Capítulo 5
¡Hola a todos! De nuevo os traigo un capi de "Una noche en el Sodoma" el fanfic que estoy escribiendo.
Como siempre, espero vuestros comentarios aquí en la página de ATDS y en Twitter con el Hashtag #UNEES
Hasta la semana que viene ^_^
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A pesar de que llevaba años deseando meterse en una disco gay y vivir la experiencia con total libertad desde que conociera la existencia de dichos locales, Vico nunca pensó, ni siquiera cuando salía de casa aquella misma noche, que se sentiría tan a gusto cuando lo hiciera.
Podía bailar y cantar si quería, y beber hasta perder la poca vergüenza que le quedaba. Allí dentro, si alguien reparaba en él era por su exitosa carrera deportiva, algo a lo que él estaba completamente habituado y que veía como algo normal e inevitable, pero nadie le juzgaba por su orientación sexual. A su alrededor, una multitud de hombres hacía lo mismo que él, y a nadie le importaba lo que un famoso futbolista hiciera aquella noche en el Sodoma, salvo al afortunado que conseguía un baile con él, o al aún más afortunado pero hipotético hombre que conseguiría llevarlo a la cama.
Quizás Vico se hubiera comportado de otra manera, quizás incluso se hubiera planteado el tener que irse de allí, si hubiera sabido de los ojos inquisitivos que estudiaban cada uno de sus movimientos y que esperaban al acecho a que cometiera una estupidez, pero ignorante como estaba de ese hecho, y sintiéndose más libre de lo que se había sentido en mucho tiempo, no tomó la más mínima precaución.
Allí, en medio de aquella multitud, no sabía muy bien cuándo bailaba solo o en compañía, cuándo empezaba el baile con un hombre y lo terminaba con otro. Feliz, él le sonreía sin reservas a todo el mundo, y habló con cada hombre que se arrimó a su oído a alabar su juego, su valentía por estar ahí, o incluso para proponerle sexo escandalosamente. A estos últimos también les sonreía; los rechazaba, pero les sonreía, y ninguno de ellos hizo el más mínimo gesto de sentirse ofendido, quizás por su gentileza y simpatía naturales, o quizás porque de todas formas ninguno de ellos creía de verdad que Vico fuera a aceptar.
Solo había un hombre en todo el Sodoma con la suficiente estupidez y arrogancia como para pensar sinceramente que podía llevárselo a la cama, aunque cuando Mateo lo vio por primera vez hubiera dudado de calificarlo como "hombre". Apenas era un chaval con cara de niño y enormes ojos negros. De cuerpo espigado y bien formado, parecía tener todavía un par de centímetros por crecer, con ese inconfundible aire núbil y postpúber de quien no ha terminado su desarrollo, pero aun así bailó con él, quizás sólo porque el chaval se declaró sincero admirador de su juego, o quizás porque no se le pasó por la cabeza que un joven, que probablemente no había cumplido ni la veintena, tuviera el descaro suficiente para intentar seducirle. El crío tenía un amigo, un chico moreno y con gafas, que quizás por timidez o por recato no se acercó a ellos mientras hablaban, cabeza contra cabeza, acerca de tácticas de juego y posiciones defensivas, ni tampoco cuando empezaron a bailar.
Había pocas cosas que a Vico le gustaran más que bailar, y encontrar un compañero a su medida fue tremendamente estimulante. Aquel chico sería joven, pero se movía bien, acoplando el movimiento de su cuerpo al suyo. Se dejaba llevar, y Vico pensó con una sonrisa que quizás debajo de todo aquel engreimiento juvenil había una naturaleza sumisa. Bailaron juntos durante mucho tiempo, y dejó que sus manos se perdieran en la cintura de aquel chico, acercándose más a él de lo que se había permitido acercarse a ningún otro hombre aquella noche. Era levemente consciente de que quizás su comportamiento con él no era adecuado, pero se lo estaba pasando demasiado bien como para pararse a pensar en eso. El chico le sonreía a menudo, y Vico pasó un rato de lo más agradable manejándolo a su antojo, haciéndolo dar vueltas entre sus brazos, y danzando con él con la misma facilidad e inocencia de quien juega con un niño.
—Bailas muy bien —se animó a alabarle tras cuatro o cinco canciones, a la vez que le acercaba a su cuerpo, para que oyera su voz.
—Gracias, tú también —dijo el otro, con una expresión de autosuficiencia en el rostro—, aunque era de suponer, sólo hay que verte regatear.
