
principio y ¿fin?
Christian miraba el reloj deseando que por fin terminará la reunión con los Huang, pero para su sorpresa resultaron más controladores y precavidos de lo que él llegaría a ser en su vida.
Mientras su socia, Ross, que es más cordial y sociable afinaba los detalles y solo miraba a Christian ocasionalmente para pedirle el visto bueno en ciertas clausulas de su contrato, Christian bebía de su copa y paseaba la comida de un lado al otro sobre el plato.
Para él era raro sentirse tan incómodo.
En otras circunstancias, él estaría como un pez en el agua. Las reuniones de negocios donde se manejan estadísticas, cifras, y muchas propuestas para mejorar el desempeño de cualquier tipo de empresa que tenga aparentemente los días contados son su elemento. Lo que él más disfruta. Y en esa ocasión, solo deseaba que terminara de una vez la reunión para irse a descansar. Apenas era miércoles y anhelaba una buena noche de sueño.
-Estamos de acuerdo entonces. Gracias, señor y señorita Huang- Ross pronuncia con un mal disimulado tono triunfal.
Esas palabras sacan a Christian de sus pensamientos sobre noches de insomnio y la interminable noche contando ovejas que le esperaría de no conciliar el sueño.
-Excelente. Estamos deseosos de que visiten Taiwan- responde el señor Huang mientras se incorpora en la silla y le tiende la mano a Ross-. Les esperaremos este sábado para mostrarles las instalaciones.
Christian se incorpora con rapidez de la silla imitando al señor Huang y estrecha su mano y después la mano de la señorita Huang.
-Será un placer- responde Christian, con ligera culpabilidad por su distracción y aliviado por finalmente cerrar ese trato.
Los señores Huang llevaban meses postergando el cierre de esa sociedad. Deseaban un rendimiento que no solo les conviniera al momento, sino que también les convenciera de que era lo correcto para sus ambiciones personales. Deseaban expandirse, y tras 5 meses de videollamadas y conferencias, decidieron que el trato cara a cara con su candidato: Christian Grey; era inminente.
Christian, por el contrario, se mantuvo ecuánime y sereno, hasta que comenzó a desesperar por las evasivas y continuas reservas, aún cuando ellos fueron los que le ofrecieron el convenio de sociedad para su expansión. Supo mantener su temperamento a raya, pero le parecía extraño, más cuando desde hacía también meses, estaba fastidiado, aunque no sabía ni porque.
Solo deseaba que su vida saliera un poco de su rutina, aunque claro, eso no lo sabía.
... Aún.
°°°
Anastasia miraba con nostalgia a través de la vidriera del Bunker Club mientras ajenos a su actitud, Kate, Ethan y Jose bebían y conversaban sobre lo divertido y diferente que les resultaba la vida en Seattle. Los tres conversaban sobre las espectativas sobre la nueva etapa que comenzaban y Ana solo sostenía su copa.
Desde que comenzó la velada estaba más distraída de lo normal, pero al parecer sus amigos no lo notaban, o no les importaba.
Ella, solo veía a las parejas que paseaban por las aceras tomadas de la mano, se daban ligeras caricias y coqueteos llenos de cariño y sentía una ligera punzada de envidia, que se mezclaba con la envidia que sentía al ver tan animados y contentos a sus amigos; contrarios a ella, que no sabía que esperar y estaba preocupada.
Por primera vez se planteaba y se hacía miles de ideas en la cabeza. Y ninguna era lo que ella esperaba.
Apenas tenía tres días de comenzar ella sus prácticas en la editorial Grey Publishing (anteriormente llamada Seattle Independent Publishing) y aunque le gustaba mucho el plan de trabajo y el entorno laboral, no podía imaginar lo que le esperaba en el futuro.
Eso para ella era lo más raro de todo.
Ella está más que acostumbrada a vivir un día a la vez. Los planes no fueron nunca lo suyo. Siempre buscaba que la vida le sorprendiera, deseando que fuera agradable, pero desde su llegada a Seattle, estaba más extraña de lo habitual.
Aburrida de no tener ganas de hacer lo que acostumbraba antes de su graduación, se levanta de la silla y Kate, que sentada a su lado lo notó, la sostuvo del brazo.
-¿Pasa algo, Ana? Apenas has tocado tu copa.
