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Navidad Argentina

24 de diciembre, 2024.

Virrey del Pino, La Matanza, Buenos Aires.

13:25am

   Hoy día, la gente está amontonada en las góndolas de los chinos y supermercados, comprando a montones cosas como pan dulces, budín marmolado, el normal, juguetes, garrapiñadas, mantecoles, etc., como si fuera la tercer venida de Cristo. El clima era algo caluroso, era verano después de todo. Es Noche Buena y hoy se brinda. A veces me sorprende lo comprometida que están las personas por celebrar, una vez más, en esta fecha, y más con lo caro que está todo en estos días.

   Ahora, mis viejos me amenazaron de muerte para ir a comprar con mis hermanos las cosas para la noche, yo aburrida como siempre, mientras que mi hermano menor estaba corriendo de un lado a otro como si se hubiera clavado 20 kilos de azúcar, y el mayor intentaba controlarlo.

   Los ignoré como siempre, no soy de esas personas locas por celebrar estas fiestas, pero tengo qué, mi familia es muy intensa con este tema, siempre poniendo el arbolito el 8 como cada año, renovando las lluvias, los adornos de ángeles, la estrella o las luces con la típica melodía de distintos villancicos (no sé cómo se escribe).

   Había un pasillo de góndolas en el chino en el que estábamos con algo increíble, sarcásticamente hablando, un globo de Papá Noel, inflable o como le digan, parado al final del mismo con un cartel que decía "¡Felices fiestas!". Estuve mirándolo con aburrimiento un rato, y unos pendejitos se le acercaron a sacarse fotos y esas boludeces que hacen los nenes chiquitos.

   — ¡Evelyn! —gritó mi hermano Martín en mi oreja, con toda la potencia que su voz pudo ofrecerle.

   — ¡¿Qué?! —exclamé alzando la voz.

   — Dejá de acosar a Papá Noel y andá a buscar la sidra de Minions que yo tengo que ir a buscar a Benja en el pasillo del fondo —dijo en un tono rápido, empujándome al pasillo de las sidras para chicos y después se fue corriendo a buscar a Benja, mi hermanito menor.

   Rodé los ojos, algo fastidiada, el exceso de sánguches de miga va a provocarme una sobredosis y ganas de apuñalar a Martín. Siempre era un rompepelotas de la gran flauta, ni mi vieja lo soporta ya. Siempre creyéndose el mandamás por ser el primo de Genito (primogénito para el que no entendió).

   Siendo sincera, no sé como mis papás o mis hermanos están tan emocionados por estas fechas si el mismo día de hace cinco años falleció la abuela Tránsito, en aquel año no festejé, y tenía planeado tampoco festejarla en este. Las decoraciones navideñas del chino y esa música rítmica de Luck Ra no ayudaban a que quisiera hacerlo. ¿Acaso no se cansan?

   Agarré la botella de sidra para chicos con el dibujo de los Minions y la puse en el changuito de compras, que antes tenía Martín y que dejó al lado mío para poner lo que me mandó, suspiré pesadamente con un pequeño dolor en la garganta y empujé el changuito, buscando a mis hermanos con la mirada.

   Benja llegó corriendo, y trató de subirse al asiento que tenía el changuito para los nenes chiquitos. Martín vino atrás suyo y lo subió, después empujo él el cosito ese. De reojo vi unos globos de cantoya amarillos y me dio cierta nostalgia, con mi abuela prendiamos uno cada año y lo dejabamos volar en libertad. A ella también le fascinaba la navidad y noche buena, y siempre era la primera en preparar la mesa dulce con cosas caseras.

   Le gustaba mucho cocinar, incluso me enseñó a hacer galletitas de chocolate, que rara vez hago. Agarré algunos de los globos de cantoya y los puse en el changuito sin esperar a que Martín me diera permiso, una idea se me había cruzado por la cabeza.

   Después de gastar la increíble cantidad de 25 mil pesos en esas boludeces fuimos a comprar algunos cohetes y petardos, ya saben, para que los exploten después de las doce y eso. Mientras comía unos maníes bañados en chocolate iba mirando a los vecinos con sus luces navideñas, algunos tenían lluvias decorando las ventanas de sus casas, o colgando de los techos. Era algo bastante bonito de ver, pero sería mejor en la noche, con todas las luces de colores brillantes.

   Nos la pasamos en la calle todo la tarde, a mí me tocó llevar un bolso repleto de cosas y pesaba una banda, más por todas esas migas que encargó mamá y que tuvimos que retirar. Martín la tenía un poco más difícil, él tenía que llevar a Benja y controlarlo, además de una mochila que no sé que contenía. Ahora estabamos volviendo a casa, caminando porque estaba cerca.

