Capítulo 1
─Selene, te he dicho un montón de veces que te levantes más temprano para que puedas desayunar ─gritó Diana al pie de las escaleras.
La mayoría de las casas a los alrededores podían escucharla cada mañana y yo siempre terminaba contestándole lo mismo.
─ ¡Ya voy, mamá! ─grité como respuesta.
Estaba terminando de ponerme el uniforme. Mi madre, Diana, se enoja todas las mañanas porque nunca estoy a tiempo, pero ella no entiende por qué prefiero salir sin desayuno en el estómago a salir toda desarreglada. ¡Eso jamás! A mis 18 años de vida he aprendido que tienes que reflejar cómo te sientes por medio de tu apariencia, y si voy toda fachosa a la escuela, entonces creerán que no me aprecio o algo por el estilo. Un pensamiento muy inmaduro, pero, al final, nunca me ha gustado salir a la calle sin arreglarme primero. Se ha vuelto una rutina.
Cuando comprobé una quinta vez mi apariencia en el espejo, salí del cuarto y corrí escaleras abajo.
─ ¡No corras en las escaleras, jovencita! ─gritó Diana desde la cocina.
La mujer era capaz de escucharme con el ruido de la TV en cuarenta de volumen, mi hermano jugando con Rufus (nuestro gato) y a mi padre gritando por teléfono. Sí, una típica mañana de lunes.
─Tienes dos minutos para sentarte y comer ─amenazó Diana, sirviéndole el desayuno a papá.
─Me encantaría, mamá ─comencé diciendo. Tomé dos panes tostados y bebí el jugo de naranja de un jalón─. Pero Ian me está esperando en el café y no puedo dejarlo ahí.
─Ian, Ian ─repitió Diana sin voltear─. Ese muchacho. Si no fuera un buen muchacho, no te dejaría estar todo el tiempo con él. ─Se giró─. ¿En dónde está?
─ ¡Los quiero! ─grité, cerrando la puerta al salir de la casa.
─ ¡Selene!
Escuché el grito de mi madre a través de la puerta y eché a correr por las calles. Había un café a tres calles de la casa. Casi siempre quedaba de verme con Ian, mi mejor amigo, ahí. Cuando no, lo veía directamente en la escuela.
Dicho y hecho, Ian estaba de pie afuera del café con dos vasos en las manos. Cuando me esperaba fuera, era señal de que había llegado tarde, algo que pasaba la mayoría del tiempo.
─Selene...
─Tarde, lo sé ─dije cortándolo.
─Toma tu té ─dijo ofreciéndome uno de los vasos.
No puedo tomar café porque mi estómago protesta, pero me fascina el té e Ian lo sabe desde que nos conocemos, hace cinco años para ser exactos.
─Vámonos o tú vas a ser quién dé la explicación en la escuela ─dijo comenzando a trotar.
Soy mala mintiendo y él se encarga de recordármelo siempre que puede. Se dio cuenta porque siempre ponía una excusa muy mala cada que llegaba tarde. Cuando me lo dijo, seis semanas después de conocernos, supo desde el principio que la razón era por el tiempo que me tomaba estar lista. Nunca pude engañarlo, mucho menos podía engañar a alguien en la escuela.
Ian y yo nos conocimos en primero de secundaria, en retardos. Sí, por llegar tarde fue que nos conocimos. Nos dimos cuenta de que siempre éramos los que llegábamos al final y los profesores hacían que hiciéramos una tarea como castigo. Así que comenzamos a pasar juntos la mayoría de nuestro tiempo. Mayormente, dentro de la escuela, pero por las tardes también. Nos hicimos mejores amigos en menos de un mes, y al siguiente mes, mi madre empezó a bromear entre nosotros para que termináramos juntos. Un mes después, se dio por vencida y nos permitió seguir con nuestra hermosa amistad.
