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"Con la magia de un beso"
21/12/2009
Una semana.
Han transcurrido siete días de diciembre, donde ha permanecido, y todavía permanece, enredada entre sus propias dudas sin acceso a una verdad que continúa libremente revoloteando a su alrededor. Colette, la joven que está sentada en el banco metálico tratando de leer por décima vez en su vida, el libro que le regaló Myles. El que camina de un lado al otro por su casa sin saber qué hacer con su problema. Ninguno de los dos, en realidad, sabe qué hacer. Colette ha querido mantener la calma y no perder el control, por otro lado, Myles creyó que ignorarla tras esa tarde apasionada, iba a ser lo mejor. No ha sido así. Bajo ninguna circunstancia la chica de los ojos azules y el joven inseguro han alzado la voz en esta situación. Continúan paralizados, o tal vez, solamente el miedo, el caminante más peligroso que alguna vez pisó la travesía del pensamiento, nubla sus mentes adolescentes. Creen que serán rechazados, aunque esa no es la primera opción de ninguno.
—Se acabó.
Dicen los dos a la vez.
Colette deja la novela de lado y se encamina a su casa. Myles coge el teléfono de último modelo, con la mano temblando. El temor se pasea con lentitud por su cuerpo, extendiéndose por sus extremidades e instalándose en su estómago. Sabe que no debe dar pie o futuro a un destino distinto a la compartida historia de amor que esperaba tener junto a su amiga Colette. Ha estado enamorada de él durante años, aunque Myles prefirió desconocerlo hasta el comienzo de este mes de invierno, su favorito. Navidad es su momento más esperado del año porque puede ver a su madre, cuyo nombre es Heather, una inglesa que se enamoró de un español llamado Luis y este le fue infiel, dando por finalizado su matrimonio y llevándose a un pequeño Myles de nueve años a vivir a Madrid, España.
Se ha dado cuenta de que no debe continuar oprimiendo sus sentimientos, por lo que ha optado por actuar, y ahora, está perdido. Más que perdido, jodido. El momento inminente se aproxima y es inevitable pronunciar en alto la palabra correcta. Marca el número que anteriormente pulsaba con facilidad, pero en el penúltimo dígito lanza el móvil contra su cama.
—No puedo —expresa, dejando caer su cuerpo contra las sábanas azules que, por tercera vez en el día, le insistieron en cambiar.
Claro es, que Myles no lo hizo.
Pasan unos minutos, y entre pensamientos e ideas, errores y aciertos, toma una decisión. Una mala decisión.
Vuelve a cogerlo, pero no busca a la persona que su corazón reclama, sino a la última entre sus recuerdos. Su amiga Clara.
Si Myles destaca en algo, además de su vagueza, es en su cobardía. No se atreve a hacer algo que ansía sino es por un alocado impulso, como sucedió el lunes pasado. La tarde que jamás pensó que llegaría a cumplirse. Ninguno de los dos, en realidad.
Estaban viendo la película favorita de Colette, Un paseo para recordar. Él la odiaba, pero accedió a verla por ella. Sentados cómodamente en el sofá, un inocente roce provocó en Myles una retirada como si su tacto le quemase. Su comportamiento había sido distinto desde las últimas semanas: el baile que compartieron en la cocina de Myles días anteriores, escuchando su canción Sorry Seems To Be the Hardest Word, de Elton John, en la radio, con la que sus corazones se fundieron durante cuatro minutos.
Al iniciarse un silencio en un espacio compuesto especialmente por ambos, se formaba una extraña tensión en su entorno dejándoles sumidos en una colaborada mudez. Se dedicaban miradas contrarias a los valores de la amistad... Ella no comprendía que sucedía hasta que percibió un brillo especial en los ojos del chico. Eran sus sentimientos reflejados. De pronto, Myles, se dejó caer en la tentación, y en algo más dulce que simple pasión: el amor. Se acercó a la muchacha con lentitud, propasando los límites que en su momento el chico quiso marcar. Con su mano cálida, le escondió un mechón tras su pequeña oreja adornada con varios pendientes, posó sus dedos en la suavidad de su rostro sonrosado y se atrevió a tocar sus entreabiertos labios. Alzó la mirada y comparó sus iris claros con topacios azules: puros y llenos de vida. Él, sintiéndose valiente, la besó. Sus cuerpos se manifestaron ante la inmediata acción. Se concentraron en aquel momento que parecía eterno y los pequeños trozos blancos que se habían desprendido de las nubes se quedaron suspendidos en el aire. El tiempo concordó con el espacio y se paró.
