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Epílogo

Los últimos cuatro días había estado ansiosa porque llegara este día, pero ahora esa emoción había desaparecido. Tenía nauseas, dolor de cabeza y las zonas de mi cuerpo que creía que no tenían glándulas sudoríparas estaban sudando. Mi madre llevaba media hora diciéndome que me relajara o el maquillaje se arruinaría, pero estaba sumamente nerviosa. Quería abrocharme los zapatos, pero mis manos sudaban tanto que ni eso podía hacer. Mi madre tuvo que hacerlo por mí.

Tengo que admitir que el calor del lugar era un factor el cual incrementaba mi sudoración excesiva. La última vez que estuve ahí no recordaba que hiciera tanto calor como ese día, pero luego de varios meses de discutir en donde haríamos todo esto, decidimos que ese lugar era especial para los dos y que queríamos que continuara siendo así por más razones. Los preparativos nos habían llevado un par de meses y lo único que deseaba desde el fondo de mi corazón era que nada saliera mal o que por lo menos nadie lo notara.

─Ya es tiempo de que salgas, Selene ─dijo Fer.

Su emoción era veinte veces más palpable que la mía. En cuanto escuché esas palabras, mi corazón se paralizó. Vale, mi dama de honor, tuvo que chasquear sus dedos en mi cara y empujarme por detrás para salir. Arregló la cola de mi velo y mi vestido cuando pasé por delante de ella. Mi madre poco antes se había soltado a llorar y, cuando mi papá entró para verme, antes de que él me llevara del brazo por ese lindo pasillo, casi se puso a llorar a un lado de ella.

─Eres la novia más linda que haya visto. ─Sonrió con lágrimas en los ojos.

─Papá, gracias. Pero dices eso sólo porque soy tu hija. ─Traté de hacer algún chiste o algo para que se me bajara la angustia, pero nada parecía estar dando resultado.

─Estaré esperándote al principio. ─Me dio un beso tierno en la mejilla y salió.

─Hermanita, eres todo un esperpento ─dijo mi hermano riendo.

─Gracias, hermano. No ayudas mucho, ¿sabes?

─ ¿Te aseguraste de que siguiera allá afuera? ─pregunté mordiéndome el labio.

─Le puse un grillete en el tobillo y lo até al altar ─contestó.

Reí sin poder evitarlo. Esperaba que lo hubiera hecho.

─Hazlo trizas, hermanita. ─Se acercó, me abrazó y se fue con un golpe en su hombro de mi parte.

Ahora estaba en la puerta de la cabaña. La cabaña de Gabrielle. Habían puesto un toldo para cubrir toda la ceremonia. Todo lo que nos rodeaba era de color blanco, pero las flores eran moradas y tulipanes de colores. Había una cascada de flores con ramas que separaba la entrada del resto de la carpa. No muy cerca de las olas se encontraba el estrado en el que el sacerdote daría paso a la celebración. Había unos cien invitados sentados en sillas forradas de blanco con dorado. La mayoría eran invitados de Gabrielle, gente que ni conocía, pero eran amigos de mi prometido, futuramente marido.

Una alfombra roja se extendía desde la puerta de entrada hasta el estrado.

Obviamente llevaba tacones porque no era muy alta y quería verme elegante y estilizada; sin embargo, en cuanto terminara la ceremonia, me pondría mis tenis rosas con plataforma baja. Aunque mi vestido con destellos morados no se viera completamente elegante, pero me había quedado flechada en cuanto lo había visto un año atrás en un maniquí de una boutique. El estilo princesa fue lo que me terminó de enamorar.

Mi padre me esperaba bajando los escalones. Había demasiada gente. Entre ellos, mi futuro suegro, a quien iba a conocer ese día. El día que fijamos la fecha de la boda le imploré a Gabrielle que me presentara con su padre, pero él había insistido en que todo sería mucho mejor si lo conocía hasta ese día; y a pesar de estarle rogando día y noche para que lo hiciera, nunca lo hizo. Tampoco me presentó con sus hermanos y eso fue mucho más molesto. Así que, el vaso lleno de preocupaciones y las cosas que me estaban causando ansiedad, estaba a punto de derramarse.

