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"Escarcha rota"
24/12/2009
"Sé que, cuando esté perdida por fin podré encontrarte. El tiempo habrá transcurrido en nuestras pieles y mentes, pero no en nuestro compartido amor, aún más fuerte que la vez anterior."
Mírame como a la luna, Jessica Sparks.
Aquella cita del libro, de un libro especial, una novela diferente a simples emociones cotidianas que puede transmitir un manuscrito con páginas y páginas rellenas de una historia, logró el simple acercamiento de dos almas inocentes. Myles recuerda el preciso momento en el que le entregó ese libro a Colette como regalo por su cumpleaños número doce, al que fue invitado y este aceptó ir solamente porque quería tarta. Descubrió en ella una dulce naturalidad, atrayente y divertida. Llena de vida. Myles siempre sintió admiración por Colette en ese aspecto.
En este momento, lo único que atraviesa su mente son recuerdos junto a ella: las tardes de películas alquiladas y las series de vampiros en casa de Colette, los discos de The All-American Rejects, sus conversaciones de madrugada por teléfono, los abrazos de despedida, tocar su pelo largo y, su favorito, la tarde que ha cambiado absolutamente todo. No obstante, él la ha dañado de muchas formas distintas, ganándose en variadas ocasiones la antipatía de la joven, claro que, Myles ha sabido cómo disculparse cada vez. Prometió no volver a herirla con sus malas acciones, pero lo incumplió. Por su tozudez, Colette alejó sus sentimientos hasta el decidido acto del joven, que rompió todas las barreras. Poco tardó él en estropearlo, anteponiendo sus miedos como solución. Las personalidades de ambos son opuestas, pero comparten defectos.
—Dile la verdad —le aconseja Samuel—. No te había dicho nada, pero, Colette está pasando un mal momento ahora. Su padre me pilló con Yago el otro día.
Myles se plantea el consejo de su amigo.
¿Qué es lo que él oculta, lo que tanto le ha afectado para que se mantenga injustamente en silencio con Colette? Lo que provocó la huida repentina en Myles, el miedo ante la mirada de Colette, el injusto trato de indiferencia con la joven, fue una noticia impactante que iba a cambiar su vida. Después de aquella maravillosa tarde con ella, encontró a su padre solo en casa, sin la compañía de su pareja, Myriam. Lo ignoró y procedía a ir a su cuarto para mandarle un mensaje a Colette cuando Luis lo llamó. Myles acudió y cuando observó la seriedad en su rostro, se asustó. Sabía que algo había sucedido. Se sentó junto a él y con dificultad le contó cómo había cambiado todo.
Desde esa noche, decidió alejarse de Colette porque no sabía qué hacer o decir. No sabía cómo actuar ante el hecho de que tuviera que decir adiós, a todo. Colette no era la única que había estado sufriendo últimamente. Myles había estado encerrado en su cuarto, con la duda en la lengua, con el teléfono en la mano, con las lágrimas rondando por sus mejillas, atrasando el momento de rellenar las hojas del sobre marrón que le había dado Luis.
—Hostias, ¿os vieron? —pregunta Myles.
—Sí —contesta Samuel, frustrado—. Yago ha estado distante y no sé qué hacer.
Cuando Jorge presenció la escena romántica entre su hijo, al que desconocía por completo, con un hombre, no pudo sobrellevarlo. Jorge y Elisabeth eran muy tradicionales e incluso religiosos, aunque nunca habían obligado a su hija e hijo a asistir a la iglesia los domingos o practicarlo. Ambos hermanos no eran creyentes.
—Papá, puedo explicarlo —se trató de excusar Yago, con las manos temblando.
Jorge le dirigió una mirada airada, y se giró sin dirigirle la palabra, destrozando a su hijo. Vio el rechazo en su gesto, rompiendo todas las esperanzas de Yago.
Yago llegó hasta Jorge, pero esté impidió el contacto. Lo señaló como a un criminal.
—¡A casa! ¡Ya!
—Escúchame, por favor —los ojos del joven de dieciséis años se nublaron.