Todo lo bueno acaba, y esta ocasión no iba a ser la excepción. Al día siguiente, como el ser obstinado que era y continuaría siendo, el moreno se alejó de Colette sin darle ni una sola explicación o una palabra negativa. Nada. Cada vez que se cruzaban por los pasillos, ya que no compartían el mismo aula, se giraba evitándola y procedía a escapar. Ignoraba sus llamadas o simplemente huía como un niño. Colette se dio por vencida y comprendió que solo necesitaba un tiempo para asimilar que todo estaba cambiando muy rápido y eso lo asustó. Todas aquellas conclusiones se quedaron en el aire porque futuro sería lo que no tendrían.
Myles sabía algo que iba a cambiar su vida por completo, aunque no de la forma en que aconteció posteriormente. No comentó nada a Colette.
Está tarde, tras salir del instituto, ella le esperó en la salida porque no podía seguir aguantando el silencio, aunque, Myles se metió en el coche sin mirar hacia atrás, dejando a una pobre chica con el corazón roto. Tampoco era la primera vez que él la hacía sufrir, directamente al menos.
Colette entra en casa, encontrándose a su paso a su madre hablando por teléfono y ojeando unos papeles. Debían de ser los manuscritos franceses que le envió su hermana Elodie para que los revisara, porque es abogada, la semana pasada.
Su abuelo Antoine había fallecido hace poco y se están repartiendo la herencia entre las dos hermanas, lo que interesa a Elisabeth, madre de Colette, inmensamente. En cambio, su tía no le da tanta importancia a la fortuna. Es una mujer de valores contrarios, la oveja negra de la familia. Hizo una carrera de artes a pesar de la continua negación de sus padres, se casó con un hombre de pocos recursos al que amaba y se fue a vivir al campo. Sin embargo, Elisa (para su círculo más cercano), conoció a su primer prometido, Travis, el prototipo perfecto de marido, mediante los contactos del abuelo de Colette.
Aunque en una estrellada noche de verano, se cruzó con Jorge, un risueño madrileño que solía veranear en Córcega y surgió, sin poder remediarlo, una atrayente conexión. Elisa, de carácter sumiso ante sus padres, tomó las riendas de su vida y semanas antes de la boda concertada, rompió el enlace con Travis, y animada por su hermana, que jamás le dio la espalda, fue a buscar al amor verdadero.
Se marchó de Francia y viajó a Madrid en busca del hombre que sería el padre de sus hijos. Se habían estado escribiendo cartas, por lo que la búsqueda fue posible. Lo encontró, y Elisabeth ha vivido en España desde entonces. Contrajeron matrimonio y trajeron al mundo a una niña y, un año más tarde, a un niño.
Según Elisabeth, Jorge llegaría el día veintitrés con suerte, a comienzo de las vacaciones de Navidad, de Barcelona.
Aunque el matrimonio comenzó con un gran amor, con el tiempo se ha ido enfriando poco a poco. A pesar de que se aman, cada vez se alejan más el uno del otro, demostrando que el amor no es suficiente si no se cuida.
Los progenitores de Colette, destacando la presencia masculina, la que apenas habita en su propia casa, suelen mantenerse ocupados la gran mayoría del tiempo, incluidas las vacaciones. Pero, este año, han acordado celebrar la Navidad todos juntos, en familia como en los viejos tiempos. Colette concuerda con sus abuelos en que, algunas tradiciones no pueden perderse.
Además, Yago, el hermano pequeño de la chica, tampoco está presente.
—Mamá, ¿y Yago?
—Elodie, un momento —Elisa separa el dispositivo telefónico de su oído, y presta atención a su hija. No le pasa por alto que tiene la nariz sonrosada. Es una mujer observadora—. ¿Estabas sin chaqueta en el jardín?
Colette evita poner los ojos en blanco.
—No, acabo de dejarla en la entrada. Mamá, ¿y Yago? ¿Dónde está? —insiste.
Como está ocupada, deja el tema.
