Una noche con papá
Creía haberlo visto en la realidad y no en sus sueños llenos de falsas ilusiones. Aquellos ojos de papá que eran fríos al mundo, pero cálidos con los suyos. Esos mismos ojos no vieron su madurez.
Como en un sueño, Toji era la sombra del silencioso tormento de Megumi. Por el mundo de las heridas de su corazón se derretían la hojas brillosas del anhelo a tener una noche con papá.
Esa velada, por ejemplo, después de verse obligado por Tsumiki a hacer sus tareas para la escuela, a comer su cena por completo junto con sus verduras, mientras la noche se hacía más vieja y el reloj avanzaba tmido bajo la mirada de Megumi, supo que esa puerta no se movería más hasta haber llegado la mañana siguiente.
Resopló en su asiento, tristemente encogido de hombros. Después se sintió frustrado y su expresión se endureció. Tsumiki lo vio desde la isla de la cocina, donde la tenue luz de una bombilla le daba imagen. Secó el último plato y se dirigió a las espaldas de su menor.
—Parece que hoy tampoco va a venir —dijo la castaña tomando el delgado hombro de su menor.
Megumi se sacudió. Se libró del agarre de su hermana y jamás levantó la mirada; era dolorosa ver rota la ilusión de un pequeño. Tsumiki había aprendido a soportar cruelmente esa imagen de su medio hermano.
—No me importa si viene o no ese viejo —respondió el azabache saltando de su silla, pues sus pies aún flotaban cuando estaba sentado.
Mintió, pensó Tsumiki, al ver sus jóvenes ojos soportando las olas de sus lágrimas. Al contrario, iluminó su rostro con una sonrisa bien grande y se llevó las manos a los bolsillos.
—¡Esa es la actitud, Megumi! —dijo Tsumiki, sintiendo sus palabras forzadas—. Bueno, entonces ya ve a lavarte los dientes. Creo que ya es tarde para bañarnos, lo haremos mañana si nos levantamos ¿bien?
Sintió la presencia de Megumi en un tonto intento de desaparecer en ese momento. Asintió, Megumi asintió sin mediar otra palabra ¿Qué más podía decir? Ni siquiera quería ser como los chicos de su edad que se niegan a ir a la cama, y que al contrario, quieren seguir jugando; Megumi dejó de tener a alguien para jugar desde el momento en que papá pasaba más tiempo afuera que con ellos.
—¡Más te vale ir a dormir! —canturreó la jovencita mientras Megumi se perdía en el pasillo a las habitaciones—. A lavar los dientitos y luego a dormir.
Había reído después, pero su volumen fue decreciendo cuando estuvo segura de que Megumi había cerrado su puerta y las cobijas ya lo habían atrapado en sus brazos. Entonces por fin pudo dejar de aparentar; se dejó caer en la misma silla en la que estaba su hermano y observó el reloj.
—Ya es tarde... —se dijo y luego llevó su mirada a la habitación que compartía con Megumi desde que Toji se ausentaba—. Lo extrañas mucho, se nota... Ay, Megumi.
No quería ir a dormir porque sabía que eso significaba sentir por la espalda la falta que Megumi expresaba con solo sus ojos y esa mueca en sus labios. Su medio hermano se parecía tanto a él, tanto en esa medicridad para ocultar cosas, como en el físico y el cruel brillo en sus ojos oscuros.
—Espero que estés bien y vuelvas pronto...
Fue en un ultimo murmullo lo que Tsumiki rezó antes de levantarse apagar las luces de casa. Hizo la misma rutina que Megumi, con la excepción de que antes de irse a acostar preparó los uniformes de los dos y después entró a la habitación para por fin cerrar los ojos y esperar a que las horas avanzarán en una triste historia de abandono.
¿Qué derecho le daba de volver a altas horas de la noche? A decir verdad, ninguno, mucho menos el dinero que ganaba por malos actos y que sostenía a sus hijos, pero volvió. Sus pasos llegaron al umbral de la puerta principal y encajó la llave; por suerte la casera del lugar no había cambiado la cerradura y pudo escuchar ese angelical click.