La gente que pasaba por la calle presenciaba el espectáculo. Jorge odiaba el escándalo público, así que cogió con brusquedad a su hijo, claro que este se zafó. Corrió en dirección a su hogar. Yago entró en casa, sorprendiendo a Elisabeth, quien al ver a su hijo llorando se acercó a él. Este se apartó con dureza y se fue a su habitación, dejando de lado a su madre y hermana mayor, preocupadas por el chico, mientras Jorge solo gritaba incoherencias.
La situación empeoró al día siguiente. Jorge buscó una excusa para ausentarse de la realidad, centrándose nuevamente en su trabajo por completo, marchándose a otra ciudad. Elisabeth, decepcionada con su marido y su comportamiento, se vio obligada a informar a la familia de que había surgido un imprevisto y no era posible la presencia de terceras personas en la velada navideña en su hogar.
Elisabeth quería mantener las apariencias a toda costa. Sin embargo, Elodie, que conocía perfectamente a su hermana, le preguntó qué sucedía. Elisa no pudo guardarse la verdad y le reveló entre suspiros lo que aconteció. Elisabeth intentó hablar con Yago, pero este se había aislado en su cuarto. Su madre no estaba decepcionada con él y quería hacérselo saber, simplemente estaba descolocada, no obstante, no le defraudaba la orientación sexual de Yago, sino la actitud insensible de su marido. Sintió desconocer al hombre del que se enamoró. Elodie, le recomendó que le diera tiempo.
Colette tampoco pudo intervenir. Dejó que llegaran las vacaciones de Navidad para que el ambiente se fuese relajando.
Esta mañana no ha querido molestar a Yago. Tampoco hubiera sido la mejor compañía. La Navidad ha llegado y el corazón de los miembros de la familia Rodríguez Belrose se ha ido enfriando. La ausencia de Jorge avanza con las horas congelando el quebradizo afecto de Elisa, cubriendo de escarcha su amor, aunque aún no se ha roto.
Colette quedó con Alejandro y este le contó lo que sabía sobre Myles, rompiendo (otra vez) su núcleo. Ha decidido, con todo el dolor que conlleva, aceptar la decisión invisible del rechazo de Myles. Supone que, la duda de su arrebato siempre la acompañará.
—No vas a irte sin despedirte de Colette. ¿No?
Myles se marcha dentro de poco tiempo, y no va a regresar pronto.
—No quiere saber nada de mí. Ayer pasé por su lado y ni me miró. Es mejor así.
Samuel niega sin poder creer que este chico sea su amigo.
—Tu eres más tonto y no naces —Samuel le propina una colleja a Myles—. Irás a verla y punto. Porque si te vas sin despedirte o decirle lo que sientes, ahí, tío, la habrás perdido para siempre. Además, voy contigo, quiero ver a Yago—finaliza Samuel. Myles permanece pensativo y su amigo le lanza un cojín—. Venga, espabila, va.
Myles, sin negarse a su petición, le sigue.
Colette pausa la melodía cuando ve a Yago a través de la puerta acristalada de la terraza de su habitación. Se limpia varias lágrimas. Su hermano pequeño necesita hablar con alguien y, puede que no se lleven bien, pero parece que ambos se necesitan. Además, ha salido de su propia angustia y se ha fijado en un cambio en Colette, que no tiene nada que ver con la situación actual. Lleva consigo una expresión triste y no deja de reproducir canciones de su grupo favorito por las noches. Está harto.
—Hola.
—Hola, ¿puedo?
—Claro —Colette le hace un hueco en el interior de su manta morada.
Observan el cielo gris, un clima que aviva la tristeza en Colette.
—Lo sabía, lo de Samuel quiero decir. Me lo contó Myles, sin querer —rompe el silencio.
Su declaración no le sorprende. Se encoge de hombros.
—Lo suponía. Veía tu cara cuando mentía sobre Mónica. Eres muy obvia, pava.
—No me hables así, tonto.
Comienzan a juguetear, como cuando eran pequeños. Se ríen, hacía tiempo que no tenían contacto.
—Y qué, ¿has hablado con él?
Yago niega.
—No mucho. No sé. Joder.
—Será posible... ¿y a qué esperas atontado? Llámale. Ve a verlo. Haz algo. Es el único que te puede entender.