—Yago salió con Mónica. Llámale y dile que no llegue tarde. Que mañana tenéis clase.
Colette asiente, y sube las escaleras en dirección a su cuarto.
«¿Mónica? Ya, claro. Yago está con Samuel.» Piensa ella.
Yago esconde más secretos de los que pretende. No es el joven cuyo círculo familiar cree que es. Una de las pocas personas que conoce la verdad tras la tapadera de Mónica, es Colette. La relación fraternal que comparte con su hermano pequeño es nula. Discuten habitualmente, piensan que no se comprenden cuando no lo han intentado siquiera y solo disfrutan molestándose mutuamente. Lo único que tienen en común son los ojos claros, heredados del padre, ya que Elisabeth es morena. No comparte ninguna otra semejanza física ni mental con él. Al descubrir que Yago es homosexual mediante Myles, quien es mejor amigo de Samuel y lo sabía todo (y se lo confesó por error), ella se sintió la peor hermana del mundo. Yago no vio en su hermana mayor un apoyo ni alguien en quien confiar.
Yago usa el nombre de Mónica como pretexto para quedar con su novio Samuel. Sus padres no son de pensamiento moderno por lo que, Yago ha optado por mantener en secreto sus relaciones íntimas. Y así prefiere que continúe.
Antes de que Colette llegue a su cuarto, otro personaje distinto a Myles, igual de destacable, la llama. Comienza a sonar una melodía simple y los agudos oídos de Colette actúan eficazmente. Abre la puerta y lo coge sin mirar quién es el emisor. Sus esperanzas se rompen al escuchar la voz de su mejor amigo, Alejo.
Alejandro, apodado Alejo, conoce a Colette desde los tres años, y actualmente cuenta con dieciséis años aún, cumplirá diecisiete en breve, el día veintinueve de diciembre. Su amistad comenzó en el segundo curso de primaria. Colette había tenido una pequeña discusión con las chicas de su clase, más bien, con la que era su mejor amiga de la infancia, Ana, una niña caprichosa y la cabecilla de la clase. Ana se molestó con la pequeña Colette, la cual solamente eligió en un juego a la sirena que la otra niña quería; por ello, la dieron de lado y Alejandro, un niño amigable, fue a jugar con ella. Desde ese día, no se han separado.
En la otra línea, Alejandro, está inquieto. Corre las cortinas de su cocina, evitando la imagen de su hermana y Myles, alejándose por la estrecha calle dirigiéndose a algún parque cercano. Él está actualizado con todo lo que ha sucedido estas últimas semanas, o más bien, estos años. Colette admitió sus sentimientos por Myles en voz alta ante Alejo hace tiempo. No obstante, el mejor amigo lo había intuido. Claro es, que conocía ese beso que volvió a encender la llama del amor en Colette y, de nuevo, Myles va a romperle el corazón.
Clara es la hermana melliza de Alejandro, por lo que, para su mala suerte, hacer esto no es agradable. Colette sabe de la existencia de la relación más allá de la amistad que tiene Myles con varias chicas, aunque, en ese tipo de asuntos, ni Colette ni él se entrometían. A ninguno de los dos les hacía gracia los rollos pasajeros o posibles parejas del otro. Sin embargo, permanecían callados.
Se tumba en la cama, quitándose los zapatos con una mano, mientras que con la otra sujeta el móvil.
—Alejo, ¿qué pasa?
Se aclara la garganta, nervioso.
—Hola —hace una pausa —. ¿Cómo vas? ¿Has avanzado con los deberes de latín?
—Pues no, lo intenté, pero no entiendo nada —resopla mirándose las uñas—. Ya lo haré mañana. Me puse a leer y poco más. ¿Tú qué tal?
Mientras Alejandro le da conversación a Colette, buscando el momento oportuno para decirle lo que sabe, a varias calles, se esconden Yago y Samuel. Se mantienen alejados de las posibles multitudes curiosas, sin saber que alguien los está observando. Samuel se aproxima a su novio.
—Hostias, Samuel, aquí no. Sabes que...
—Alguien nos puede ver, lo sé —finaliza la frase el otro.
El joven resopla, molesto. Se apoya en la pared de cemento. Se calla. Está cansado de tener que esconderse siempre, como si cometieran un crimen.
—Lo siento —Yago lo abraza.