-No sé... Iré a caminar... Conocer Seattle y su vida nocturna- le responde Anastasia, deseosa de salir y estar sola.
-¿Voy contigo?
-No es necesario. Disfruten la noche, nada más no te emborraches ni pretendas irte a ligar, apenas es mitad de semana y te toca ir a trabajar...
-Vale, nos vemos en la mañana.
-Vale, hasta mañana.
Jose y Ethan no le dieron la mayor importancia, ya que sostenían una amena conversación sobre béisbol y solo la despidieron con un gesto distraído de mano.
Comenzaba a caminar sin rumbo fijo mientras se acomodaba su blazer y sacaba del bolsillo de su pantalón su celular para buscar en la aplicación de los mapas algún lugar que le llame la atención y estuviera abierto.
°°°
Christian salía del restaurante acomodando las solapas de su abrigo y miraba distraído el cielo, tapizado de nubes, que auguraban una tormenta que iba como anillo al dedo con su estado de ánimo. Le pidió a su chófer que llevara a su vicepresidenta, Ross a casa. Había sido un día productivo, y deseaba relajarse un poco.
Taylor, con recelo le obedeció y se fue con dirección a la 4a avenida a dejar a Ross.
Caminaba y trataba de recordar sobre la última vez que dejó que la lluvia lo empapara de pies a cabeza, y con cierto remordimiento, reconoció que nunca lo había hecho. Al contrario de sus hermanos, él siempre fue más reservado y sosegado, hasta que llegó a la adolescencia y su vida se convirtió en un desmadre.
°°°
Anastasia llegó al mirador del muelle 16 y miraba como entre las nubes se ocultaba el sol y daban paso a la posible tormenta que se avecinaba. Al sentir sobre su cara la primera gota de lluvia, sonrió y se alegraba de que probablemente eso era lo que extrañaba: mojarse bajo la lluvia.
Los pies de Christian, ahora cansados por todo el día usar zapatos, lo habían llevado hasta el mirador del muelle 16, y arrepentido de dejar que Taylor se hiciera cargo de llevar a a Ross a casa, sentía la lluvia caer sobre su cabello cobrizo y alborotado.
A lo lejos miró a una chica que se daba la espalda sobre la barandilla y levantaba la cara para sentir las gotas intermitentes que caían sobre su cara y cerraba los ojos para por fin, sentir algo de paz después del desasosiego que lleva sintiendo desde que llegó a Seattle.
Se acercó a ella y sin ningún protocolo de por medio le espetó malhumorado:
-¿Porque se está mojando así? Pescará un resfriado.
Ella abre los ojos, pero no voltea a mirarlo. Sonríe y pone los ojos en blanco, para disgusto de él.
-Me gusta mojarme bajo la lluvia. Mejor dígame porque si le disgusta, está aquí, conversando conmigo. Vaya a buscar refugio, llame a un Didi, o un Uber, o consigue un paraguas.
Eso no lo había pensado, vaya que está distraído. Pero se sorprende al girar la vista al otro lado de la acera y encontrar una tienda en la que seguramente encontrará todo aquello que le dijo la chica.
-Buena puntualización- masculla entre dientes y continúa mirando a la chica, que ahora ya está cañada por la lluvia, al igual que él.
Deja de gruñir por un momento para verla con más atención y nota con agrado que es una joven muy bonita.
Mira sus finos rasgos, la palidez de su piel, sus ojos azules, casi cristalinos y su cabello castaño y liso.
Ella baja la cabeza al notar que el sujeto que interrumpió su momento de paz sigue ahí, y la está mirando muy intensamente. Ella lo imita y se da cuenta de que es un hombre muy atractivo, y que lo ha visto en algún lugar...
¡Es el dueño de la editorial en la que ella acaba de entrar a hacer sus prácticas!
No puede disimular su sorpresa y más aún su ensimismamiento.
Si. Ya notó que es más atractivo y que las fotos aunque sean buenas, no le hacen justicia.
Sus ojos se ven grises, muy intensos, su piel, clara y sin imperfecciones y la barba de dos días que crece en su cara le dan un aire más atractivo y enigmático que en en cualquier foto que circulará de él.
-¡Wow! Si es nada menos que Christian Grey...- le dice tratando de disimular y da un ligero silbido.
