Capítulo 14
¡Hola a todos! Ante nada, mis disculpas por la tardanza en publicar. Quizás os hayáis dado cuenta de que este capítulo viene también sin ilustración. Mi querida ilustradora, Rosa Petrea está muy liada, y por esa razón he decidido seguir subiendo la historia sin sus dibujos, sé que se pierde mucho (pues sus ilustraciones son geniales y divertidísimas) pero la buena noticia es que como ya no tengo que esperar por ella, publicaré un capítulo por semana puntualmente hasta que la historia acabe (quedan cuatro capítulos.¡ Hasta la semana que viene!
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—¡Ey! Ten cuidado...
Noel sostuvo a Karel mientras esbozaba una sonrisita cómplice y llena de lascivia. Ver a Karel tan borracho, descontrolado y vulnerable le recordaba terriblemente a aquella primera noche que habían pasado juntos, recorriendo la ciudad de bar en bar y bebiendo hasta el punto de extenuación, ese mismo punto en el que había conseguido acercarse lo suficiente a Karel como para lamer y chupar su piel por primera vez. La diferencia era que esta vez el publicista no se había emborrachado para superar el desamor, sino por una simple y pura necesidad de diversión. Haber conseguido arrastrarle hasta la pista de baile para magrearse con él a lo largo de un buen rato le hacía sentir que había cosechado una nueva victoria en su relación con aquel hombre que una vez fuera tan estirado.
—Lo siento —le respondió Karel, a la vez que se asía a sus brazos para no trastabillar. Noel aprovechó el movimiento para convertirlo en un abrazo, en el que puedo percibir el violento olor del whisky, el acre olor del sudor y, bajo todo eso, el estimulante olor de la piel de Karel, que le pedía a gritos un mordisco—. Anda, llévame al hotel.
—Claro —ronroneo, mientras dejaba que su aliento se derramara sobre la tierna garganta de su amante, y regodeándose al comprobar que ese simple gesto le hacía temblar—. ¿Qué me das a cambio?
Borracho o no, Karel entendió la pequeña y velada broma, la referencia a su primera noche de juerga juntos. Noel lo supo por la dulce sonrisa que le dedicó.
—Mucho me temo —le siguió la broma Karel, apretándose a su cuerpo de una manera que nunca se permitiría hacer en la calle si fuera dueño de sí mismo—, que tendré que recompensarte con sexo.
Noel se estremeció de placer, a la vez que le empujaba contra la pared exterior del Sodoma, determinado a aprovecharse de la situación de Karel. Recorrió sus muslos con las manos en sentido ascendente, hasta conseguir asir las firmes nalgas del publicista y estrujarlas entre sus dedos. A la vez, llevó con procelosa lentitud sus labios hasta su delicado cuello, asiendo con suavidad la piel entre sus dientes.
—Mañana me odiarás —sentenció, antes de intensificar la presión de sus labios y conseguir arrancar un jadeo de placer de los labios de Karel. Apretó las caderas contra las suyas para hacerle sentir la intensidad de su deseo por él, pero el publicista le apartó de su cuerpo con una risita.
—Si sigues metiéndome mano en plena calle, es bastante probable que así sea —le dijo con voz cariñosa—. Anda, llévame al hotel —volvió a pedir, dejando que esta vez la cercanía de sus cuerpos y su intensa mirada le dejaran muy claro que sería allí donde obtendría su recompensa.
—No hay nada que desee más. Vamos a buscar un taxi.
Asió la cintura de Karel, y se giró.
—¿Pero no está Kato esperándonos? —preguntó Karel, algo confuso.
—Que siga esperando. No pienso meterme en el coche con él. En primer lugar, porque debe estar hecho un basilisco, y no quiero que nos agrie el buen humor —dijo, volviendo a acariciar las nalgas del publicista con total descaro—; y en segundo lugar, porque creo que es mejor que arregle las cosas con Morgan.