Al final, nos hicimos muy buenos amigos en pocos meses y, luego de eso, fuimos inseparables. Los maestros decían que éramos un dúo dinámico y complementario. Nunca entendí por qué. Y como suele suceder, nuestros compañeros decían que éramos la pareja frustrada. Frustrada porque éramos sólo amigos y, según ellos, queríamos ser algo más. Ian y yo jamás habíamos tenido pareja, pero nunca nos vimos como una posibilidad. Éramos amigos, así, sin más. Y estábamos felices con ello. Los demás eran muy inmaduros para entender eso. Cuando pasamos a preparatoria se calmaron un poco las cosas, pero de vez en cuando aún se escuchan comentarios de ese tipo.
La campana sonó cuando nos encontrábamos en la esquina. El director era el que nos recibía a todos en la puerta. Nos echamos a correr junto con otros diez estudiantes más. Para cuando llegamos a la entrada, el director tomaba lista de los que estaban llegando tarde. Cuando nos vio a los dos juntos, movió la cabeza en forma de negación, y con su pluma amenazante, nos indicó que pasáramos.
─Ya saben a dónde y a qué hora tienen que pasar por su castigo.
─Sí, señor ─dijimos al mismo tiempo.
Pasaron las horas y llegó el momento del descanso, ese que todos anhelan después de una ardua mañana. Veía a Ian en las canchas de la escuela, siempre. Sólo un año estuvimos en el mismo salón y los demás continuamos la amistad de esquina a esquina.
Antes de que yo llegara, podía verlo rodeado de chicas, pero en cuanto aparecía, todas corrían como cucarachas asustadas. No entendía la reacción tan brusca. Nunca les decía nada como para asustarlas y tampoco les decía que se fueran en cuanto yo llegaba, pero la reacción siempre era la misma.
─Espantas a mis fans, así nunca voy a tener novia ─fanfarroneó.
─No tienes novia porque no quieres, no porque yo las espante a todas ─dije molesta.
─Ya están peleándose y apenas empezó el descanso ─dijo Fer.
─Es normal en ellos, amor ─dijo Daniel, besando su frente.
─Se quieren tanto que pelean por tonterías ─dijo Vale.
─ ¡Los tórtolos! ─gritaron Fernando y Manuel al mismo tiempo.
─Y ustedes se tardan tanto todo el tiempo ─dije divertida.
─Lo dice la que siempre llega tarde ─dijo Vale, agitando su mano, restándole importancia al asunto.
"Mis amigos..."
Nos habíamos conocido todos en secundaria y, desde entonces, nos juntábamos. Fer salía con Daniel desde que estaban en sexto de primaria. Valeria, Fernando y Manuel eran el trío terrorífico. Los llamaban así porque siempre vestían de negro y parecían casi vampiros por el aura que emanaban hacia los demás. Pero todos juntos hacíamos una bolita perfecta. Los maestros trataban siempre de separarnos a todos, pero eran tres grupos y siempre terminaban juntándonos a dos o tres por salón.
─Será mejor que vayamos a ver cuál va a ser nuestro castigo ─le recordé a Ian.
─ ¿Volvieron a llegar tarde? ─preguntó Fer─. Claro que volvieron a llegar tarde, ¿para qué pregunto?
─Fue culpa de Selene ─dijo Ian, poniéndose de pie.
─Siempre es culpa de Selene ─dijo Manuel ─, pero tú siempre llegas tarde con ella, amigo.
─Si no soy yo, alguien más será ─dijo Ian, encogiéndose de hombros.
─Sacrificado ─comentó Manuel, riendo.
Todos se golpeaban los codos entre sí y reían de sus chistes. Volteé los ojos exasperada. Podía soportar las bromas de todos los demás, pero me enfurecía que mis amigos lo hicieran. Sin embargo, me enfurecía aún más que Ian pudiera ignorarlos y restarles importancia.
─Vamos ─dije jalándolo del brazo.
Comenzamos a caminar por los pasillos hacia la oficina del director. El recorrido ya podíamos hacerlo con los ojos cerrados de tantas veces que habíamos ido. Todos en la oficina ya nos conocían, incluso sabían la hora a la que íbamos.