-Para servirle - masculla fastidiado al ver que ella lo miraba como muchas de las mujeres que lo rodeaban en su vida.
Solo es una cara bonita, nena. Resoplaba internamente Christian y le tendía la mano a la vez que preguntaba.
-... Y ¿usted es?
-Anastasia Steele- respondía Ana con una seguridad que no sabía que tenía y le estrechó la mano.
Sus pieles, al entrar en contacto sintieron un estremecimiento que los hizo mirarse a los ojos, y fue como si en ese instante se miran más allá de sus rostros.
Ana sintió vergüenza y temor.
Christian se sintió expuesto y avergonzado.
Parecía que ese momento hizo que el tiempo se detuviera y que solo dos segundos se convirtieran en una vida entera.
Al darse cuenta con ligera incomodidad se soltaron y disimularon su asombro por esa sensación, que era obvio que los dos experimentaron y jamás antes lo habían hecho.
Fue aterrador.
Ana trató de sacar plática y recordó lo mucho que pareció desagradarle el verla calada por la lluvia. Y de ahí se agarró para evitar salir corriendo como una loca.
-Ya usted está empapado, jefe. Debería tomar un taxi, o llamar a su chófer... De menos conseguir un paraguas.
-Ea. Da igual. Nunca me había empapado con la lluvia.
-Es broma, ¿verdad?
-No. Nunca lo hice. Pero ahora que lo estoy haciendo, solo temo resfriarme- responde Christian malhumorado ante la espectativa de pasar la noche con insomnio además de cuerpo cortado y se deprime instantáneamente.
-Es divertido, o relajante...
-¡Uy sí! Una barbaridad- replica incómodo.
-Si no disfruta de los pequeños detalles, si, claro que será molesto. Pero si lo disfruta, verá que se podría divertir- le dice Ana con una enorme sonrisa en la cara.
Al verla, no puede evitar sonreírle también con timidez, gesto que a Ana le llega al alma, sintiéndose complacida de arrancarle una sonrisa y no puede evitar sonrojarse; pero, al contrario de otras veces, no agacha la cabeza con timidez ni se contiene.
-Por aquí hay una excelente cafetería, ¿Le invito un café?- propone Christian.
Ana parece pensativa y quiere romper el hielo, pero no sabe cómo, al notar que la tormenta no arrecia y solo es una llovizna, se propone disfrutarla y hacer que al estirado y frío hombre que ahora la acompaña la disfrute también.
-¡No! Mejor caminemos por ahí. No conozco Seattle y quien mejor que usted para que me muestre lo que tiene por ofrecer.
Christian pensó en las posibilidades y aún era una hora aceptable para que dieran una vuelta, y al asumir que para su bella y joven acompañante no era un problema el clima, aceptó.
Era un soplo de aire fresco su espontaneidad y le ofrece su brazo, cubierto con la empapada manga de su abrigo.
-Será un placer, señorita...
-Steele, pero puedes llamarme Ana- le responde aceptando su caballeroso gesto y se deja guiar por el mirador.
Caminan ellos tranquilos y disfrutando de la llovizna, cómodos con el silencio y miran los escaparates, los pocos ambulantes que aún laboran sobre Pike Market y Christian trata de analizarla en base a sus gestos y miradas al entorno.
Ella fascinada le señala las cosas que parecen agradarle y se suelta del agarre de Christian para correr hacia un pequeño local de libros y revistas.
Toma del estante un volumen de El Rey Lear y lo hojea emocionada. Christian sonríe satisfecho de lo que está aprendiendo de ella.
Por lo visto le encanta leer...
Y disfruta con la misma emoción que él la solidez de un libro, y más si es un clásico de la literatura universal.
Él, deseoso de complacerla saca su cartera del bolsillo del pantalón y le tiende al vendedor un billete de 50 dólares por el libro. El comerciante lo acepta complacido de no regatear en el precio y le ofrece una bolsa de plástico para cubrir el libro de la llovizna que parece no cesar.
Anastasia entre cohibida y contenta le acepta el libro y lo acuna entre sus brazos y continúa su recorrido.
-¡Gracias jefe! Hace años leí este libro en el instituto y me me encantó.
-¿No lo tienes?- Christian le preguntó realmente molesto.