Tenía tanto miedo de tropezarme y caer. No quería hacer el ridículo, era mi día. Respiré profundamente, tomé el vestido de la parte baja y bajé lentamente las escaleras. Mi padre me ofreció la mano y se la tomé al pie de las escaleras. La música comenzó a sonar y todos nuestros invitados se pusieron de pie. Mi padre me apretó la mano una vez antes de comenzar a caminar. Jamás se me había hecho tan lento el andar, era el camino más largo que había hecho jamás. Justo antes de llegar, alcé los ojos. Ahí estaba. Parado, viéndome con una sonrisa enorme que iba de oreja a oreja la cual comenzó a quebrarse porque sus ojos se llenaron de lágrimas. Tenía las manos a su espalda y tuvo que llevárselas a los ojos para borrarlas con rapidez. Inevitablemente, tragué saliva para no unirme a su emoción.

Llegué a su lado y mi padre me besó en la mejilla antes de entregarme a mi futuro esposo. Me aseguré de limpiarme la mano en el vestido antes de tomar la de él. Creo que mi expresión decía mucho porque apretó mi mano y asintió antes de volverme a soltar. Con ese gesto me decía que estaba conmigo. Besó mi mano y me sonrió afectuosamente. Eso fue suficiente para soltar el aire que estaba conteniendo y poder enfocarme en la ceremonia.

Para cuando el padre dijo que podía besar a la novia, mi corazón latía desbocado. Me giré lentamente para ver a mi marido. Marido. Qué raro sonaba esa palabra. Me sonrió y susurró unas palabras para que sólo fuera yo la que las escuchara:

"Te amo."

Le susurré mi respuesta del mismo modo:

"Te amo."

Ya no podía aguantar, además todos nos estaban mirando. En cuanto me quitó el velo del rostro, me acerqué y lo besé tiernamente. Él se sorprendió al principio. Tomó mi rostro y me atrajo hacia él. Intensificó mi beso sin importarle dónde estuviéramos ni quien nos estaba viendo. Tuvieron que chiflarnos para que nos apartáramos.

Caminamos por el pasillo de vuelta a la cabaña. Iban a retirar las sillas y poner las mesas para que continuara la celebración. No tardarían más de diez minutos con la cantidad de gente que Gabrielle insistió en contratar. Mientras unos ponían las mesas y las adornaban, otros comenzaron a calentar la comida y unos cuantos más se encargaban del sonido para la música y los anuncios que fueran a dar. Los invitados, mientras tanto, pasarían a una sección a tomar cocteles y socializar.

En lo que ellos hacían eso, mi marido me acompañó a nuestra habitación. Cuando pude por fin quitarme los tacones, con ayuda de él, comencé a disfrutar de la presencia de Gabrielle. Estaba sentado en la cama, observándome. Cómo amaba esos ojos plateados. Me acerqué, juguetona, a donde él estaba. Me senté en sus piernas, de lado obviamente porque con mi enorme vestido no podía hacer más, y le eché los brazos al cuello. Lo besé en los labios. Ahora eran mis labios.

─No puedo creer que me convencieras de hacer esto.

─Ahora eres mi esposa, amor ─dijo en mis labios─. No puedo creer que estés aquí conmigo.

─Te amo. Claro que estaría aquí. ─Sonreí.

─Te amo más, mi amor. ─Me besó apasionadamente.

El beso comenzó a hacerse más y más y más profundo. Cuando me di cuenta, estaba recostada encima de él. No podía dejar de besarlo, de tocarlo, de sentirlo junto a mí. Unos golpes en la puerta nos sobresaltaron e hicieron que nos separáramos de inmediato.