Horas antes Toji había perdido la mayor parte de su efectivo en apuestas, en un bar con alguna que otra mujer, que tras encontrarlo desagradable en palabras y no en la cama, terminó por correrlo de casa. Había vuelto no por gusto, sino a falta de un jodido techo y eso le frustró en demasía.
Gruñó, sacudió su cabello y mordió sus labios frustrado. Era la misma imagen que su hijo cuando encuentra un caso de acoso en su escuela; tan molestos que no temerian golpear al primero que se cruzara en su camino. La puerta cedió y Toji entró asegurándose de no hacer demasiado ruido.
Su primer plan había sido entrar casi como un rufián, no hacer ruido, comer un poco para calmar su cruda y luego ir a dormir para a primera hora y sin ser descubierto por sus menores, salir de casa a otra nueva aventura de pesca. Dio el primer paso dentro, luego el segundo y encendió la luz del pasillo de la entrada. Caminó otro poco y al girar a la izquierda para asaltar la cocina, lo encontró.
Una pequeña cabecita con cabellos como alfileres giró. Luego el silencio se alzó y las miradas de sorpresa no cesaron. Megumi llevaba consigo una rebanada de pastel de chocolate, el cual le había dado una de las vecinas para hacerlo sonreír.
Megumi le lanzó una mirada, como el que estuviera frente a él no fuera su padre, sino un fantasma que ya había tomado forma por causa de tantas ideas que tenía en la cabeza. Con ternura involuntaria parpadeó una y otra vez, pero esa mancha de su padre no se iba.
—Ah... —dijo Toji y su voz ronca se arrastró hasta llegar al objeto que Megumi tenía en manos. Apuntó a él—. ¿Te lo vas a comer?
Esas habían sido sus primeras palabras para el hijo que tanto lo había echado de menos. Megumi observó su platillo y luego a su padre, sin duda venia hambriento, su rostro lo delataba y no era por nada, tantos días fuera de casa. No sabía si papá se había alimentado como era debido.
Después observó a su padre y tomó un cubierto para clavarlo en el postre.
—Si lo tengo conmigo es porque me lo voy a comer —sentenció Megumi con indiferencia y para nada perezoso, le dio la espalda a su padre para ir al televisor—. Si quieres uno, sírvete tú mismo.
Ya era tarde, cerca de las dos de la mañana, pero Megumi parecía acostumbrado. Le sorprendió aquella respuesta de su hijo, pero la gracia de verlo caminar sigilosamente al televisor lo hizo sonreír; parecía un errante.
Tomó su porción y le siguió los pasos al menor. Tomó asiento a su lado y en silencio, como si fuese algo normal, ambos terminaron por devorar el pastel limpiandose los bigotes de chocolate a la par.
—¿No es muy tarde para que estés despierto? —preguntó Toji, y más que un tono autoritario sonó a uno burlón. Tomó los platos y los dejó en la mesa de noche que tenía por su lado—. ¿Tsumiki ya no cuida de ti? ¿Se pelearon?
Megumi negó sin despegar la mirada del televisor. No había un programa tan interesante como para prestar atención, pero era mejor a ver la mentira en persona.
—Ella y yo no peleamos —respondió a secas. Toji encontró en Megumi un puchero tierno e involuntario—. ¿No es muy extraño para ti que estés en casa?
No tenía nada qué reprochar. Su hijo tenía tanta razón a tan corta edad que Toji solo tuvo la oportunidad de rodar los ojos y ponerlos en el cielo en compañía de un suspiro. Echó la cabeza para atrás y alargó el brazo para atrapar a su hijo.
—¡No seas tan frío con tu padre! —dijo Toji y en contra de la voluntad de Megumi, logró atraerlo en un abrazo forzado donde le sacudió los cabellos—. Llegué a casa, eso es lo importante.