Nunca me había atrevido a preguntarle a Ian si le molestaba que siempre lo hiciera llegar tarde. Me avergonzaba que tuviera que realizar los castigos por llegar tarde, por mi culpa. Al principio, a los dos nos molestaba tener que quedarnos más tarde, pero luego lo vimos como un modo de pasar más tiempo juntos.
─Muchachos, ¿cómo se encuentran el día de hoy? ─preguntó Fanny, la secretaria del director.
─Muy bien, Fanny ─contestó Ian─. Tú, ¿cómo estás?
─Bastante bien. El director les tiene hoy una tarea muy divertida ─dijo Fanny, riendo.
─ ¿Por qué nos deja tareas si estamos a un mes de terminar el año? ─pregunté, jugando con una pluma.
─Son las reglas, Selene ─contestó Fanny.
─Y, ¿qué vamos a hacer? ─preguntó Ian.
─Van a adornar el salón principal para la graduación de los de tercero ─explicó, alegre.
─ ¿Y el material? ─pregunté mirando a un lado y al otro.
─En la bodega. Aquí está la llave y mañana me la devuelven.
Extendió una llave con lazo azul.
─Bien. Gracias, Fanny ─dijimos los dos al mismo tiempo.
Al final de las clases, y después de despedirnos de nuestros amigos, fuimos a la bodega para recoger los materiales y comenzar a hacer los adornos.
Lo bueno de los castigos era que si llegábamos un día tarde, los castigos eran para toda la semana. Para nosotros eso era una bendición, porque llegábamos tarde toda la semana y no recibíamos a diario un castigo. Hay que ver lo bueno en las tragedias.
El tema de la graduación era el océano, así que tendríamos que poner todo azul. Convertiríamos el salón principal en un océano en la tierra. Teníamos mucho material, la escuela lo proporcionaba todo. Nosotros sólo teníamos que hacer uso de nuestra imaginación.
Ian era especialmente bueno para las decoraciones. Las manualidades y el dibujo se le daban de maravilla. Yo prácticamente me volvía su segunda mano. Lo ayudaba, y en eso era una experta.
Hicimos unos pulpos, cangrejos, algas, burbujas, tiburones, y muchos otros animales más. Todos los animales del océano quedaron plasmados en fomi. Igual pusimos listones azules con destellos plateados como marcos y colgamos otras pocas del techo.
Éramos un gran equipo y, al final de la semana, ya teníamos todo listo. El director quedó maravillado con los dibujos y como recompensa, que no debía dárnosla porque era un castigo, nos invitó a los dos a participar en la fiesta de graduación. Cuando nuestros amigos se enteraron, ellos desearon también llegar tarde y recibir un castigo así. La envidia creció más cuando toda la escuela se enteró; al parecer les urgía graduarse. Nosotros éramos los siguientes, pero ellos querían ser los graduados ese año. Yo no estaba tan ansiosa como los demás.
La fiesta se iba a llevar a cabo a final de mes, el último día de clases. Faltaban dos semanas para eso; sin embargo, los de último año parecía que ya tenían vacaciones. Gritaban y cantaban por los pasillos como si fueran los únicos en toda la escuela. Nosotros, los mortales, presentábamos finales y con el ruido éramos incapaces de concentrarnos. Pero, al final, logramos pasar nuestras materias exitosamente. Ese día, Ian me acompañó a casa.
─Entonces... ─empezó diciendo ─la fiesta es la próxima semana. ¿Tienes intenciones de asistir?
─No lo sé ─contesté, pensativa─. Creo que destacaría por no ser de ese año.
─Si fuéramos juntos, tal vez ya no destacarías tanto ─comentó.
─ ¿Me estás invitando al baile, Ian? ─pregunté, divertida.
─Sí, me gustaría que fuéramos juntos. Después de todo, sólo estamos tú y yo en ese lugar. No conocemos a nadie más.
─Sí, supongo que tienes un punto.
Hicimos el resto del camino casi en silencio. De vez en cuando alguno de los dos hacía un comentario. Era raro que pasaran los minutos sin que ninguno de los dos dijera algo. Lo había visto pensativo desde que habíamos salido de la escuela.
