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Purple

¿Alguna vez estuviste perdido en alguna parte sin sentir temor? Es lo que les sucede a las personas que se conoces bien a si mismas, o al menos eso había escuchado decir hace tiempo y no recordaba de donde, no le podía poner rostro a esa voz que le daba consejos, pero nunca olvidó una sola palabra.

Era un chico, tenía 15 años, su voz era gruesa, más que la de sus amigos y a lo mejor eso se debía a su gran tamaño, las grandes proporciones de su cuerpo le habían ganado el apodo de Pequeño Juan y todos lo conocían así, no le disgustaba. En cuanto a carácter era dócil y firmemente convencido en sus propias creencias, no era alguien que cambiara de opinión de la noche a la mañana, jamás lo hizo. Su tamaño podía provocar miedo a las personas desconocidas, que huían de él por miedo a que les hiciera algo, pero los que se quedaban podían darse cuenta de que era empático, con grandes habilidades para el arte, con talentos ocultos que no demostraba si no tenía que hacerlo y mucho cariño. 

Scarlett tenía la culpa, ella lo arrastró a esa situación como siempre hacía, ella tenía planes salidos de lo común e ideas locas en su mente que pronto los metían en problemas, pero a él eso le agradaba. A pesar de que sabía que se arrepentiría después no pudo evitar seguirla, preferiría cualquier cosa antes que abandonar a la persona que amaba. Como era todo amor y comprensión, lo que se le daba muy bien debido a su tamaño, de inmediato creyó que su lugar estaba a su lado, en su loco plan de ser Cupido, aún si eso significaba meterse en la relación de sus mejores amigos, algo en lo que situaciones normales no estaría de acuerdo. 

La culpa la tenían sus padres, pero no podía enojarse con ellos, eran todo amor como él y sabía reconocer que era afortunado, jamás se sintió solo o incomprendido, sus padres buscaron la manera de ser portadores de alegría, amor y consejos sin entrometerse en su vida y no fatigarlo. Tenía a sus dos padres y los tres conformaban una familia unida y feliz.

Los padres del Pequeño Juan se querían, eran uno de esos matrimonios envidiables que se casaron por decisión propia, aunque salieron de un lugar cuestionable, en medio de peleas de pandillas y embarazos adolescentes, juntos supieron salir adelante y alejarse de aquel desventajoso sitio. Las amigas de la madre de Pequeño Juan le advertían que no tomara una decisón equivocada antes de casarse y ella tenía claro que traer un niño al mundo en una situación como esa no era lo mejor para nadie, aún cuando el matrimonio se hizo oficial ambos jóvenes seguían teniendo claro en su mente que deseaban darle a su hijo todo lo necesario para una vida plena y eso incluía lo económico. Pasaron años antes de que pudieran establecerse como una familia de clase media en una casa bonita y en un barrio que les agradase para criar a su hijo, sin darle nunca la espalda a sus antiguos vecinos, así que cuando creyeron estar listos la madre de Pequeño Juan tiró las pastillas anticonceptivas al basurero del baño. Lo tenían todo y su felicidad parecía estar completa, pero el bebé aún no llegaba, consultaron a un médico que les dijo que la mujer tenía un problema en su útero que no le permitiría tener bebés. Ambos estaban destrozados. Es difícil saber en qué momento se decidió todo, si fue en los papeles del divorcio, en los gritos y peleas, en las noches que pasaban ignorándose, pero todo era un caos en su pequeña familia. Fueron los amigos de los barrios pobres quienes, preocupados por el matrimonio, les ofrecieron ideas para una reconciliación y después de visitar a un terapeuta se embarcaron en un viaje en crucero para reavivar su amor. En medio de la luz de las velas, las cenas en la habitación, los pétalos de rosa en el suelo, el champange y la música de un suave violín las cosas empezaron a arreglarse para ambos, y así, para la felicidad de todos, de ellos mismos y de los amigos cercanos que parecían familia, antes de la llegada del barco al puerto ya se les había comunicado a todos la llegada del nuevo integrante de la familia. No hubo uno solo de sus amigos que no celebrara la noticia de corazón y ahora las nuevas peleas que se dieron fue para escoger a los padrinos del bebé. Ninguno podía ponerse de acuerdo en esto, pero nadie podía dudar que se trataba de un milagro que llegaba a la vida de la joven pareja para salvar su matrimonio y completar la felicidad que tantos años se esforzaron en construir y perseguir. Ese pequeño milagro tomaría nueve meses más tarde el nombre de Juan, y luego, más o menos nueve años o menos más tarde el apodo de Pequeño Juan.

Durante toda su vida trató a los animales como si fueran personas, los cuidaba tanto como a sus amigos cercanos y eso era algo que despertaba la admiración de todos, tenía una rara habilidad para empatizar con ellos. Una vez, en una visita al zoológico con sus compañeros de la escuela vió a un pequeño monito que parecía estar triste, el letrero decía que su madre tuvo que ser llevada con el veterinario por una herida causada por un grupo de jóvenes que la golpearon con botellas de refrescos para ver si hacía trucos. Pequeño Juan comenzó a dedicarle palabras de apoyo y para la sorpresa de todos el mono parecía entender.

Le gustaba pintar animales, todo el tiempo, casi no mostraba sus dibujos a los demás, pero su cuarto estaba lleno de ellos, así que sus amigos los habían visto en más de una ocasión. 