─ ¡Será mejor que ustedes dos bajen en este instante antes de que derribe la puerta y los atrape justo como están! ─gritó Vale al otro lado de la puerta.

─Siempre tan oportuna ─susurró Gabrielle.

Se acercó para morderme la oreja, lo que me arrancó un jadeó. Sonreí. Continuó besándome, bajando por mi cuello, pero los golpes en la puerta nos volvieron a interrumpir.

─ ¡Chicos! ─insistió.

─ ¡Vamos! ─gritamos los dos al mismo tiempo.

La diversión tendría que esperar. Ahora había que reunirse con los invitados y hacer presencia en la fiesta. Luego del primer baile como esposos, con nuestra canción, Can't stand it, estábamos dándonos de comer entre nosotros. La canción no era un tema romántico como sucede en la mayoría de las películas o en la mayoría de las bodas, pero esa era nuestra canción. No bailaríamos ninguna otra que no fuese esa. Vale hizo berrinche al escuchar aquello, pero era nuestra decisión y tuvo que conformarse con nuestra elección. A pesar de ser nuestra organizadora, estuvo abierta a nuestras peticiones y no nos discutió nada.

La presentación con mi suegro había ido viento en popa. Era un padre maravilloso y me recibió como la hija que nunca tuvo. A diferencia de sus hermanos que eran tremendos. Cuando no le hacían alguna burla a Gabrielle, me la hacían a mí. Eran bastante llevaditos, pero todos eran fenomenales. También ellos me adoptaron y estuvieron encantados cuando les devolví la patada una o dos veces. Si ellos se iban a llevar, ¿por qué yo no?

Gabrielle y yo ya no aguantábamos para irnos de ahí y empezar nuestra hermosa luna de miel. Ya habíamos bailado con todos, me quitó la liga, partimos el pastel (el cual estaba simplemente delicioso, a pesar de que yo no soy mucho de pasteles), e incluso aventé el ramo. Gabrielle había hecho las reservaciones en algún hotel de algún lugar de la tierra. No quiso decirme absolutamente nada y eso lo hacía mucho más emocionante.

Un coche pasaría por nosotros para llevarnos al aeropuerto. Por lo menos pude saber qué tipo de ropa podía llevar luego de unos cuantos asaltos de dramatismo por mi parte y cumplir con unas cuantas exigencias más de su parte. Había algo de lo que quería hablar con Gabrielle, algo importante, y aún no encontraba el momento para hacerlo. Una noticia que había recibido hace un par de semanas y la cual aún no sabía cómo comunicársela.

Antes de partir, y luego de despedirme de mis padres, mi suegro se acercó.

─Espero que disfruten mucho de su viaje ─dijo mi suegro.

─Gracias, señor.

─Cuando vuelvan se tienen que reunir con nosotros a comer ─insistió.

─Claro que sí, señor.

─Y será mejor que empiecen a pensar en llenarnos de sobrinos, ¿eh? ─comentó uno de mis cuñados.

─ ¡Hermano, por favor! ─gritó Gabrielle avergonzado.

─Creo que eso no será ningún problema, cuñadito ─sonreí mirando a Gabrielle, entrecerrando los ojos.

Creo que nunca lo había visto cambiar de colores tan rápido. Debió de haberse sentado o debí habérselo dicho estando él sentado porque estaba a punto de caer al suelo. Quería ver cómo reaccionaban los demás, pero estaba sumamente pendiente de mi esposo. Si se caía, por lo menos no quería que se golpeara en la cabeza.

─ ¿Qqqué...? ─tartamudeó─. ¿Qué estás diciendo, Selene?

─Ahmmm... Pues...tener hijos...no creo que vaya a ser un problema, porque...ya empezamos con eso...

Estaba avergonzada. ¿Era demasiado pronto para eso? Había sido de forma accidental. Olvidé tomar las pastillas en algún punto y creí que habíamos usado condón todas las veces, pero parecía que en alguno de nuestros asaltos fortuitos y presurosos lo habíamos dejado de lado. ¿No quería ser padre? Estaba entrando en pánico. Yo tampoco estaba lista, pero si era con él...

