01 | Fragancia de pizza al choque
Diane
La voy a matar.
Definitivamente la voy a matar.
¡Hace días me dijo que nos reuniéramos aquí porque tenía algo importante que decirme! ¡Y no se presenta!
—Es que te voy a matar, Zharick Weller —mascullo volviendo a marcar su número en mi móvil.
—Hola, hablas con Zharick, por los momentos no estoy disponible, ¡Pero deja de tu mensaje después del tono!
Gruño frustrada dando un golpe a la mesa, haciendo que el servilletero dé un brinco sobre la superficie.
Ella sabe perfectamente lo mucho que me cuesta en estos meses pedir permiso para salir, ¿Y se toma la libertad de dejarme plantada?
Debo resignarme, ya a pasado media hora y de seguro mi madre a de estar preguntándose dónde rayos estoy.
Vuelvo a marcar su número, rogando por todos los dioses a que conteste y diga que ya está en camino, mis plegarias no son escuchadas porque vuelve a mandarme al buzón de voz.
—No vuelvo a confiar en ti, Zharick —digo para mí, suspirando rendida y guardando mi móvil en mi bolso de lado.
Salgo del asiento donde mi trasero a estado postrado la última media hora esperando por mi mejor amiga para irme de la pizzería, cuando de pronto mi tarde se pone mucho mejor.
Estoy muy segura que el guionista de mi vida se muere de risa con mis desgracias.
Me levanté de mi asiento para ir a la salida, pero a su vez, un mesero venía pasando frente a mi mesa, por la rapidez con la que él iba caminando y la prisa con la que yo me levanté, ambos nos chocamos, causando que la pizza que el mesero llevaba en manos termine en el mejor lugar de todos.
Es decir, sobre nosotros.
Sentí como algo caliente salpicó a mi rostro y entró en mis ojos, causando que aparte de dolerme, no viera nada. Hay un ruido estruendoso cuando la bandeja de aluminio cae al suelo, seguido de las quejas del mesero:
—¡Está caliente, está caliente! —algo más me cae encima, algo caliente que me hace chillar—. ¡Ah, demonios, quítame el queso, quítame el queso!
—¡No puedo ver! —digo, intentando por todo abrir mis ojos, no puedo lograrlo.
—¡Queso, caliente, auch, auch! —seguía quejándose el chico—. ¡Está muy... Carajo! —hay otro ruido, uno más seco y hueco, como cuando golpeas un coco—. ¡Mi cabecita!
Aún no logro abrir mis ojos, solo hasta unos segundos después, que escucho unos pasos venir, es que el ardor de la salsa va pasando y me permite ir entreabriendo los párpados, que es como ir quitando la costra de una herida, muy doloroso.
—Hermano, ¿Qué fue lo que te pasó? —pregunta una tercera voz masculina, a lo poco que puedo ver, ayuda a levantar al chico tumbado en el suelo sobre un desastre de líquido rojo.
—Auch —logro abrir los ojos, quito algo que molesta en mi mejilla, que resulta ser un trozo de peperoni, el mesero con el que he tenido el accidente se encontraba acariciando la parte trasera de su cabeza—. Me duele el cogote, hermano.
—Vete a la cocina, amigo, eres un desastre.
—Pero esto...
—¡Vete!
Con un resoplido, el mesero Cogote Golpeado se retiró.
Puedo volver a ver claramente otra vez, el piso está hecho un desastre de pizza maltratada con la forma exacta de un trasero en la salsa. No solo puedo sentir la salsa que me cayó encima en la cara, también en los brazos y, cuando veo, también está en mi ropa.
Genial, el perfume que recién vengo utilizando hoy es opacado por mi nueva fragancia: pizza al choque.
Resoplo sacando varias servilletas de su depósito sobre la mesa y empiezo a pasarlas por mis brazos, solo empeorandolo porque no sale fácil, se esparce y el aroma se impregna.
¿A esto vine a esta pizzería? ¿A recibir un baño de salsa?
Esto es un asco, estoy hecha un asco.
—Guao... ¿Pero qué pasó aquí? —pregunta detrás de mí la voz perteneciente a la persona que mataré tortuosamente.
Giro con cuidado, intentando no resbalar con la salsa en el piso y dándole una mirada asesina a la pelirroja rizada que está parada a menos de un metro de mí.
Zharick me da una mueca, acortando la distancia.
—Oh, Diane, tienes... Eh... —acerca la mano a mi rostro y remueve medio trozo de peperoni que empezaba a pegarse de mi mandíbula—. Estás un poco... sucia...
