora Martha, entrando a la sala—, algo surgió en su instituto que tuvo que irse con prisa.
—Traidor —volvió a murmurar Evolet.
Su madre vino con nosotras y le pellizcó las mejillas a su hija menor, haciéndola reír.
—Eames volverá, Evie, lo prometió.
—Más le vale —ella frunció el ceño—, porque si no habrá sorpresas en su habitación.
Alcé sorprendida ambas cejas. Que cría más vengativa.
Hablé un rato con Evolet hasta que la señora Jackson me pidió el favor de llevarle la medicina a Eros, accedí porque si me negaba sería muy sospechoso.
Ignoré lo mejor que pude mis nervios, iba inhalando y exhalando en todo el camino, entré a la habitación de Eros, él seguía echado de la misma manera de hace rato.
—Hey, mesero cogote golpeado —le llamé, alzó el rostro a verme—. Hora de la medicina.
—Jí... medijina.
Se sentó de forma perezosa en su cama y se tomó la pastilla con cuidado de no moverse los algodones. Estuve apoyada de la mesita de noche mientras que él se acomodó entre sus almohadas con los párpados que se le cerraban solos.
En menos de diez minutos, Eros Jackson se quedó profundamente dormido.
Ladeo una sonrisa, viéndolo. Se veía tan tranquilo y pacífico, quité un mechón de su pelo que le estorba en la frente y lo uní a la mata de pelo castaño que tiene.
Antes de salir de su habitación, dejé un suave beso en su frente.
Abajo me despedí de la familia Jackson, asegurándole a Evolet que vendría pronto a visitarla. Luego de un par de rápidas despedidas, salí de la casa y subí a mi bicicleta.
De camino a mi casa pensé en ese extraño momento con Eros en su habitación, justificaba su comportamiento por los analgésicos, apenas hoy le sacaron las muelas del juicio, los efectos de las medicinas y la anestesia tardan mucho tiempo en irse. Pero... ¿Cómo justifico yo todo lo que sentía? ¿Tanto los nervios como la emoción y ese pensamiento de querer besarlo?
Tenía todo un caos emocional por ese chico.
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