Mateo, por el contrario, sonrió con humildad ante el cumplido, que a pesar de todos sus años como futbolista de élite aún no había aprendido a encajar del todo bien. Eludió su mirada preñada de admiración y dedicó un momento para pasearla a su alrededor. El otro chico, el de las gafas, parecía haber encontrado algo que hacer, habiendo aceptado bailar con otro hombre para tener luego que estar interceptando sus intentos de avance. La discoteca parecía ahora aún más llena que antes, si eso era posible, y sentía que cada vez tenía menos espacio para bailar, lo que le obligaba a estar más cerca del cuerpo de su acompañante, hasta el punto de sentir contra su esternón el acelerado retumbar del corazón de aquel chico. Las luces de los focos se movían continuamente, mientras que unos se apagaban y otros se encendían, en diferentes colores, convirtiendo aquel entorno en un lugar confuso y cambiante. Uno de los focos, que había estado apagado, se encendió fugazmente con una vibrante luz blanca y Mateo, que miraba en aquella dirección, quedó momentáneamente cegado. Casi al mismo tiempo, notó que el chico dejaba de bailar, pero no entendió el porqué hasta que lo notó ponerse de puntillas para besarle el cuello a la vez que deslizaba una cálida mano hacia su entrepierna.
Vico apenas tuvo tiempo de reaccionar antes de que un violento flashazo le cegara de nuevo. Atinó a coger la mano del muchacho y apartarla de él, y con los ojos aún cerrados murmuró una renuncia. Quizás el joven no le oyó, porque hizo otro decidido intento que Mateo rechazó con mayor contundencia que la vez anterior.
—No —se oyó decir a sí mismo, de una forma que también fue audible para su acompañante. Abrió los ojos, para descubrir que su visión aún era algo dificultosa, y parpadeó repetidas veces para aclararla. Cuando lo consiguió, tuvo que enfrentarse a la expresión profundamente humillada de aquel chico.
—¿Qué pasa? ¿No soy suficientemente bueno para ti?
—No es eso... Mirá, sos muy lindo, pero solo vine acá para bailar.
—Ya —dijo el otro como si no le creyera. Apretó su mandíbula y Mateo visualizó con total claridad cómo su expresión avergonzada se convertía en la de algo muy parecido al enfado—. Ni siquiera alguien como tú debería creerse mejor que los demás —le reprochó.
Antes de que pudiera responderle, el chico se alejó rápidamente de él, cogió por el brazo a su amigo, salvándole al mismo tiempo de las largas manos de su compañero de baile, y se perdió entre el gentío.
Mientras lo veía irse, Mateo sintió que sus mejillas enrojecían, como si hubiera recibido una dolorosa bofetada. De repente, era plenamente consciente de dónde estaba, y sintió que había hecho el ridículo más espantoso de toda su vida.
A codazos, se abrió camino para alejarse de la pista de baile, pero con cierto agobio descubrió que esta ahora se extendía por todo el local. No había un solo lugar en el que las personas allí reunidas no estuvieran bailando y restregándose unas contra otras, ajenas al hecho de que él hubiera decidido dejar de ser parte de aquello al darse cuenta de que en realidad nunca lo había sido. Mientras avanzaba, no sabía muy bien hacia dónde, trastabilló un par de veces al toparse con los pies de más de uno, recibió incontables e inesperadas caricias en el culo y chocó con un hombre de color con una poderosa y trenzada testa, que le salvó de caer de bruces en su precipitación al parar su caída con su propio cuerpo.
—¿Estás bien? —le preguntó solícito. El hombre le miraba con genuina preocupación, pero Mateo no pudo evitar preguntarse en silencio si habría segundas intenciones en su aparente gentileza y se desembarazó de él sin contestarle.
Al fin, su errático caminar llegó a su fin cuando se encontró casi de bruces con una de las paredes del local. Mateo apoyó los codos contra ella y suspiró, habiendo encontrado unos pocos metros cuadrados que no tenía que compartir con nadie. Las personas más cercanas a él eran una pareja que se comían la boca mutuamente. Para su sorpresa, descubrió que eran un chico y una chica. Él, mucho más alto que ella, la apretaba contra la pared mientras dejaba que sus manos se perdieran bajo la cortísima falda de la chica, que con su piel aceitunada, sus ojos marcados con Khôl y su corto y negro cabello, parecía una Cleopatra de metro y medio. Notando quizás la mirada estupefacta de Mateo sobre ellos, dejaron de besarse para mirarle a su vez. Azorado, Vico desvió la mirada.
—Perdona, eres Vicovic, ¿verdad? —preguntó el chico.
Mateo le miró con tristeza y meneó la cabeza.
—Ahora no —pidió.
Con un leve gesto de disculpa, se alejó, en busca de un lugar más íntimo.
