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Capítulo 16

Bueno, aquí les traigo el penúltimo capítulo de Una noche en el Sodoma, la semana que viene, la historia concluirá con un epílogo.

Este capítulo es bastante atrevido para mí, como inexperta fanficker, y me he permitido varias licencias, pero la historia no tendría sentido si nos la tomamos demasiado en serio (al fin y al cabo, UNEES pretende ser una parodia) y en todo caso, esta escena final entre Morgan y Kato es una de las primeras que me vino a la mente cuando me planteé la historia. Escribir este capítulo, y este delirante diálogo entre dos personajes a los que adooooooro ha sido tremendamente divertido. Espero que para ustedes, sea igualmente divertido.

Os dejo ya con el capi. Hasta la semana que viene y ¡Feliz Navidad!

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Morgan salió del Sodoma un rato más tarde, lo suficientemente borracho como para no sentir ya con tanta violencia la intensidad de sus sentimientos, y lo suficientemente dueño de sí mismo como para distinguir a la primera el vehículo en el que Kato llevaba un buen rato esperando. El coche que habían alquilado para sus desplazamientos durante aquel viaje era muy parecido al que el japonés poseía en la Gran Manzana: grande, oscuro, innecesariamente caro y ostentoso, y estaba justo donde Noel le dijo que lo encontraría: aparcado en un lateral del Sodoma, sobre la acera y al lado de un más que llamativo cartel que prohibía el estacionamiento.

Morgan dio un sonoro suspiro antes de acercarse al vehículo, a la vez que ensayaba una pose de estudiada indiferencia. Accionó la apertura de la puerta del copiloto, con la intención de hacer una digna entrada, para constatar que esta estaba cerrada desde dentro. Volvió a tirar de la puerta, esperando que para ese entonces Kato se hubiera percatado de su intento de entrar y hubiese abierto el seguro, pero seguía cerrada. Se agachó para mirar por la ventanilla y vio al japonés enhiesto en su asiento, mirando al frente e ignorándole a conciencia. Dio dos impacientes toques en la luna con sus nudillos.

—¿Me abres o qué? —preguntó.

El japonés volvió sus ojos en su dirección y le miró por espacio de unos segundos. Luego, con premeditada lentitud, llevó sus dedos hasta el botón que abría las puertas.

—Gracias —resopló de mal humor, una vez que pudo entrar y ocupar su lugar en el asiento del copiloto.

Desvió su mirada hacia el japonés para constatar si su entrada había tenido algún efecto en él, pero su hierático rostro no dejaba entrever ninguna emoción.

—¿Ni siquiera me vas a dirigir la palabra? —le preguntó, bastante molesto por la indiferencia con la que el otro le recibía.

—¿Dónde están Noe..?

—Noel y Karel se fueron al hotel hace ya rato —le cortó Morgan, aún más malhumorado si cabe al constatar que efectivamente no tenía intención de hablar con él. No al menos de aquello de lo que Morgan sí que necesitaba hablar. En un último intento de tirarle de la lengua añadió—: Supongo que querían ahorrarse nuestra escenita.

Kato le miró como si no tuviera la más remota idea de qué le estaba hablando.

—Pues entonces, ya podemos irnos —dijo sin más, accionando el motor del coche.

—Kyosuke... —Morgan puso una mano sobre el antebrazo de Kato, impidiéndole seguir los movimientos necesarios para poner en marcha el coche—. Habla conmigo, aunque solo sea para echarme la bronca.

—No creo que sea necesario que...

—Que me digas algo, joder —exclamó, ya fuera de sus casillas.

Esta vez sí que consiguió una respuesta del japonés, pero no la que esperaba. Kato no se enfadó, ni le respondió en igual tono. Simplemente suspiró. Le observó mientras se quitaba despacio las gafas y frotaba el puente de su nariz, y se regodeó en su contemplación, como cada vez que Kyosuke dejaba caer su máscara para dejarle ver su verdadero ser.

—Para una cosa que te pido... —le reprochó en voz baja, con trémula voz—. ¿Tan difícil te resultaba no hacerme un pequeño favor?

—No me pediste un favor, Kato —le recordó Morgan—, sino que me prohibiste hacer algo que yo deseaba hacer. No es lo mismo. Que seamos amantes no te da el derecho a decidir qué puedo o no puedo hacer. Que a ti no te gusten este tipo de ambientes no quiere decir que a mí tampoco deban gustarme.

—Morgan-kun no está entendiendo las cosas bien, como de costumbre.