Una calle antes de que llegáramos, me preguntó si podría pasar la semana en la casa. Algunas veces lo hacía. Yo estaba encantada porque eso implicaba estar juntos, pero la decisión no iba a ser mía. Eso lo tendría que discutir con mi madre.
En cuanto llegamos, Ian se dispuso a hablar con mi madre, a solas. Podía escuchar muy poco, pero prácticamente no podía entender absolutamente nada de lo que hablaban. Intenté pegar lo más posible mi oreja a la puerta y ni así logré escuchar algo. Escuché un poco de emoción y exalto, pero no tenía idea si esas reacciones por parte de mi madre eran una buena o mala señal. Me di por vencida al comprobar que mis oídos no eran biónicos.
Volví a la cocina a esperar a que ambos salieran de la habitación. Pasaron quince minutos cuando vi que Ian salía de la habitación y mamá se limpiaba los ojos. Tomé eso como una mala señal, pero Ian me sonrió de oreja a oreja cuando me vio de pie, esperando.
─ ¿Qué paso? ─pregunté, nerviosa─. ¿Qué te dijo?
Estuvo serio por un rato y luego, poco a poco, la sonrisa de nuevo se fue ensanchando en su rostro. Asintió con la cabeza con efusividad. Me colgué a su cuello y él envolvió mi cuerpo con sus brazos.
Cuando le enseñé en dónde podía quedarse, se sorprendió que fuera en el mismo cuarto que mi hermano. No teníamos otra habitación y mamá lo conocía tan bien que no le importó que se quedara. O eso era lo que ella decía.
No era la primera vez que dormía ahí y tampoco hubo objeción por parte de ninguno de los presentes en la casa. Mi hermano lo considera su hermano también y a mi papá le encantaba la idea de que yo tuviera un hombre en mi vida a parte de él.
El fin de semana iba a empacar unas cosas y volvería el domingo para instalarse. Estaba muy emocionada con la idea porque iba a tener a mi mejor amigo viviendo bajo el mismo techo que yo. Por una semana. El domingo, mientras estaba terminando de guardar sus cosas en los estantes que mi hermano había dispuesto para él, me acerqué a la entrada del cuarto. Se veía tan pequeño, agachado en el piso. Me dieron ganas de empujarlo y hacer que se cayera, bromear como cuando éramos más jóvenes, pero me contuve.
─Ian ─dije cruzándome de brazos.
─Dime.
─ ¿Por qué vas a quedarte esta última semana de clases conmigo? ─pregunté, curiosa.
─Esa pregunta no puedo contestarla hasta el viernes, el día de la fiesta ─sonrió.
─ ¿Por qué hasta ese día? ─pregunté, indignada.
─Porque hay algo más que tengo que decirte ese día ─contestó, serio.
─ ¿Qué es?
─Hasta el viernes, mujer.
─Y, ¿a mi mamá también le contestaste así?
─ ¡Claro que no! A tu mamá le conté todo. Si no, ¿cómo podría quedarme?
Levantó los hombros. No podía creer el cinismo con el que lo decía.
─O sea, mi mamá sabe y yo, que soy tú mejor amiga, ¿no puedo saberlo?
─Exacto-sonrió─. Que lista eres.
─Gracias ─dije poniéndole mala cara.
Al ver que no iba a ceder, di media vuelta y me fui. ¿Qué tenía que decirme? Para que no me dijera nada y se lo guardara hasta el viernes, tenía que ser algo importante. Mi hermano había protestado un poco al principio, pero cuando supo que no armaría ningún jaleo, dejó que se quedara.
Vio que casi no lo molestaba, cosa que él agradeció. Lo quería, pero era su privacidad la que estaba invadiendo. Por una semana, Ian estaría viviendo conmigo y lo mejor era que esa semana era la última de clases. Sería como terminar el año perfectamente para poder empezar el último año de la preparatoria antes de poder cumplir nuestros sueños, juntos.
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