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Capítulo 10



Samuel se aburría. Apoyado contra una columna saboreaba sin mucho interés una cerveza que ya había perdido todo su frescor mientras seguía, casi inconscientemente, el ritmo de la música con su pie derecho. La verdad era que le apetecía bailar, pero se sentía tan fuera de lugar que no encontraba ninguna diversión en hacerlo.

Miró hacia Noah, que parecía ajeno a él, pero no con animadversión. Su nuevo amigo no era el culpable de su aburrimiento. De hecho, había intentado con bastante ahínco que Samuel lo pasara bien, pero al final había sido él mismo quien se apartara a un lado y le dijera al rubio que si quería ligar, que por él no se cortase.

Y no se había cortado.

Ahora, Noah bailaba rodeado de un grupo de hombres que le pretendían sin ningún disimulo. Y no era de extrañar, pensó. Noah no solo era innegablemente atractivo, sino que además bailaba con procacidad, sin pudor, y parecía satisfecho con la perspectiva de poder elegir como acompañante para esa noche al hombre que quisiera. Salvo a Mateo Vicovic, claro.

Samuel casi sonrió al recordar cómo el rechazo que Noah había sufrido aquella noche le había frustrado hasta lo indecible, desvelando que no estaba acostumbrado al fracaso en esas lides. Ahora, como si quisiera resarcirse de su fiasco, parecía haberse propuesto seducir a cualquier hombre que pusiera sus ojos sobre él. Y estaba en camino de conseguirlo.

Samuel no sabía si envidiarle o reprocharle la actitud tan escandalosamente provocativa que el joven exhibía. No era que Samuel fuera pudoroso o poco sexual, pero la verdad era que él se sentía incapaz de mostrarse a sí mismo de una manera tan explícitamente sensual si no era en el marco de un contexto íntimo y con alguien en quien confiara.

Esa idea llevó de nuevo sus pensamientos hacia Marc. Solo su novio era capaz de sacar ese sátiro lascivo que llevaba dentro. El amor que sentía por él era tan candente, tan apasionado y entregado, que no se veía a sí mismo compartiendo con otra persona lo que ambos compartían en la intimidad; sin embargo, cualquiera diría que Noah podía compartir cualquier cosa con cualquiera.

De repente sintió pena por él, y asco de sí mismo por haberlo juzgado: probablemente a Noah no le quedaba más remedio que ser como era; probablemente él hubiera estado dispuesto a vivir con el lobezno un amor tan sincero como el que el propio Samuel vivía con Marc. ¿Qué hubiera sido de sí mismo si lo suyo con el nadador no hubiera prosperado? ¿Qué habría hecho él si Marc, en vez de acogerle con ternura, le hubiera usado y roto su corazón? ¿Se hubiese quedado en casa y reprimido su propia sexualidad? Quizás en un principio sí, pero eventualmente hubiera salido de nuevo en busca de amor. O en busca de sexo.

"¿Quién soy yo para juzgar a nadie?", se reprochó en silencio mientras meneaba su cabeza. Dio un nuevo sorbo a su botellín, pero el líquido estaba ya caliente y desabrido, y con una mueca de asco dejó el recipiente sobre la barra más cercana. A su lado, dos hombres miraban en dirección a Noah, contemplando su baile. No necesitó oír lo que hablaban entre sí para saber que al menos uno de ellos lo hacía con franca desaprobación. Entrecerrando los ojos, le lanzó al desconocido una mirada de inquina, como reprochándole que juzgara a su amigo, quizás en un intento de resarcir el hecho de que él mismo acabara de hacerlo. El hombre le devolvió una mirara atónita, como si no entendiera la razón de su animadversión, antes de que su acompañante, un hombre de color con una impresionante cabeza trenzada, le cogiera gentilmente por el brazo y le alejase de allí.

Pidió una nueva cerveza y dio un reconfortante sorbo al descubrir que estaba maravillosamente fresca. Luego sacó su móvil, y con una punzada de decepción constató que no le había llegado ninguna llamada ni mensaje de su novio. Preguntándose si Marc estaría enfadado con él, volvió a guardar el teléfono en el bolsillo trasero de sus vaqueros y volvió de nuevo su mirada hacia su amigo.