Vio a Karel girar el rostro para mirar en la dirección del local del que acababan de salir, como si de repente hubiera recordado que su mejor amigo seguía ahí dentro, dejándose el hígado en el fondo de un vaso de whisky. Morgan había sido una presencia constante a su lado aquella noche, había bebido tanto o más que ellos dos, pero sin embargo no parecía encontrar ningún divertimento. Cuando finalmente, había conseguido animar a Karel para que bailara con él, Morgan se había quedado apalancado en la barra, encadenando un whisky tras otro, con cara de estar cada vez más abatido. Afortunadamente, para aquel entonces Karel estaba demasiado borracho y feliz como para percatarse de la depresión de su amigo, pero ahora, de repente, parecía haberse dado cuenta, por fin, de lo que había estado ocurriendo.
—Quizás debería volver a entrar y buscar a Morgan. A lo mejor yo...
—No, no, no. No te me vas a escapar esta noche —le dijo Noel en tono jocoso, abrazándole de nuevo.
—Pero Noel, Morgan...
—Ya es mayorcito para arreglárselas él solo. Y Kato también. Lo mejor que podemos hacer es dejarlos a solas para que arreglen sus problemas, y para que tú puedas arreglar el mío —añadió juguetón, presionando su erección contra las caderas del publicista, cuyo rostro se encendió considerablemente.
—Eres un marrano.
—Ya lo sé. ¡Taxi! —gritó al ver que uno de ellos se acercaba. El vehículo paró a su lado y ambos se subieron a él. Tras darle apresuradamente las señas del hotel en el que se hospedaban, se acomodaron en el asiento trasero.
—No estoy seguro de que puedas sacar algo de mí esta noche —dijo de repente Karel, apoyando su adormilada cabeza sobre su hombro—, estoy demasiado borracho.
—Espero que no esté tan borracho que vaya a vomitar en el asiento —intervino el taxista con agria actitud, mirándolos reprobatoriamente desde el espejo retrovisor interno, del que colgaba una oscilante bailarina de sevillanas—, si lo hace, aparte de la carrera tendré que cobrarles la limpieza de la tapicería.
—No se preocupe, no lo hará —le respondió el modelo en igual tono. Acostumbrado a lidiar con los excéntricos taxistas de la Gran Manzana, no le intimidaban ya los de ninguna otra parte del mundo—. Además —añadió en voz muy baja, para que solo Karel le pudiera oír—, no es sacar nada de ti lo que quiero esta noche, sino precisamente lo contrario.
—Pues espero que tenga usted en cuenta —volvió a interrumpirles el conductor—, que también les cobraré un extra si dejan manchas de semen.
Karel gimió y hundió aún más la cabeza contra Noel, completamente abochornado.
—Usted conduzca rápido —le respondió el modelo—, y no tendrá que preocuparse tampoco por eso.
*
Pablo se aburría.
Después de haber estado un rato tonteando por el local, flirteando con todo bicho viviente y bromeando con muchos gracias a la máscara de Pierrot que llevaba puesta, hasta tal punto de que se había llevado a un tío al cuarto oscuro con la excusa de disfrutar del morbo de no saber a quién se la estás chupando, ahora no tenía nada que hacer. Cualquier otro daría ya la noche por concluida: había bebido, había bailado y había follado, ¿qué más se podía pedir? Pero eran poco más de las dos y media de la madrugada: demasiado temprano para plantearse siquiera el irse a la cama, si no era con una buena compañía.
Ahora, con la máscara subida hasta la frente, ya harto de lo mucho que le había hecho sudar, sorbía distraído su bebida mientras miraba con ojos melancólicos al guapísimo mexicano que preparaba mojitos en la barra. El camarero en cuestión, más que acostumbrado a que se lo intentaran ligar noche sí y noche también, ignoraba a conciencia a cualquiera que no tuviera la más inmediata intención de beber algo.
—¡Eh! Ponme un cubata —le pidió un cliente, que se posicionó justo al lado de donde estaba Pablo. Era un joven con pinta de emo, muy delgado y con un sospechoso bulto bajo su chaqueta negra. Pablo estaba empezando a recrearse en la vista de sus pequeñas y respingonas nalgas, cuando oyó su siguiente petición al camarero.
—Y ponme también un vaso de leche.
—¿Leche? —le preguntó el camarero, atónito—. Aquí no tenemos leche —añadió, con cierta desconfianza.
—¿Ni siquiera para preparar un Ruso Blanco?