—Bueno, tú tampoco estás para dar consejos, eh, guapa. Que no soy gilipollas. Sé lo de Myles.
Colette abre los ojos, asombrada.
—¿Tú qué sabes de Myles? Acaso, ¿has leído mi diario?
—¿Tienes un diario? —Colette le da un golpe en el hombro, este niega, con mejor humor—. Colette, las paredes son de papel. Te he escuchado mogollón de veces cuando hablabas con Alejo. Por no decir el historial de Internet, ¿compatibilidad entre acuario y leo? ¿El zodíaco? ¿De verdad?
El rostro de Colette se sonroja. Muchas veces había buscado aquello en el ordenador.
—Yo jamás hice eso contigo. Te doy privacidad.
—No te enfades, venga. No lo hacía aposta, osito —Yago expone el apodo cariñoso que utiliza Colette en referencia a Myles. Se gana un par de golpes que no le causan ningún dolor. Él le pide disculpas entre carcajadas.
—Vete por ahí.
—Colette, venga, cuenta, qué te pasa.
—Madre mía... está bien —Colette le narra todo, desde el principio, hasta el final.
Los minutos avanzan a la par que el largo relato. Mientras, en segundo plano, dos jóvenes se cuelan en la casa de los Rodríguez. Con la duda de la posible presencia de Jorge, Myles y su amigo Samuel, deciden invadir la morada. Llegan hasta la pequeña verja plateada y se apoyan aparentando normalidad, esperando que un anciano y su nieto desaparezcan por la esquina. La calle está vacía, por lo que proceden a saltar la valla cumpliendo el perfil de delincuentes juveniles del que últimamente la policía advierte, e irrumpen en el jardín. De pronto, ambos se alarman al oír un ruido cercano, aunque no es más que la voz de Colette.
—Llevo enamorada de él desde hace mucho, pero solo somos amigos. Bueno, éramos hasta que nos enrollamos y me ilusioné, pero claro, él pasa de mí desde entonces y no sé por qué. He intentado hablar con él, aunque no quiere —finaliza con un suspiro.
Myles junto a Samuel, acaban de ser testigos de las sinceras palabras de Colette.
Samuel mira negando con la cabeza a Myles. Este le da un leve empujón, causando a continuación que su amigo tropiece con sus propios pies y caiga en unos matorrales. Yago y Colette se miran y se arriman al instante a la terraza.
Ven a los dos jóvenes, uno de pie, tratando de ayudar al otro, que está entre pequeñas ramas, dentro de su terreno.
—Buenas —murmura Samuel, con cara de circunstancia, levantándose. Yago esconde una sonrisa y observa al chico del que está completa y perdidamente enamorado.
Myles no aparta la mirada de una Colette molesta. El joven no percibe una buena reacción por su parte, y, por un segundo, quiere huir. No lo va a hacer.
—¿Qué haces aquí, Myles?
Samuel le da un empujón y le hace una señal a Yago. Ambos chicos se ausentan de la dramática escena concediéndoles privacidad.
Yago corre hacia la salida, escapa del dormitorio azulado de su hermana, baja las escaleras con una asombrosa rapidez y halla que su novio se ha adelantado. Elisabeth abre la puerta y Samuel se presenta con cortesía. Su madre observa con una sonrisa nerviosa a los dos jóvenes, pero lo invita a pasar con la educación y calidez que personifica a la buena madre. Yago se siente aliviado. Desearía que su padre fuera así.
Colette no recibe respuesta alguna de Myles. Abre y cierra repetidas veces la boca, sin llegar a articular ninguna frase, o palabra, lo cual impacienta a Colette. Pone los ojos en blanco, realiza el amago de girarse, aunque le tiemblan las piernas por volver a verlo. Él reacciona, como siempre, en el último momento.
—¡Espera, Colette! —exclama atrayendo su atención—. Quiero hablar contigo.
Colette se muerde el labio inferior, insegura. Está dividida, entre su amor y el orgullo.
Ella se gira, alejándose de la terraza y entrando en su cuarto. Myles se desilusiona.
—¡Colette!
No responde.
Transcurren varios minutos, en los que el joven permanece estático en el jardín. Comienza a gotear y decide que es mejor irse.