Conoce la frustración de Samuel ante mantener en secreto su relación, a él tampoco le gusta, aunque, no puede aparentar tranquilidad o sentirse indiferente ante la opinión de los demás, concretamente, la de ellos.
Espera hacerlo algún día, claro que, no sabe que será antes de lo que cree.
—Dame más tiempo, Samuel, por favor —le pide Yago a su novio comprensivo, este finge pensarlo y Yago, tapándose con la chaqueta, le da un corto beso tratando de convencerlo. Asiente, aceptando el cariño—. Te quiero, ¿lo sabes?
—No sé yo... no me convences.
Comienzan a besarse. El aroma de Yago inunda a Samuel, el perfume caro que tanto le fascina al joven de la sudadera verde, la famosa prenda que conectó a los dos chicos una noche hace seis meses. Atrae su cuerpo al suyo.
El testigo silencioso, se apoya contra su coche anonadado, sin dejar de observar la escena.
Los jóvenes se separan.
—¿Quieres venir a cenar a casa? Berta dijo que traería kebabs.
—Joder, no puedo. Mi madre quiere que vaya a cenar.
Yago nunca desobedece a Elisabeth. Samuel asiente y le da un último beso. Se va en otra dirección, prometiendo verse en la fiesta de fin de año. Transcurren varios segundos en los que Yago observa al otro chico alejándose. Sale de su escondrijo colocándose el abrigo y cuando alza la vista, halla una mirada congelada como la suya y frena su paso. El miedo recorre sus extremidades. A varios metros, el testigo silencioso ha sido cómplice de la escena.
Jorge Rodríguez había mentido sobre su regreso de Barcelona. Ha vuelto esta tarde. Quería sorprender a su familia. Últimamente ha estado muy ocupado por el trabajo y por ello, ha pensado una manera de pasar más tiempo junto a ellos, o al menos, recompensárselo. Se le ocurrió dejar de posponer sus vacaciones familiares deseadas a Australia, para ir el próximo verano. El sueño de Elisabeth y Jorge siempre había sido viajar por el mundo, fue una de las cosas que los unió al conocerse, y por culpa del trabajo se había quedado escrito en una lista de deseos en un cajón.
En la otra parte del pueblo, Myles tiene el móvil en la mano, y solo le da vueltas a un asunto. Llamó a su amiga Clara, y estaba dispuesto, pero no dejaba de pensar en Colette y se sentía mal utilizando a una persona egoístamente. Myles no era una mala persona, sí en algunas circunstancias demasiado indiferente, aunque, no tenía maldad. Se sinceró con la joven y la chica se marchó dedicándole unas palabras de desprecio. Se lo ganó.
Lo único que quiere Myles es ver a Colette. No soporta más esto. Debe contarle la verdad.
Alejandro continúa charlando con ella. A él nunca le ha gustado el chico que Colette siempre defiende, incluso ha llegado a detestarlo por todas las cosas que ha hecho y ha afectado a su amiga. Siempre ha pensado que es un idiota que hace lo que quiere sin tener en cuenta a qué o quién afectan sus actos. Finalmente, se arma de valor.
—He visto a Myles antes...
—Ah, ¿sí? ¿Dónde?
De pronto, se escucha un portazo proveniente de la entrada. A continuación, gritos. La joven reconoce la voz de su padre furioso. Colette se levanta de la cama. No entiende qué sucede.
—Espera, está pasando algo —interrumpe a su amigo, curiosa por lo que acaba de oír.
Sale de su habitación, con el móvil aún prendido. Ve a Yago subiendo las escaleras con los ojos cristalizados y el pelo revuelto.
—Yago. ¿Qué te pasa?
—¡Déjame en paz tú también, joder!
Exclama él, por poco arrollándola, con una ira que no lo caracteriza. Da un portazo encerrándose en su habitación, contigua a la de Colette.
El timbre de Jorge no frena en el piso de abajo.
Y, Colette, simplemente cuelga.
***
Holiii lectores lindos, espero que os haya gustado, ¿qué opináis?❤️🤭
Este libro lo escribí hace unos años para una editorial que me propuso publicar pero terminó mal😮💨 Por lo que quería volver a publicarla ya que le tengo muchísimo cariño. Espero que os encante como a mí ❤️
Neferet
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