Capítulo 18
Al día siguiente de la visita de Gabrielle, mamá y yo salimos de compras. Fue la excusa del viaje lo que nos llevó a realizar juntas una actividad. Desde antes de mi accidente no hacía esto. Compramos como posesas. Incluso ropa que no necesitaba en ese momento, pero me distrajo lo suficiente de la bonita semana que me esperaba.
El martes me arreglé más de lo esperado. Estaba despampanante. Ese día estaba estrenando una de mis prendas. Me había comprado una falda corta color vino, llevaba una playera negra y unos zapatos del mismo color amarrados al tobillo. Nada usual en mi porque no estaba acostumbrada a llevar falda. Así que, gracias Fer y Vale por estas nuevas prendas en mi guardarropa.
Mi madre estaba estupefacta en cuanto me vio bajar las escaleras con mi bastón. Había dejado las muletas y ya podía caminar con el bastón. Daba pasos lentos, pero seguros. Me cansaba muy rápido, pero me obligaba a mí misma a no usar las muletas y ayudarme del bastón. Gabrielle me tomó de la cintura con una sonrisa engreída y presumida en el rostro mientras salíamos de casa. Ya me había acostumbrado a que me cargara para sentarme en el asiento pasajero de su Jeep, aunque igual ya podía subirme por mí misma, así como a su forma de manejar.
Condujo al centro de la ciudad. Nos estacionamos en una calle de doble sentido rodeada de un parque enorme. Las calles estaban poco concurridas. Entre semana, los sitios no estaban tan concurridos como sucedía los fines de semana; sin embargo, sí había gente en el parque en ese momento. Había unas cuantas parejas en los alrededores caminando tomados de las manos, paseando a un perro, comiendo un helado, etcétera.
Entramos a un local de la esquina llamado "El café del atardecer." Una oleada de olor a café entró directamente a mis pulmones. Las paredes eran de color verde pistache y de ellas colgaban fotos de todo el mundo. Nos invitaron a pasar por un pasillo estrecho en el que sólo cabía una persona por él. Ahí las paredes estaban alfombradas, al igual que los pisos. Me costó un poco de trabajo caminar por ahí, pero lo logré exitosamente.
Conforme avanzábamos por el pasillo, unos cuartos se extendían a ambos lados del corredor. Algunos estaban cubiertos con una cortina en la puerta y otros la tenían corrida. Pude apreciar sillones de todas clases, texturas, tamaños y colores. No vi ni una sola silla o mesa en la que la gente se pudiera sentar a beber o comer.
Nos dejaron entrar en la última habitación. Las paredes alfombradas de esa habitación eran de color rojo sangre; había un colchón dorado y varios taburetes forrados de gamuza de diferentes tamaños alrededor del colchón. Una mesa larga de madera adornaba el centro de la habitación y una luz amarilla tenue se encontraba en el centro del techo, iluminando el cuarto. No había ventanas; sin embargo, una brisa acariciaba mi piel y se colaba por alguna parte.
Tomamos asiento en el colchón y tomaron nuestra orden. Pidió un té especial de la casa y leche aparte. Cuando la mujer salió de la habitación, después de dejar nuestro pedido sobre la mesa junto con dos tazas de té con su plato, Gabrielle se levantó y corrió la cortina para separarnos del exterior. Me puse nerviosa ante la intimidad que se podía obtener con un pedazo de tela. Gabrielle volvió a sentarse junto a mí y sirvió el té en las tazas.
─ ¿Leche? ─preguntó levantando el vaso.
─No, gracias ─negué sorbiendo lentamente el té─. Este lugar es muy bonito. ¿Cómo lo conociste?
─Vine con una amiga hace tiempo. Reaccioné de la misma manera que tú. ─Sonrió.
─No todos los días encuentras lugares así.
─Está diseñado para que te sientas como en tu casa. Cuando vas a una cafetería, normalmente estas sentada en un sillón o una silla. Aquí puedes incluso dormirte. Es único.
─Sí que lo es ─asentí.
─Me da gusto ver que ya usas el bastón. En poco tiempo estoy seguro de que vas a empezar a correr.
─Primero quiero caminar, si no es mucho pedir.
─ ¿Ya hablaste con Ian? ─preguntó cambiando de tema súbitamente.
"Buena jugada, doctor."
─ ¿De qué? ─pregunté con la voz temblorosa.
─Dices que se te confesó en la carta.
─Sí. ─Contesté, aunque no era pregunta.
─ ¿Entonces no has hablado con él del tema?
─No, en realidad no ─negué─. No estoy segura de querer hablar de ello.
─ ¿Por qué? ¿No era eso lo que querías? ¿A él?
─Sí, pero...