   Cuando llegamos, nos llegó el olor al pan dulce, y lo primero que hice fue agarrar los globos de cantoya y llevarlos a mi pieza, saludando vagamente con un "Ya vinimos" a mis papás. Me encerré en la pieza y dejé los globos de cantoya en la mesa que tenía y me tiré en mi cama, mirando al techo.

   Pude ver algunos dibujos que había hecho a los 8-9 años con ayuda de mi abue, que me trajo una escalera con la que me puse a dibujar ponys de colores como en My Little Pony. Me puse boca abajo con mi cara contra la almohada, aferrándome a ella con fuerza. Ahora con 15 años sigo sufriendo en silencio.

   Sin mi abuela estaba completamente sola, todas las navidades que pasé sin ella son un tortuoso recordatorio de que ya no la volveré a ver. De que ya no tengo con quien desahogarme. Con quien hablar... Eso sólo me estrujaba el corazón, y me hacía cuestionar si realmente merecía la pena seguir viviendo.

   Sin darme cuenta, ya había empezado a llorar de la impotencia y el sentimiento de soledad que venía reprimiendo desde que se fue. Escuché el ruido de la puerta al abrirse, pero no le di bola y seguí con lo mío.

   — ¿Estás bien, princesita? —reconocí esa voz de inmediato, pero no despegué mi cara de la almohada. Hasta que sentí que quien entró se sentó al lado mío—. Todavía extrañas a la abuela, ¿no?

   Me quedé callada unos segundos, para después levantar la cabeza y darme la vuelta para ver a mi mamá. Asentí timidamente. Me abrazó para consolarme, le correspondí, supongo que lo necesitaba después de todo.

   — Tranquila, hija. Mirá, vos pensá que la abuela ahora está en el cielo con el abuelo y los perritos, seguro que están jugando y divirtiéndose. No creo que ninguno quiera verte triste —mi mamá intentaba consolarme, mientras me acariciaba el pelo.

   — Ya sé, ma. Pero igual... —Dije aferrándome a ella con fuerza.

   Mi mamá se quedó en silencio, y después soltó la sopa.

   — Tengo una idea, cariño. ¿Querés que hagamos un budín con la receta de la abuela? —preguntó algo animada, todavía acariciándome el pelo.

   — Sí... Por favor —respondí, separándome del abrazo y secándome las lágrimas.

   Las dos nos fuimos a la cocina, aunque todavía tenía la cara algo roja. La poca tranquilidad que había ganado se fue en dos minutos porque Martín vino con sus típicas frases de "Don Comedia".

   — ¿Qué pasó, flaca? ¿Lloraste otra vez? Que maricona. Yo a tu edad me sabía la de agarrar la pala —comentó en tono irónico y me dieron ganas de romperle la jeta con una sartén.

   Para su suerte y la mía, mi hermanito Benja intervino dándole una pata en la pierna y saliendo corriendo para que lo persiguieran, otro momento de paz. Pasamos unos minutos haciendo el budín y, cuando estuvo listo, lo dejamos en la heladera para la medianoche. Estaba un poco mejor, pero todavía algo melancólica.

   Mi mamá, después, empezó a peinarme para la noche, yo me dejaba porque ni idea qué hacer con mi pelo. No tenía ganas de hacer nada, y era relajante sinceramente.

   Unas pocas horas después, como a las 10pm, ya me estaba muriendo de sueño, pero la música a todo lo que da que ponían los vecinos no me dejaba dormir. Estaba aburrida, sentada en una silla, mientras miraba a mi hermano Benja dibujar algo, pero bostecé y cuando miré donde estaba mi hermano él ya había desaparecido. Moví mi cabeza hacia un lado, algo confundida, pero no tardé en pegarme el susto de mi vida cuando reapareció de repente.

   — Hola, Manita —saludó, de repente frente a mí, casi me dio un ataque.

   — Hola, Ben —lo saludé con la mano, recuperándome del susto, no puedo creer que un nene de 5 años sea tan escurridizo.

   Benja me extendió algo envuelto en papel de regalo, con un moñito y tenía una forma de rectángulo. Alcé una ceja y lo miré como esperando a que me dijera algo.

   — Como te veías triste mamá me dijo que te diera tu regalo antes —informó, todavía extendiendo el regamo.

   Algo dudosa lo agarré y lo abrí para ver qué era: resultó ser una foto que había perdido hace mucho tiempo de la última navidad que pasé con mi abuela, estaba toda la familia feliz, incluyéndome. Mi abuela y yo con nuestro excéntrico peinado, pues era maestra de peluquería y siempre me decía que le gustaba mucho peinarme. Aparte, mi abuela hacía ropa de vez en cuando, casi el 90% de toda la ropa de la familia la había hecho ella.

