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Algo nuevo en Bangkok

Desembarcar en Tailandia fue lo más fácil del mundo. Yuri había pensado que tal vez se sentiría un poco cobarde de regresar a la vida viajera pero estaba más decidido que nunca.

Fue su vuelo más largo hasta el momento, tranquilo, pero no pudo parar de temblar por culpa del frío que hacía en las alturas. Quizás fue algo sensato de su parte el tomar la sudadera de Otabek y que sirvió para arrullarlo hasta dormirse en lo que quedaba de vuelo. No tuvo el corazón para dejársela en San Petersburgo por temor a lo que cualquiera de sus padres harían con las pertenencias dejadas atrás.

Yuri se sobó inconscientemente la frente. Si bien Lilia había quedado en silencio luego de dar su noticia, Yakov tuvo una reacción algo violenta -o más bien fue un reflejo- en el que arrojó un adorno de la mesa hacia cualquier lado por la furia. Y, casualmente, aterrizó cerca de la frente de Yuri.

Pero ninguno pudo detenerlo, no importaba lo mucho que lo persiguieron a su cuarto y lo amenazaron con cosas que ya no recordaba. Yuri no iba a desistir, no cuando tenía el boleto de avión quemándole en el bolsillo de la chaqueta. Era como un recordatorio de que su vida no podía resumirse a existir adentro de cuatro tristes paredes.

El aeropuerto, llamado Suvarnabhumi, se veía más moderno de lo que se esperaba de un lugar como Bangkok. De hecho, Yuri no tenía mucha idea qué esperarse de esa ciudad. Si algo de estilo tradicional como podías encontrar en la India o un lugar lleno de edificios modernos como lo era Kuala Lumpur, capital de Malasia.

Se suponía que Phichit iba a esperarlo allí pero no había ni un rastro del amigable muchacho. Yuri divisó a otro rostro conocido, sin embargo.

Y no se veía muy complacido.

-Dijiste que llegarías como a las 10 de la mañana -le espetó Seung-Gil, cruzado de brazos y piernas, apoyado sobre el respaldo de su asiento con una novela de Stephen King en mano.

-¡Oye! ¡No ha pasado ni media hora desde las 10! Y sí le dije a Phichit que la escala en Estambul se retrasó un poco.

Seung frunció el ceño, más de lo normal.

-Dijiste que se retrasaría, pero no mencionaste que era en Estambul -masculló mientras se ponía de pie y amagaba con tomar la maleta de Yuri- ¿No sería más lógico que salieras desde Moscú?

Yuri solo se encogió de hombros. No tenía muchas ganas de ponerse a explicar nada, y menos a ese tipo que lo juzgaba con la mirada solamente por respirar.

-¿Y Phichit? -preguntó algo tosco.

-Se olvidó que hoy daba clases de inglés en un orfanato -le contó Seung cuando se dirigían a la salida-. Hace demasiada caridad, no sé cómo le hará cuando se consiga un trabajo como periodista de verdad.

-¿Y tú a que te dedicas? -curioseó Yuri. Seung lo miraba de mala manera de reojo, pero podía decir que se le estaban ruborizando las mejillas.

-Soy asistente de chef en un restaurant de comida fusión tailandesa-coreana -musitó entre dientes.

Yuri ahogó un jadeo y una risa, también.

-¿Que tú qué?

Seung gruñó por lo bajo, tomando a Yuri del brazo para que se apresurara hasta el auto que tenía estacionado allí afuera del aeropuerto.

-Me gusta cocinar, ¿de acuerdo? Así fue como Phichit es que acabó enamorándose de mí, le cociné varias veces en nuestras citas que tuvimos aquí en Bangkok -confesó una vez que ambos se acomodaron en su acogedor auto negro brillante.

-¿Y no podías conquistarlo con tu irresistible personalidad? -preguntó Yuri con algo de desdén.

-Si no te tiro de mi auto es porque me recuerdas un poco a mí.

-¡Oye, eso podría ser considerado un insulto!

Seung-Gil le regaló una mueca divertida, aunque en el fondo estaba seguro que la teñían intenciones maliciosas. Se le cambió al instante en cuanto se adentraron en una de las carreteras que llevaba al centro de Bangkok, donde él y Phichit compartían un pequeño apartamento. Escuchó como el coreano comenzaba a insultar a los conductores, tal vez no tan abiertamente como Yuri lo haría pero sí entre dientes y con una mirada algo furibunda.

Tal vez sí se parecían más de lo que Yuri se imaginaba.

Seung-Gil no llevó a Yuri al apartamento en realidad sino que lo condujo al bar fusión de comida coreana-tailandesa -aunque Yuri no podía descifrar el nombre del lugar por culpa de los caracteres-. Allí pudo ver a Phichit devorándose un platillo bastante cargado junto con una bebida fría mientras compartía mesa con un hombre cuarentón que tenía un cabello bastante fabuloso.

El muchacho tailandés lo reconoció de inmediato, levantándose de un salto para acercarse a dar un corto abrazo a Yuri y besar los labios de su novio. Seung obtuvo un pequeño.

-¡Yuri! ¡Qué alegría verte! Pareciera que han pasado siglos -rió Phichit- Lamento no haber podido ir a buscarte.

-Y hablando de eso... -intervino Seung- ¿Qué no tenías que dar clases?

-Ah, pedí si podía salir unos minutos antes para esperarlos aquí. Le dije a Ciao Ciao que preparara algún plato delicioso para dar la bienvenida a Yuri.

-¿Ciao Ciao? -replicó Yuri con las cejas fruncidas.

-Soy yo -intervino el hombre de buen cabello, levantándose para estrechar la mano de Yuri-. Me llamo Celestino y soy el dueño de este pequeño lugar.

Yuri se preguntaba cómo es que un hombre italiano dirigía un bar de comida fusión -entre las cuales no estaba la italiana- pero tampoco le interesaba demasiado para preguntar.

Mientras Phichit parloteaba sin cesar acerca de viajes, su novio, elefantes y cualquier otra idiotez que se le cruzara por la cabeza, Seung y Celestino fueron hasta la cocina para terminar el platillo que invitarían a Yuri: unos pedazos de carne que recibían el nombre de Galbi junto con un arroz vegetariano frito.

-Mira, el Galbi es carne marinada con soja y salsa de peras, eso viene de Corea -iba contándole Phichit-; mientras que el arroz frito es algo común de aquí de Tailandia, pero algunos de los vegetales que usan aquí son los más comidos en Corea.

-Suena algo pesado -dijo Yuri un poco dudoso.

-¡Anda, dale una oportunidad! -exclamó el chico- Y prueba el té helado, Seung lo hace con Oksusu-cha, su té favorito.

Yuri tomó entonces sus palillos, debía agradecer que no luciera como un imbécil usándolos ya que había aprendido durante su viaje por Europa a hacerlo. Una de las noches, Mila insistió en que comieran sushi y fue allí en que la chica le enseñó a Yuri cómo agarrar la comida sin que se te cayera todo en el proceso.

Sintió que se le cerraba el estómago, pero Phichit se veía tan ilusionado que no pudo más que obligarse a comer de aquel extraño platillo.

Y un poco agradeció haberlo hecho, ya que estaba delicioso.

-¡Te dije que te iba a gustar! -aplaudió complacido en cuanto Yuri ya estaba terminando- Come bien, porque hoy haremos mucho, mucho turismo. Mañana hablaremos de los elefantes.

-¿Lo de los elefantes era en serio?

-Pues claro que sí, ¿tengo cara de bromear al respecto? -preguntó con una mueca algo estúpida.