—¿Qué? —se indignó—. ¿Qué es lo que no estoy entendiendo bien? —Hizo una pausa, esperando una respuesta que no llegó, por lo que prosiguió—. No querías venir con Noel, pero tenías que hacerlo, ¿correcto?

—Correcto —convino Kato.

—Y no querías que yo te acompañara aquí esta noche, ¿correcto?

—Correcto.

—Hasta ahora parece que Morgan-kun entiende las cosas perfectamente bien —se jactó. Luego se dispuso a proseguir ese extraño juego que él mismo había iniciado y en el que había conseguido enredar al japonés—. No querías que yo viniera contigo porque eres un Yakuza cabrón al que le gusta decirme qué puedo y qué no puedo hacer.

La expresión de Kato se crispó ante ese comentario.

—Voy a empezar a creer que eso es lo que de verdad piensas de mí.

Morgan asintió, empezando a entender dónde había estado el error de su razonamiento.

—Está bien —dijo conciliador—. Morgan 2 - Kato 1 —bromeó—. No querías que viniera porque... —dudó antes de proseguir—. No quieres que me lo pase bien en un sitio que tú detestas, ¿correcto?

—Incorrecto —fue la parca respuesta.

—Aaah, ya sé.  No querías que viniera porque no querías que ningún tío me quisiera ligar. —La sonrisa de Morgan era enorme en aquellos momentos—. Estabas celoso, ¿correcto?

Kato le miró a los ojos por primera vez desde que entrara en el coche.

—Sé que te disgustará escuchar esto, pero esa última suposición es también incorrecta.

—Vamos Kato, dame una pista —rogó, ya cansado de tanta suposición.

Kato suspiró.

—¿No te has parado a pensar en la incomodidad que tu presencia en este lugar podría suponerme?

—¿Incomodidad? —Morgan estaba incrédulo—. ¿Por qué voy yo a incomodarte? ¿Te avergüenzas de mí?

El japonés negó suavemente con la cabeza.

—Morgan-kun está empezando ahora a comportarse como un niño —dijo—, y creo que es porque ha bebido demasiado.

—Tsk, joder, lo siento —dijo Morgan, ya completamente frustrado—. Está bien, vamos a hablar en serio. Sé que te incomoda estar en sitios así, sé que te molestan, y es cierto que yo sentía curiosidad por ver este lugar, pero nunca hubiera hecho algo para aumentar tu incomodidad. Me molesta que pienses que mi comportamiento pueda...

—No es tu comportamiento lo que me incomoda en este lugar, Morgan; es tu mera presencia.

La sangre se heló en sus venas.

—¿Cómo dices?

—Estás malinterpretándome otra vez —dijo Kato.

—¿Como no voy a malinterpretarte si no haces más que hablar con acertijos? Dime de una puta vez qué tripa se te ha roto, porque si tanto te molesta mi presencia, yo...

—No me molesta tu presencia porque me disguste tu compañía —le aclaró Kato con voz cansada—, sino precisamente por lo contrario.

—¿Cómo?

—Morgan, yo... Todo este horrible malentendido ha sido culpa mía, por mi incapacidad de... sincerarme contigo respecto a ciertos... aspectos de mi personalidad.

—Joder, Kato, me estás poniendo nervioso.

—Lo siento —se disculpó. De repente parecía abatido, vulnerable, y Morgan supo, antes de que volviera a hablar, que en aquel momento y aquel lugar iba a conocer un nuevo aspecto de Kato que haría que se enamorara aún más perdidamente de él—. Has dado por sentado que no me gustan este tipo de ambientes, que me incomodan porque me disgustan. Supongo que eso sería lo más lógico. Pero en realidad... No disfruto estando en lugares como este porque lo que me incomoda de verdad es... mostrar en público emociones que prefiero dejar para la intimidad. Y por eso, tu presencia aquí me lo hace todo un poco más difícil.

Morgan calló unos segundos, intentando descifrar el mensaje de Kato entre aquella enrevesada y adornada maraña de palabras.

—¿Me estás diciendo...? —Preguntó con cautela— ¿Me estás diciendo que no querías venir aquí porque sabías que te ibas a poner cachondo en público en contra de tu voluntad, y que mi presencia aquí solo te haría ponerte aún más cachondo?

—Si Morgan-kun entiende mejor mis sentimientos expresándolos con sus pueriles palabras...

—Pero Kato, eso.... Eso... —De repente Morgan no lo pudo soportar más y estalló en carcajadas. El japonés le dedicó una severa mirada, que solo consiguió espolear aún más su risa—.  ¡No querías que viniera para no ponerte cachondo! —se carcajeó.

—Morgan, no seas infantil.