—Vaya, ¡No me lo digas! —exclamo con tal sarcasmo que estoy segura mi prima estaría orgullosa—. Llevo media hora esperándote, ¡Media hora, Zharick! ¡Me he chocado con un mesero y nos hemos dado un baño de salsa de tomate, queso y peperoni solo porque llegaste tarde! —finalizo, exaltada.
Mi mejor amiga me da una mirada de disculpas, riéndose nerviosa. Ella sabe que molesta no quiere verme.
—Sí, bueno, ¿Perdón? —mi mirada delata que no la perdonaré tan fácilmente—. Vale, vale, estás molesta, lo pillo. Perdón por llegar tarde, se me fue el tiempo.
—¡Dijiste a las cinco en punto! —recalco, cruzando los brazos sobre mi pecho, ensuciando más la camiseta blanca ahora con chispas rojas.
El regaño que me echará mamá...
—¡Lo siento, Diane! —repite, por muy arrepentida que esté, yo seguiré molesta—. ¿Qué quieres hacer ahora? ¿Nos vamos o nos quedamos?
Despido un suspiro, pensando. Ya no me quiero quedar, ni siquiera se me apetece una pizza después de haberme bañado con una, pero tengo algo de miedo por llegar a casa y qué mi madre comente algo sobre el por qué huelo a salsa de tomate o por qué mi camisa blanca está llena de manchas rojas.
En momentos como estos, odiaba mi vida.
—Creo que será mejor...
Me interrumpo a mí misma cuando vuelvo a escuchar pasos acercarse, también quejas de la voz que reconozco como la del mesero Cogote Golpeado.
Los pasos se detienen junto a la mesa donde estábamos Zharick y yo.
—¡Hey, Erik! —grita el otro mesero que había venido al rescate hace rato—. La comida de ella, cargala a nuestra cuenta —me señala a mí y el chico Erik en la barra le hace un signo de «okey». El mesero, que es un rubio leonado de ojos caramelo, dirige una sonrisa a mí—. Tranquila, preciosa, nosotros pagaremos tu comida.
Al menos algo bueno tenía que pasar esta tarde.
Me fijé en el otro mesero, el pobre golpeado, su expresión de desconcierto dirigida a su amigo es bastante exagerada como graciosa, sus ojos grises luminosos describen un claro «¿Disculpa?»
—¿Cómo que nosotros...? —la pregunta del castaño es intervenida por las palabras de mi mejor amiga.
—No se preocupen, no es necesario que... —alza la mirada de su bolso, dónde debía de estar buscando su billetera, que cae al suelo cuando mira al mesero rubio—. Me tienen que estar jodiendo...
Cambio la mirada al mesero, que está extraña como visiblemente nervioso.
—¡Bueno! —choca las palmas de sus manos—. Fue un bonito placer verlas aquí, vuelvan cuando quieran, serán bien recibidas. Eros, es hora de irnos.
—¿Pero por qué? —cuestiona su amigo, que ahora que lo detallo más, sé de quién se trata.
—Eros, solo vámonos —nos mira a nosotras, fingiendo una sonrisa—. Buenas noches, bellas damas.
Arrastra a su amigo por el brazo, que es llevado a la fuerza de camino a la puerta, solo que Zharick se mete en medio de los chicos, cruzada de brazos, mirada mortal y capaz de despellejar a alguien.
Uh, algo grande va a pasar aquí.
—¡Ni siquiera te atrevas! —por más baja que sea mi amiga delante del mesero rubio, da mucho más miedo que él—. ¡Me haz evadido los últimos meses, pero aquí estás, perro desgraciado y mentiroso!
Vale, esto se va a poner feo.
—¡Eres un gilipollas imbécil! ¡Un mentiroso, un patán!
—¡Ya, vale, pero cállate, cállate! —decía el rubio, tapándole la boca, mi amiga sigue vociferando bajo su palma, el chico está tan rojo como la salsa que llevamos Eros y yo encima, los demás comensales no apartaban la mirada de ellos.
Mi mejor amiga también está roja, pero más que de vergüenza, es ese enrojecimiento de furia que le colorea las mejillas cuando está molesta. Esa mirada asesina que le dirige al rubio es la peor de todas que le he visto.
Debe ser claro para todos nosotros que entre esos dos a pasado algo, y que ese algo tiene bastante cabreada a Zharick.
—¡¿Cómo pides que me calle?! —grita cuando logra quitar la mano del chico de su boca a base de manotazos—. ¡Deberías callarte tú, debería cortarte la lengua por...!