-Mira, no me molestan los tontos elefantes, pero me gustaría hacer algo que me de algunas... ganancias -suspiró Yuri-. No es que sea codicioso, pero mis padres no me mantienen todo esto. Y si no intento reponer algo de dinero, me quedaré varado aquí en Tailandia contigo y tus elefantes para siempre.

-¡Pues a mí no me molesta! ¡Y a Seung seguro que tampoco! -exclamó Phichit, aunque el rostro se le transformó de repente- ¡Oh! ¡He tenido una idea!

-¿Hm? -inquirió Yuri con la boca llena de arroz.

Phichit se levantó de la mesa y trotó hasta la cocina, alzando los brazos y chillando, sin importarle que el bar tuviera más comensales que ellos dos.

-¡Ciao Ciao! ¡Seung! -los llamaba desde atrás de la barra- ¡Oigan!

-¿Se puede saber qué quieres? -le gruñó Seung-Gil sacando la cabeza desde la cocina.

-¿Qué posibilidades hay de que necesiten un mozo que los ayude con el bar unas cuantas semanas?

A Yuri se le cayeron sus palillos de la sorpresa ante esas palabras. En aquellos momentos, no sabía si quería golpear o abrazar al desquiciado de Phichit Chulanont.

Phichit era un guía un tanto alocado y también bastante acelerado. Quería hacer todo al mismo tiempo, llevando a Yuri de una punta a la otra y obligando a Seung, su novio, a hacer de chófer de ambos. No lucía nada alegre al respecto.

-Mañana te llevaré a hacer una ofrenda a Buda -le dijo Phichit con emoción-. No soy el más devoto de los practicantes porque a veces se me olvida, pero siempre intento que no se me pasen por alto los fundamentos del budismo.

-No soy religioso -espetó Yuri bastante apresurado. Seung permaneció en silencio, mientras que Phichit parpadeaba confundido.

-Bueno...-empezó a decir Phichit luego de carraspear- No es del todo una religión. Es una doctrina filosófica y religiosa, eso sí. Pero no puedes compararla al cristianismo o cualquiera de ellas. El budismo es una manera distinta de vivir la vida.

-Para mí suena parecido -musitó, aunque ya no sonaba tan chocante. Intentaba que algunos recuerdos no lo inundaran.

Phichit le hizo una sonrisa casi maternal. Seung parecía ir más tranquilo, también, por más de que segundos atrás luciera como si se quisiera arrojar del carro.

-Yo te entiendo. No es fácil confiar en todas estas "doctrinas y creencias" -hizo comillas con sus dedos-, pero en el budismo es más como... encontrar algo que llevabas adentro de ti y no lo sabías.

Yuri no le dijo nada.

-Descuida, no necesitas transformarte al budismo para dejar una ofrenda -siguió diciendo Phichit con gran carisma-. Es algo así como una tradición, a los turistas les gusta ver una cosa diferente a lo que están acostumbrados.

-¡Puto tráfico! -exclamó Seung soltando un bocinazo de repente. Su rostro estaba enfurecido y estoico, lo que hacía mucho más cómico que soltara insultos- ¿Por qué no te tomas unas putas lecciones de conducir antes de venir a decirme como manejar mi jodido auto, imbécil? -le gritó en inglés a otro taxista extranjero que estaba enseñándole el dedo medio.

Yuri miraba todo algo horrorizado. Nunca se había esperado esa reacción en el estoico Seung-Gil. Era casi como imaginarse a JJ siendo serio.

-Seung se altera un poquito cuando conduce -dijo Phichit en tono de broma- ¿A que sí, bebé?

-Odio conducir -fue su única respuesta, sin mirar a los ojos de su novio.

Lo que siguió de viaje a través de Bangkok fue un poco más de lo mismo, con Seung manteniéndose en un sepulcral silencio hasta que otro conductor osaba meterse en su camino. Phichit le golpeaba en la cabeza por cada insulto que profería.

-¡Mira, ahí está el Palacio Real! -exclamó Phichit antes de que Seung se lanzara a seguir peleando.

Los tres bajaron del auto en cuanto lo estacionó y caminaron por el muy transitado sendero que los llevaba al inmenso complejo que era el Palacio Real de Bangkok. A Yuri, lo primero que le llamó la atención, eran las inmensas cantidades de dorado que decoraban en cada techo, chapitel, estatua o simples patrones de las construcciones.

-Bangkok es llamada la ciudad de los ángeles -Phichit se encogió de hombros con algo de orgullo ante la estupefacta mirada de Yuri-. También como ciudad de los dioses reencarnados, ciudad de inmortales, el asiento del rey...

-¿Ciudad de gente modesta, tal vez? -quiso bromear Yuri aunque sus gestos poco simpáticos no le ayudaban demasiado.

Escuchó a Seung detrás suyo soltando un Ja un poco burlón. Phichit se llevó las manos a la cintura, visiblemente ofendido.

-Pues la historia de mi país un poco lo amerita -dijo con el mentón en alto-. Si ves Bangkok desde arriba, podrás entender por qué se dice que es una ciudad hecha para reyes.

Y Yuri un poco le daba la razón a medida que recorrían los laberínticos caminos del Palacio Real. Más aún cuando Phichit y Seung lo llevaron a conocer el Wat Phra Kaew o Templo del Buda Esmeralda. No se veía tan imponente como el resto del Palacio Real por más de que se encontrara en sus propios complejos, pero los intrincados diseños de la fachada, de cada columna o estatua -especialmente esas dos aterradoras que flaqueaban la puerta principal del templo llamadas yak según Phichit, unos colosales gigantes de 5 metros de altura- lo dejaban un tanto anonadado. Yuri tenía que contenerse de pasar la mano por cada lugar solo para ser capaz de sentir el poder de las texturas que ayudaban a que todo se viera maravilloso.

-Espera a ver el Templo del Amanecer en la noche -interrumpió Phichit sus pensamientos-. De verdad que parece hecho de oro puro en cuanto las luces lo iluminan. Allí es donde le pedí a Seung que fuéramos novios.

Seung soltó un gruñido al lado de ellos. Yuri comenzaba a divertirse con aquella relación tan opuesta y hasta disparatada. Ningún ser humano coherente podría haberlos emparejado si los vieran a simple vista, pero los dos parecían acoplar perfectamente aquellas diferencias para hacer de su relación algo estable.

-Seung solo está molesto porque yo se lo pedí antes.

-¿Molesto? -intervino con un tono bastante enojado- Sabes que es un tema que me toca demasiado. Estuve meses planeando cómo declararme a ti y lo iba a hacer cuando visitásemos Seúl el mes siguiente. Y tú...

Phichit soltó una risita, mirando a Yuri de reojo.

-Tú ni siquiera lo pensaste. Solo te salió hacerlo en ese momento -se cruzó de brazos, pero su semblante estaba menos serio ahora que Phichit le regalaba unas muy compradoras sonrisas.

-Lo espontáneo es mejor -fue acercándose para pellizcarle una mejilla. Seung parecía intentar contenerse demasiado de tomarlo entre sus brazos en ese mismo momento.

-Arruinaste mi sorpresa.

-Te dejaré que seas tú el que dé el siguiente paso.

-Yo ya no te creo.

Si bien no se besaron, entrelazaron sus dedos un par de segundos antes de separarse y seguir conduciendo a Yuri a través de otros templos del complejo, llenos de devotos así como también de turistas de todo el mundo.

Mientras caminaban, Phichit le explicaba acerca de que la homosexualidad no era ilegal en Tailandia pero que tampoco gozaban de ningún otro derecho. No solo era eso sino que tampoco se tenía muy buenos ojos a las parejas de locales con extranjeros. Bangkok podía llegar a ser un falso paraíso para la gente perteneciente a la comunidad LGBT.

