Hola, Moscú
Yuri había enviado un mensaje a sus jefes comunicándoles que sus vacaciones serían un poco más largas de lo planeado.
"¡Diviértete!" había escrito Viktor junto con una foto de él y Yuuri en la playa.
"No me digas qué hacer" respondió Yuri con un emoji que enseñaba el dedo medio.
La respuesta a ese mensaje habían sido un montón de memes y caritas sin sentido que ni siquiera se molestó en leer. No solo porque no le interesaba, sino porque ya tenía su trasero puesto en un asiento de avión y la jefa de azafatas estaba anunciando que se pusieran los teléfonos en el modo correspondiente para el despegue.
Aquí vamos, una vez más.
A Yuri le había tocado un cómodo asiento junto a la ventana, que por suerte no estaba encima del ala. Podía mirar mientras la nave tomaba velocidad y se desprendía del asfalto, planeando sus alas a través del despejado cielo matutino de París, dejando atrás la hermosa ciudad.
Era una vista imperdible.
-¿Puedo ver? -inquirió su acompañante- Estás muy concentrado, así que debe ser fascinante.
Yuri arqueó una ceja hacia él, tratando de lucir serio. Era un poco difícil si el otro le ponía esa sonrisa tímida.
-Consíguete tu propia ventana.
Pero por suerte, aún tenía algo de autocontrol.
Otabek decidió no hacerle caso e igual se asomó, apoyando ligeramente su cuerpo contra el huesudo hombro de Yuri. Su rostro de perfil estaba casi sobre sus narices y temía que los nervios le hicieran darle un puñetazo para que se alejase.
-Es hermoso -dijo finalmente Otabek antes de regresar a su lugar.
-Sí -farfulló Yuri, respirando tranquilo Otabek.
-No estés nervioso -trató de consolarlo- ¿No fuiste tú el que quería volver...?
-¡¿Y acaso es excusa para no tener nervios?! -medio chilló. El avión ya estaba acomodado en el aire, porque las azafatas empezaron a corretear otra vez.
Otabek le dedicó una sonrisa.
-Pienso que es muy valiente de tu parte. No es fácil volver, y menos aún es hacerlo por propia decisión, sin ningún tipo de condicionantes.
-Ya -masculló Yuri-. Creo que dormiré un poco.
-No molestaré más, entonces -Otabek alzó las manos.
Yuri se acomodó contra la pared, ya sufriendo por cómo quedaría su cuello al dormir en esos asientos que parecían un método de tortura. Pero quedarse despierto y arrancarse todos los cabellos no era una opción. Él no podía quedarse calvo; se le hubieran acabado todas las bromas crueles contra el marido del otro Yuuri.
Y tampoco quería desgastar el tiempo con Otabek. No le atraía la idea de quedar en algún incómodo silencio. Solo por si las dudas.
Así que Yuri dio una bocanada de aire y esbozó una sonrisa ansiosa, casi sin darse cuenta. Tal vez sus sueños fuesen bastantes placenteros.
-¿Esa no es mi sudadera? -preguntó algo confundida la voz de Otabek, mirando hacia la prenda que Yuri estaba vistiendo en ese momento.
Ni siquiera tuvo tiempo de responder, antes de ponerse a babear contra la pared del avión.
Al primer lugar que Yuri y Otabek fueron tras su arribo en el Aeropuerto de Sheremetyevo, fue el lugar más icónico de la ciudad. Estaba lleno de turistas por ser poco después del mediodía y se podía sentir el aroma de los carritos de comida que buscaban llenarse los bolsillos con el dinero de los extranjeros.
De hecho, Yuri ya había divisado a tres de ellos que seguramente acababan de ser estafados. A menos que alguno de ellos hubiese dejado de ser medio tonto, pero no lo veía tan posible.
-¡Eh! ¡Pero mira quienes se decidieron a aparecer! -exclamó la primera voz, que por supuesto fue el primero en notar que Yuri y Otabek ya habían llegado.
Ambos intercambiaron una mirada cómplice y, por qué no, algo emocionada. Yuri los había visto hacía no mucho tiempo a todos pero la reunión de los cinco, todos de viaje, había ocurrido mucho tiempo atrás.
