Capítulo 25
Un año después...
Estaba tan cansada ese día. Era el último día de clases de mi semestre de Periodismo. A mis veintiún años ya me sentía exhausta y no podía continuar con las clases. Necesitaba vacaciones con urgencia. Había estada tan ocupada que mi cabeza no podía retener más información. Además, no podía quitarme de la cabeza el plan que mis padres habían hecho para nosotros. Nos iríamos una semana entera de vacaciones, y estaba anhelando tirarme en una silla y quedarme dormida sin importar lo que pasara a mi alrededor.
Un año atrás no había pensado en estar estudiando para convertirme en una profesional. Pero la idea había surgido gracias a esa mujer en el avión. Cuando bajamos, la señora con la que había compartido mi historia se acercó a mí y me sonrió antes de hablar. Me preguntó si ya sabía a qué dedicarme en un futuro, y cuando escuchó que no, me sugirió el periodismo.
─Puede que no sea la gran carrera del siglo, pero puede ayudarte a entender muchas cosas. Incluso algunas que puede que ni siquiera te estés cuestionando. Al final, podrás hacer que las demás personas también puedan contestar a las interrogantes que tú te estás haciendo. Es una carrera muy linda y puede que en el proceso crezcas interna y externamente como persona. Podrás ser una gran escritora y llegar a la gente con tus historias.
─ ¿Cómo sabe eso? ─pregunté expectante.
─Porque soy escritora ─contestó antes de irse.
Así que ahora me encontraba estudiando para ser escritora. Había aprendido algunas cosas los últimos meses. Aún no contestaba a todas mis preguntas, pero poco a poco el cielo se iba aclarando. Ian había entrado a la misma universidad que yo, sólo que él quería convertirse en doctor. Me confesó que luego de verme por mi accidente, decidió que le gustaría ayudar a muchas personas del mismo modo que a mí me habían ayudado. Al final, resulté ser una inspiración.
Nuestra amistad seguía creciendo. El pequeño bache por el que habíamos pasado había quedado atrás. Ahora que ambos estábamos en la universidad, eran pocas las veces que podíamos vernos, pero hacíamos de todo para que estuviéramos juntos aunque fuera por poco tiempo. Aunque, cuando no teníamos que hacer algo importante, dedicábamos los fines de semana para pasar el rato. Nosotros nunca habíamos estado mejor. Aunque eso también tenía que ver con el hecho de que ninguno había encontrado a alguien más importante con quien pasar su tiempo.
Como familia, decidimos ir a la playa. Yo no quería porque odiaba el sol y no quería agarrar color como muchas de las chicas de mi edad. Me gustaba mi piel transparente y punto. Además, la playa... No quería empezar a ensombrecerme. Pero no sonaba tan mal. Podría ponerme bajo una sombrilla y sentarme a leer y escuchar música de mi iPod. Una semana de tranquilidad después de haber tenido un semestre ajetreado. Sí, necesitaba urgentemente esas vacaciones.
Esa mañana terminamos de hacer las maletas y nos alistamos para salir. Después de comer, pusimos todas nuestras maletas en el auto y salimos en dirección a la playa. En el camino, me puse los audífonos y me perdí en el paisaje. Veía campo, vacas, caballos y unos cuantos borregos cada tanto. Primero una caseta y luego otra. En mi último intento de arrullarme y quedarme dormida, comencé a ver casas y hoteles. Sabía que estaríamos cerca, así que no intenté volver a conciliar el sueño. Me entretuve mirando por la ventana. Estaba oscuro, lo que podía ver era gracias a las luces de las calles y las de los hoteles.
Mi padre dejó el coche en el estacionamiento y bajamos para empezar nuestras vacaciones. El hotel "Hacienda" no era muy grande y en realidad era más una haciendo que un hotel, de ahí su nombre. Las paredes y la estructura en general eran de madera. Las luces amarillas eran acogedoras y los muebles de color café hacían que el ambiente fuera familiar. El olor a sal impregnaba todo y, a pesar de ser de noche, todavía podía sentirse el clima cálido.