─Estás...estás diciendo que...nosotros...

Yo era la que siempre se quedaba con falta de palabras, así que era todo un misterio verlo de este modo; su cara denotaba puro terror. ¿Y si no se alegraba? ¿Si decidía romper con el compromiso?

Después de habernos encontrado un año después de que nos separamos, habíamos estado juntos por seis años más. Fuimos pareja por seis años antes de que él me lo propusiera. Quiso hacerlo antes, el mismo día que nos reencontramos, pero era muy pronto para mí. Terminé mi carrera con él de vuelta en la ciudad y, al acabar, corrimos a refugiarnos a la cabaña. Un año después, conseguí un empleo para una revista de y él daba terapia a domicilio. Tuvimos nuestras peleas. ¡Vaya que sí! Pero el sexo para reconciliarnos era grandioso. Algunas veces pensaba que lo hacíamos a propósito.

La primera vez que lo hicimos, fue la primera noche que llegamos a la cabaña. Habíamos tenido oportunidades para hacerlo antes, pero queríamos esperar. Yo moría por ser suya por completo, pero él ya había jugado lo suficiente para saber que era mejor brindarme un ambiente romántico. Quería que tuviera un buen recuerdo de ello.

Había subido a tomar un baño, y cuando bajé, él había llenado el lugar con velas y comida. Cenamos lo que él había cocinado, y a la luz de las velas bailamos. Y el ambiente sólo fluyó para estar juntos. Nuestras bocas se juntaron lentamente al principio. Mis manos palpaban todo su cuerpo y las de él el mío. Quité sus prendas y él las mías. Nos quedamos completamente desnudos, uno frente al otro. No era la primera vez que estábamos desnudos, pero se sintió de esa forma. Había pasado tanto tiempo que ya había olvidado ciertos aspectos de su cuerpo. Como los vellos que tenía esparcidos ligeramente por el pecho y luego desaparecían a la altura de su abdomen. O como al enderezar la espalda, sus omóplatos se tocan entre sí. Estaba embelesada por completo.

Se inclinó hacia mí y acarició mis pezones, estimulándolos. Unos gemidos se escaparon de entre mis labios. Al tiempo que él se entretenía en mis pechos, yo deslicé mi mano a su miembro. Estaba duro y húmedo, suave. Gruñó al sentir mi ligero roce.

Hizo que me recostara en la alfombra de la sala y sus dedos bajaron a mi centro de placer. Me estremecí al instante de sentirlo y me restregué para aumentar la presión. Los gemidos crecían y se hacían mucho más altos. El calor de mi cuerpo era sofocante. Habíamos estado bajo esa situación antes, pero ese día se sintió diferente. Ese día, ninguno de los dos estaba dispuesto a parar.

Los sonidos de mis fluidos abrumaron mis sentidos. Gabrielle se inclinó y besó mi cuello. Me sujeté a sus hombros sin saber en dónde más colocar mis manos. Sentí que uno de sus dedos se introducía en mi interior y arqueé la espalda de placer. Entró y salió de mi lentamente y luego aceleró las acometidas. Con su mano libre, volvió a sujetar mis pechos y estimuló mis pezones. Me retorcía entre las sábanas cuando introdujo un segundo dedo.

─Por favor...

─Sí, mi amor ─susurró en mi boca.

Era mi primera vez y él estaba tratándome con tanto cariño. Con delicadeza. Sus dedos entraron lentamente en mi cavidad, estimulándome, mojándome. El reguero de besos iba de arriba abajo. Mis manos rodeaban su cuello y lo pegaba a mi cuerpo más y más. Sus ojos ardían de deseo. Era verlo y lo único que deseaba hacer era besarlo para transmitirle exactamente cómo me sentía. Su respiración era fuerte. Gruñía y se aferraba a mi cintura, con fuerza. Estaba segura de que al otro día tendría unos moretones en esas zonas.