A Yuri le sorprendió aquello de una manera no tan grata.

-¿Y cómo es que pueden soportarlo? -habló con la voz un poco aguda- ¿No te dan ganas de irte a la mierda, a algún lugar donde puedas ser feliz abiertamente?

-Yo soy feliz -aclaró Phichit sin ninguna duda-. Seung y yo nos queremos, ¿qué más podríamos pedir? A nosotros nos alcanza con ello.

Pero no a todos les alcanza, quiso decirle.

No a todos.

El día siguió bastante educativo para Yuri, visitando así el Templo del Buda Reclinado -Wat Pho- y con un pequeño viaje en bote a través del río Chao Phraya, desde el cual podías ya avistar el majestuoso Wat Arun, o Templo del Amanecer. Arquitectónicamente hablando, no difería mucho del resto de construcciones del complejo del Palacio Real, pero Phichit tenía otras ideas.

-Vendremos en la noche así puedes verlo con la impresionante iluminación -le contó mientras tomaba algunas fotografías de la mueca ensimismada de Yuri-. Ahora iremos a conocer algunos mercados.

Seung, cruzados de piernas y de brazos, el cabello volándole por la velocidad a la que el bote iba, lo hacía ver como si de un modelo se tratara. Un modelo con no tanto estilo y gesto aterrador. Phichit le tomó una fotografía sin siquiera pretender que no haría algo como eso.

-Por tu culpa mañana tendré que tomar el asqueroso metro para buscar el auto -rodó los ojos-. No sé para qué insistes que venga yo si igual le basta contigo como guía.

-Mi amor, sabes que yo no puedo estar sin tu gruñona presencia.

-¿Siempre es así? -inquirió Yuri hacia Seung con un gesto algo asqueado.

Seung hizo una mueca de autosuficiencia, casi regodeándose de ello aunque segundos atrás se hubiese quejado de su novio.

-Es lo que elegí para mi vida -acabó por decir-. Aunque preferiría que no me hiciera ojos de perrito mojado cada vez que quiere algo.

Se hizo un pequeño silencio en el que Phichit se dedicó a sacarse casualmente algunas selfies.

-Porque siempre quiere algo -terminó Seung. Phichit lo ignoró olímpicamente.

-Por cierto, Yuri... ¿cómo es que has terminado tu viaje por Europa? Nosotros luego de Budapest nos pasamos por Rumania y de allí me dieron ganas de volar hasta Egipto. A Seung no le gustó la arena y el sol -dijo, aunque no pudo contener la risa al recordar probablemente algo divertido.

-El viaje, como turista, acabó bien podría decirse -murmuró Yuri entre dientes, escondiéndose abajo del flequillo para que no tuvieran que ver su gesto miserable- ¡Y ya te dije que no me preguntes sobre eso en la llamada!

-Calma, calma -rió Phichit-. No preguntaré si no estás listo para hablar.

-No me trates como niño.

-No te preocupes, ya te dije que me recordabas a Seung -alzó una mano a la altura de su hombro-. Los trato como personas difíciles, no como niños.

-¡Hey! -espetaron los dos aludidos al unísono.

Al darse cuenta, ambos se fulminaron con la mirada que lo único que hizo fue provocar más risas en Phichit.

Caminar por Bangkok era una odisea de verdad, porque había gente que andaban en aquellos taxis en los que el conductor pedaleaba una bicicleta -los Salmor, según Phichit- y que casi atropellaron a Yuri más de una vez.

-¿Te podrías fijar al caminar o es que estás buscando alguna manera de matarte? -le dijo Seung después de salvarlo por segunda vez al arrastrarlo por el brazo.

-No sería mala idea -Yuri rodó los ojos.

Siguieron su camino hasta el Pak Khlong Talat, uno de los mercadillos de mercancía fresca más famoso en Bangkok. Yuri ya podía sentir todo el ambiente mientras se iban adentrando, la diversidad de olores y el suelo totalmente húmedo a causa de la zona techada entre la que el mercado discurría.

-Hay mucha gente que vive aquí -le contó Phichit cerca de su oído-. El trabajo es lo único que tienen en la vida...

Yuri observó entonces a los diversos puestitos entre los que se ofrecían verduras y frutas de las más variadas, todo tan colorido y limpio -aunque no el lugar en el que se las ofrecía, precisamente- que le llenaba un poco de placer. Nunca le pasaba algo tal como eso, de querer tomar una cesta y llenarla de limas, jengibres o tal vez incluso de esos chiles picantes que exhibían. Y Yuri odiaba el picante.

-¿Qué opinas si llevo unos deliciosos vegetales y te preparo una ensalada esta noche? -escuchó Phichit decirle a su novio en un tono meloso que sonaba como canturreo- Puedo agregarle incluso camarones.

-Deja de querer hacerme comer los vegetales -masculló Seung-. Suenas como mi madre.

-De hecho, es tu madre la que me lo pide todas las noches por mensaje.

Yuri decidió alejarse solo un poquito de ellos, sin perderlos de vista, todo porque no podía aguantar el verlos tan acaramelados y juntos. Creyó que estar tan lejos en un lugar como Tailandia lo ayudaría a cerrar viejas heridas, pero al parecer no era tan posible.

-Farang -escuchó murmurar a una señora a uno de sus hijos o tal vez nieto mientras le echaba un rápido vistazo a Yuri y a sus dorados mechones que se le escapaban de la gorra que llevaba puesta.

-¿Farang? -repitió el otro.

Yuri no le hubiera dado tanta importancia si no fuera porque esa enigmática palabra empezó a difundirse de boca en boca, no más que susurros y voces sorprendidas repitiéndolo sin dejar de observar al extraño que caminaba entre sus filas.

-Farang... -dijo otro chico como de su edad, mucho más alto que los demás y sin intentar fingir que miraba a Yuri como si fuera un animal exótico.

-¡¿Qué me has dicho?! -lo increpó en inglés, dando zancadas hasta su puesto de calabazas.

Los que estaban con aquel chico no hicieron más que soltar algunas risitas. Yuri se sintió un tanto impotente. Ni siquiera pudo calmarse cuando escuchó la voz de Phichit atrás de él chillando por su nombre.

-¡Yuri! ¿Qué está pasando aquí?

-Se están riendo de mí, estoy seguro -masculló molesto-. No dejan de repetir esa tonta palabra.

Phichit pareció entenderlo al instante, porque se apresuró en mantener una conversación en un veloz tailandés con los dueños de los puestos. Ahora todos reían, y Yuri quería gritarles que le explicaran en ese mismo momento lo que tanto hablaban.

Fue Seung quien se le acercó mientras Phichit seguía charlando.

-No lo tomes personal -le dijo-. A pesar de que Bangkok sea una ciudad muy concurrida, no se acostumbran del todo a los turistas. Es más curiosidad que discriminación.

Yuri iba a contestarle, pero Phichit apareció junto a ellos con una sonrisa y una cesta que cargaba dos pequeñas calabazas de perfecta contextura.

-¡Listo! Te han llamado farang, Yuri, aunque no es algo tan malo. Es como llamamos en general a la gente de rasgos europeos-occidentales -se encogió de hombros-. Recuerda que esta gente vive aquí, por y para su puesto en el mercado. No es como la gente que vive en el Bangkok de todos los días y que está acostumbrado a los ruidosos visitantes.

Yuri se cruzó de brazos y un gesto molesto, pero era todo para fingir que le hacía sentir un poco mal su pequeña explosión. Era otra cultura, una totalmente ajena a la que Yuri tuvo al crecer. Quizás fuera hora de que viera las cosas desde otra perspectiva.