Me quedé callada. ¿Qué iba a explicarle? ¿Qué no quería hablar con Ian porque tenía una ligera esperanza de poder estar con él? Decirle que él era el indicado. Que me estaba planteando seriamente dejar a un lado mi plan e irme con él. Arriesgarme a sentir con él lo que debería de sentir con Ian. ¡Qué tontería! No podía decirle eso porque él no me veía de esa forma. Yo era una paciente, sólo eso.
─Se lo diré...en el viaje. Lo prometo. ─Sonreí con la taza en los labios.
─Todo está saliendo como lo deseabas. Estoy seguro de que algo va a pasar entre ustedes en el viaje.
─ ¿Cómo puedes estar tan seguro? ─pregunté consternada.
─Lo sé.
Su exceso de seguridad a veces me saca de quicio. Con el paso de los meses he descubierto pocas cosas acerca de este hombre. Es muy reservado en cuanto a su vida privada. No habla mucho de su pasado, pero, al parecer, no tuvo muchos problemas. Con ese encanto, esa figura, y ese rostro, estoy más que segura que tuvo éxito en todo lo que se propuso. En cuanto a su experiencia...sólo hay una forma de que sea así de bueno. Tuvo bastante práctica antes. Ese tipo de información no me interesaba, pero me daba coraje saber quién sabe con cuántas estuvo y por cuánto tiempo. Tal vez sólo haya tenido cinco novias, pero las demás no necesitaban haberlo sido. Es hombre, después de todo.
Era un hombre misterioso y lleno de sorpresas. Era raro verlo enojado. En mi presencia casi siempre se mostraba alegre y despreocupado; sin embargo, había una barrera entre nosotros la cual no lograba traspasar. Desde el primer día en que lo conocí en ese café, él se enfocó en saber de mí para que yo no tuviera la oportunidad de saber de él. No tenía por qué saber de él. Nuestra relación... No había un nosotros al final del camino. Tenía que atenerme a las reglas. Desconocía hasta dónde íbamos a llegar. ¿Qué tanto me iba a enseñar? ¿Cuándo se deshará de mí?
─ ¿Selene? ─preguntó devolviéndome de mis pensamientos.
─Dime.
─ ¿Qué tanto piensas? ¿Ha pasado algo más?
─ ¡No! ─grité sonrojada─. ¿De qué hablas? No ha pasado nada. Lo siento, estaba pensando en qué llevarme al viaje. ─Me mordí el labio.
─Bien. ─Se acercó y con su pulgar liberó mi labio─. Ahora, dime la verdad.
─Estoy diciendo la verdad. ─Volví a morderme el labio.
─Eres muy mala para mentir, Selene. ─Negó con la cabeza y volvió a retirar mi labio.
"Lo sé. Siempre he sido muy honesta, por lo que, cuando se trata de mentir, suelo ser un fiasco."
─Selene. ─Tocó mi mejilla─. ¿Qué sucede?
Estaba preocupado por mí, como si él estuviera sufriendo. De repente me dieron ganas de llorar. Estaba muy sentimental últimamente. No podía describir con palabras lo que sentía en ese momento. El pecho me dolía y el estómago se me retorcía. Estábamos sentados en la cama y, a pesar de que la habitación era bastante ancha, no podía apartar mi mirada de sus ojos color plata. En ese momento, sus ojos destellaron colores dorados y verduzcos; el gris desapareció en un instante.
No me detuve a pensar las cosas. Con Gabrielle nunca tenía la oportunidad de hacer contacto con la razón. Era como tener una conexión directa con mi inconsciente, y mi libido salía desenfrenada. Sabía, muy dentro de mí, que todos estos encuentros con Gabrielle tenían que parar. El problema era que yo no quería que pararan. Deseaba seguir adelante, todavía quería más.
Pegué sus labios con los míos. En la primera oportunidad que tuve, le metí la lengua y le recorrí la boca. Me separé y lamí su labio superior, luego el inferior y tiré de él. Quería tentarlo como él lo había hecho cientos de veces. Enredé mis dedos en su cabello y tiré de él. Nos recostamos en la cama y sentí sus manos recorrer mi espalda. Sentí cómo liberaba el broche de mi brasier y que este quedaba suelto. Deslizó la mano por mi abdomen hasta mi pecho. Cuando encontró lo que buscaba, apretó con la palma de su mano y deslizó un dedo por mi pezón. Se retiró por donde había pasado.
Poco a poco descendió por mis piernas, tomó mi trasero y me acercó a su entrepierna. Deslicé mis manos por su espalda y la arañé, tirando de su playera. Gimió en mi boca y tomé la orilla de su playera para sacársela por la cabeza. Con la espalda desnuda, recorrí lentamente con mis uñas todo su esplendor. Besé su cuello, lo lamí y lo mordí. Besó mi oreja y lamió mi lóbulo, robándome un gemido. Se incorporó sobre sus codos y volvió a atacar mi boca. Me abracé a su cintura con los brazos y levanté mi cadera con sumo esfuerzo, fue muy leve mi movimiento.
