Capítulo 13
Bueno, creo que ya he dicho por ahí que es es uno de mis capítulos favoritos de "Una noche en el Sodoma", fue divertido escribirlo, espero que leerlo también lo sea.
¡¡Nos vemos de nuevo en dos semanas!!
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David se sentía enfadado cuando salió del Sodoma: Noah siempre conseguía sacar lo mejor y lo peor de él. Aquella noche había sido lo peor.
Paró un momento en la calle para tomar el aire, antes de cruzar hacia la acera de enfrente, sorteando a toda la gente que pasaba por allí, entrando y saliendo de los bares que abarrotaban esa calle, tan concurrida los fines de semana.
El aire de la noche le despejó las ideas, y le ayudó a recordar que no tenía motivos para enfadarse, que no estaba celoso y que, a pesar de lo que sus tripas le gritaban, no había dejado detrás de sí nada que fuera realmente suyo. Sin embargo, y en contra de lo que en un principio había querido hacer, fue incapaz de alejarse de aquel lugar.
Aún malhumorado, se apoyó en la fachada de un viejo edificio, una antigua fábrica de conservas reconvertida en discoteca. Podía sentir contra la piel de su espalda no solo la humedad de aquella pared desportillada, sino también el reverberar de la música que sonaba en aquel local, lo que le hizo imaginarse a sí mismo entre la marea de gente que bailaba en la penumbra de aquel lugar, pero ya no tenía humor para eso.
Quizás su frustración se debía al deseo sexual insatisfecho, pero si era sincero consigo mismo debía afrontar que era algo más profundo. Casi sin poder evitarlo dirigió sus ojos hacia la entrada del Sodoma y se pasó las manos por el pelo, en un intento de aclarar su mente. Odiaba haberle dicho aquellas cosas a Noah, y detestaba la idea de haber perdido el dominio de sí mismo, pero lo realmente malo era que su violenta reacción evidenciaba algo más, algo que él no estaba dispuesto siquiera a contemplar. Pero dispuesto a afrontarlos o no, sintió el cosquilleo de viejos y familiares anhelos que ese chaval siempre se empeñaba en producirle. Sopesó la idea de volver a entrar para aclarar las cosas, pero sabía lo que pasaría si se disculpaba: Llevaría a Noah a su terreno, calmaría las cosas con él y se lo llevaría a su cama.
¿Y luego qué?
David también sabía lo que pasaría la mañana siguiente, lo mismo que pasaba siempre que sus más primarios instintos se calmaban y se daba a sí mismo la calma necesaria para pensar en lo que le convenía y en lo que no. Y Noah no le convenía. Sin embargo...
Con un gruñido de disgusto, volvió a apoyar su peso en la pared que había tras él, en espera que su atribulada mente se aclarara, cosa que no parecía inminente a causa de una sorda ansiedad que le oprimía el pecho.
—Si tan solo me pudiera fumar un cigarro... —susurró, elevando el rostro hacia el firmamento.
La noche era clara y fría, pero las luces de la ciudad apenas permitían apreciar apenas un par de estrellas, que no le aportaron ninguna respuesta.
Un golpe sordo atrajo su atención, y dirigió su mirada hacia la dirección de la que provenía. Sus ojos se toparon con un vehículo oscuro estacionado en un callejón sin salida a un costado del Sodoma en cuyo capó acababa de saltar un gatito. El animal, volvió a saltar, y con un ágil movimiento, cayó blandamente al suelo.
Era casi enteramente blanco, salvo por una curiosa mancha negra que le cubría el ojo derecho y otra que parcheaba el extremo de su rabo. Mientras lo miraba deambular por los alrededores del coche, David calculó que no debía tener más de dos o tres meses de vida. Presa de un impulso, se acuclilló y llamó al gato, golpeando con su mano la acera que tenía delante de sí.
El animalillo no tardó en sentirse observado y volteó hacia él unos ojos brillantes y llenos de una aguda inteligencia, antes de empezar a acercarse con suma cautela. David lo observó mientras cruzaba la calle con lentitud y se aproximaba a él, con el rabo levantado y andares sibilinos.
—Ven gatito —lo volvió a animar, golpeando de nuevo el suelo entre sus piernas.
Alargó la mano hacia él y como si esperara encontrar algo, el gato se acercó y golpeó con la nariz las puntas de sus dedos.
—Tú no puedes ser un gato callejero —dijo David, sorprendido por la naturalidad con la que aceptaba la presencia humana.