—¡Sueltame! —gruñó el pequeño una y otra vez, sacudiendose. Se quería quitar de encima a su mayor, pero lo que consiguió fue algo más—. Soy así porque lo importante no es que vuelvas, es que te vas a ir en la mañana.
¿Podía ser Megumi un adivino? Como sea, el tono en que lo profesó llegó a calar en el sentido de padre de Toji. Supo que estaba fallando, pero no era algo que podía cambiar de una noche a otra y por unas simples palabras; se detuvo, Megumi se aferró a su brazo que casi lo cubría por completo y el silencio volvió a gobernar el lugar.
De nada servía negarlo, por eso Toji no dijo ni una sola palabra al respecto. Era cierto que se iría cuando aparecieran los primeros rayos del sol, se le veía escrito en la frente y la respuesta de Megumi fue el incremento de su forzada indiferencia.
Toji era cruel, abusivo y a veces un idiota, pero en ese momento encontró una profunda tristeza en su hijo y el hombre que fue antes se apoderó de sus acciones, ideas y palabras.
—Debo salir a buscar dinero —respondió pesadamente para darle un corto abrazo a su hijo, esta vez tan delicado que Megumi sintió su alma desmoronarse como los castillos de arena y estrellas que una vez soñó hacer con él y que las olas de la verdad arrastraron.
Megumi enmudeció. Ni siquiera tenía la intención de seguirle el juego a su padre, simplemente se limitó a disfrutar de la caricia. Entonces el mayor inhaló con fuerza, más como un chiste y lanzó un gruñido risible.
—¡¿Hace cuanto que no te duchas, Megumi?! —musitó Toji, cambiando el tema. Megumi frunció su entrecejó y se sacudió—. ¡Hueles muy mal!
—¡Mentiroso! Me ducho todos los días, ya lo hago solo —enfrentó Megumi, alargando su brazo para aferrarse de la mejilla de Toji—. ¡Tu eres el que huele muy mal! ¡Hueles a alcohol y sudor!
Toji se echó a reír, se aseguró de agarrar muy bien a Megumi de su cadera y en contra de su voluntad, se lo llevó consigo en dirección al baño. Antes, se aseguró de apagar el televisor y no hacer demasiado ruido; los dos estaban de acuerdo en que no querían un sermón por parte de Tsumiki.
—Los dos apestamos —murmuró Toji cuando pasaron fuera de la habitación. Entraron al baño y cerró la puerta—. Tomaremos la ducha juntos ¿bien?
Megumi negó. Sus mejillas se pintaron de rosa y sus ojos adoptaron un velo de emoción porque todavía estaba en edad de tomar las duchas con su mayor, jugar y hasta hacer un desastre con el agua y tina.
—Te he dicho que puedo hacerlo solo —dijo Megumi, aferrándose a su ropa, peleando con el mayor para no quedar totalmente desnudo.
—En ningún momento pregunté si podías hacerlo solo o no —mantuvo el mayor, abusando de su posición como padre—. Vamos a tomar una ducha, y luego iremos a dormir, como una noche normal. ¿No quieres pasar una noche con papá?
Megumi bajó la mirada. Era tan transparente que dejó de forcejear y se entregó al mando de su padre. Toji formó una mueca y sin aplicar demasiada fuerza, se deshizo tanto de las ropas de Megumi como las suyas.
Fue entonces cuando se adelantó a preparar la tina que Megumi se percató de todo. Encontró en la espalda de Toji más de una cicatriz pequeña acompañando a una enorme que casi le cubría toda su espalda. Papá era fuerte, lo notó y era muy diferente a él; comparó sus brazos con los de Toji y sintió una génerosa burla viniendo de la diferencia de edades y situaciones de riesgo.
Lo más aventurero que Megumi podía presumir en ese entonces eran las peleas entre compañeros donde los profesores les obligaban a pedirse perdón.