Lo primero que hice al llegar a la habitación fue correr al baño. Acostumbrada a tomar agua, mi pobre vejiga iba a explotar. Pero no era la única, así que mi hermano luchó conmigo para entrar primero. Luego de decirle que ya no aguantaba, y al ver mi cara de angustia, se rindió y me dejó pasar. Salí súper aliviada y dejé que mi hermano entrara a máxima velocidad. Más relajada, me puse a hacer todo lo demás.
Llegamos a tiempo para la cena. No desempacamos ni nada, fuimos directamente al comedor. Había poca gente. Unas cuantas parejas, tres familias con niños pequeños, un grupo de trabajadores y un grupo familiar de unas diez personas. Algunas ya estaban terminando de cenar y otras estaban sentándose justo como nosotros. Para ser temporada alta, el lugar no estaba tan lleno.
El comedor era amplio. Había un pasillo con mesas en el área abierta y el resto del lugar era cerrado. Justo en la entrada había un muñeco, el cual parecía un payaso, hecho con frutas. Un candelabro enorme de cristal se encontraba en medio del salón y unos cuantos candelabros más pequeños estaban distribuidos en las esquinas. En todas las mesas había una hoja de cartón con el menú escrito y a un lado una vela encendida en una caja de vidrio.
Comimos un pan, café, chocolate y té, más el platillo que cada uno deseó comer. Disfrutamos de nuestra cena. Todos estábamos exhaustos por el viaje, pero estar en otro lado fuera de casa era mucho más relajante, aunque sólo estuviéramos a un par de horas. Mamá y papá habían estado muy ocupados en el trabajo, mi hermano había tenido dificultades para terminar la escuela con la materia de inglés y yo había estado peleando con un trabajo final de una de las materias que casi me costó la mitad de la calificación. Así que, sí, esas vacaciones eran más que merecidas.
Desde donde estábamos podíamos ver el resto del hotel. Había una piscina del lado derecho y una más del lado izquierdo que se extendía a lo lejos para conectar con dos más pequeñas. Las olas del mar se podían escuchar desde donde estábamos y la brisa aventaba a nuestros rostros gotas de sal. No podía esperar para ir mañana y caminar en la arena. Pero, en cuanto llegué al dormitorio, desempaqué mi pijama y caí rendida en la cama. A pesar de haber dormido unas partes en el camino, mi batería no estaba del todo cargada.
Al otro día cuando llegamos al comedor, vimos un letrero enorme en un pizarrón negro. Decía que esa noche iba a haber una fiesta de máscaras, podían participar todos. Habría música, comida y un buen ambiente, según lo que decía el anuncio. Preguntamos para obtener un poco más de información. El mesero nos explicó que en la tarde iba a haber una mesa con un montón de antifaces para que escogiéramos uno y que la vestimenta no importaba. Él había dicho que bien podríamos presentarnos en traje de baño siempre y cuando estuviera seco.
A mi familia y a mí nos pareció buena idea participar. De hecho, ellos estaban mucho más emocionados que yo, y aunque no tenía tanto humor, igual acepté. Eran vacaciones, tenía que disfrutarlas. Incluso habían hecho de todo por convencerme. Por un momento, me lavaron el cerebro. Mi mamá incluso había dicho que bien podría conocer a mi príncipe azul esa noche. Dudaba mucho de eso. Había visto a los muchachos del hotel y, hasta ese momento, no había nadie que me hiciera babear, pero iban a dar alcohol y música, así que no me negué.
Pasé el resto del día con mi familia. Mi hermano y yo nadamos un rato y arrasamos con la alberca. Mi mamá y mi papá hicieron lo mismo, sólo que fue por un lapso corto de tiempo. A diferencia de estar frente a una persona, podía pasar horas flotando en el agua, yendo de un lado al otro. Podía recostarme y ver el cielo mientras flotaba libremente, o sumergir la cabeza bajo el agua mientras una serie de imágenes pasaban por mi mente. Era imposible no recordarlo. Todo me lo recordaba. Sin él, ahora no podría estar nadando por mi cuenta. Me preguntaba qué estaba haciendo en ese momento; justo como me lo había estado preguntando en el último año.