Se puso de pie y dejó que el gato se frotara contra sus piernas, convenciéndole cada vez más de que debía haberse escapado de una casa o haberse perdido. Sin embargo, no presentaba ni collar ni ninguna señal que indicara que tenía dueño.
Justo entonces, notó otra presencia a su lado, un chico rubio que se había apoyado en la misma pared que él y miraba con intensidad hacia la acera de enfrente. David se tomó unos segundos antes de decidirse a interpelarle.
—Perdona —le dijo—, no tendrás un cigarrillo, ¿verdad?
El joven le miró de hito en hito, aparentemente sorprendido por algo que escapaba al conocimiento de David. Luego, como si algo le quemara, se apartó de la pared de un salto y exclamó:
—¡Todo esto es por tu culpa!
David elevó las cejas y a punto estuvo de soltar un exabrupto, pero el otro se dio la vuelta y se dirigió con resolución hacia la entrada de la discoteca. Viendo que el joven se alejaba y que la efímera confrontación había llegado a su fin, se relajó perceptiblemente.
—Menudo pirado... —silbó por lo bajo, bajando la mirada hacia el gatito, que aún se frotaba contra sus pantalones.
David lo tomó en brazos y el gato actuó con docilidad, aparentemente contento de recibir mimos de un perfecto desconocido. Volvió a apoyarse en la pared mientras se entretenía en acariciar el pelaje del animal, dejando que ese contacto le relajara.
—Eres una monada —le susurró al animal que ronroneaba entre sus brazos—, es una pena que los gatos me deis tanta alergia —añadió, al notar los pródromos de un incómodo pero esperado escozor de nariz.
—Oye, ¿es tuyo ese gato? —le preguntó un transeúnte, parándose a su lado
David levantó la mirada y casi se sobresaltó. «Otro pirado», se dijo mientras estudiaba su aspecto.
Su interlocutor era joven, muy delgado e iba vestido enteramente de negro. Negros también eran sus cabellos, el Khôl que enmarcaba sus ojos, y —David no pudo evitar arquear las cejas al constatar esto último— su laca de uñas. Sin embargo, el extravagante chico parecía muy interesado por el gatito y lucía un tentador cigarrillo colgándole de los labios y una más que sugestiva cajetilla de tabaco que asomaba del bolsillo de sus tejanos.
—¿Me dejarías uno? —preguntó.
El otro, que para aquel entonces estaba concentrado en hacer carantoñas al gatito que ronroneaba contento en los brazos de David, cogió con despreocupación la cajetilla y se la tendió con naturalidad. Dentro había aún tres o cuatro cigarros.
—Te los cambio por el gato —le dijo sin más.
David bajó la mirada para valorar a su recién descubierto amigo antes de encogerse de hombros. En realidad, tampoco pensaba quedárselo.
—Sólo si me das también un mechero —dijo.
El otro suspiró antes de añadir un desgastado mechero de plástico a la cajetilla, que entregó a David. Luego, con sumo cuidado, cogió de sus brazos al gatito.
—¿Cómo se llama?
—Mmmh... Aún no lo había decidido —dijo, como si alguna vez hubiera tenido intención de hacerlo, justo antes de sonarse la nariz ruidosamente—, tendrás que ponerle tú un nombre.
—Genial. Gracias, tío.
—A ti —dijo David.
El extraño joven ocultó al gatito en el interior de su chaqueta, dio una última calada a su tabaco, y se alejó en dirección a la cola que aún se extendía junto a las puertas del Sodoma.
Esperó a que se hubiera alejado para mirar la caja que tenía entre manos. Cogió un cigarro con dedos temblorosos y, casi con reverencia, lo pasó bajo su nariz, para que sus fosas nasales se ahogaran en el perfume que desprendía. Su corazón de exfumador empezó a latir con fuerza ante la mera idea de encenderlo y beber de él. Todos sus instintos le decían que lo hiciera, pero algo le retenía. Le había costado mucho dejar el vicio, no le sentaba bien fumar y no debía bajo ningún concepto...
—¡Al cuerno! —se dijo, cansado ya de su autocontrol y poniendo el cigarrillo entre sus labios. Prendió el mecanismo del mechero en un movimiento automatizado para encenderlo. Dio una larga y satisfactoria calada y apoyó la cabeza en la pared, sintiendo que la ansiedad se deshacía con la rapidez de un nudo mal hecho.