Pocos minutos más tarde, Mateo, al parecer incapaz de encontrar la salida de aquel lugar, encontró al menos el aseo. Aunque lo que menos hacían los hombres allí congregados era usar el baño. Al menos no en el más estricto de los sentidos.
En los lavabos muchos hombres fumaban, tabaco y otras cosas, y esnifaban rayas de coca a la vez que reían. De los excusados provenían los más variados sonidos, pero todos indicativos de que en su interior se realizaban actividades supuestamente reservadas para el cuarto oscuro. Sólo uno de los cubículos estaba libre y Vico se metió en él, deseoso de encontrar algo de soledad.
Había sido un estúpido al desear ir a un sitio así, y más estúpido había sido creer que los hombres que allí estaban querían algo más de él que un polvo apresurado y la gloria por una inolvidable y célebre conquista. Presa de una ilusión de adolescente, cometió el error de idealizar un ambiente que nunca había conocido, y que ahora deseaba no haber hecho. Dani tenía razón, se dijo, al opinar que no se les había perdido nada en un sitio así a ninguno de los dos. Sobre todo si alguno iba allí a solas.
Por primera vez en toda la noche, se permitió a sí mismo pensar en el hombre con el que había decidido compartir su vida, y lo bueno y lo malo que hubiera en ella. Cuando poco después de su pública y algo escandalosa salida del armario como pareja, Mateo le había confesado que le hacía una tremenda ilusión ir con él a una discoteca de ambiente, Dani había torcido el gesto, tal y como él había esperado que hiciera. Pero a pesar de poner todo su empeño, no consiguió que su novio cambiase de parecer, y habían terminado discutiendo.
Mateo se reprochó a sí mismo haber sido tan cabezota. Instigado por aquel enfado y la discusión subsiguiente, había olvidado que lo que quería de verdad era ir allí con él, y que la negativa de Dani hacía que aquella idea no tuviera ya tanto sentido. Pero en vez de eso, le había dicho que iría al Sodoma solo o acompañado, a lo que su novio, presa de su propia testarudez, le había contestado que era libre de hacer lo que quisiera.
Ahora sentía que había hecho el ridículo al ir allí solo, cuando no tenía intención de hacer nada más que bailar. Qué iluso había sido, se reprendió, y deseó con todas sus fuerzas estar en la cama, abrazado al fuerte y moreno cuerpo de su novio. Si había decidido compartir con él lo bueno y lo malo de la vida, tendría que haber entendido que esa noche también debía haberla compartido con él, fuera donde fuese.
Sacó el móvil del bolsillo trasero de sus pantalones y miró la pantalla. No había registrado ni un solo mensaje o llamada, lo cual no era inusual por lo avanzado de la hora. Desbloqueó la pantalla y tecleó un apresurado "¿Estás despierta?". Segundos más tarde, el móvil empezó a sonar, dejando ver en la pantalla la imagen de su melliza. Mateo suspiró con alivio y descolgó.
—¿Te desperté?
—No. Teta —respondió ella, y Mateo la imaginó ojerosa, con el pelo revuelto y un bebé de ojos húmedos y manos pringosas pegado a su pecho—. Un desastre, ¿no? —casi aseveró.
—Vos lo sabías —preguntó a su vez, apoyándose en la fina pared que había tras él y separaba un excusado del otro; al otro lado podía oír jadeos estrangulados y un golpeteo rítmico in crescendo.
—Lo que me extraña es que vos no lo supusieras —replicó. —Tendrías que haberme dicho algo.
—Lo hice —respondió ella con voz cantarina.
—Entonces, yo tendría que haberte escuchado.
—No —respondió ella—, cada uno tiene derecho a cometer sus propios errores. Y contame, ¿qué pasó exactamente?
—Nada en particular —Mateo se pasó la mano libre por el cabello. Los tíos de al lado parecían a punto de llegar al clímax y el inconfundible tintineo de la hebilla del cinturón de uno de ellos, que golpeaba la pared con cada embestida, no le dejaba concentrarse—. Que no sé qué hago yo acá. Dani tenía razón, en este lugar la gente sólo busca a alguien a quien cogerse.
—¿Y te parece raro?
—No lo sé. ¿Fui muy iluso al pensar que habría algo más?
—Siempre eres iluso —respondió su melliza—, eso lo que...
Un prolongado y ronco gemido proveniente de al lado cubrió las últimas palabras de su hermana, haciendo que no pudiera oírlas. A la vez, el insistente golpeteo se interrumpió.