—Muy bien, ¡Basta! —interviene lo que parece ser el gerente. Ay, demonios—. Ya van dos escándalos en esta tarde, si alguno de ustedes cuatro tiene un problema, bien puede ir y arreglar sus asuntos fuera del local —señala la puerta de cristal—. Pueden volver si quieren, aquí estará una mesa disponible con su comida, no habrán inconvenientes —sus ojos negros se fijan en los dos chicos—. Y ustedes dos deben irse a su casa de una buena vez porque ya terminó su turno.
Cómo ninguno de los cuatro dijo nada, tuve que dar un paso al frente, evitando el piso aún sucio de pizza.
—Disculpe, lamentamos el alboroto —los tres cobardes detrás de mí asienten—. Saldremos a fuera a resolver los asuntos y volveremos.
—¡No, no, no! —interviene el rubio—. No se preocupen, tranquilos, yo creo que no hay nada que arreglar aquí, no hay problemas, ¡Nosotros ya nos vamos! Que pasen linda noche, disfruten su comida...
Él se encontraba dando la vuelta cuando Zharick dijo, con un tono serio que hasta me dió un poco de miedito a mí:
—No —toma al rubio del brazo con fuerza, él hace una mueca de evidente dolor—. Tú y yo vamos a hablar afuera.
Con las quejas de él y siendo arrastrado por una chica unos cuantos centímetros más baja, salen de la pizzería. El gerente ahora arquea una ceja a nosotros.
—Vale, lo pillo, nos vamos también —dijo Eros—. Andando, chica salsa.
Ambos salimos a la calle, dónde las luces de las casas y las de las farolas del parque Joan Lorentz empezaban a encenderse para iluminar la calle Broadway. Zharick y el rubio amigo de Eros mantienen una discusión llena de gestos de manos en el chaflán de la calle casi vacía.
Me pregunto qué es lo que pasa entre esos dos, y sobretodo: ¿Por qué a Zharick le pone tan molesta solo la presencia de ese chico? Es raro que no me haya contado nada, literalmente nos decimos todo y entre mis recuerdos no hay ninguno que tenga que ver con ese rubio.
Pero ya si hablamos de su amigo... la historia cambia.
Esta no es la primera vez que veo a Eros, ambos vamos juntos a la misma preparatoria y en el mismo año, solo que en diferentes secciones. Eros en Grapevine es bastante conocido por su carisma, su buen humor y la forma relajada en que se toma las cosas, incluso las más estresantes. Claro que yo lo reconocí... después de recuperar la vista de la salsa, pero lo hice. Él en cambio no debería ni recordar mi nombre, la última vez que socializamos fue hace más de un año, y solo fue porque quedamos de acuerdo a que yo le diera el último libro de «Historia del Arte» de Frank J. Roos. Jr que había tomado prestado de la biblioteca.
Desde aquella tarde en que le di el libro, no hemos vuelto a dirigirnos la palabra.
Hasta ahora:
—¿Qué tal tus ojos? —pregunta yendo a recostarse de la cerca protectora a un lado de la pizzería.
—Aún duelen un poco, pero puedo ver —contesto, apoyándome a su lado, viendo de frente la discusión de los chicos—. ¿Qué tal tu cogote?
Él hace una mueca a la vez que lleva su mano detrás de su cabeza.
—Duele, pero sobreviviré —encoge los hombros y creo que me da la primera mirada después de un rato—. Oye, yo te conozco.
Oh, que sí me recuerda.
—Espera, no me digas tu nombre, lo tengo en la punta de la lengua —me interrumpe cuando nota mis intenciones, empieza a chasquear los dedos, me mira con un ojo entrecerrado, como si así pudiera concentrarse más—. Tú nombres es... Dana... No, no, ¡Eres Diane! Diane... ¡Reynolds! ¿Cierto? —sonríe de haberme recordado, asentí afirmando.
—Y tú eres Eros Jackson.
Su sonrisa se agranda.
—El mismo que porta y calza —meneé la cabeza, riendo—. Vaya, lamento lo de la pizza, que feo accidente.
—Está bien —encogí los hombros—. Claro que, si me quedo ciega, te echaré la culpa.
Alza las manos a los lados de su cabeza, riéndose.
—Aceptaré la demanda.
—No bromeo, mi primo estudia derecho, sí puedo demandarte.
Su sonrisa se borra lentamente, sus brazos caen a sus costados.
—No me jodas, Diane.
Me mantuve seria unos largos segundos en los que el rostro de Eros perdió el color, cuando su mirada empezaba a gritar «¡Pánico!» fue que me eché a reír.
—¡Es broma! —él despide un gran suspiro de alivio—. Tranquilo, no te demandaré.
—Es un alivio —limpia la gota de sudor de su frente blanca con manchas de vagos intentos de quitar la salsa de tomate.