Para cuando llegó la noche, estaba exhausta. Nadar siempre me había producido mucho sueño, pero no tenía tiempo para dormir. Mi mamá prácticamente me aventó a la ducha y me amenazó para que me arreglara y me pusiera guapa. Había llevado un vestido corto de flores el cual pensaba usar otro día, pero ella insistió que con ese me veía linda y que estaba bien para la ocasión.
Cuando vi a todos tan poco arreglados, me sentí desentonada. Mi hermano iba con mezclilla y playera, mi mamá con pants y mi papá con un short y una camiseta. Yo hasta maquillaje y peinado traía. Desde mi cambio drástico, agradecimientos a Vale y Fer, era la primera vez que me arreglaba más de lo normal. Quise regresar al cuarto y ponerme algo más apropiado, cómodo, pero mamá me prohibió cambiarme. Para cuando mi papá y mi hermano le hicieron coro, no pude regresar. Suspirando resignada, me dirigí con todos a la fiesta.
Nos tuvimos que poner los antifaces antes de salir de la habitación. El mío era negro con plumas azules a los costados. Mi mamá había tomado uno a juego con el de mi padre de color azul y el de mi hermano era completamente negro. La música se escuchaba a la altura de las piscinas y podía ver las luces como subían y bajaban de intensidad, así como el cambio de color. Cuando estuvimos un poco más cerca, muchas de las personas bailaban y todas llevaban puesto su antifaz, incluyendo a los meseros.
Cuando nos llevaron a la mesa y nos sentamos, pude admirar lo que habían hecho con el comedor. El candelabro de cristal estaba cubierto por mascadas de colores las cuales se proyectaban en el suelo. Pude ver en cada esquina máquinas de luces que se movían de forma circular y cambiaban de color. Algunas personas estaban bailando y otras estaban cenando, pero con los antifaces puestos, no logré distinguir a ninguno de ellos.
Nos trajeron la comida. Esa noche era un solo menú para todos. Hubo crema de elote y pechuga rellena de espinacas en salsa de nuez. El postre fue helado y para acompañar vino, agua o refresco. Luego de media hora, habíamos terminado de cenar. La música disco sonaba por los altavoces y la mayoría se levantó a bailar al centro de la pista. Mi mamá y mi papá no tardaron en acompañarlos. En ese momento, mi hermano desapareció sin dejar rastro y yo me quedé sola en la mesa.
Comencé a tomar vino y la música cambió drásticamente. Por los altavoces sonaba "Can't stand it" y comencé a reírme de la situación. Alguien en alguna parte se estaba burlando de mí. Esa canción y el vino... El rostro de una persona se me vino a la mente. Se suponía que después de un año ya lo había superado. Estaba siguiendo adelante con mi vida. El destino o lo que fuera estaba carcajeándose en ese momento. Levanté mi copa y brindé al cielo agradeciendo el detalle.
Sentí que alguien me observaba por detrás y volteé a ver. Frente a mi cara apareció una mano. Al alzar la mirada, un muchacho me tendía la mano para que bailara con él. Negué con la cabeza, pero el muchacho insistió. Con la poca luz que había no pude verlo a los ojos; sin embargo, sus manos eran amplias y largas. Además, traía puesto un antifaz como todos. Verlo a los ojos no serviría de mucho. Estaba ahí, sola y sin nadie con quien bailar. Al mirar a mi alrededor, no había nadie sentado en las mesas. Era la única. Ni siquiera las personas de la tercera edad estaban sentadas. Este chico me pedía bailar, ¿qué más daba bailar una canción con un perfecto extraño?
Sin soltarme la mano, me arrastró hasta la pista. Colocó una mano en mi cintura y la otra siguió sosteniendo mi mano. Comenzamos a bailar a un ritmo de la música. A la mitad de la canción los movimientos resultaron ser algo extraños. Un extraño deja vu me sobrevino, pero supuse que sería por la canción. Las vueltas a un lado y al otro comenzaban a marearme. Con tanta gente no veía ni a mis padres ni a mi hermano. Al final de la canción, el chico me levantó y me dio la vuelta en el aire justo como Gabrielle había hecho aquella noche en la que se orilló en la carretera.