Esa era una de las cosas más importantes que París le había arrebatado pero ahora se la devolvía Moscú, de entre todas las ciudades.
Moscú, la vieja ciudad que creyó por muchos años que era su hogar.
-Estábamos por denunciar que el avión había sido secuestrado ya que no llegaban más -intervino una voz femenina.
-Ojalá hubiesen secuestrado el de este zopenco -dijo Yuri, señalando al primero que habló.
Se ganó que le desordenara el cabello con una de sus manazas. La tercera persona presente rió tontamente, aunque con algo de culpa por burlarse de la desgracia de Yuri.
Los miró, uno por uno, de derecha a izquierda: Leo, Mila y JJ.
Físicamente, estaban los tres iguales. Tal vez Leo luciera menos como hippie y el cabello de Mila estaba más corto, pero bajo todas esas capas yacía lo que más los había cambiado a todos.
Un tonto viaje alrededor de Europa, ¿quién hubiera dicho que podía dejarte pies para arriba?
-¡Beka! -chilló JJ al notarlo detrás de Yuri. Si no estuviera viendo bien, diría que tenía lágrimas en los ojos- ¡Hola!
Otabek no dijo nada, si no que se apresuró en fundirse en un abrazo. Mila y Leo estaban amagando con unirse, pero los dos miraban de reojo al incómodo Yuri; a pesar de todo lo vivido, los abrazos grupales no eran algo que le atrajera del todo.
-Oye, Leo -lo codeó Yuri tras toser para llamar su atención-. Al final pudiste venir a la Plaza Roja, como dijiste allá en México.
Los ojos de Leo brillaron, mientras a sus espaldas Otabek trataba de zafarse de Jean.
-Y tú que dijiste que era una plaza y ya -rió- ¡Es espectacular!
Yuri dio una rápida vista panorámica. Él ya se conocía ese lugar, el piso de piedra caliza y la inmensa San Basilio coronando el centro, con sus bulbosas cúpulas con los colores del arcoíris. Podía entender el que le impresionase tanto a las personas ajenas, pero para él siempre sería la aburrida y polvorienta Plaza Roja.
Pero en esa nueva mirada que estaba dándole sintió algo distinto. Algo más vivo, como si en esa plaza se escondieran las bellezas de su nación.
O quizás fuese que él se sentía diferente. Y, aunque sonase como una nimiedad, eso podía cambiar completamente el significado que le dabas a una o más cosas. Tal vez Yuri no había estado tan vivo antes -metafóricamente, joder- y por eso la Plaza Roja se veía aburrida y vacía.
Ahora, los colores prometían muchísimo más.
-¿Nos tomamos una selfie de bienvenida? -propuso JJ tras soltar a Otabek. Seguía teniendo el shawarma a medio comer en su mano.
-¡Sí! -exclamaron Mila y JJ al unísono.
Los dos estaban a ambos lados de Otabek, como si acabasen de abrazarlo, mientras se encogía de hombros.
Yuri frunció las cejas y la boca.
-Solo si prometes no hacer el ridículo JJ Style.
JJ lo miró con toda la malicia que su gigante cuerpo podía tener.
-Una selfie sin el JJ Style no es una buena selfie.
-¿Sabes que sería una buena selfie? Una sin tu cara.
-Sería la selfie más triste y sin likes del universo.
-¿Te das cuenta que de tu boca solo salen idioteces...?
Yuri siguió con su amistosa discusión con JJ. Mila, Leo y Otabek solo los miraban resignados, como si toda la vida hubiesen escuchado pelear a un chico ruso con un hombre canadiense con cerebro de criatura.
-Yuri, dijiste que teníamos algo que hacer -intervino Otabek a tiempo.
-¿Yo dije eso, bastardo kazajo? -preguntó brusco. No le gustaba que le interrumpiesen cuando molestaba a Jean.
-Lo dijiste. Allá en París.
Escuchar el nombre de París salido de su boca hacía que el corazón se le detuviese por un segundo. Todavía tenía flashbacks cuando él era quien pronunciaba esa palabra.