Al rozar mis manos con sus pezones, su cuerpo entero se estremeció. Dudosa, pero con ganas, acerqué mi rostro a esa altura. Saqué mi lengua y rocé sus pezones con ella. Levanté la mirada para ver su reacción y me enloqueció. Repetí la acción justo como él había hecho con mis pezones.

─Sel, ya no aguanto. Quiero estar dentro de ti.

Jadeé. Desplacé mis manos a su cintura, lo besé en la comisura de los labios y asentí. Se estiró sobre mí hasta encontrar su pantalón, sacó la cartera y un condón apareció. Lo abrió con los dientes de la orilla, aunque no debería haberlo hecho, y sacó el preservativo. Se lo puso y colocó su miembro en la abertura de mi sexo. Contuve el aliento.

─Tranquila ─susurró─. Si te duele, dímelo. Iré despacio.

Asentí. Tenía muchas ganas de llorar. Estaba muy sensible. Sentía un gran nudo en mi garganta. Empujó lentamente. Sentí una pequeña punzada. Aquella sensación era nueva. Se sintió extraño. Tenía el pene de Gabrielle dentro. El placer poco a poco se abrió paso. No sentí dolor. Se quedó quieto un momento, para que mi cavidad se amoldara a su miembro.

─ ¿Estás bien? ─susurró inclinándose sobre mi frente.

Tragué saliva y asentí. Comenzó a moverse poco a poco para no lastimarme. El dolor era mínimo, casi inexistente. Luego, la que estaba exigiéndole que se moviera más rápido, era yo. Nuestros cuerpos sudaban y nuestras respiraciones eran agitadas. Nos amábamos, nos deseábamos desde hacía tanto tiempo. Habíamos estado jugando, pero no habíamos llegado a culminar nuestros deseos por querer encontrar un buen momento. Y, ahora, lo teníamos.

No podíamos dejar de gemir, de besarnos y tocarnos.

Temblando, levanté mi mano para deslizarla hacia abajo, pero me detuve.

─Está bien ─jadeó Gabrielle, tocando mi mano y guiándola hacia abajo ─. Puedes tocarte, quiero que sientas tu propio placer.

Y eso hice. Toqué mi clítoris y sentí la humedad que ambos compartíamos. Y, una vez que lo toqué, no pude dejar de hacerlo. El placer creció descontroladamente. No entendía lo que pasaba. Me estaba volviendo loca.

─Gabrielle...

─Vente para mí, nena.

Jadeamos al unísono. El clímax nos llegó al mismo tiempo, con nuestros gritos ahogados en nuestras bocas y el deseo fluyendo en nuestros sexos.

Después de esa noche, no paramos de hacerlo. Cada que podíamos, lo hacíamos. Estábamos llenos de deseos uno por el otro y, cuando descubrimos lo buenos que éramos para el sexo de reconciliación, menos paramos. Nuestros cuerpos se conectaban a la perfección. Me había vuelto una adicta al sexo, o más bien, una adicta a él.

Así que ahora que estaba ahí, frente a él, confesando estar embarazada y viendo su reacción para algo que no habíamos planeado, estaba sumamente nerviosa.

─ ¿Gabrielle...? ─pregunté insegura.

─ ¡Selene! ─gritó. Me sobresalté al instante─. ¡Eso es grandioso, mi amor! ─Me levantó en el aire y comenzó a regarme de besos la cara─. ¡Voy a ser papá!

─Vamos a ser padres, amor ─dije llorando.

─Te amo tanto. No cabe duda de que no me equivoqué al casarme contigo ─Me besó apasionadamente.

Fue entonces cuando supe que todo iría de maravilla. Gabrielle y yo estaríamos juntos para toda la vida. No tendría que preocuparme de nada. El hombre del que me había enamorado me amaba con locura. Un baile había sido suficiente para ser feliz por el resto de mi vida.

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