Noah ya no bailaba solo. Un hombre se había acercado lo suficiente a él como para poder decir, casi sin ningún genero de duda, que el joven se había decidido por fin por uno de ellos. Era tan notorio, que incluso los otros hombres que llevaban un rato revoloteando alrededor de Noah parecían haberse dado por vencidos y se apartaban de la pareja. Samuel no se sintió particularmente sorprendido al descubrir que el hombre que bailaba con Noah era el lobezno.

Se permitió a sí mismo un momento de morbosa contemplación, maravillándose en silencio de la química que la pareja desprendía. No le extrañaba que Noah pareciera estar ineludiblemente enamorado de ese hombre, al fin y al cabo, él también se sentiría seducido por alguien que le tocara y le mirara como el lobezno tocaba y miraba a su amigo en ese momento.

Noah estaba delante, contoneando sus esbeltas caderas contra el regazo del otro hombre. Movía su tronco al ritmo de la música y el sudor perlaba la piel de su rostro y su cuello, a la vez que el cabello se pegaba a su frente.

Al lobezno dicho espectáculo debía parecerle de lo más erótico, pues no dejaba de mirarlo con ojos de cazador. Sus manos, en un inicio pasivas sobre las caderas del joven, empezaron a avanzar hacia el interior de su camiseta, apretando su piel entre sus dedos con evidentes ansias de posesión. Sus cuerpos, cada vez más unidos en el baile, se acoplaban con perfecta sincronía, y sus movimientos, cada vez más atrevidos, dejaban adivinar lo que seguramente ocurriría entre ellos esa misma noche.

En un momento dado, Noah giró el rostro como si quisiera besar a su acompañante, pero antes de poder hacerlo detuvo todo movimiento, y Samuel podría haber jurado que había sorpresa en su expresión. Sin ser capaz de adivinar por qué, vio que pocos segundos después habían dejado de bailar para empezar a discutir. Samuel dejó su anónimo lugar junto a la barra y se acercó a ellos.

*

Hacía mucho tiempo que a Noah le había dejado de importar ser el centro de atención. De hecho, esa noche, mientras se empezaba a contonear sin ninguna vergüenza en medio de la pista de baile del Sodoma, era justo lo que buscaba.

No le llevó mucho tiempo acumular un nutrido grupo de hombres que se arremolinaban en torno a él. Muchos hablaron con él o le invitaron a una copa, más de uno se arrimó a su cuerpo más de lo que sería socialmente aceptado en cualquier otra circunstancia, y varios intentaron aprovechar la proximidad del baile para meterle mano. Noah no aceptó ni las copas ni las invitaciones a ir a algún lugar más íntimo. De momento se sentía contento solo con bailar, convencido de que eventualmente aparecería algún hombre al que no querría —ni podría— decir que no.

Ese hombre apareció varias canciones más tarde, cuando su cuerpo ya estaba caliente y sudoroso por el baile, y su corazón iba a mil. No pudo verle el rostro, pero el decidido acercamiento trasero que sintió, las cálidas y grandes manos que asieron sus caderas, y el movimiento elástico y sensual del delgado cuerpo que intuía detrás del suyo le convencieron de que su nuevo acompañante era un fantástico bailarín, y un más que probable fantástico amante.

Dejó que su cuerpo se acoplara al movimiento del que tenía detrás suyo, plegándose a los deseos de su acompañante. Las manos de este pronto empezaron a acariciarle de una manera sugestiva y dominante, y Noah no tardó en sentir el avance de la excitación, al sentirse tan agradablemente sometido en medio del baile. Con cierta candidez, giró el rostro para ver a su misterioso acompañante, pensando en besarle si no le desagradaba su aspecto.

Por supuesto, ver el hermoso rostro de David no le desagradó, pero aun así se separó de él como si su contacto le quemara.

—¿Qué haces aquí? —le preguntó, escaldado por no haber previsto quién bailaba con él, quién le seducía de aquella manera.

David esbozó una sonrisa ladeada.

—¿Cómo que qué hago aquí? —preguntó a su vez. Al ver que Noah le miraba consternando, continuó—: Eso debiste habérmelo preguntado cuando empecé a bailar contigo, no ahora.

—Es que no sabía que eras tú —espetó el joven, genuinamente sorprendido.

Las cejas de David se elevaron en un elocuente gesto de enfado.

—¿No sabías que era yo? —inquirió. Noah negó con la cabeza—. ¿Bailas así con cualquiera?