-Ven -dijo Phichit mientras lo tomaba de la muñeca para arrastrarlo fuera de todos los puestos de vegetales. Seung los seguía silenciosamente-. Por aquí están las flores que le dejamos a Buda.

Los aromas de la comida empezaron a cambiar progresivamente por uno mucho más placentero y que tenía un efecto casi narcótico, ya que transportaban a Yuri a otros lugares más lejanos. Intentó taparse la nariz para no ponerse a estornudar; no quería llamar más la atención en ese mercado.

De repente los puestos se cubrieron de todos los colores imaginables, cientos y cientos de canastos y jarros que alojaban una infinidad de especies florales de las cuales Yuri no tenía absoluta idea.

-Hacemos una corona de flores, las que más te gusten -Phichit señaló a su alrededor-. Yo la hago con flores de loto y Seung suele llevar orquídeas.

Yuri intentó imaginarse a Seung llevando una corona de orquídeas pero falló estrepitosamente.

-¿A ti cuál te gusta?

-Eh... no sé. A mí mamá le gustan los jazmines, supongo que a mí igual -se encogió de hombros.

-¡Perfecto! Aquí hay unos, mira.

Phichit le enseñó un canasto lleno de hermosos jazmines recién florecidos del blanco más puro que uno pudiese imaginarse. Sus pétalos se veían tan suaves y delicados, desprendiendo un aroma que, sin darse cuenta, hizo a Yuri agacharse para querer olfatear más de cerca.

Phichit se alarmó al instante y lo tomó de la cintura para alejarlo de las flores.

-¡Oye! ¿Pero qué te pasa...?

-No puedes oler las flores. Son para Buda, es una falta de respeto que las huelas. Es como si le regalaras algo usado -dijo Phichit, aunque no sonaba enojado con Yuri. Después de todo no era algo que pudiese saber.

Acabó bufando en tanto Phichit le dio la espalda. No podía parecerle más estúpido aquello.

Una vez que tuvieron sus coronas, perfectamente empaquetadas en bolsas con un poquito de agua así no se empezaran a marchitar, Phichit las acomodó en su canasto. Compró incluso un jazmín que no tardó en acomodar en el cabello de Seung, el cual para su sorpresa, se dejó.

Lo que por supuesto que no permitió fue que Phichit les tomase una fotografía juntos mientras cargaba una flor en su cabeza, pero el tailandés logró ingeniárselas para inmortalizar el momento de todas maneras.

-Ahora conseguiremos unos inciensos y velas y luego iremos a hacer mi parte favorita de recorrer la ciudad... ¡Comer!

Esa noche, Yuri sintió que estaba adentro de una película bastante emotiva y reflexiva acerca de la vida.

En cuanto el sol comenzó a caer, Phichit y Seung lo llevaron a recorrer un poco por las iluminadas avenidas de Bangkok hasta llegar otra vez a orillas del Chao Phraya, donde ya podías avistar el maravilloso Templo del Amanecer completamente iluminado en tonos ocres y oros, como si de un palacio de fantasía se tratara.

Se consiguieron unas cuantas cajitas llenas de comida callejera -a Yuri le fascinó saber que podía comer tanto por solo un euro- entre las que podía encontrar carne asada totalmente especiada, ostras, arroz lleno de curry y mucha, mucha fruta fresca. Casi soltó un chillido que se le escucharía en América en cuanto le quisieron ofrecer cucarachas rebosadas en pan rallado. Y no, no era una broma del vendedor. Sintió que la bilis le subía por la garganta.

Phichit prácticamente también lo obligó a comprarse el refresco de coca cola que venía en una bolsa plástica con sorbete.

-Esto es demasiado antihigiénico -dijo mientras miraba la bolsa con desagrado.

-¿Me vas a decir que no pusiste la boca en lugares más asquerosos? -intervino Seung, que con una mano sostenía su propia bolsa y con la otra devoraba un pincho de mariscos fritos.

-¡¿Cómo te atreves...?!

-¡Ya, ya! -trató de frenarlos Phichit. O más bien solo a Yuri, ya que Seung-Gil estaba demasiado tranquilo con la vista clavada en el Wat Arun- Disfruta tu estadía en Tailandia, Yuri. Espero que te sientas como yo me sentí la primera vez que visité Europa.

-Es... diferente -dijo más sereno-. Es que se siente extraño, estar al otro lado del mundo. Solo.

-¡Oye! ¡Qué estás conmigo y con Seung! -exclamó divertido- O bueno... Seung está a medias.

Phichit quedó en silencio unos segundos. Como nadie más que él solía llevar la conversación, cada tanto soltaba algunos temas en busca de hacer picar a Yuri.

-¿Quieres saber la historia de cómo nos conocimos? -preguntó con ilusión.

-No es algo que me moría por saber...

-¡Fue aquí mismo, en Bangkok! Seung tuvo una etapa rebelde en la que se escapó de su casa siendo todavía menor de edad -contó Phichit entre risas mientras su novio intentaba hacerlo callar-. Y yo tuve que rescatarlo como el gran caballero que soy, porque estaba perdido en medio de Little India.

-No estaba perdido, yo sabía exactamente el camino -espetó Seung con su mirada aterradora-. Solo que tú eras un metiche que me vio dando una sola vuelta y ya empezaste a vociferar acerca de un turista extraviado.

-¡Ay, Seung...!

Phichit se acurrucó ligeramente contra su hombro antes de separarse. Seung-Gil, inevitablemente, le apretó el hombro con fuerza en esos segundos que lo abrazaba contra sí.

Yuri una vez más intentó concentrarse en el dorado del Wat Arun. Quería que brillara tanto que lo dejara ciego así no tuviera que sufrir cada vez que los viera a ellos dos.

-¡Bueno, bueno! ¿Qué opinan de salir a una pequeña fiesta hoy? -preguntó Phichit como si fuera una brillante idea- Bangkok tiene las fiestas más locas que te puedas imaginar.

A Yuri se le estrujó el pecho con todos los recuerdos, pero fue afortunadamente Seung el que abogó en su favor sin siquiera saber por lo que estaba pasando.

-Ni loco. La última vez que fuimos de fiesta, allá en Budapest, casi te besas con ese latino que pretendía ser sensual -dijo apretando los dientes. Phichit se burló de él.

-¿Leo se te hacía sensual? -le picó en la mejilla con su dedo.

-Ah, ¿así que hasta te sabes su nombre?

-¡Deja de ser un celoso, tú también besaste a otros que no eran yo estando borracho!

-¡Pero es porque me emborrachas...!

-Es inevitable querer verte sonrosado y todo risueño a causa del alcohol -Phichit se encogió de hombros-. Eres sensual.

Seung iba a reclamar alguna otra cosa hasta que fueron cortados por la seria voz de Yuri:

-¿Se pueden conseguir un cuarto o algo? -exclamó sin poder tragarse sus ostras a causa de la repulsión que empezaba a sentir.

-A ti te conseguiré un bozal porque hablas demasiado -le respondió Seung-. Sin ofender.

-¡Seung...!

-Dije sin ofender.

Y por primera vez en mucho, mucho tiempo, a pesar de las palabras odiosas de Seung -que eran cosas que Yuri sería capaz de decir, por cierto- sentía que quería volver a formar parte de algo pequeño y especial con otras personas que podían no ser iguales a él pero que sí tenían muchos anhelos parecidos.

Esperaba que Tailandia y cuales fueran sus próximos destinos en el futuro, lo ayudaran a abrirse un poco más a las posibilidades.

Sin proponérselo, Yuri sonrió.