Pero por suerte, el recuerdo que cruzó por su mente en ese momento fue justo el indicado.
Y Otabek tenía bastante razón.
Yuri intentó sonreír, a pesar de los nervios que le trajo lo que acababa de recordar. Finalmente, suspiró ante los expectantes cuatro pares de ojos que lo escrutaban con curiosidad y anticipación.
-Será mejor ponerse en marcha. Estamos algo lejos.
Los parloteos de camino al destino que Yuri planeaba se sentían como una reconfortante música de fondo. No seguía el ritmo de toda la charla ya que era algo imposible debido a la rapidez y el tono de voz que usaban, pero hacía que sus nervios estuvieran calmados. De alguna manera, eso le decía algo como estamos aquí, no nos iremos de tu lado. No otra vez.
Otabek participaba animadamente en la charla, cada tanto. No era fácil seguir el ritmo de JJ y de Mila, que ya estaban apostando por alguna cosa que Yuri no tenía idea. Leo los apoyaba en cualquier estupidez que deseasen, pero fue el primero en alejarse de la situación y enfocarse más en Yuri.
-No estés nervioso -intentó consolarlo con una sonrisa y una palmada.
Yuri se secó las sudorosas manos en su propio pantalón. Debería haberlo hecho en el de Leo.
-No estoy nervioso. Tú estabas nervioso, a punto de vomitar, cuando fuimos a cenar con tus suegros. Aprende a diferenciar.
-Eso porque no me viste defendiendo la tesis -rió Leo-. Casi devolví el desayuno en la blusa de mi profesora bonita. Y en los zapatos de Guang.
-Me hubiese gustado que lo hicieras, solo para que tu novio pudiese golpearte. O darme motivos para golpearte en su nombre.
-Yuri, tú nunca cambias ¿eh? -bromeó Leo tras una carcajada.
No estaba seguro si tomarse bien o mal aquellas palabras. Decidió ver el lado bueno, al menos de momento.
El metro los dejó a pocas calles de la casa. Yuri se sabía el trayecto de memoria, aún si no lo había recorrido en más de un año. Empezaba a hacer frío en Moscú y, por una milésima de segundo, se sintió como si estuviese regresando de la escuela luego de una solitaria jornada donde lo único que hacía era despotricar contra el mundo.
Seguía despotricando contra el mundo, claro que sí. Pero ahora sabía que, a pesar de las distancias y las adversidades, no tenía que hacerlo siempre solo. Que un mar de distancia puede acercarte más a las personas que pasar seis horas juntos en un salón de clases.
-Me estoy congelando el culo -exclamó JJ tiritando-. Más que en Toronto, de hecho. No me gusta que otro país me congele mi trasero; se siente como una traición.
-¿Tú al menos analizas lo que tu boca hasta a punto de decir? -le respondió Yuri con un gruñido. Mila le dio un codazo.
-Deberías estar acostumbrado.
-Es imposible acostumbrarse, porque siempre me sorprende con alguna mierda nueva -Yuri giró otra vez la cabeza hacia el canadiense-. Bravo, JJ. Consigues sorprenderme en este mundo tan básico y miserable.
-¿Perdón? Creo que confundiste tu nombre con la palabra mundo, hadita.
-Atrévete a llamarme así otra vez, pedazo de...
Fue Otabek quien se interpuso en medio de Yuri y JJ, que ya amagaban con lanzarse como cuervos a los ojos del otro. Yuri, en el instante en que empezaba a calmarse, logró divisar por el rabillo del ojo que a menos de media calle se encontraba el lugar que estaban buscando.
Por un segundo, respirar se hizo difícil. Era un miedo simbólico, de lo que significaba volver a entrar por esa puerta siendo que la última vez que salió por ella lo hizo a escondidas, como si fuese un vil delincuente.
-Es allá -musitó Yuri, sus ojos verdes sin despegarse de la casa y su dedo apuntando en esa dirección
Ninguno dio más respuesta que un simple asentimiento y sus pasos resonando otra vez hacia aquel lugar.
Su antiguo hogar, donde su madre, Lilia Baranovskaya, seguramente no se esperaba su visita.