Aún riéndome, paso a ver a nuestros amigos, que no paran de gritarse y mover las manos exageradamente.
—¿Tú qué crees que pasó ahí? —cuestiono, señalandolos con un gesto de mi cabeza.
—Honestamente, no tengo idea. Christopher se la vive cagando, así que no tengo idea que metida de pata hizo esta vez.
Suspiro y veo la hora en mi móvil, iban a ser las seis cuarenta y cinco.
—Quisiera quedarme, pero debo de irme. Si esos dos dejan de pelear, dile a Zharick que me fui.
—Vale, le dejo el recado, si es que aún estoy aquí —rasca su cabeza—. El olor a pizza es difícil de sacar.
—Ni me lo digas —guardo mi móvil—. En fin, adiós, Eros.
Hace un divertido gesto de despedida con dos dedos.
—Adiós, Diane.
Me despido con una última sonrisa, una mirada a los gritones y empiezo a caminar por la acera de la calle Broadway, yendo hacia Ellery a la parada de autobuses.
Voy por la calle pensando en qué le diré a mi madre sobre lo llena de salsa que estoy, ideando una buena excusa.
—Hey, mamá, ¿Te cuento algo loco? ¡Me he chocado con un mesero y terminé así! Está para reírse, ¿A qué sí? —hago una mueca—. No, Diane, no —resoplo—. Oye, mamá, ¿Te gusta mi nuevo perfume? Es de pizza, muy original, ¿Eh? —me paso las manos por la raíz del pelo—. Nooo, está peor.
Pienso y pienso, nada se me ocurre. Igual mamá no se puede molestar tanto, ¿O si? No, no. No lo creo.
¿Pero y si...?
Maquinado ideas llego a la parada en Ellery, el autobús no tarda tanto en llegar como pensé que lo haría, me senté en uno de los puestos vacíos del lado derecho, el que está junto a la ventana. Antes de que el chófer siga con la ruta, al autobús se sube un nuevo pasajero que, al igual que yo, emana olor de salsa de tomate y peperoni. Lo miro con una ceja arqueada como se sienta de los asiento del lado izquierdo, solo unos dos más alejados de donde estoy.
El autobús sigue su ruta por la calle Broadway, además del ruido del motor, se escucha una canción baja de fondo.
Miro sobre mi hombro a Eros, la señora con la que le a tocado compartir el puesto no parece nada a gusto de tener a un chico que huele a pizza al lado. Él parece sentir mi mirada porque vuelve sus ojos grises a mí, le doy una mirada de «¿Por qué no te sentaste conmigo?»
—¿Te quieres sentar conmigo? No hay problema.
—¡Ah, claro! —se levanta de su anterior puesto, la señora parece aliviada y se sienta junto a mí. Sentados en la misma línea de puestos, debemos de emanar un fuerte aroma—. ¿Y te vas a casa? —me pregunta, dejando su mochila gris con detalles en azul sobre su regazo.
—Ah, sí, ¿Y tú?
—Sí, también. Me urge un baño.
Nos urge, querido acompañante de pizza.
—Y... al final decidiste no quedarte.
—Es que no sabía qué más iba a hacer yo ahí —encoge los hombros—. Ya ellos resolverán sus asuntos.
Asentí en respuesta, nosotros no podemos hacer nada por esos dos. Paso la mirada a la calle alumbrada, la calle Broadway no es ni de cerca tan bonita como la avenida Broadway de Nueva York. Sí, tiene edificios bonitos, también sus casas son bastante lindas y hay buenos lugares para comer, pero nunca será como la calle de los teatros neoyorquinos.
En el trayecto eventualmente escuché los suspiros de aburrimiento de Eros, también el sonido del cierre de su mochila ser abierto, por el rabillo del ojo veo que mete la mano a la oscuridad de su mochila y luego como saca una tableta de chocolate que reconozco como los Hershey's rellenos con almendras.
Lo empieza a destapar y yo alzo la mirada a su rostro.
—¿Quieres? —ofrece, señalando la barra de chocolate.
Meneo la cabeza.
—No, gracias.
—Anda, yo sé que quieres —me codea divertido las costillas—. Vamos, dale un mordisco —insiste con una sonrisa.
Ruedo los ojos divertida y suspiro. Es increíble su poder de convencimiento.
Arranco con mis manos cuatro cuadros de su chocolate, Eros extrañamente tiene las cejas fruncidas.
—Pudiste haberlo mordido.
—Ah, no, así está bien.
Encoge los hombros, un gesto que no solo pareció exagerado, si no también divertido.
—Bueno, tú eres la que se lo pierde.