Al día siguiente, después de desayunar y preparados con las flores, las velas y el incienso, Phichit y Yuri se encaminaron hacia el Wat Traimit, o Templo del Buda de Oro. Seung los alcanzaría más tarde con el auto mientras ellos iban en metro.

-Hay una historia muy interesante detrás de la estatua que veremos ahora -dijo Phichit con aire misterioso.

-Mira tú -fue lo que Yuri le contestó mientras mordisqueaba un dulce de mango de alguna marca tailandesa.

-La verdad que es una leyenda digna de contar, y también única en la ciudad.

-Ajá.

Phichit torció la boca, comenzando a frustrarse un poco.

-A los turistas les suele encantar...

-Joder, ¡ya cuéntala de una puta vez!

La sonrisa enigmática y triunfante regresó al rostro de Phichit, que carraspeó antes de ponerse a narrar:

-A principios del siglo pasado, en lo que conocemos como Chinatown, se encontró una estatua de estuco dorado en un templo que planeaban demoler. Ya ves, es algo impensable destruir una estatua de Buda por muy poco agraciada que esta sea así que la trasladaron a una pagoda -esas construcciones de varios niveles típicas de la arquitectura asiática- del Wat Traimit pero era un lugar poco relevante y no se usaba demasiado para el culto.

-Una historia muy interesante -exclamó Yuri con su tono sarcástico, fingiendo que estaba interesado. Phichit al parecer se lo creyó.

-La cosa es que la estatua era tan fea que la quitaron de la pagoda y la dejaron a la intemperie de las calles de Bangkok, donde quedaba a merced de los fenómenos naturales. Un día, agarró una muy fuerte llovizna e incluso granizo. Un monje del Wat Traimit se acercó a ver el estado en que la pobre estatua de estuco debía estar, pero se llevó una pequeña sorpresa.

Yuri, sin darse cuenta, lo había comenzado a mirar de forma expectante. Eso enorgulleció a Phichit, que se tomó su tiempo para seguir contándole la historia.

-El estuco y el yeso habían comenzado a resquebrajarse pero abajo no había más de lo mismo, sino un metal que relucía más que ningún otro: el Buda poco agraciado del Wat Traimit estaba hecho de oro. Tres metros y 5 toneladas y media de nada más que oro macizo que escondieron bajo yeso para protegerla de los delincuentes birmanos.

-Me imagino que todos en la ciudad empezaron a matarse por ver quién se quedaría con el Buda -dijo Yuri rodando los ojos. Phichit soltó una risa un poco amarga.

-Como todo en la vida, ¿no? Uno le presta atención a las cosas a su alrededor cuando aprende de su valor. O cuando otra persona muestra su interés en ella.

-Bonita moraleja para contarle a los niños.

-¿A que sí, verdad? Ojalá empezáramos a darnos cuenta de que las cosas son valiosas, no importa si están hechas de frágil yeso u oro puro.

Yuri no supo qué responder, por lo que quedaron en silencio hasta que llegaron a la parada que los conduciría al famoso Buda de Oro.

Seung ya estaba esperándolos en una esquina desde la cual ya podía divisarse el templo, con sus dobles escaleras que conducían a la entrada principal y las demás casetas que descansaban a su lado -todas con techos dorados-. Si bien tenía bastantes escalones a la cima, Yuri no encontraba muchos ánimos de quejarse de ellos ahora que no tenía a la persona con la que solía hacerlo.

-Mira, te explico, para hacer la ofrenda prendemos la vela y la dejamos junto a la de los otros fieles. Luego con ese mismo fuego se prende el incienso mientras que abajo del pequeño altar, en el suelo o entre los objetos que hay allí, acomodas las flores. Algunos incluso dejan unas cuantas monedas también.

-Me suena de algo -dijo con ironía. Seung no le dio la razón abiertamente pero con la mirada parecía querer coincidir con Yuri.

-Algunos quedamos en silencio para meditar y agradecer por sus enseñanzas que nos llevan al camino de la sabiduría. No es un culto precisamente, ya que no le pedimos nada a Buda ni tal, son solo simbolismos en su nombre y también por el nuestro, para que siempre nos acompañen sus conocimientos.

-Suena complicado -pensó Yuri apretando los labios.

-Anda, no hace falta que hagas tanto -rió Phichit-. Solo agradece por las cosas que hayas aprendido y que te hicieron mejor persona.

Tendría que haber sido pan comido para Yuri.

El templo estaba silencioso, solo un muy leve murmullo proferido entre unos pocos que no podían mantenerse callados, pero la calma era muy palpable en el ambiente. Tanto silencio le incomodaba un poco a Yuri, pero hasta él sabía cuándo es que tenía que permanecer callado.

O lo había aprendido recientemente.

Al fondo, y en el centro de la pared, descansaba la inmensa estatua dorada de Buda. Por más de que sus ojos fueran falsos y hechos de oro, Yuri casi sentía como si lo estuviera observando. Tenía que recordarse a sí mismo que la figura de Buda no era tan intimidante como la de los dioses de otras religiones, que no había sido más que un hombre con sabiduría que no buscaba ser venerado como deidad.

Imitó a Phichit con todos los pasos de la ofrenda, el olor al sándalo del incienso penetrando en sus fosas nasales en el mismo momento que lo encendía. Le había dicho que el sándalo era considerado de buena calidad por lo que solía ser muy elegido para las ofrendas, aunque podías dejar el que considerases mejor y necesario, como la mirra o el palo santo.

Así que al terminar con el "ritual", se sentaron en el suelo y sin los zapatos puestos, los ojos cerrados y los labios temblando ligeramente mientras cada adepto al budismo -así como muchos turistas- agradecían por la sabiduría del Buda en sus vidas.

No solo era el silencio de las personas si no el de su interior el que lo estaba matando. Quería ponerse a patalear o chillar solo para no tener que aguantar más de ello, como si fuese algo malo y que enloquecería a Yuri. Le daba miedo. Temía que tanto silencio acabara por instarlo a pensar, y pensar siempre le traía malos recuerdos.

Todavía le quedaba tiempo para disfrutar en Tailandia. Esperaba que, tarde o temprano, pudiera aprender a disfrutar del silencio y de su mente sin tener que preocuparse por pensamientos negativos.

Pasó un par de días buenos junto a Phichit, Seung-Gil e incluso Celestino en la capital tailandesa. Ayudaba en el bar de comida fusión y le pagaban con unos cuantos Baht -que Yuri se apresuraba en cambiar por dólares o euros en la casa de cambio más cercana así no se tentara de gastarlos- además de las abundantes propinas que solían dejar los turistas occidentales.

Con paciencia aprendió a apreciar la alocada pero calma vida de la ciudad de Bangkok, con los ruidos de sus avenidas y los silencios de los templos de Buda, a los cuales acompañaba a Phichit cuando ninguno de los dos andaba trabajando. Le gustaba aprender sobre el budismo y también comenzaba a ver las creencias religiosas desde otro punto de vista.

Y pensar en ello siempre lo hacía recordar a Otabek. Intentaba imaginárselo en ese momento en alguna mezquita en Almaty, en silencio y pidiendo perdón por quién sabe qué cosa, obligado a ser fiel a la religión por su familia. O tal vez hacía algún pedido a Alá. Yuri no lo sabía ni lo sabría en un futuro cercano pero de vez en cuando la curiosidad lo atacaba.

Otra cosa que aprendió en las calles de Bangkok fue a andar solo a través de una ciudad desconocida. Phichit y Seung-Gil tenían sus cosas por hacer, tanto separados como ellos dos juntos y Yuri simplemente agradecía el tiempo a solas. Quizás no agradecía los primeros días en que se perdió cerca del Chinatown y en Little India y tuvo que meterse en un café para robarse wifi y pedir algo de socorro a Phichit, medio a los gritos y medio demandante.