Quien abrió la puerta fue Galya. Ella no solo era la mujer de la limpieza si no la antigua niñera de Yuri cuando no había sido más que un niño algo problemático. Había sido un poco tímido de pequeño, pero no significaba que no tuviese una personalidad difícil de tratar.
La mujer prácticamente le arrojó los brazos al cuello, con un montón de palabras brotando rápidamente en ruso de su boca. Básicamente estaba diciéndole que si volvía a escaparse y generarle ese estrés a Lilia, ella misma lo iba a buscar y lo traería de las orejas.
-Todas te extrañamos -dijo finalmente Galya.
-¿Todas? -inquirió Mila cerca de su oído, que entendía perfectamente lo que le decían.
A Yuri se le enrojecieron las orejas, mientras JJ saludaba animadamente a Galya.
-Muchachos, esta es Galya. Ha ayudado a criarme. Aquí vivía con ella, mi madre y... mi gata.
Y casi como si la hubiera invocado, de entre uno de los rincones del fondo apareció una enorme bola de pelos que observaba todo recelosamente y hasta con un poco de rencor, podría decirse.
Armani lucía mucho más que resentida. Pero no era para menos, considerando que su dueño era Yuri Plisetsky.
Ya podría jugar más tarde con la tonta gata. No quería desconcentrarse con su suave pelaje y adorables ojos, ya que primero necesitaba ver a Lilia y hablar con ella. No era justo para su madre que pusiera a un gato por sobre ella en la lista de prioridades.
-Ella está en el estudio, como siempre. Aunque últimamente pasa más tiempo allí que alrededor de la casa -comunicó Galya mientras le daba lugar a Yuri. Luego le sonrió- ¿Te preparo una merienda como te gusta?
Atrás de él escuchó un par de risitas.
-Galya, es temprano para la merienda -farfulló Yuri, bastante avergonzado.
-Nunca es muy temprano o muy tarde para las galletitas y el té muy azucarado.
Las risitas incrementaron su volumen.
-Aw -escuchó decir a JJ-. Té con azúcar, como me esperaba de alguien adorable como tú.
-El azúcar y el té caliente terminarán en tu trasero si no te call-...
-Yuri Plisetsky.
Todo se detuvo durante un instante. En algún momento, ella había escuchado el alboroto en la comúnmente silenciosa casa. Seguramente había pensado que no tenía ningún sentido que un montón de risas juveniles se escuchasen por ahí.
Pero, a pesar de eso, Lilia no lucía para nada sorprendida de verlo.
Aunque probablemente estuviese fingiendo. Ella era mucho mejor para ocultar sus emociones e impulsos. Era algo que Yuri hubiese querido sacar de su madre y no la explosividad forma de ser de su padre, Yakov.
-M-mamá -titubeó Yuri finalmente. Lilia sacaba su lado más gallina cuando lo miraba con sus gélidos ojos.
-Hijo -respondió ella, tras ablandar su semblante-. Debes recortar ese cabello.
Yuri se tocó de manera inconsciente las puntas que le llegaban hasta debajo de los hombros. Cuando miró a Lilia otra vez, ella sonreía minúsculamente.
Él trotó hasta ella y le dio un abrazo. Ya no le importaba perder la dignidad ante sus compañeros de equipo. Había extrañado de cierta manera a Lilia y nunca sabía cuando volverían a separarse. O si volverían a verse el día que Yuri se fuese otra vez.
-Nikolai llama todas las semanas preguntando por ti -comentó Lilia cerca de su oído, devolviéndole el abrazo-. El indecente de tu padre está tranquilo mientras no te unas a sectas o...
-¿Al comunismo? -bufó Yuri.
Lilia lo alejó un poco para sonreírle.
-Cualquier cosa que le moleste, sabes que tendrá mi apoyo.
Sintió un carraspeo a sus espaldas. Yuri giró la cabeza, con una ceja arqueada para descubrir al dueño de aquel sonido. Al verlo, suspiró.
-Mamá, te quiero presentar a unas personas...