Ahora fue el turno de Noah de mostrarse enfadado.

—¿Y a ti qué coño te importa? —escupió—. ¿O acaso eres ahora mi novio y yo no me he enterado?

David ladeó la cabeza.

—Ya te gustaría...

—Serás cabrón...

Para aquel entonces Samuel ya había llegado hasta donde ellos estaban, y se puso junto a Noah, pero ninguno de los dos parecía prestarle ninguna atención.

—¿Va todo bien? —preguntó, sintiendo la tensión en el ambiente.

Al mirar a Noah de cerca, Samuel constató que tenía el rostro crispado por la ira, pero también por el dolor. De nuevo, se preguntó en silencio cómo dos personas que desprendían tanta química y sincronía, y que parecían haber nacido para estar juntas, podían llevarse tan mal al mismo tiempo.

—No, no va todo bien —le contestó Noah al final, para de nuevo dirigirse a su examante—. Piérdete, David —le dijo con desprecio—. No quiero que me ahuyentes a ningún ligue.

—Por mí no te preocupes. —El tono de voz de David también se había vuelto seco y cruel—. Por lo visto, no se me ha perdido nada aquí. Pero de todas formas, me parece que para ahuyentar ligues ya te bastas tú solito.

—¿Qué? ¿A qué te refieres?

—Aquel rubio tan guapo... —David se frotó la barbilla como si fingiera estar recordando algo—, era ese futbolista tan famoso, ¿no?

Samuel notó cómo el cuerpo de Noah se tensaba.

—¿Me estabas siguiendo?

—Claro que sí —respondió el otro, con la voz rezumante de ironía—, no tengo nada mejor que hacer que seguirte. —Noah abrió la boca para protestar, pero David se lo impidió—. ¿Sabes qué? Fóllate a quien te parezca. Siempre y cuando puedas ligártelo, claro.

—¡Que te den por el culo!

—Lo mismo te digo —concedió David con una grácil inclinación de su cabeza. Luego se dirigió por primera vez a Samuel, como si acabara de percatarse de su presencia—. Encantado de conocerte.

Y sin esperar una réplica, se perdió entre la multitud.

—¿Te lo puedes creer? —gritó Noah, casi echando espuma por la boca—. Será gilipollas, cabrón, hijo de puta...

Samuel dejó que su amigo se desahogara en silencio, antes de intervenir:

—Pues para mí que estaba celoso —dijo. Creyó que eso aplacaría los ánimos del rubio, pero no fue así.

—¿Celoso? No, qué va. David nunca se pone celoso. Si por él fuera me podría follar al séptimo de caballería, caballos incluidos, que a él no le importaría.

—No creo que...

—Que no, Samuel —aseveró el otro, menos cabreado que antes—, he intentado poner celoso a David las suficientes veces como para saber que eso no funciona con él.

—¿Y qué vas a hacer?

—Ya le has oído: buscarme a alguien que me dé por el culo, ¿no?

—No creo que esa sea la solución para...

—No busco la solución de nada, sólo tengo ganas de follar. —Por primera vez desde que apareciera el lobezno, Samuel vio a Noah sonreír, por lo que no puso más objeción—. ¿Qué te parece aquel? —Añadió Noah, señalando a un tipo que por su altura destacaba entre la multitud y que caminaba hacia ellos.

Samuel asintió, dando su beneplácito.

—Deséame suerte —le pidió Noah, guiñándole un ojo.

Cuando el hombre pasaba junto a ellos, Noah se dispuso a interpelarle. Samuel tuvo tiempo de observar al desconocido: su melena dorada caía sobre un rostro masculino y de facciones angulosas en las que destacaba una característica cicatriz que iba desde su ceja derecha hasta su mejilla, cruzando todo su párpado.

—¿Tienes plan? —oyó que Noah le preguntaba, a la vez que le cogía por la cintura.

El hombre le devolvió una mirada divertida antes de levantar su mano izquierda y mostrar la alianza que relucía en ella.

—Tengo novio.

Y sin más, se alejó de ellos.

Samuel observó la cara desolada de su amigo y no pudo evitar sonreír. Noah le devolvió la mirada y se encogió de hombros.

—Parece que tendré que seguir buscando.

Y sin más, se cogieron de las manos y se alejaron de allí, buscando un lugar más propicio.

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