4/4 Arte
Hicimos el amor durante toda la mañana y hubiéramos seguido de no ser porque Marta consideraba que debía comer.
Era cierto. El día anterior apenas probé bocado y ahora un café era todo lo que llevaba en el cuerpo. Marta pidió comida para llevar de un restaurante hindú. Luego, las dos nos sentamos en el sofá, con las piernas cruzadas en flor de loto y los tallarines delante.
—¿Tú no tienes que trabajar hoy? —pregunté.
—¿Quieres que me vaya?
Me miró haciéndose la ofendida, pero al final me recordó que la habían despedido. Me sentí mal por no darle importancia entonces.
—¿Pero por qué? Si todo funcionaba gracias a ti...
—Cosas que pasan.
Se encogió de hombros y se acomodó a mí lado. Pensé en mi empresa. No pude avisar de nadie y si me estaban llamando, no podrían localizarme. Solo mediante email.
Tomé el portátil y revisé el correo. No tenía ninguno de mi jefe, pero se lo mandé yo misma, junto con la recomendación médica para la empresa que mi doctora me había dejado preparada a través de la APP médica.
—Te preocupas demasiado —dijo ella—. ¿Sabes que no vas a heredar la empresa?
—Tendré que pagarme la carrera, ¿no?
Entonces me preguntó por mis sueños, mis ambiciones. Le expliqué que quería montar una galería de arte, dedicarme a la restauración de obras antiguas y exponer mis propios cuadros. Eso llamó su atención.
—No sabía que pintabas. ¿Me enseñarías tus obras?
No podía negarme. La llevé al Ateneo y le mostré mis cuadros. Ella los contempló fascinada. Una niña con pieza de cemento en un enjambre de avispas, una mujer llorando en una lámina de cristal que flotaba en el vacío, un ratón asustado de una persona monstruosa con un bate de beisbol...
—¿Qué representan? —preguntó.
—Son pesadillas.
—¿Y los sueños?
—Los sueños no necesitan ser capturados y sometidos, ¿no?
Me empujó contra la pared y me agarró del cuello. Luego, me mordió el labio inferior algo fuerte.
—A mí me gusta someterte.
—¿Me estás llamando sueño?
Me dio un largo beso y me soltó despacio.
—Me gustaría ver algo que no dé miedo.
Pensé en enseñarle el cuadro que tenía a medio terminar bajo una sábana vieja que lo protegía de miradas indiscretas. Quería enseñárselo, pero me daba vergüenza. Así que no dije nada y regresamos a casa.
***
Marta no se fue, se quedó conmigo pese a que yo estaba estudiando. Incluso me dio su punto de vista en parte del trabajo y luego cenamos juntas, acurrucadas en el sofá. Me sentí mal de nuevo, porque llegaba la hora de la pastilla y eso me recordaba lo que llevaba todo el día tratando de olvidar. Con ella al lado era fácil, pero en cuanto se apartaba las dudas regresaban a mí, el miedo y el a acariciar mi cuerpo intentando recordar que era mío. Cada vez que entraba en crisis, hacíamos el amor, como una especie de reclamo o manifestación. Porque no pensaba dejar que me arrebatasen eso. Yo era dueña de mi cuerpo, o Marta, pero con mi permiso.
Luego, al atardecer, me derrumbé de nuevo. Marta se sentó a mi espalda y me masajeó.
—Deberías relajarte.
—¿Cómo? Yo aquí, encerrada, y ellos como si nada... Y con mi móvil.
—No debes preocuparte por ellos.
Justo en ese instante llamaron a la puerta. Me asomé por la mirilla. En el rellano, había una pareja de policías.
—Qué raro —mencioné.
Marta puso la mano sobre la puerta, impidiendo que abriera.
—¿Irati Núñez?
—¡Voy! —contesté.
Entonces sucedió algo extraño.
Marta me besó en los labios, un beso con sabor a licor del olvido. Me miró a los ojos y me dijo:
—Vas a estar bien.
Yo estaba confundida, pero los golpes de la puerta se hicieron más sonoros y los policías amenazaron con echar la puerta abajo.
—¡Voy! —grité de nuevo.
Le pedí que esperara ahí mientras hablaba con la policía y le di la espalda sin esperar a ver cómo reaccionaba.
Abrí nerviosa, algo sudada y cerrándome la bata con la mano.
—No estaba vestida —me disculpé—. ¿Qué sucede?
—Tenemos que hacerte algunas preguntas. ¿Dónde estuviste ayer?
—Aquí, no salí de casa más que para ir al hospital.
Entonces me pidieron los papeles del médico y yo se los di, no podía negarme.
Dijeron algo de una cuartada, me preguntaron por la cena, por la denuncia que puse, por Marta y no sé qué otras cosas. Yo no sabía qué contestar, entré en pánico, pero no dije nada. Al final, recibieron un aviso urgente, me dieron una tarjeta y se fueron.
—¡Ya se han ido! —grité con alivio.
Marta no contestó. Había huido. No sabía cómo. Me asomé por el balcón a tiempo de verla alejarse en la moto y me sentí triste y abandonada.
Sin ninguna gana recogí los restos de la cena, tomé una mantita polar y me acurruqué en el sofá, que aún olía a vainilla. Me dormí así.
Cuando desperté revisé el email por si me hubiera escrito y también busqué su nombre en Google. No encontré nada.
Sin poder concentrarme, fui al Ateneo, saqué el cuadro que tenía a medias y pinté en él mi último sueño. No me puse la bata, por lo que mi ropa se ensució de pintura.
Regresé agotada y llorosa. ¿Por qué me había dejado? Me desvestí apenas entré en casa, evitando mirar aquellos rincones en que me hizo suya. Luego, metí mis prendas en la lavadora... y encontré en el tambor el vestido de Marta. Estaba empapado, pues en todo ese tiempo no lo puse a secar. Tampoco se había lavado bien, pues en el quedaban manchas de lo que me pareció sangre.
Mareada, me dejé caer sobre la cama y revisé las noticias una vez más. En esta ocasión, hallé respuestas tan pronto como tecleé el nombre de su empresa: varios cadáveres habían aparecido en el interior de los maniquíes que vendía, entre ellos, los de los compañeros que me atacaron.
Al día siguiente fui al Ateneo, rehaciendo el camino que hice el día antes. Me sitúe frente al cuadro oculto y lo destapé. Era mi mejor obra, sin duda: Marta lucía angelical, rodeada de maniquíes y la sangre que se apreciaba creaba un contraste artístico que ponía los pelos de punta. Me hubiera gustado enseñárselo. Ella hizo el arte, yo lo plasmé. Hubiéramos formado un gran equipo.
De pronto, descubrí tras el lienzo algo que antes no estaba. Un sobre.
«A veces las pesadillas pueden convertirse en sueños», ponía. También hallé un cheque y las escrituras de una galería de arte en la que prometía reunirse conmigo.
Nos aguardaba un futuro prometedor.
Nota de autora:
Este relato llevaba siglos en mi ordenados, ni recordaba haberlo escrito hasta que di con él. Si lo has leído, me encantaría saber qué te ha parecido.
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