Pero pudo adaptarse al ritmo de vida. También disfrutaba los paseos por las calles comerciales, en donde conseguía ropa con mucho estilo, hecha a mano por los locales y a precios bastante asequibles y que no generaban un fuerte impacto en su triste economía.

Recibía mensajes semanales de Sasha, donde la chica se ofrecía a auxiliarlo si lo necesitaba. Yuri tenía la sospecha de que la chica solo buscaba una excusa para viajar a Tailandia a disfrutar de las playas -las cuales él no había conocido aún-. También recibía de Yuuri -y su marido horroroso- que aprovechaba para preguntarle acerca de Phichit. Con el abuelo se enviaba correos electrónicos pasando pocos días, lo cual hacía que él mismo se sintiera como un abuelo que no sabe de tecnología.

No recibía mensajes de Yakov o de Lilia. Y si bien Yuri fingía que se pasaba la actitud de sus padres por el trasero, le molestaba que ni siquiera preguntaran cómo es que su hijo estaba. Solo conseguía confirmar sus teorías de que les servía como trofeo de guerra y, ahora que no estaba al alcance de ninguno y tal vez nunca más lo estaría, no se preocupaban demasiado por su bienestar.

Le dolía más de Lilia que de Yakov, si era sincero.

-¡Yuri! -lo saludó Phichit en cuanto entró al bar de comida fusión una tarde que tenía libre antes de trabajar- Espero estés preparado porque hoy vendrá una gran ola de clientes. Habrá una interesante propina.

-Lo que sea -Yuri rodó los ojos-. Me iré a cambiar ahora, ¡porque no pienso arruinar mi ropa con el olor a mierda de este lugar!

-Qué carácter -intervino Seung-Gil mientras decoraba armoniosamente un par de platillos para llevar a una mesa de turistas.

-¿Y lo dices ?

-¡Hey, hey! -los detuvo Phichit- Más les vale empezar a llevarse mejor porque en un par de días pasaremos todo el tiempo juntos... ¡Cuidando elefantes!

Phichit lucía tan emocionado como un niño pequeño. Yuri empezaba a pensar que su interior albergaba de igual manera la emoción de la cual carecían él mismo y Seung-Gil.

Elefantes. Nunca había pensado que fuera en serio. Yuri no era el mejor cuidando de los animales, ni siquiera a su estúpida gata y ahora tendría que cuidar de un par de bichos que podrían aplastarlo en menos de dos segundos.

-Recuerdo cuando recién llegaba a Tailandia -dijo Celestino apareciendo por la cocina, luciendo demasiado fabuloso como para ser un chef-. También me inscribí en un programa de cuidado de elefantes y cachorros de tigre.

-Es como tu rito de iniciación al llegar al Sudeste Asiático -murmuró Phichit con diversión, pero Yuri ya no le prestaba atención.

-¿Dijiste tigres? -le preguntó a Celestino, totalmente en shock- Como, ¿tigres de verdad?

-Y de peluche no creo que sean, te lo aseguro -dijo Seung-Gil aún en su tarea.

-Así es. Ayudé en un centro que rescataba crías de tigre de los llamados templos en donde se los expone a los turistas. Se droga al tigre durante horas y horas para que los estúpidos puedan conseguirse una fotografía.

-Los odio -espetó Phichit- ¡Claman venerarlos y lo único que hacen es aprovecharse de ellos!

Celestino asintió con algo de tristeza.

-Este centro se encargaba de cuidar de las pequeñas crías que quedaban sin familia. A veces nos las robábamos y teníamos muchos problemas legales, pero ya qué. Les dábamos de comer y cuidábamos hasta que tenían la edad y el entrenamiento suficiente para sobrevivir en sus hábitats naturales. Algunos no maduraban lo necesario y quedaron como acompañantes de los dueños de los centros. No todo animal en cautiverio es capaz de volver a la naturaleza.

Yuri estaba entre maravillado y muy, muy enojado. Principalmente con los turistas imbéciles que no se daban cuenta al maltrato que se sometía a aquellos majestuosos animales por una miserable foto que colgar en sus redes sociales.

Pero también estaba maravillado con la tarea de cuidar animales de repente. Se preguntó si no podría cambiar los tigres por los elefantes, pero en el caso de no poderse no se molestaría demasiado.

Tal vez los elefantes tuvieran lo suyo, también.

La ciudad de Chiang Mai quedaba a más de ocho horas de Bangkok, justo al norte de Tailandia. Tuvieron que tomar un vuelo de bajo costo que los dejó allí en prácticamente una hora. Las turbulencias habían sido un tanto fuertes -Phichit explicó que toda esa zona del continente era propensa a ellas- y más la humedad insoportable, Yuri se sentía con ganas de devolver todo el desayuno en el momento de aterrizar.

-No tienes madera de viajero -le espetó Seung-. No me vayas a vomitar encima.

-Créeme que si lo hago, el primer lugar al que planeo apuntar es a tu cara y zapatos -dijo lo más amenazante que pudo entre las arcadas.

Phichit estaba sonriendo, pero eso no lo detuvo de dedicarles un gesto un tanto aterrador a ambos.

-Como sigan peleando los arrojaré al río Ping -les habló con cuidado-. Y créanme que no es una experiencia bonita de lo sucio que está.

Como la estadía en el Elephant's Nature Park comenzaba al día siguiente, Phichit tuvo la maravillosa idea de alojarse una noche en las casas hechas de botes -houseboats- a la cual Yuri accedió a pagar sin tanto dolor en sus bolsillos. Podía decir que tenía una interesante cantidad de ahorros de su mes trabajando con Sasha y los esporádicos empleos en San Petersburgo así como las propinas ganadas en lo de Celestino.

-Chiang Mai fue durante mucho tiempo una ciudad amurallada para protegerse de los birmanos -contó Phichit de camino al casco histórico.

-Siento que esos birmanos no eran ni son personas muy agradables.

-Pues hemos padecido mucho por culpa de ellos, aunque ahora se llama Myanmar.

Mientras se adentraban más en la zona antigua de la ciudad, Yuri apreció bastante la vista de los cientos de templos -más sencillos que los de Bangkok pero no por eso menos encantadores- y también la visión de las lámparas de papel en una infinidad de colores que colgaban por arriba de las calles.

Phichit, que por lo que sabía ya estuvo varias veces en la ciudad, se emocionaba como niño pequeño al ver todo aquello como si fuera la primera vez. Yuri envidiaba un poco ese patriotismo y amor por las cosas hechas en su país, ese sentimiento que el muchacho tenía de que todo era parte de él.

-Seung, tengo hambre... ¡Aliméntame! -zarandeó un poco a su novio. Seung chasqueó la lengua un poco exasperado.

-Ya verás con lo que te voy a alimentar.

Phichit sonrió con picardía y susurró en su oído, justo antes de besarlo en la parte alta de la mandíbula de una forma fugaz. Yuri fingió que no estaba mirándolos.

-Siempre que vengo a Chiang Mai se me antojan unos buenos masajes -suspiró Phichit luego de pasar por una casa destinada a dicha acción, o eso dedujo Yuri ya que no entendía lo escrito en tailandés.

-¿Ves lo que te digo? -exclamó Seung hacia Yuri con mucha tranquilidad- Phichit siempre quiere algo. Es un tanto compulsivo.

-¡No es mi culpa si hay demasiadas cosas bonitas en el mundo!

Ese era un pensamiento demasiado positivo, el cual Yuri no era capaz de ostentar todavía.