-No, era un volumen que me prestaron en la biblioteca del instituto... Pero me gustó mucho. Gracias.
-Vaya... Es una pena. Pero me da gusto complacerte.
Ella sorprendida de aceptar el regalo que Christian le había hecho tan desinteresadamente, disfrutó la sensación de ser consentida y volvió a entrelazar su brazo con el de él en un gesto completamente natural. Cómo si llevarán una vida saliendo a caminar bajo la lluvia y si se conocieran desde hace mucho tiempo.
Christian también disfrutó que Ana en ningún momento rechazó su detalle, o se volvió loca, cómo otras mujeres...
Sacó ese sombrío pensamiento de su cabeza y se dejó inundar de la calidez de Ana, que también estaba saliendo de su zona de confort y disfrutaba el paseo y la compañía.
Se detuvieron durante un momento frente a un pequeño local de música y Christian con nostalgia vió un vinilo de Frank Sinatra. Anastasia también lo notó y se adelantó a la dependienta que atendía el local, pidió el disco y para que lo escucharán lo ponchó en el tocadiscos que tenía tras ella. En ese momento sonaba el suave compaz de la orquesta tocando Witchcraft. Una favorita de sus padres, y de Anastasia también.
Christian se deja llevar por la suave voz de Frank Sinatra al pasado y recuerda con cierta felicidad y nostalgia como en una de sus tantas noches de insomnio bajaba de la habitación que tenía en el ático de la casa de sus padres por un vaso de leche tibia y sin querer descubrió a sus padres en una de las veladas románticas que se hacían el uno al otro a escondidas de sus hijos y bailaban por el salón de su casa ésa canción. Y dentro del caos que reinaba en su mente durante aquellos duros años, deseó tener algo tan bello como lo que tenían sus padres.
Vuelve al presente cuando Anastasia tira de su mano y le pide con una mirada suplicante que bailen.
Pa te a ella también era algo nuevo, pero lo estaba disfrutando.
Él sin pensar, la estrechó entre sus brazos y comenzó a bailar con ella en el interior de la tienda. El mundo se cerró a su alrededor y solo estaban ellos y la voz de Frank Sinatra cantándo. Daban vueltas, se estrechaban y soltaban por la guía de Christian que era para asombro de Ana un bailarín formidable de foxtrot y ella se dejaba llevar de forma natural.
Al terminar la pieza se miraron asombrados de lo bien que bailaron y notaron en sus ojos una chispa que nunca habían sentido.
Salieron de su burbuja cuando escucharon los aplausos de los demás clientes y espectadores de su baile en la tienda y eso los hizo sonrojarse.
Salieron de la tienda entre ovaciones y gritos de admiración por lo bonito que fue ese momento y Christian se continuaba sorprendiendo por lo diferente que estaba siendo esa noche para él y lo mucho que disfrutaba la compañía de Anastasia.
Llegaron a un parque y decidieron tomarse un respiro sentándose en la balaustrada del puente que cruzaba un pequeño arroyo, ahora con un caudal considerable con la lluvia.
-¡Niña, me estás haciendo cuestionarme mi juicio!- exclama Christian con un fingido tono de reproche mirando a Anastasia.
Ella se asoma por encima del hombro a mirar el arroyo y sonríe al escucharlo.
-No te preocupes... También yo estoy cuestionándome- responde y suelta una carcajada al recordar la cara de Christian mientras les aplaudían en la tienda de discos.
De nuevo se queda absorto y perdido en la profundidad de sus ojos azules y sin pensar le suelta:
-¡Eres preciosa, Anastasia!
Ella lo mira como si fuera una clase nueva de loco y sonríe con timidez ante el cumplido que le ha hecho Christian.
-Gra... Gracias...
-No se merecen. Es la verdad. Y me estoy divirtiendo mucho contigo
-¿De verdad?
-¡Sí! Para serte honesto nunca había hecho nada de lo que estoy haciendo hoy contigo - le confiesa sinceramente.
-¿Mojarme bajo la lluvia? ¿Bailar en medio de una tienda? ¿Darle un obsequio a una chica solo por gusto? Si... Son cosas que jamás había hecho.
-Con excepción de mojarme bajo la lluvia, yo tampoco había hecho esas cosas...- le responde Ana complacida de saberse una buena compañía.