De pronto, una Colette con las piernas temblorosas reaparece delante suya vestida con la bata rosa claro que tanto le gusta a él. Myles piensa en lo adorable que se ve. Los ojos del chico relucen. Claro que, pronto la joven se encarga de romperle los esquemas.
—Creí que me ibas a dejar colgado...
—Myles —pronuncia con falsa seguridad, mostrando la frialdad que cubre su entorno helado. No quiere hablarle así, pero está convencida de que es lo mejor —. He bajado porque quiero despedirme de ti, no escucharte. No me interesa nada de lo que digas, o hagas.
—Colette, te voy a explicar todo...—murmura, ella le interrumpe.
— ¿Por qué pierdes el tiempo conmigo? Vete con Clara. —Responde con un tono celoso, reclamándole. Expone sus sentimientos.
"Puto Alejandro. Me ha delatado." Maldice él en su mente.
—Puedo explicártelo, no es lo que parece. Por favor, hablemos.
—No quiero saber nada, Myles.
—Eso no es lo que has dicho antes, con Yago. Lo he escuchado... ¿Estás enamorada de mí?
A Colette se le encoge el estómago. El resentimiento, los celos y el enfado se juntan y explota. No puede más.
—¿Sabes? —siendo impulsiva, comienza a hablar sin pensar —. Sí, estaba enamorada de ti, imbécil. Es cierto. Pero, ya no. Al principio, llegué a tener la esperanza de que con el tiempo sintieras algo por mí, pero me di cuenta de que con tu amistad era suficiente, y lo asumí. Siempre has estado para mí y yo para ti, era bonito y especial, me encantaba estar contigo y todo volvió a ser perfecto, hasta que decidiste besarme e ignorarme como si no significara nada para ti. Siempre vi como tratabas a las chicas, cómo te enrollabas un rato con ellas y después te aburrías, y yo, cómo la tonta que soy, creí que tú no serías así conmigo porque me quieres... joder...
Las lágrimas comienzan a salir y se las limpia con brusquedad. El corazón de Myles se encoge.
—Colette, la he cagado, pero déjame...
—No me toques —se acerca a ella, pero se aparta—. Me has hecho sentirme como una puta mierda, Myles. ¡Tengo un límite! No puedo seguir con lo que sea que sea esto. No mientras tú lo único que haces es divertirte a mi costa. No quiero saber nada de ti a partir de ahora. Eres un insensible, idiota e imbécil.
Colette finaliza con la respiración irregular. Siente una terrible necesidad de ir hacia él y abrazarlo y besarlo; pero no debe. No después de haberle dicho eso. Siempre le ha perdonado todos sus errores y en esta ocasión, ella decide. Aunque, lo que Colette no conoce es que este será su último encuentro. Su mirada no volverá a encontrarse con la suya en enero, ni en febrero, ni el resto de año.
Myles se siente la peor basura del mundo. Sabe que todo lo que ha dicho Colette es cierto. La mira a los ojos, cristalizados, como los suyos. Él asiente, sin molestarse en defenderse, vuelve a cometer un error: calla.
—Adiós, Myles.
Dice ella, con el picor en los ojos. No se mueve, esperando su respuesta, cualquier cosa. Quiere ver alguna reacción en Myles, que no la deje ir así como así, que luche por ella, que le diga que la quiere de una vez por todas... No sucede nada.
—Adiós, Colette. Ya nos veremos por ahí —miente.
Myles, contempla los ojos que tanto le gustan, posiblemente, los que no volverá a ver en mucho tiempo, y se acerca a ella para sorpresa de los dos. Se aproxima a su rostro y le da un beso en su rosada mejilla. Colette no rechaza su abrazo.
—Te echaré de menos —murmura él, siendo egoísta, admirando sus vidrieras por última vez.
Se gira, y se aleja, sin mirar atrás ni una sola vez.
Colette cree oír el crujido de la escarcha rompiéndose en su propio corazón, aunque, en esta ocasión no es el suyo, sino el de Myles, quebrándose por primera vez, en Navidad.
***
¡Holiii! ❤️❤️❤️ Espero que lo hayáis disfrutado y me comentéis que os ha parecido.
Neferet
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