Las presentaciones fueron un embrollo de ruso, inglés y francés -Lilia podía manejar bastante fluido los últimos dos-; sin mencionar que JJ intentaba impresionarla haciendo uso de su inentendible francés. O eso decían de los francocanadienses.
Lilia los observaba detenidamente a cada uno, analizando hasta la última mota de polvo de sus ropas. Casi como si leyera mentes -tal vez sí lo hacía- se detuvo un par de segundos más en Otabek. Tal vez lo consideraba suficientemente atractivo y no tan charlatán como para que su ingenuo hijo cayera por él.
Yuri estaba seguro que ella ya estaba haciendo conjeturas.
-Es un placer estar en Rusia -le dijo JJ con su tono cordial y meloso, el que usaba para las señoras mayores-. Y más aún lo es el poder conocer a la madre de nuestro pequeño Yuri.
Yuri le iba a dar un codazo en el centro de la nariz, pero la sonrisa de orgullo en el rostro de su madre le quitó las ganas de hacerlo.
-¿Nuestro Yuri, eh? -musitó ella con algo de diversión.
-Espero no le moleste que lo hayamos adoptado -intervino Mila. Yuri rodó los ojos ante el mal chiste.
-Descuiden -Lilia asintió-. Yuri Plisetsky está acostumbrado a las adopciones.
La mandíbula de Yuri se desencajó al oír la burla en el tono de su madre.
¡Esa mujer no podía estar aliándose con aquellos dementes para molestarlo! ¡Incluso JJ apretaba los labios para seguramente no soltar una carcajada!
Ahora sí que le daría un codazo.
Unos pasos resonaron en la lejanía, junto con la silueta de Galya apareciendo apresurada con una bandeja con varias tazas y platillos a rebosar de las galletitas azucaradas que tanto le gustaban a Yuri.
-¡La merienda!
A pesar de que él no había almorzado, no tenía tanta hambre. Mila, JJ y Leo casi se abalanzaron a tomar un par cada uno y luego se despatarraron sobre el sofá, donde Armani dormía plácidamente. La gata bufó ante aquellos extraños, pero finalmente decidió trepar al regazo de JJ y dormirse una vez más.
-¡Un gatito! -exclamó JJ extasiado, acariciándole debajo de la barbilla. Yuri podría apostar que esa traidora estaba ronroneando.
-Te tiene lástima por tener una sola... -empezó a decir Yuri pero una mano en su hombro lo detuvo.
-Yuri.
Se había esperado que fuese Lilia, pero el agarre era mucho más fuerte. No tardó en caer que quien estaba tocándolo era Otabek.
Lo miró de frente y se detuvo en todos los detalles de su duro rostro, pero que si lo conocías a fondo podías decir que era más bien suave. Sus ojos no tenían malicia y la arruga en su entrecejo se veía casi divertida. Yuri podría haberlo molestado con eso.
Pero no había nada como su sonrisa torcida, esa que hacía sin mostrar los dientes y apenas curvando un costado de su boca pero que parecía decir más que mil palabras.
Yuri abrió la boca, aunque no sabía que iba a decir. Otabek lo detuvo ante de que alguna babosada saliera de allí.
-Ve -le susurró, sus ojos zumbando hacia su costado rápidamente.
Yuri captó al instante que se refería a Lilia, que estaba mirando hacia uno de los ventanales y con una postura como si estuviera esperando algo. Él tragó saliva.
-Lo harás bien -apoyó Otabek-. Tu madre se ve como una persona comprensiva.
-Preferiría tener que lidiar con el cuñado de Mila -confesó Yuri recordando al italiano.
-Anda, Yuri -siguió diciendo Otabek- ¿O eres una gallina?
Eso alcanzó para que le diera un manotazo a Otabek y diera zancadas hasta su madre.
Ella fingió no verlo, o quizás estaba muy enfrascada en el paisaje frío de Moscú. Yuri decidió sumarse a ella por unos segundos, pero tenía la tentación de voltearse a ver si Otabek tenía los ojos clavados en su nuca.
-Se ven como un grupo algo indecente -dijo Lilia finalmente-. Pero está bien. Creo que podrían ser perfectos para ti.