─Selene, espera... ─jadeó.
─Por favor. ─Supliqué.
─No podemos... Tenemos que parar. ─Se alejó lentamente, como si le hubiese costado mucho trabajo hacerlo.
Parecía estar sufriendo. Me incorporé con los brazos. De repente me sentía avergonzada. Jalé mi playera hacia abajo y me acomodé la ropa. Luego de unos minutos, me di cuenta de que la única forma en la que me podría vestirme nuevamente era quitándome la playera, pero con él ahí me resultaba muy incómodo. No era como si no me hubiera visto desnuda, pero estábamos en una cafetería, no en una habitación de hotel en la que estuviéramos prácticamente a solas.
─ ¿Podrías...? ─preguntó señalando mi espalda sin verlo.
─Sí, déjame. Yo lo hago ─contestó.
Se puso a mi espalda y alzó mi playera. El roce de sus dedos en mi piel mandó un montón de señales por todo mi sistema nervioso. Intenté ignorarlas sacudiéndolas de mi cabeza. Se estaba tomando su tiempo. Besó mi cuello tiernamente y luego se retiró. No podía verlo. Se dio cuenta que mi espalda estaba tensa porque comenzó a masajearme los hombros. Me abrazó de la cintura y pegó su mentón en mi hombro. Masajeó mi estómago con sus dedos arriba y abajo. Contuve la respiración para meter mi estómago, pero fue en vano. No podía estar tanto tiempo aguantándome. Ya me había visto en su totalidad, pretender que ciertas partes de mi cuerpo eran diferentes era en vano.
─Perdóname ─susurró.
─No te preocupes. ─Negué─. Está bien.
─Selene..., hay algo que quiero decirte. ─Me apretó aún más a su pecho─. Selene..., yo...
─Disculpen, ¿necesitan algo más? ─dijo una señorita entrando a la habitación. Se dio cuenta en la situación en la que estábamos y sus ojos se desplazaron al pecho desnudo de Gabrielle. La mujer se sonrojó al instante─. Lo lamento.
A mi espalda sentí que se tensaba y que su respiración estaba agitada.
─ ¡Maldita sea! ─gritó molesto.
─ ¿Qué sucede? ─pregunté angustiada.
─Se supone que la cortina corrida indica que no puedes entrar en la habitación ─explicó elevando la voz.
¡Vaya! Ahora entendía por qué estaba enojado. La mujer sabía eso y, aun así, entró al cuarto. ¿Por qué lo hizo? ¿Quería ver a Gabrielle? Supuse que esa era la mejor explicación que podría obtener. Se me había hecho raro que algo así no hubiera sucedido para ese entonces. Ya se había tardado, a decir verdad. Pensé que él ya estaría acostumbrado a eso, pero, al parecer, se saca de quicio con ese tipo de comportamiento.
"¡Espera! Entonces... ¿me trajo aquí para que tuviéramos intimidad? Pero si me rechazó. ¿Qué es lo que está rondado por su cabeza? Nunca lo sabré. Siempre me sorprende."
─Gabrielle..., ¿por qué me trajiste aquí? ¿Qué querías decirme hacía un momento? ─pregunté armada de valor.
Además, quería que su atención volviera a mí. Tal vez así pudiera olvidar un poco el enojo. Aguantaba la respiración y su corazón latía desbocado. Llevé mi mano a las suyas y las acaricié para brindarle confianza.
─Quería que vieras el lugar ─contestó nervioso.
─Sabes, puede que yo no sea muy buena para mentir, pero a ti también se te da fatal ─comenté con una risa.
Respiró hondo y suspiró.
─ ¿Te parece si hacemos un trato? ─preguntó, acomodándome frente a él.
─ ¿Qué clase de trato? ─pregunté alzando una ceja.
─Cuando vuelvas dentro de dos semanas, te diré todo. ─Sonrió con confianza─. Te contaré el propósito del porqué te traje aquí.
─ ¡Gabrielle! ─protesté.
─No me obligues a decírtelo ahora. Lo haré cuando volvamos a encontrarnos ─dijo con convicción.
Fruncí el ceño. ¿Cómo iba a esperar tanto tiempo? Dos semanas podían ser una completa tortura. Además, serían dos semanas lejos de él. No habíamos estado tanto tiempo separados desde hacía... Nunca.
─ ¿Lo prometes? ─pregunté entrecerrando los ojos.
─Por mi vida ─contestó con seguridad.
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