—¿Infantil? ¿Yo? —preguntó, señalándose el pecho y haciendo titánicos esfuerzos por controlar su risa—. El infantil eres tú, que no sabes gestionar tus propias emociones.

—¿Acaso tú si puedes?

—A veces no —confesó—, pero las acepto como una parte normal de ser una persona. Y dime... ¿Qué fue lo que te puso tan cachondo?

—No pienso seguir teniendo esta estúpida conversación contigo —respondió Kato, a la vez que intentaba de nuevo poner en marcha el vehículo, pero Morgan se lo impidió.

—No, ¿sabes qué? Me has hecho cogerme un berrinche, una borrachera y una considerable cantidad de nervios porque no... ¿Cómo dijiste? Por tu incapacidad para sincerarte conmigo respecto a ciertos aspectos de tu personalidad. ¿Pues sabes qué? Ahora, para compensarme, vas a tener que sincerarte.

—Está bien, Morgan, vamos al hotel y...

—No. Ahora.

Kato frunció los labios.

—No quieres tener esta conversación ahora. Y yo tampoco.

Ooh, yo sí que quiero.

—Morgan, por favor, ya no me quedan fuerzas para...

—¿Para qué? ¿Para pelearte conmigo?

—No, para pelearme conmigo mismo. —Kato reposó su cabeza contra el asiento del coche y se aflojó el nudo de la corbata—. Vámonos ya, Morgan, porque no sé si... —Se interrumpió al notar las manos de su amante ascendiendo por sus muslos—. Por favor... —rogó.

—¿Por favor qué? —preguntó Morgan, disfrutando de verdad por primera vez en toda la noche al saber dónde estaba el punto débil de su acompañante—. ¿Quieres que pare, es eso? —Se acercó a él todo lo que pudo, y desanudó la goma que mantenía recogidos sus cabellos para luego acariciar su terso rostro entre sus manos. Se regodeó en la observación de sus ojos cerrados, sus labios entreabiertos y el rubor que, sin ser invitado, acudía raudo a sus mejillas—. ¿Qué es lo que quieres, Kyosuke?

—Morgan...

—¿Qué?

Kyosuke se tapó los ojos con el antebrazo y suspiró:

—Ámame, Morgan.

—¿Qué? ¿Cómo? ¿Ahora? —No hubo respuesta. Morgan miró cómo su amante presionaba aún más sobre su rostro el brazo con el que lo cubría, a la vez que aceleraba el ritmo de su respiración—. Estarás de broma, ¿no?

Antes de que pudiera reaccionar, Kato le rodeó el cuello con los brazos, atrayéndole hacia sí. Morgan pude ver entonces lo que el antebrazo del japonés había estado escondiendo hasta ese momento: en sus ojos, oscuros y húmedos, se agazapaba un deseo pulsante, peligroso, perentorio, que solo podía ser satisfecho a través del sexo.

—No querrás hacerlo en un coche en medio de la calle, ¿verdad? —preguntó, de repente tremendamente indeciso. Kato no se separó de él, al contrario. Se acercó aún más, lo suficiente como para colar la lengua entre sus labios.

—Sí que quiero —fue la respuesta, que sintió reverberar sobre su propia lengua—, tú te lo has buscado.

—Kato, no estás pensando con claridad —respondió Morgan, intentando recular sin mucho éxito—. No eres dueño de ti mismo —añadió notando que su determinación flaqueaba al mismo ritmo al que pulsaban su ingle.

—No, no lo soy —respondió el japonés, reclinándose sobre él.

—No es que no quiera, Kyosuke —aseguró, acariciando los labios de su amante con los suyos al hablar—, pero esto no es propio de ti.

—En eso tienes razón.

Un intenso olor a melocotones invadió sus fosas nasales cuando una cascada de oscuro cabello cayó sobre su rostro. El japonés le hundió en el asiento, subyugándole con un hambriento beso. Morgan rodeó su cintura con sus manos, pero aún fue dueño de sí mismo como para intentar un último y desesperado intento de hacerle entrar en razón:

—Tú nunca harías algo así. Nut nunca te dejaría ser tan impulsivo.

—Pues aprovecha que la escritorucha que está imaginando esta escena no tiene tales reparos. Deja de quejarte y ámame de una vez.

Ooh, Kyosuke —gimió Morgan, a la vez que atrapaba las manos de este tras su espalda—. Voy a hacer que te arrepientas de haberme pedido eso.

Kato sonrió, dejando al hacerlo que su lengua se asomara, lasciva, entre sus dientes.

—Y yo voy a dejar que al menos, lo intentes.

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