La visita siguió, más calmada que en Bangkok por las dimensiones de la ciudad y también con muchas más fotografías tomadas por Phichit. Incluso el mismo Yuri se sumó a dicha acción, recordando que le gustaba bastante tomar fotografías de corte más bien artístico y estético. Una acción que desde hacía casi dos meses ya que no realizaba. No por falta de ganas sino porque sus malos momentos en San Petersburgo lo habían hecho olvidarse de muchas cosas que le gustaban.

Se sentía bien y placentero volver a descubrir todas esas cosas de sí mismo.

El Elephant's Nature Park era un complejo inmenso, que no solo tenía la zona donde los animales eran cuidados así como el lujoso recinto donde todos los voluntarios, turistas y demás trabajadores se alojaban sino que también incluía un vasto espacio natural para que los elefantes disfrutaran de una relativa libertad hasta que se consideraba seguro el soltarlos a la jungla.

También había perros y gatos. Muchos de ellos que fueron rescatados de las calles, y que ahora atentaban contra la integridad de Yuri queriendo saltar en busca de caricias y llenándolo de babas.

En esos momentos es que recordaba por qué le gustaban tanto los gatos.

-Estúpidos perros -gruñó mientras trataba de quitarse de encima a una cruza de pastor alemán con alguna raza de perro más pequeño- ¡Los odio!

Seung-Gil, que había estado sobre su rodilla mientras acariciaba a dos perros a la vez, se levantó abruptamente para girar a fulminar a Yuri con la mirada.

-¿Qué dijiste de los perros? -preguntó sombrío y ganas de dar pelea a Yuri- Seguro eres de esos amargados amantes de los gatos por pura moda.

Yuri estuvo a punto de irse encima de él pero Phichit se interpuso entre ambos.

-¡Hey! ¿Recuerdan lo que dije del río Ping? -les preguntó con tono pacífico- Bueno, la amenaza ahora es que los arrojaré al estanque de los elefantes. Y eso está aún más sucio.

-Lo que sea, solo empecemos con el cuidado y ya.

-¡Ah, no! Yuri, primero hay días de entrenamiento antes de que puedas ser capaz de acercarte a un elefante.

Eso hizo soltar a Yuri un gritito indignado, pero no le quedó más opción que seguir a Phichit a la sala de entrenamientos, un espacioso lugar en el que se reunían personas de todas las etnias, listas para aprender acerca del cuidado de los paquidermos.

Y Yuri parecía ser el único con una cara que parecía bastante enojada. Bueno, él y Seung.

La charla no fue más que un eterno video donde se mostraban a un montón de personas con la ropa llena de lodo mientras enseñaban el comportamiento adecuado que tener frente a un elefante, especialmente a los que todavía eran bebés. Luego hablaron un poco sobre su alimentación y las cosas que debías evitar tener cerca de dichos animales.

El segundo día no fue diferente, y Yuri comenzaba a cansarse -al menos tenía una buena cama y la comida era deliciosa y no solo tailandesa por lo que no debía preocuparse que le explotara el estómago-. Fue recién al tercer día que tuvieron permitido acercarse a los elefantes.

-Esta es toda tuya -le dijo uno de los entrenadores en un inglés algo pobre-. Se llama Chok Dee.

-Significa mucha buena suerte -le comentó Phichit cerca de su oído.

-Tiene que ser una broma -masculló Yuri casi inconsciente.

La elefanta era una cosita bastante pequeña en comparación de los adultos que correteaban y jugaban entre ellos a lo lejos en el hábitat controlado. Estaba cubierta en lodo y otras suciedades que comenzaban a asquear un poco a Yuri.

Debería haberse ido a Japón. O Australia. O tal vez la Antártida, donde nadie le tocaría las narices.

-¡Tendrás que aprender a tener menos asco, Yuri! ¡Hora del baño! Vamos, Boon Thung -le dijo a su pequeño elefante mientras lo conducía a una piscina inflable que tenía alrededor varios cubos de agua.

Seung-Gil ya estaba batallando con su propio elefante -Pathi Harn- que cada vez que le tiraba con un cubo decidía llenar su trompa con la misma agua de su piscina y buscaba lanzársela al coreano. Yuri quería burlarse de él, pero no tuvo tiempo porque su elefanta se arrojó a sus pies y comenzó a rodar hasta chocar contra sus piernas, llenándole los pantalones de lodo.

-¡Oye! ¡Te usaré para crear unos zapatos si me sigues ensuciando! -le gritó al animal, que lo tomaba como una muestra de seguir molestando.

-¡Yuri, esa no es forma de tratar a los elefantes! -lo regañó Phichit, muy risueño y divertido mientras le arrojaba agua a Boon Thung.

Soltó un bufido ante aquella imagen.

-Bueno, muévete. No pretenderás que yo te cargue, ¿o sí? -le preguntó a Chok Dee.

La elefanta hizo un pequeño barrito en respuesta -sí, ese era el sonido de los elefantes y que Yuri aprendió gracias a los muy educativos y aburridos videos- mientras le ensuciaba la camiseta con la trompa.

-¡Me cansaste!

Intentó tomarla por abajo y empujarla para que rodara hasta la piscina que le tocaba. Su piel se sentía rugosa pero estaba muy resbalosa a causa del lodo, lo que hacía que las manos de Yuri se deslizaran y lo hicieran golpearse contra el suelo, acabando tan o más sucio que Chok Dee.

-¿Y tu nombre es buena suerte? Siento que hay alguien riéndose de mí en alguna parte.

La elefanta trató de tomar su cabello con la trompa, sus hebras tan rubias como un plátano, lo que provocó que lo tironeara con algo de fuerza creyendo que se trataba de alimentos.

Su lucha tardó unos cinco minutos más, hasta que un muy piadoso entrenador lo ayudó a que Chok Dee se metiera en su piscina, pero no fue tan fácil para Yuri una vez que quedó solo otra vez. Lucia como si su castigo apenas empezara.

La elefanta se echó contra el agua inmunda, provocando que salpicara a Yuri en todas partes y que la mugre manchara hasta su rostro.

Yuri arrojó el cepillo que debía usar al suelo por la furia. La elefanta volvió a barritar en respuesta.

-¡Te juro que esta noche aprenderé a hacer ceviche de elefante! ¡Te puedes ir despidiendo de tu vida de burlas!

Yuri comenzaba a dudar que aquel bicho no le entendiera lo que decía ya que sentía que se reía en su cara. O eso le pareció al momento de terminar su amenaza ya que le salpicó agua con la tropa de tal manera que lo dejó empapado.

Sí, alguien debía estar riéndose de la ironía que era la vida de Yuri.

No le siguieron días mejores. Chok Dee era demasiado rebelde y juguetona, todo el tiempo parecía encontrar nuevas maneras de fastidiar a Yuri. Él, todavía sin poder encontrar la manera de hacer desaparecer misteriosamente a esa elefanta del infierno.

Phichit se reía de él a carcajadas. Seung no tanto ya que Pathi Harn era igual de molesto que Chok Dee. Yuri comenzaba a dudar de que todo eso no fuera más que una artimaña de Phichit para verlos batallar y tener algo con lo cual pasar el rato.

Cuidar de otro ser vivo era tedioso. Ya extrañaba a su gata independiente que solo requería que le llenase el plato con alimento balanceado y le abriera el grifo del baño para beber agua. Ojalá todos los animales -y los niños, ya que estaba- fuesen así.

Porque Yuri había decidido que no quería tener hijos ni ninguna otra criatura que tuviera que estar bajo su cuidado.

-¡Qué amargado! Con lo lindas que son las cosas pequeñitas y adorables, como los bebés, los cachorros, los gatitos, los niños...