Exhaló una bocanada de humo y cerró los ojos con satisfacción. Cuando volvió a abrirlos se encontró con una visión para nada desagradable.
Era bastante más alto que él, muy fornido, y quizás unos pocos años más joven. Se conducía con una hosca virilidad mientras cruzaba la calle y se acercaba hasta donde se encontraba. Observándolo bajo los efectos de las luces de neón y de las opacas farolas de aquella calle casi en penumbra, pudo advertir que su cabello era negro y su piel muy morena, y decidió que sus facciones eran como poco, prometedoras.
David pensó en aquel momento que lo mejor para sacarse de la cabeza a aquel mocoso calientapollas que tantos disgustos le proporcionaba, era meterse en la cama con un buen hombre. Al fin y al cabo, a él nunca le habían gustado especialmente los jovencitos.
Aún con el cigarro colgando de la comisura de sus labios, esbozó una sonrisita ladeada y dejó que sus ojos se pasearan con cierta languidez por el tonificado cuerpo de aquel tío que, ajeno al escrutinio del que era objeto, se apoyó en la pared, muy cerca de él. A aquella corta distancia, se hacía más que evidente la armonía de sus facciones, enmarcadas por unas largas patillas y una barbita de chivo. Algo en él le resultaba familiar, pero no llegaba a averiguar por qué.
El otro debió notar los ojos de David sobre su cuerpo, porque le dedicó una rápida y torva mirada, antes de desviarla nuevamente. De repente, la curiosidad que David sentía por aquel tiarrón moreno y musculoso aumentó exponencialmente, porque en contraposición a su ruda apariencia, tenía toda la pinta de haber estado llorando.
—Ey —le interpeló—, ¿estás bien?
El moreno asintió con parquedad, dando a entender que no quería conversación, pero eso no le desanimó.
—¿Quieres uno? —le dijo, tendiéndole la cajetilla de cigarros que acababa de obtener.
—No suelo fumar.
—Aun así, tienes pinta de necesitarlo —insistió.
El otro dudó aún un momento antes de decidirse a coger uno. Se lo llevó a la boca como si no fuera consciente del todo de qué estaba haciendo y permitió que David se acercara a él para encendérselo. Dio una insegura y torpe calada, que fue seguida de una serie de toses.
David, que para ese entonces había vuelto a recuperar su lugar inicial, le miró con condescendencia.
—Cuando dijiste que no sueles fumar, te referías a que no lo habías hecho nunca, ¿verdad?
—No debo, por el deporte y eso. Además —añadió, frunciendo el ceño—, esto sabe fatal.
—Lo sé —elevó la barbilla para exhalar el humo—. Pasa lo mismo cuando lo has dejado y vuelves a fumar. El primero siempre es una mierda, pero el segundo —añadió, golpeando la cajetilla para dar a entender de que iba a dar buena cuenta de ella—, el segundo es estupendo.
—Así que eres uno de esos que lo coge y lo deja continuamente, ¿eh?
—No —casi se ofendió—, esta vez lo he dejado de verdad. Solo necesito fumarme un par esta noche. Y tú también lo necesitas, independientemente de tu afición al deporte.
—No es una afición —se excusó—. Soy futbolista profesional.
—¿No me digas? —se interesó David, dejando que sus ojos volvieran a pasearse con languidez por los abultados bíceps del otro hombre.
—Sí —fue la parca respuesta—. Dani —dijo, presentándose y tendiéndole la mano.
Se la estrechó.
—David —dijo. Le miró a los ojos, dejando que la sensación de familiaridad se intensificara, hasta que le reconoció—. Claro, ya sé quién eres —pudo ver por la expresión de Dani que no estaba precisamente contento por haber sido descubierto, pero David continuó—. Eres ese futbolista que acaba de salir del armario. El novio de ese argentino tan guapo...
La expresión de Dani se volvió torva de nuevo, pero David se empezó a reír.
—No te preocupes, no voy a pedirte un autógrafo ni nada de eso. No soy nada aficionado al fútbol.
—Es un alivio —confesó el futbolista.
—¿Y qué? ¿Has venido con él o...?
La mirada que le dedicó le convenció de que no le satisfacían las preguntas tan personales.
—Solo te lo pregunto porque a él también le vi ahí dentro.
—¿Ah sí? —preguntó el futbolista, de una manera que daba a entender que estaba empezando a molestarse.
—No te lo tomes a mal, es que ambos llamáis mucho la atención. Solo siento curiosidad porque os veo en los periódicos últimamente.