-Vaya... Es bueno saberlo.
-Para un hombre de mundo, cómo seguramente lo eres, me imagino que es algo muy diferente.
-Algo... No siempre fuí lo que ves ahora.
-Lo sé... Quién no sabe tu historia...
-No te creas todo lo que se lee en los tabloides.
-Para nada. Pero se saben cosas.
Recordando que varias ocasiones durante su paseo le llamó "jefe" no se contuvo y le preguntó.
-¿Porqué me has llamado jefe?
-Porque lo eres. Yo soy la empleada de un empleado, de un empleado tuyo...
-Debería saber quién eres, pero no logro ubicarte - le responde Christian pensativo.
Tiene mucha gente bajo su mando, pero los podría reconocer a todos si los vuelve a ver, además de recordar sus nombres, pero a ésta chica, que sin duda lo ha sorprendido, no logra recordarla.
Ella al verlo tan pensativo le aclara para que no se vuele la cabeza por no recordarla.
-Descuida, no tendrías porque recordarme aún. Apenas comencé a trabajar el lunes. Normal...
-¿De verdad?
-Si. Trabajo en Grey Publishing, soy asistente de editor de ficción.
-Ah... Menos mal. Hace meses adquirí esa editorial, aún no recuerdo a todo el personal, apenas los estoy conociendo.
-Le imagino. Para ti también es nuevo.
-Si, me dedico a diferentes cosas, y la editorial es un negocio que no me había planteado hasta no hace mucho.
Ella miraba la lluvia y recordaba breves instantes de esa velada. Estaba fascinada con la actitud relajada que Christian mostraba con ella, completamente opuesta a la rigidez y seriedad que muestra en público. Y aunque tal vez no lo vuelva a ver por lo ocupado que él está al ser un empresario, está feliz de ser ella quien tenga ahora algo de su tiempo y lo disfruten cómodamente.
Pensó en como ella lo tomaba del brazo y él la acercaba más a ella.
Se estremeció por el frío que comenzaba a calar su cuerpo por la lluvia y Christian lo notó. Se bajaron de la balaustrada y continuaron cruzando el puente, pero él, preocupado por su palidez la acercó a su cuerpo y deseó darle aunque sea un poco de calor. Él también estaba completamente calado por la lluvia y difícilmente se podrían reconfortar.
Ana aceptó ese gesto y se dejó refugiar bajo su abrazo. Se detuvieron en mitad del puente y no pudieron evitar mirarse a los ojos.
Gris contra azul.
De nuevo se perdían.
... o se encontraban.
Muy lentamente se acercaron el uno al otro y sin pensar, solo dejándose llevar, se besaron.
Suave.
Lento.
Tierno.
Ana abrió ligeramente sus labios y Christian se dió paso a su interior con su lengua lentamente. Como si estuviera esperando ser invitado y ella aceptara.
Dejaron de sentir frío y se dejaron llenar del calor que sentían el uno por el otro.
Christian rodeó la cintura de Ana con su otro brazo y la estrechó en su pecho mientras ella subía las manos por su brazos y llegaba hasta su cabello, que acariciaba y tiraba con delicadeza, y Christian disfrutaba de aquello tan íntimo que estaba experimentando, y solo con ella.
Ana, en toda su inocencia y su valentía, se dejó envolver por la sensualidad que imprimía Christian en cada roce de sus labios y ella le entregaba lo que sea que él quisiera de ella.
Se apartaron con la misma calma, emitiendo un silencioso jadeo de satisfacción y juntaron sus frentes.
Anastasia no se asustó, pero deseaba que aquello se volviera a repetir, pero manteniendo sus ansias a raya, se limitó a tocarle las mejillas.
Christian en ese momento se dió cuenta de que ella lo había tocado, rompió todas las barreras que él había construido a su alrededor. Las derrumbó como un castillo de naipes ante un suave soplo.
La miraba y deseó que esa noche no terminará. Deseaba hacerla suya y por primera vez, dejarse llevar.
Ana, extrañamente sentía lo mismo. Y sin más se tomaron de las manos, sonrieron y ambos se dejaron llevar.
-Ana... Yo... Es... Yo quiero...- balbuceaba nervioso y tímido.
-Y yo también - Ana lo interrumpió y posó sus labios sobre los suyos en un beso casto, pero cargado de promesas.