El movimiento me tomó por sorpresa. El muchacho me puso en el suelo y se abalanzó a mi boca. Lo aparté de un empujón y me llevé la mano por automático a la boca. Cuando alcé la vista, el muchacho tenía una sonrisa ladeada en el rostro. A pesar de que quería verlo a los ojos, la poca intensidad de luz me lo impedía. No podía ver bien su rostro. Aquellos labios me eran familiares. Fue entonces cuando la ira se adueñó de mi cuerpo.
─ ¡¿Qué demonios te pasa?! ─grité sonrojada.
─Creí que te gustaría ─contestó divertido.
"Esa voz..."
Sólo entonces fui capaz de comparar lo que mis ojos veían con mis recuerdos. Me acerqué a él antes de perder la oportunidad y arranqué su antifaz. Tal vez fui algo brusca al hacerlo, pero tenía miedo de que si veía que intentaba quitárselo, podía él quitarme el antifaz de las manos. Más tardé en quitárselo en que éste se cayera de mis manos. Mis ojos no podían creer lo que veían. Aquel rostro masculino y cuadrado me observaba fascinado. No me dijo nada y yo no era capaz de decir algo. Mi boca se abrió de par en par. Tomó mi mano y me condujo a través de la gente para salir del comedor.
Mis pies tenían vida propia y mi cerebro se había desconectado por completo. Algún circuito allá arriba había hecho un corto, y ahora caminaba siguiendo a una mano por el pasillo lateral al comedor. No me di cuenta en qué momento dejé de escuchar la música. Estaba en un jardín del hotel que no había visto. El jardín estaba iluminado por farolas y un columpio se mecía justo debajo del único árbol del lugar. Fue y me sentó en él y él se acuclilló a mi altura. Por fin, después de tanto tiempo, esos ojos plateados me seguían a cualquier parte del mundo.
─Hola, nena. ─Sonrió.
Esa sonrisa. Mi sonrisa.
─Hhola ─tartamudeé.
"Bien, Selene. Ahora pareces Porky, felicidades. No lo ves después de un año y no puedes ni saludarlo sin temblar."
─No necesitas decir nada. ─Rio─. En tu ausencia me di cuenta de algo que creí haber ocultado u olvidado.
─ ¿Qué cosa? ─pregunté sonrojada. Podía sentir su aliento de menta en todo mi rostro.
Aquello estaba pasando muy rápido y yo no entendía lo que estaba sucediendo. Además, estaba como flotando. A duras penas estaba procesando lo que estaba pasando. No podía dejar de ver su rostro. No quería perderme ni un solo gesto, ni un solo movimiento.
─Cuánto es que te amo y que no puedo pasar un día más sin ti ─contestó sonriendo aún más.
Su mano se deslizó por mi mejilla hasta mi cuello. Ladeó su rostro hacia el mío y juntó sus labios con los míos. El beso fue tierno y gentil. Cuando nos separamos, me levanté, sonreí con las lágrimas fluyendo por mis mejillas y arrojé mis brazos a su cuello. Sentí sus brazos rodeando mi cintura y mis pies abandonaron el piso mientras empezaba a dar vueltas en el aire. Mi estómago dejó de moverse y, por un instante, me quedé sin aire en los pulmones. Caímos al piso, pero me abracé a él como mono.
Él había vuelto por mí a pesar de que yo lo había sacado permanentemente de mi vida, o eso había creído. En mi mente había pensado que en ese año había conseguido novia y había sentado cabeza. Que lo había perdido. En algún punto pensé que si volvía a verlo habría querido saber qué estuvo haciendo, con quién, cuándo, todo. Tendría un montón de preguntas por hacerle. Pero ahora que estaba ahí, no tenía ni una sola.
No tuve que pensar nada al escucharlo decir eso. Me sentía del mismo modo que él, y ahora que había vuelto, no pensaba dejarlo ir a ningún lado. No iba a elegir a nadie más y, después de un año, aquello que la señora me había dicho en el avión lo estaba haciendo él realidad. De algo estaba segura: ahora que estaba conmigo, no pensaba dejárselo a nadie más.
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