Aún con ello, hubo un pensamiento que jamás desapareció en él. ¿Cuanto habían dolido esas heridas? ¿Habían sido hechas por proteger a alguien, o por causar problemas? Encontró a papá hecho un misterio.
El tiempo que le tomó a Toji preparar todo fue el mismo en que Megumi estuvo perdido en su juicio. Pensó que tal vez papá no era tan malo, sí frío, pero tal vez una buena persona en el fondo, muy en el fondo. En un parpadeo se encontró dentro de la tina con su mayor a sus espaldas y el shampoo hizo de lo suyo creandole espuma en los cabellos azabaches; Toji estaba en el mismo estado.
—¿Qué te pasó en la espalda? —preguntó Megumi, cortando con el silencio acogedor que un baño caliente puede brindar por la noche.
Toji se sorprendió por lo repentino de la pregunta. Se esperaba escuchar algún reproche o tal vez sus deseos por saber dónde se pasaba los días enteros y en cambio, encontró interés en la voz tierna de su hijo. Sonrió, y con las nostalgia en su expresión, decidió sincerarse.
—Me sucedió cuando era joven —se confesó con el dibujo del recuerdo tormentoso de su infancia en las burbujas de la bañera—. Tal vez tenía tu edad, o era un poco mayor. Como sea, tuve que defenderme y esto fue lo que salió de ello.
Un corto y tierno "Uhmm" emergió de los labios sellados de Megumi. Todavía no era suficiente para él.
—No podía dejarme ¿o sí? —repuso Toji—. Seguro te preguntas si dolió. En su momento lo hizo, pero es una buena cicatriz ¿no te parece?
—No, no es buena —respondió Megumi al fin, y no fue más que una mentira, porque la emoción de su rostro con sus mejillas tiernamente infladas, decía todo lo contrario—. ¿Y los malos...?
—¿Si les gané? —entonces a Toji le vino a la memoria la familia Zenin y su rechazo. Enjuagó la espalda de Megumi y continuó—. Sabes, Megumi, a veces los malos son quienes menos esperamos, pero les gané. De lo contrario no estarías aquí.
—¿Yo? —preguntó, sin alcanzar a conectar las palabras de su padre con el pasado que hasta entonces le era borroso.
—Sí, pero dejemos ese tema —propuso Toji a poco de terminar—. ¿Como te va en la escuela? ¿Te molestan tus compañeros?
Megumi negó. Era cierto que tenía sus peleas, pero no creía necesario comentarlo, de igual forma no recibiría un regaño.
—No, nadie me molesta —musitó solo para quitarse de encima la curiosidad de su padre.
—¿Y esas cicatrices en tus rodillas se hicieron solas? —dijo Toji. Se había dado cuenta de las marcas sobre las acciones de Megumi; sonrió de lado mostrando sus colmillos, orgulloso por su hijo—. Nunca dejes que otros se impongan sobre ti y tus ideales, Megumi.
El mencionado sintió calidez en su corazón. Era la primera y seguramente única que vez que padre le compartía un consejo. Asintió.
—Siempre has lo que creas que es correcto —terminó el mayor para dejar un espacio en silencio y formular la pregunta que a la edad de Megumi ya era necesaria—. ¿Has comenzado a ver cosas extrañas? Cosas que otros niños de tu edad no ven.
El pequeño saltó en su sitio. Toji salió de la bañera desnudo y atrapó unas toallas para secarse. Tomó a Megumi por la cabeza y se concentró el secar sus cabellos.
—Sí, algo así —repuso Megumi—. Las veo todo el tiempo, cada que vuelvo de la escuela o cuando voy... ¿Qué son?
Toji suspiró. Su expresión y pensamiento en ese momento fue un mero enigma. Terminó por secarlo y secarse, entonces le pidió a Megumi que se colocara un nuevo cambio de ropa que siempre lo esperaba en el baño por precaución.
—No te acerques a ellos, sabrás lo que son en su momento —fueron las únicas palabras que Toji dijo respecto al tema de las maldiciones—. Ya está, ¿vamos a ver televisión otra vez?