-¿De verdad?- se apartó para mirarla.
-Sí... De verdad - le devolvió la mirada a través de sus pestañas.
Él deseoso y eufórico por el momento que vivía con ella, la tomó con fuerza de su mano y la guió sin más palabras a su hogar.
Nada más entrar al cubículo del ascensor, de nuevo se besaron con más deseo y ansiedad, cómo dos amantes que se reencontraran tras una larga ausencia y al llegar al departamento de Christian, son apartarse el uno del otro, entraron y se desprendían de sus prendas ahora escurriendo de agua.
Al sentir el calor del entorno se reconfortaron tras un breve escalofrío y llegaron hasta la ducha sin más que sus jeans y la blusa de Ana y el traje estropeado de Christian.
Se metieron y tras manotear hacía una pared, Christian abrió la llave de la regadera. Sintieron sobre sus cuerpos una lluvia incesante de agua caliente y sin dejar de besarse se conocieron en un nivel nuevo de intimidad.
Se tocaban, se besaban, se estimulaban el uno al otro llenos de deseo por el otro. Christian se obligó a apartarse de ella para tomar la esponja y gel de baño y se los tendió.
Ella, dejando su inexperiencia a un lado las tomó y tras mojar la esponja y aplicar algo de gel, comenzó a frotar su cuerpo.
Ana notó que cuando descendió al torso de Christian, el se tensó y tomo una profunda bocanada de aire. Miró sobre su pecho y vió siete marcas que por experiencia propia dedujo que no eran cicatrices de varicela.
No queriendo estropear ese momento, con delicadeza y un amor que jamás había sentido, y una enorme compasión le frotó con cuidado el pecho, lo hizo volverse y para su consternación encontró otras ocho marcas en su espalda, y tras tragar saliva, también lo lavó, y mientras caía el agua aclarando la espuma del cuerpo de Christian, dejaba sobre cada marca un beso que a él le calaba en lo más profundo del alma.
Por ese momento, Christian sintió que Ana no solo lavaba su cuerpo, sino también sus pecados, que dejó ir sin temor al correr el agua.
Al volverse a tener de frente, Christian sintiéndose pletórico por no haber sucumbido ante sus demonios frente a Ana, le pidió la esponja con un mudo gesto y ella los tomó. Tras aclararla, él la frotó con el mismo cuidado y cariño que ella hizo con él.
Ana, invadida de una audacia desconocida para ella, se entregaba a sus atenciones y se dejó recorrer el cuerpo primero con la esponja y después con las manos de Christian.
Al terminar, mirándose a los ojos, Christian cerró la regadera y Ana lo miraba intrigada y deseosa por qué el Adonis que tenía frente a ella la volviera a tocar. Christian se volvió un instante para tomar una toalla de un estante y la extendió para envolverla.
Ella se acercó a él y a continuación Christian tomó otra toalla para sin cubrir su desnudez ofrecerle que lo vuelva a tocar. Ella comprendió lo que quiso decir y con una delicadeza infinita recorrió con la toalla cada parte de su cuerpo y no se detuvo hasta que quedaron los dos completamente secos.
Christian le daba vuelta a Ana y con cariño secaba el exceso de humedad del cabello de Ana. De pronto se miraron a través del espejo y Christian susurró como una caricia:
-Déjame amarte, Anastasia.
-Hazlo.
Se giró y Christian le quitó la toalla que envolvía el cuerpo de Anastasia, quedando desnudos. Ana posó suavemente sus manos sobre el pecho de Christian, la envolvió entre sus brazos y se fundieron en un beso cargado de pasión.
°°°
Christian despertó tras los primeros pitidos de la alarma que sonaba sobre su mesa de noche. La apagó de un manotazo y dejaba que el sol entrara por un hueco de la cortina y le inundara con su luz.
Manoteo hacía el otro lado de la cama y vió que estaba vacío.
Alarmado recordó lo que había vivido por una noche a lado de Anastasia, deseando que no haya sido un sueño.
Abrió los ojos y sonrió contento al ver sobre la mesa de noche una bolsa y la reconoció. Era la bolsa en la que el vendedor de Pike Market le cubrió a El Rey Lear.
-Anastasia Steele, te encontraré...
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