Sí lo son, se apresuró en pensar Yuri. El pensamiento lo llenó de calidez. Sí, creo que lo son.
-No sé qué me acobardaba tanto de volver -le confesó Yuri tras unos segundos-. Ahora se siente como la cosa más estúpidamente sencilla del mundo.
-Así pasa con todo, Yuri Plisetsky -dijo Lilia con su duro semblante-. No creas que es un caso especial.
-Un poco de aliento no vendría mal...
-¿Alguna vez lo necesitaste? -lo cortó Lilia. Una de sus cejas se arqueó-. Siempre te he visto como esos niños que consiguen salirse con la suya a pesar de lo que les dicen los demás, ¿me equivoco?
-No sé -se encogió de hombros-. Puede que sea cierto, pero ¿a qué costo?
-Nada es gratis en esta vida, Yuri Plisetsky. Ni siquiera el amor y la muerte, que son dos cosas de las que no puedes escapar como humano.
-No necesitas amor para vivir -masculló Yuri. Sintió que se le calentaban las orejas.
-Pero solo necesitas vivir para poder amar -terminó Lilia-. No creo que alguna persona en esta vida haya escapado de amar, aunque sea por un segundo.
Yuri no respondió. No podía. Lisa y llanamente. Tal vez lo que su madre decía era cierto, tal vez no.
Para él lo era, y no le gustaba tener que admitir cosas.
Se preguntó a quién había amado de verdad. Y si eso existía, también. Porque a veces uno está seguro de que ama una cosa pero luego quieres convencerte de que no es así. Yuri lo había hecho mucho en los últimos tiempos.
Inevitablemente no pudo dejar de mirar apenas hacia atrás, por un segundo, donde estaba Otabek. No podía verlo realmente pero sí que identificaba su silueta, la misma que él había trazado con sus propios dedos cuando experimentaba más que el primer amor.
Luego ambos habían querido destruir ese sueño, volviéndolo una pesadilla. Porque la única manera de olvidar un hermoso sueño es volviéndolo horrible e insoportable.
Pero las pesadillas también podían convertirse en sueños antes de terminar, porque así como el camino al infierno está pavimentado con buenas intenciones, el que iba al cielo seguro estaba revestido de tempestades.
Quizás era hora de que la pesadilla dejase de ensombrecer sus pensamientos.
-Yuri -volvió a llamarlo su madre- ¿Qué piensas hacer ahora que volviste a casa?
Yuri no estaba escuchándola del todo. Ni tampoco la miraba. Ahora tenía la vista posada en JJ, que intentaba dar una galleta a Armani; en Mila, que molestaba a Leo con Guang Hong y en el mismo Leo, que sonreía ya sin ninguna vergüenza a sus bromas. También estaba en Otabek, que si bien estaba sentado lejos de todos -una buena metáfora para lo ajeno que él siempre se había sentido- igual formaba parte del panorama, porque sonreía con complicidad hacia Yuri y lo que ambos tenían alrededor. Como un pacto, o una promesa de que no dejarían que lo que tenían se arruinase otra vez.
Recordó París y todas las promesas que ambos compartían: las cumplidas, las incumplidas y las todavía inconclusas. Con esa mirada de Otabek, Yuri pudo ver un infinito mundo de posibilidades en sus ojos. Tantas cosas que aún quedaban por delante. San Francisco, Tokio, Sídney, Río de Janeiro... quizás podían encontrar un nuevo París.
Él y Otabek. Leo y Mila y también JJ. Quizás los estaba esperando un nuevo Yuri en otra parte, vagando por alguna ciudad en busca de huir de una vida que él no quería.
Y fue entonces que Yuri se dio cuenta de la lección más importante que el viaje le había dejado. Se prometió a sí mismo que no la olvidaría, y que se la enseñaría a cualquier persona sin rumbo. Puede que alguno la tomara y otros lo mandasen al diablo, pero no le importaba. Si a él esa lección podía sacarlo de su miseria juvenil, entonces lo haría con cualquier persona.
Yuri inspiró aire fuertemente, y decidido, habló:
-Mamá, yo ya estaba en casa.
FIN
Agradecimientos en la parte siguiente ->
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