Solo los animales podían hacerle dudar de sus convicciones, ellos y Scarlett. 

Tenía un solo problema con Scarlett. A veces no lograba decifrar lo que realmente sentía, a pesar de que fueran ese tipo de pareja que se cuenta todo, muchas veces sentía que no le decía todo lo que pensaba y aunque entendía que debía darle su espacio y respetar que quisiera mantener pensamientos en privado le gustaría que le contara todo como él hacía.

En realidad él también ocultaba cosas, pero tenía la sensación de que ocultaría menos cosas si presintiera que ella también ocultaba menos.

A pesar de esto, Scarlett era muy buena conociéndolo, siempre sabía qué le pasaba, qué sentía y a veces qué pensaba, lo conocía tan bien como él mismo. Era como una debilidad, porque no le importaba lo que él mismo sentía, él lo sabía y ella también, pero los sentimientos de Scarlett eran un misterio, le afectaban más que los suyos propios y nunca podía decifrarlos.

Lo último que se le pasó por la cabeza fue que Scarlett podía dejarlo, podía dejar de confiar en él pero no abandonarlo, él era une buena persona, atractivo, buen estudiante y la quería sinceramente, no hablaba de si mismo para presumir, lo hacía desde un juicio interno justo que se hacía contantemente, sus padres le inculcaron confianza, pero él mismo se dio cuenta de que podía fallar y más importante aún, arreglar los fallos que tenía. 

¿Cuántas veces hemos intentado que alguien que amamos haga algo para que no se lastime? Pequeño Juan solo podía recordar la visita del padre de Scarlett, le advirtió que no siguiera su plan, que no valía la pena el esfuerzo, le ofreció alejarse, caminar un poco, tomar un helado y hablar sobre su día, pero la chica estaba tan obstinada en conocer a su padre que no le hizo caso.

- Tú hiciste lo que pudiste - le dijo una voz extraña, no sabía de dónde provenía y eso le daba curiosidad - Pero ella no supo valorarlo. 

- Ella hizo lo que creyó mejor - le respondió.

- ¿Estás seguro de que toma tu opinión en cuenta? 

- Estoy seguro. No me inspira desconfianza, quiero ayudarla y lo hice aquel día porque me nacía del corazón, no porque esperaba una recompensa, yo quiero que esté bien - se encontró de pronto en la sala de la casa de Scarlett. 

- ¿Vas a salir con Pequeño Juan? - preguntó Matilda a su hija, era una escena que parecía estar frente a él, como en la televisión solo que casi podía tocarlas.

- Hoy no mamá - le respondió la pelinegra - No quiero verlo. 

- ¿Pasó algo entre ustedes? - le preguntó con cautela.

- No es eso, simplemente necesito espacio, me agobia con sus preguntas y no sé como pedirle que se calle. 

- Eso no es verdad - dijo Pequeño Juan - No sé quién eres ni cuáles son tus intenciones, pero no vas a lograr engañarme con eso. 

- Eres tú el que no quiere ver la verdad. 

- Creo que no la conoces, no diría eso, lo sé bien. 

- ¿Crees que la conoces muhco?

- Si - respondió con una sonrisa ladina - Y sé que me conozco a mi y no voy a caer en tu juego. 

- Te diré una cosa: vas a perder, si sigues con esa venda en los ojos no me quedará mas remedio que atacarte. 

- Haz lo que quieras, no caeré en tus trampas, voy a salir de aquí y seguiré con mi vida. 

"No importa cuánto nos conozcamos, siempre llegará alguien que desordene todo lo que somos."

El regreso al pasillo oscuro fue lento, podía sentir su cuerpo liviano, no se movía pero ahora supo que estaba en un nuevo lugar. 

- ¿Pequeño Juan? - escuchó la voz de Scarlett llamándolo y fue lo último que necesitó para regresar completamente. 

- Estoy aqui - en medio de la oscuridad pudo sentir que estaba cerca y la abrazó, ella se lo permitió - Creo que me quedé dormido un momento.

- También yo hace un rato. 

- Tengo la sensación de que no fue solo un sueño.

- El mío se sentía...

- Tan real - completaron la oración juntos y rieron por la conexión, era algo que les pasaba a menudo, a ambos les gustaba. 

- Scarlett.

- Dime. 

- Creo que desordenas todo dentro de mi - le dijo mientras le acariciaba el cabello y un fuerte sentimiento se instalaba en su pecho. 

- ¿Eso es algo malo?

- Mi vida ha sido perfecta y lo que la hace todavía mejor es que estés en ella. No es malo. A mí me gusta que seas como eres.

- A mi también me gusta como eres. 

- ¿Eso es algo bueno? - Scarlett se rió.

- Si, es algo bueno. 

- ¿Qué crees que pasó con Robin y Marian? 

- Creo que solucionaron su asunto, no discuten nunca, se llevan muy bien y eso me hace pensar que son comprensivos con el otro, son una pareja muy bonita. 

- Creo que se llevan mejor que nosotros. 

- Si, nosotros nos entendemos muy bien, pero ellos tienen una conexión extraña, parece que sin decir nada pueden entender todo. 

- ¿Quieres ir a ver cómo están?

- ¿Por qué?

- Por si necesitan un Cupido - dijo levantándose.

- Puede que necesiten dos - dijo ella y lo siguió.

1867 palabras

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