—Y más que nos vas a ver... —masculló el futbolista, dando una nueva calada a su cigarrillo regañándose ante el sabor.
—¿A qué te refieres?
—De verdad, macho, esto sabe fatal —dijo como toda respuesta, tirando la colilla sin acabar al asfalto.
—Si no te gusta, mejor para ti —convino David—, pero aún no me has respondido.
Dani bajó la barbilla.
—Bah, qué más da que te lo cuente. Al fin y al cabo, mañana lo sabrá todo el mundo. Literalmente.
David esperó a que Dani se decidiera a hablar.
—Digamos que... Un periodista, un tal Luigi Scarletti, ha fotografiado a Mateo haciendo algo que no debería haber estado haciendo. —Dani frunció los labios y David empezó a sospechar porqué el futbolista había estado llorando—. Así que a partir de mañana, no solo seré un escándalo nacional, sino también el mayor cornudo de España.
—A ver, déjame adivinar —silbó David mientras exhalaba el humo de su última calada—. ¿Por casualidad no le fotografiarían mientras bailaba con un chaval rubio, muy joven, muy guapo y con toda la pinta de ser un devorahombres?
—¿Cómo lo sabes? —preguntó Dani, boquiabierto.
—Casualmente, pasaba por ahí...
—No estarías tú también acechando a Mateo, ¿verdad?
David se encogió de hombros.
—No, a Mateo no —dijo con simpleza. Dani le miró con extrañeza y David decidió explicarse—. Digamos que no eres el único que tiene a alguien especial ahí dentro.
—¿Ese niño? —se sorprendió.
David asintió levemente, como si fuera reticente a admitirlo.
—Se llama Noah. Y por cierto, no pasó nada entre ellos. Es verdad que le tiró los trastos, pero Mateo le rechazó.
Dani pensó en aquel chico que primero había intentado ligar con Mateo y luego con él mismo, sin éxito, para luego mirar a su interlocutor. Demasiado pequeño y delgado para ser considerado un hombre fuerte, pero con una poderosa aura de confianza en sí mismo. Demasiado guapo para ser considerado masculino, pero poseedor de una rotunda y viril sensualidad. Demasiado sexy para estar allí solo, pero esperando algo de alguien que no parecía dispuesto a darle nada.
—Y si sabes lo que él está haciendo ahí dentro, ¿por qué no vas y...?
—Porque a diferencia de ti con Mateo, yo no tengo con él una relación que me permita exigirle nada.—David terminó el cigarro y lo tiró a sus pies, para luego pisar la colilla y apagarla—. Entiendo por qué le gustas a él —dijo al final—. A Noah —aclaró—, te admira muchísimo.
—¿En serio? ¿Sabes que también intentó ligar conmigo? —le dijo al fin.
Pensó en aquel momento que vería dolor en aquellos enormes ojos grises, pero en vez de eso, vio divertimento.
—¿No me digas? —se rio—. Pobre chico, conoce a sus dos futbolistas favoritos la misma noche y no consigue llevarse a ninguno al huerto. Su ego debe de estar por los suelos.
—Bueno... —Dani bajó la mirada—, supongo que debería entrar y solucionar las cosas con Mateo.
—Supongo que sí. Suerte con eso.
—Gracias. Más nos valdrá apoyarnos el uno al otro con la que nos va a caer encima mañana.
—No te preocupes tanto. A veces esas cosas se solucionan por sí mismas —le aconsejó David, a la vez que encendía un segundo cigarrillo.
Dani no pensó que tuviera razón, pero asintió, tanto para agradecerle el intento de animarle como para convencerse a sí mismo.
—Bueno, nos vemos...
—Nos vemos —le contestó David, exhalando una nueva bocanada de humo.
Con un movimiento de cabeza a modo de despedida, Dani se alejó de allí para volver a entrar en busca de Mateo, dejando a David, de nuevo, solo.
Una vez que el futbolista se hubo perdido de vista, David sacó su móvil del bolsillo trasero de sus pantalones y marcó, de memoria, un número de teléfono. Aún con el cigarrillo colgado de la comisura de sus labios, esperó con paciencia a que le contestaran.
—¿Hugo? No te habré despertado, ¿verdad? ¿De copas? Me lo suponía. ¿Dónde estás? –Apoyó el teléfono entre su mejilla y su hombro mientras escuchaba la respuesta—. No está lejos de aquí. Vente para el Sodoma, anda, te invito a una cerveza. Necesito que me hagas un favor.
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