-Tu cara luego de que te golpee -lo detuvo Yuri-. Te cambio de elefante así veas lo horrible que es.

-Es porque tú pones una actitud horrible -Phichit le tocó la nariz con el dedo índice-. Si cambias de humor, todo mejorará.

-¡Qué fácil decirlo!

Phichit solo se encogió de hombros y se alejó a la mesa del desayuno, de la cual tomó varios pancakes y jugo de naranja. Seung tenía un café bastante amargo y Yuri tomó un poco de fruta que puso en sus bolsillos para devorar más tarde: estaba con algo de náuseas, el pesado clima de Tailandia parecía estar haciendo estragos en él. El calor, la humedad, el olor en el aire...

Era un país maravilloso, pero ciertamente no era un lugar idóneo para alguien como él.

Luego del desayuno se dirigieron hacia el lugar en que los elefantes dormitaban, algunos solos y otros con sus padres. La mayoría de ellos ya estaban despiertos y correteando, ansiosos de que sus entrenadores personales se los llevaran a dar algún divertido baño o un pequeño paseo. Chok De ese encontraba entre ellos.

-Más te vale te comportes -amenazó a la elefanta.

Ella había aprendido a seguirlo ya, reconociendo el tono de su voz cada vez que Yuri le espetaba algo. Uno de los guías le había contado que el tratarlos sin violencia generaba el mismo respeto en los elefantes y que aún no podía entender cómo es que los circos usaran técnicas tan arcaicas que provocaban un inmenso dolor en los animales, causando el respeto solo a través del miedo.

-Se ve que la tratas muy bien porque luce como si te quisiera mucho -le dijo el mismo guía.

-Esto es una verdadera sorpresa -respondió Yuri con tono monótono. Chok Dee barritó en respuesta.

De camino a la parte natural del complejo para que su elefanta jugara y se ensuciara hasta hartarse, Yuri decidió sacar la banana que llevaba en su bolsillo. El estómago empezó a rugirle por lo que no le haría nada mal devorársela en ese mismo momento, pero Chok Dee tenía otros planes.

Ya que en cuanto Yuri la sostuvo entre sus manos, ella se la arrebató ágilmente con la trompa, dejando a un anonadado Yuri mirándose las manos vacías.

-¡Oye, pedazo de ladrona! -le chilló mientras ella se la llevaba a la boca.

Pero Chok Dee no se la comió. La olisqueó un momento y luego decidió que ya no la quería porque acabó arrojándola a un costado sobre el césped ante los atónitos ojos de Yuri, que seguía sin poder creerse todo lo que acababa de pasar.

Ya estaba. Eso era todo. Liquidaría a esa odiosa elefanta y no le importaba hacerse viral en internet o cualquiera de esas cosas. Alzó el dedo índice para señalarla mientras decidía qué haría exactamente.

-¡Tú...!

No pudo terminar de hablar, ya que la pequeña trompa de Chok Dee se enroscó en su mano, acariciando juguetonamente su brazo mientras amagaba con lanzarse de espaldas contra sus pies.

Aquella imagen le estrujó el corazón a Yuri. La maldita elefanta estaba siendo condenadamente tierna y no podía planear su venganza si le barritaba alegremente para que se arrodillara a su lado.

Lo cual Yuri hizo. Lentamente se apoyó contra el césped y acercó con cuidado su mano hacia ella para darle una pequeña caricia que recibió con más emoción de la que debería. Yuri apretó los labios para no sonreírle.

-¡Todavía te odio!

No pasaron muchos segundos cuando Yuri sintió el sonido de la cámara de un celular a su costado. Y por supuesto, esa cámara apuntaba a él y estaba siendo manejada por el obsesivo de Phichit Chulanont, que sonreía tontamente hacia Yuri y Chok Dee.

-¡Serás la sensación de Instagram con esta foto! Te la mandaré ahora.

-Lo que sea -musitó mientras acariciaba perezosamente a Chok Dee, que seguía restregándose contra el suelo sin parar.

-Hasta tú te ves adorable.

-¡No es cierto! -replicó exaltado.

-¡Lo es! ¡Muy adorable! ¡Igual que las fotos que le tomé a Seung! -canturreó mientras se alejaba hacia donde su elefante jugueteaba con otros más pequeños.

Yuri quedó enfurruñado mientras seguía divirtiéndose con Chok Dee. Debía ser una imagen un tanto cómica, un chico con gesto tan compungido mientras tenía la posibilidad de pasar el rato con uno de los animales más adorables existentes en la tierra.

Más tarde, cuando vio al fin la fotografía de Phichit, se debatió internamente acerca de darle la razón al tailandés. La foto era muy buena, exactamente como a Yuri le gustaba y hasta podía divisarse una muy minúscula sonrisa involuntaria que se escapaba de sus labios. No lucía como el Yuri gruñón de casi todos los días sino como el Yuri nuevo que había encontrado en Tailandia nuevas perspectivas para mirar la vida, que luchaba todo el tiempo con su forma antigua para ver cuál de los dos tomaba el control.

La subió antes de poder arrepentirse.

Pasaron pocos minutos hasta que sintió vibrar el teléfono con una nueva notificación de Instagram. Seguro era alguna de esas cuentas desconocidas que le daban like a cualquier cosa que subieras. Bueno, eran los únicos likes que Yuri solía recibir ya que no tenía mucha gente de su entorno que lo siguiera a su cuenta. Triste, pero cierto.

-¿Uh? -musitó confundido luego de leer la notificación.

No pudo evitar que el corazón le latiera más fuerte por la sorpresa, pero sus cejas seguían ceñidas por el pequeño shock que acababa de recibir. No había pensado en meses en aquella persona que ahora le daba like en su fotografía como si nada. Ni siquiera recordaba que lo siguiera, pero un recuerdo muy lejos en Atenas le hizo caer en cuenta que había estado allí por más tiempo del que creía.

Se preguntó si aquello era una buena señal o no, mientras releía una y otra vez en su mente la notificación:

A +guanghongji+ le ha gustado tu foto.

¡Nuevo capítulo! Y sé que me he demorado, pero todo tiene una razón de ser...

¡Y es que este capítulo se ha coronado como el más largo de todo el fic con 9600 palabras! :D La verdad es que se me fue un poco de las manos mientras comencé a escribirlo ya que me encantó todo lo que investigué para Tailandia.

El capítulo me quedó un tanto espiritual y no tan alocado como podría esperarse de algo ambientado en esta ciudad, pero me gustaba más esta perspectiva c: Espero hayan disfrutado de los elefantes, el budismo (que intenté no adentrarme mucho en el tema ya que no estoy muy al tanto de todo eso, así que si alguien es budista o tiene conocimientos y ha notado errores, no dude en hacérmelo saber) y también el Seungchuchu.

Y estaba pensando hacer tal vez (TAL VEZ) un extra de ellos en Egipto, solo para poder adentrarme en otro continente jeje y hablando de ello...

¿Cuál será el próximo destino de Yuri? ¡Tiren todas sus teorías! ;)

También quería contarles que ya he decidido cuál será el fic que subiré de las opciones que subí capítulos atrás. Espero lo disfruten, y no dentro de mucho ya podremos verlo <3 Este capítulo tan eterno me ha hecho atrasarme con todo pero espero valga la pena.

¡Muchísimas gracias por todos los votos y comentarios! :'D ya hemos pasando los 30K de leídos y no falta nada para los 6K <3 ¡Son las mejores! Sepan que las quiero.

El próximo capítulo es muuuuy especial así que no prometeré un día exacto para subirlo ya que quiero que quede lo más perfecto posible. Lo que sí pueden saber es que será antes del viernes de la semana próxima c:

¡Besitos!

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