—¿Quieres un Ruso Blanco?
—No.
—Pues piérdete.
El emo cogió su cubata, dejó de mala gana un billete sobre la barra e hizo un gesto soez antes de darle la espalda al camarero.
Pablo, que no había perdido detalle de la escena que acababa de tener lugar, observó cómo el joven, tras dar un largo sorbo a su bebida, abría un poco la cremallera de su chaqueta, lo suficiente para que una peluda patita blanca se asomara por ella, y susurraba:
—Ya sé que tienes hambre, pero tendrás que esperar a que lleguemos a casa.
—¿Tienes un gato ahí dentro? —le espetó Pablo, encantado por la excentricidad de aquel chico. Los emos nunca habían sido su tipo, pero empezaba a plantearse hacer una excepción por una vez.
—¡Shhh! —Le pidió el otro, mirando a ambos lados para percatarse de que nadie les había escuchado. Luego clavó sus oscuros y maquilladísimos ojos en su interlocutor por primera vez—. Mola la máscara.
—Gracias. —Se acercó para mirar al animal, que pugnaba por salir del interior de la chaqueta, y metió la mano con la intención de acariciarlo—. ¿Cómo se llama?
—Aún no lo sé.
—Y dime... —canturreó Pablo, moviendo la mano en el interior de la chaqueta para dejar de acariciar al gato y empezar a acariciar a su dueño—, ¿qué hace un emo como tú en un sitio como este?
—Yo no soy un emo —se ofendió el joven, apartándose bruscamente de él y frunciendo sus espesas cejas negras—. ¿Por quién me tomas?
—¿Por un tío que se pinta los ojos y las uñas y que va todo vestido de negro? —replicó Pablo a su vez, no dejándose amilanar.
—Eso no quiere decir que yo sea un emo.
—Si tú lo dices...
—Mira, te lo demostraré —afirmó el extraño joven, quitándose la chaqueta con un ágil ademán para dejarla sin contemplaciones sobre los brazos de Pablo. Este pudo oír un maullido de protesta entre los dobleces de la ropa que acaba de caer en sus manos, pero no le prestó atención. De repente, sus ojos estaban secuestrados por aquel joven.
El chico, que sin la chaqueta que ocultaba sus formas poseía un cuerpo delicadamente cincelado, empezó a moverse en una macabra pantomima. Su cuerpo se tensó en un dramático rictus, y sus manos se crisparon, a la vez que sus bellas facciones se deformaron en una máscara de horror y pesadilla. De repente, la ropa negra y el marcado maquillaje de ese chico cobraron pleno sentido, y como él afirmaba, no tenía nada que ver con la cultura emo.
—¡Eres igualito a Conrad Veidt! —exclamó Pablo con admiración.
Las facciones del joven se relajaron en una sonrisa de autosuficiencia.
—¿Conoces su trabajo?
—¿Bromeas? Adoooooro el expresionismo alemán.
—¡Yo también! —exclamó el joven, asintiendo con entusiasmo—. Fue cuando vi "El Gabinete del Dr. Caligari" por primera vez, que decidí convertirme en actor.
—¿Estudias Artes Escénicas? —preguntó Pablo. El otro asintió—. ¡Yo Bellas Artes!
—¿En serio?
—¡Sí!
Ambos se miraron con la emoción del que siente que por fin ha encontrado a alguien de su misma especie.
—Oh, por favor... Ya sé cómo deberías llamar a tu gato.
—¿Cómo?
—Conrado —dijo Pablo, exultante.
—¿Conrado, eh? —El joven actor recuperó al gatito de entre los revoltijos de su chaqueta y lo miró a los ojos. El gatito los guiñó, consintiendo—. Me gusta.
—¿Sabes una cosa? —Pablo le puso a su nuevo amigo la chaqueta sobre los hombros, aprovechando el movimiento para quedarse abrazado a él y empezar a guiarlo hacia la puerta—. Tengo un montón de leche en casa. ¿Qué te parece si le damos de comer a tu gato... y luego te doy de comer a ti?
El joven esbozó una peligrosa sonrisa, dejando ver una blanca y afilada dentadura.
—¿Cómo podría decir que no a eso?
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