—¿Otra vez? —preguntó Megumi, alzando su cabeza para cruzar miradas con su padre. Lo que en realidad quería era dormir abrazado a él.
—¿O quieres irte de una vez a dormir con Tsumiki? —le ofreció el mayor con burla.
Megumi negó con rapidez. No le quedó de otra más que aceptar los planes de papá e ir con él directo al sofá en el que momentos antes habían estado un tanto incomodos. Toji encendió el televisor, colocó un canal al azar y se recostó de forma que sus pies alcanzaron perfectamente el otro extremo del sofá.
—¿Donde iré yo? —preguntó Megumi, formando una imagen cómica de él parado torpemente al lado del mueble en donde su mayor descansaba sin vergüenza.
—¿Donde más? —respondió Toji alargando sus brazos para levantar a Megumi y recostarlo encima suyo—. Aquí.
Pasaron unos segundos y todavía era imposible creer que se encontraba aferrado al cuerpo de su padre en un abrazo. El corazón le dio un brinco, podía sentir el calor de Toji, su respiración y en especial sus manos grandes protegerlo de una caída. Prontamente el mayor colocó una cobija que estaba en el mismo sofá encima de Megumi, e intentando ocultar su vergüenza, mantuvo la mirada nerviosa en la pantalla.
Megumi lo observaba una y otra vez, y cuánto más lo hacía, más nervioso se ponía Toji.
—¿Quieres ver la televisión o a mi? —le preguntó y los ojitos de Megumi brillaron. Era obvia su respuesta.
Megumi aplicó más fuerza a su abrazo. Miró muy bien a su padre y sus labios formaron una sonrisa enorme en honestidad y ternura. Al momento siguiente, después de atacar al corazón de Toji de tal forma y ablandarlo un poco, comenzó a bostezar y sus ojos se fueron cerrando en contra de su voluntad.
—Al fin es hora de dormir —murmuró Toji y Megumi negó.
—No quiero... —confesó aferrándose a ls camisa negra de Toji—. Si cierro los ojos y me duermo, en la mañana ya no vas a estar.
Toji enmudeció. Por poco y sintió pena por su hijo, pero su forma de ser ganó terreno en ese momento; lo acarició lentamente de la cabeza para adormecerlo todavía más, ese era un punto débil en Megumi desde que era un bebé y pronto se encontró con los ojos cerrados.
—Vamos a dormir juntos, Megumi —fueron las palabras del mayor, que con culpa se cubrió los ojos con su brazo flexionado.
Llegó a pensar en que si las cosas fuesen diferentes, él mismo lo fuese, Megumi tendría al padre que se merecía. Pero pronto su cruel juicio lo hizo caer en cuenta de su avaricia por una vida fuera de estas paredes, y también cerró los ojos, teniendo en mente el aprecio a sus dos hijos. No podía demostrarlo como cualquier padre, pero a su manera, aprendió a amarlos aún si ellos no respondían con él mismo sentimiento.
Sus respiraciones se unieron en un suave canto en medio del silencio y la noche. Compartieron su calor y la diferencia de vidas no fue el problema para aprender a amar por corto tiempo, porque no bien las estrellas se apagaron y el sol asomó sus primeros rayos entre los edificios, Megumi despertó en el sofá con la cobija encima suyo y la falta de su padre escurriendo entre sus dedos.
La puerta se abrió y Megumi asimiló la salida de su padre sin esperar una vuelta pronta.
—Ah ¿Te quedaste dormido afuera? —preguntó Tsumiki sin ser participe de todo lo sucedido por la noche. Megumi asintió, se guardaría para sí mismo la noche con papá—. Bueno, como castigo te toca preparar el almuerzo. Después nos vamos a la escuela.
Un día más había comenzado. Un día en donde Megumi aprendió que las palabras de su padre y su mera presencia eran más dolorosas que el rechazo del mundo entero.
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