—Creo que me voy a ir a casa —dijo tras esperar a que aquellos dos terminaran. Ahora del cubículo de al lado sólo provenía un leve susurro de besos que, sin embargo, seguía resultándole molesto—. No pinto nada aquí.
—Lamento que esta noche no haya resultado ser como vos esperabas. Mañana hablamos.
Su hermana colgó el teléfono, y él volvió a meterse el suyo en el bolsillo trasero del pantalón, pero justo cuando quitaba el fechillo para abrir la puerta, sintió un fuerte golpe contra ella y la imposibilidad de abrirla.
—¿Qué carajos...?
De nuevo, notó retumbar en el cubículo las embestidas del sexo, no provenientes esta vez de uno de los habitáculos de al lado, sino de la misma puerta. Se agachó para mirar por debajo de ella y, como esperaba, vio las piernas de dos hombres que se movían al vaivén. Golpeó la puerta con todas sus fuerzas.
—¡Eh! ¡Que quiero salir!
—¡Pues te esperas, gilipollas! —fue la respuesta que obtuvo del otro lado de la puerta, a la vez que las embestidas se iniciaban de nuevo.
Sintiéndose enjaulado, Mateo miró a su alrededor, valorando el espacio en el que iba a permanecer más tiempo del que quería. Valoró la posibilidad de sentarse en la tapa del váter mientras esperaba, pero un rápido vistazo a esta le disuadió de la idea. Apoyándose de nuevo en la pared, suspiró apesadumbrado.
—¿Qué más puede salir mal esta noche?
*
—Bien, bien, muy bien —musitaba para sí el periodista mientras veía una y otra vez las fotografías que había registradas en la cámara digital de su fotógrafo.
Jean Claude limpiaba su objetivo con parsimonia y miraba a su compañero. Tras terminar su trabajo con el futbolista, se habían apartado hasta uno de los sillones del fondo del local para analizar el material que tenían entre manos. Sabía que había hecho un buen trabajo, pero este no le reportaba la más mínima satisfacción profesional.
—Esta foto es una mina —oyó decir a Luigi, sabiendo perfectamente a cuál se refería.
Era una más de la serie en la que Vicovic y un muchachito con pinta de devorahombres bailaban, pero esta última era diferente. Vico con los ojos cerrados y las manos en la cintura del otro, aceptaba sus besos y caricias. La mano de ese joven rubio en la entrepierna del pibe de oro del fútbol argentino valía, como poco, una fortuna.
—Esa foto es un timo —replicó Jean Claude—. Vicovic le rechazó.
—¿Y qué? —replicó Luigi.
Jean Claude le lanzó una penetrante mirada.
—Que no sabemos qué pasó después de eso.
—Precisamente por eso no lo vamos a contar. Al fin y al cabo, no cometeré el error de montar una historia, por muy jugosa que sea, si no tengo pruebas.
—No las tienes porque no pasó nada.
Luigi le sonrió con calidez.
—Ya sé que hasta hace unos meses eras un fotógrafo de moda, y que no estás familiarizado con la selva que es la prensa sensacionalista. Pero así es nuestro trabajo, Jean Claude.
—Pero, es que...
—¿Quién crees que soy, el malo de la película? —Su sonrisa se hizo más ancha, y Jean Claude vio por primera vez al chico dulce y sencillo que se escondía bajo aquel tiburón de las noticias—. No seré yo quien juzgue a Vicovic por venir aquí para bailar y dejar que otros hombres le toquen. Yo he hecho lo mismo miles de veces y seguro que tú también, pero él sabe quién es, y debería saber lo expuesto que está. Y este es precisamente el material que quieren nuestros lectores —añadió señalando la imagen aún reflejada en la pantalla posterior de la cámara—. No hace falta que digamos nada, ni haremos falsas acusaciones, sólo tenemos que enseñar la foto y decir dónde la tomamos. Y todo eso será verdad.
—Ocultar información es lo mismo que mentir.
—No, no es lo mismo. Al menos no delante de un juez. —Luigi dejó oír una alegre risita mientras se ponía de pie—. Tienes mucho que aprender. ¿Te llaman Mad, verdad?
Jean Claude lo miró con sorpresa mientras sentía el despertar de una familiar y ronca presencia en lo más profundo de su mente.
—Sí —afirmó a la vez que se preguntaba cómo lo había averiguado el periodista.
—Pues no veo por qué. Me pareces la persona más cuerda de este local. Vamos. —Le tendió la mano para ayudarle a incorporarse—. Veamos qué le podemos sacar al señor Lean.
«Sí, Jean Claude», oyó la maliciosa voz dentro de su cabeza, ya del todo despierta. «Veamos qué le podemos sacar».
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