Me río por lo bajo dando un mordisco al chocolate, el Hershey de chocolate semiamargo es bueno, el de chocolate blanco también, pero el relleno con almendras siempre se llevará el puesto número uno a mí parecer.
—Sé que está muy bueno —dijo él, viéndome—. ¿Te apetece más?
—Pensé que no me lo preguntarías, gracias —saco de la barra otros cuatro cuadros.
Cuándo se trata del chocolate, y si ese chocolate es el Hershey, ya me perdieron, señores.
—Sé que está muy bueno, estamos hablando de mis gustos, y mis gustos son geniales, sobretodo cuando se trata de comida.
Quedo congelada en mi acción de comerme el resto del cuadro de chocolate, Eros nota mi reacción, se queda igual de pasmado.
—Ay, perdón, ¿Dije algo indebido?
Parpadeo un par de veces, luego meneo la cabeza y desvío la atención a la calle, llevando al fin la otra mitad del chocolate a mi boca.
—Igual no es mentira si dije algo indebido, mis gustos sí son geniales, y no solo los de comida, eh —me atraganto con el chocolate y la saliva que se había acumulado en mi boca, Eros empieza a dar palmaditas a mi espalda hasta que de mi boca sale una abominación de chocolate y saliva. Vuelvo a respirar otra vez—. Oye, no te mueras, no quiero que en el enunciado del periódico salga mi cara con el título de «La mató con chocolate porque le dijo que sus gustos de comida eran los mejores» y no solo los de comida, ya sabes, de alimento.
Hago un gesto con mi mano, asintiendo varias veces.
—Vale, vale, lo entendí —siento mi rostro rojo.
Eros es carismatico, pero también bastante abierto y por muy pocas cosas se incomoda, por lo que hacer referencias a las cosas «que come» es más normal para él que para mí.
Yo aún me sigo considerando una niña, ¿Vale? Si apenas se viene mi cumpleaños dieciocho.
—Venga ya, no te sonrojes —Eros me vuelve a codear—. Es cosa que tú también comes —su sonrisa divertida no se pierde.
—Sí, ajá, claro...
Lo que restó del camino fue silencio de mi parte y tarareos de Eros, cuando llega el momento dónde tengo que bajarme en mi parada, el chico Cogote Golpeado se despide con una gran sonrisa de mí, esa sonrisa carismática que lo a hecho tan conocido en la preparatoria no solo por lo bonita que puede ser, también por la presencia de hoyuelos que hay en ella.
—Ahora sí, ¡Adiós, chica salsa!
Le doy una débil sonrisa bajando del autobús.
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Nota de las autoras:
¡¡Estamos ya en el primer capítulo!! ¡Que emoción, que emoción!
Creímos que tardaríamos más en empezar a publicarla, pero bueno, es genial ya tenerla aquí. Cómo hemos dicho, es nuestro primer bebé juntas y es algo que nos trae con una emoción increíble.
¿Nuestros protagonistas? Diane Reynolds y Eros Jackson.
Reynolds y Jackson... hum, suenan familiares, ¿No?
Para los que son lectores míos, sabrán que Reynolds es el apellido de una de mis protagonistas: Mónica, ¿Recuerdan que ella hace mención de «la prima Didi»? Bueno, esa prima es nuestra querida protagonista.
Para quienes son lectores de Jaidys, sabrán que Jackson es el apellido de Evolet, uno de sus personajes de su novela El Chico De Mis Sueños, ¿Eros y Evolet son hermanos? ¡Pues sí, gente bonita! Ese par son hermanos y de nuestros favoritos.
Si había teorías, pues acertaron.
Aunque también Eros es parte de la familia Jackson de mi parte, ¿Peyton y el epílogo de la historia de Mónica y Dave? Conocimos a un Eros Jackson, cierto chico que gritó en la presentación de J.5 «¡Ese es mi primo!»
Es algo super enredoso, pero no se compliquen. El punto es su historia y que esta misma promete dejarlos sin estabilidad emocional.
¿Opiniones del capítulo? ¿Les ha gustado? Que particular forma de empezar, pero ya saben que de nuestra parte, los inicios no comunes son parte de nuestra forma de escribir.
Zharick y Christopher, ustedes son unos loquillos. ¿Qué es lo que habrá pasado ahí? Los leemos.
Aún no tenemos horario de actualización, no sé si lleguemos a concretar un día, así que estén atentos, que las actualizaciones pueden ser... ¡Sorpresivas!
¡Nos leeremos en alguna de nuestras historias!
Besos y abrazos en la cola con un baño de salsa de tomate, gritos de Zharick y Christopher y ahogos de Diane.
MJ.
~Jai.
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