   Esa foto estaba enmarcada y lista para ser apoyada en algún mueble, como en la cómoda de mi pieza. Me puse a ver el marco, viendo cómo estaba decorado. Tenía algunos stickers en los bordes, y por una extraña razón o motivación saqué la foto del marco para ver el reverso, ahí me encontré un mensaje con la letra de mi abuela que decía: "La Navidad siempre fue un recuerdo, nunca una celebración".

   En ese instante, varios recuerdos aparecieron en mi cabeza, principalmente de mi abuela diciendo esa misma frase, en cada Navidad la decía, o la escribía en código morse en las cartas navideñas. Miré a mi hermanito algo conmovida, y él sonrió.

   — Es un regalo de parte de todos nosotros para vos, Manita —confesó Benja, sonriendo de forma tierna.

   Le regresé la sonrisa y lo abracé con fuerza, sentándolo junto a mí.

   — Gracias, Ben —agradecí, separándome del abrazo, para después sonreír ampliamente—. Y como vos me diste mi regalo antes, es justo que yo también te de el tuyo —agregué, para después levantarme e ir a buscar algo a la pieza.

   No me tardé mucho en regresar con una caja envuelta como regalo, mientras mi hermano me miraba confundido y curioso. Me volví a sentar junto a él y le extendí la caja. Había estado ahorrando todo el año la plata que me daban mis papás para el recreo de la escuela para poder comprarle a Benja lo que tanto quería, un cochecito a control remoto. Sí, ya sé, puede que no sea la gran cosa, pero en este país las cosas están carísimas, aparte lo que cuenta es la intención y no el precio.

   A Benja se le iluminaron los ojos en cuanto abrió su regalo, y ambos nos pusimos a jugar por toda la casa, esperando los 43 minutos que faltaban para las doce.

   Una vez faltaron sólo 5 minutos para las doce, ya estabamos los cinco integrantes de la familia en la mesa, teníamos que brindar por la tradición. Benja tenía su copa de plástico color naranja con la sidra para chicos que compramos, yo tenía una de vidrio pero también con sidra para chicos. Mis viejos comenzaron a mirar frenéticamente el reloj cada tanto, esperando con ansias que ya sean las doce.

   Por mientras, yo estaba distraída recordando a mi abuela, ella amaba las fiestas, sobre todo la Noche Buena porque habían más cosas para hacer. Por mi mente pasó un recuerdo más importante para mí, mi abuela mirándome con una sonrisa e incitándome a cantar una canción frente a la familia.

   También me acordé que le hice una canción a mi abuela el mismo año en que falleció, y que la había anotado en mi libreta favorita. Sonreí al acordarme de esa canción, tal vez si la cantaba de vuelta pueda sentirme mejor, o quizás volver a sentir a mi abuela cerca de mí.

   — ¡Evelyn, ya son las doce! —mi papá me sacó de mis pensamientos con un tono de voz ligeramente fuerte e impaciente.

   — ¿Qué? Ah, sí —dije al darme cuenta de lo que pasaba.

   Y así, brindamos y dijimos "Feliz Navidad" y esas cosas que ya se saben, al fin llegó mi oportunidad. Se empezaron a escuchar los cohetes y petardos afuera, estuve unos minutos en la pieza haciendo algo con los globos de cantoya, pero después salí y le di uno a mi mamá, a mi papá, a Benja y al boludo de Martín.

   La mía era más especial, sólo por el simple hecho de que le puse una decoración honrando a mi abuela, un clavel. Las dejamos volar en el cielo, libres como siempre, y sentí como me sacaba un enorme peso de encima, pero todavía no estaba del todo segura.

   Iba a ir a buscar la libreta con la letra de la canción para mi abuela, pero la voz de Martín me detuvo.

   — Evelyn... —me llamó, en un tono de voz normal.

   — ¿Qué? —me di la vuelta para verlo, estaba neutral en ese momento, pero algo nerviosa, igual lo logré ocultar.

   Martín se rascó la nuca, en sus 24 años nunca lo había hecho. Eso me dejó con una creciente intriga, e incliné la cabeza hacia un lado. Suspiró pesadamente y se me acercó.

   — Perdón... En serio —se disculpó, me le quedé mirando tratando de averiguar por qué lo hizo.

   — ¿Por qué lo decís? —cuestioné con los ojos entrecerrados y el ceño ligeramente frucido, expectante.

   — Por todo —dijo Martín—, mamá me mandó a reflexionar sobre mis actos y me di cuenta de que te había hecho la vida imposible a vos y a Benja desde que la abuela ya no está —comenzó a explicar con algo de melancolía en su voz—. Lo cierto es que también me afectó perderla, no sabía cómo sobrellevarlo ni cómo ayudarlos a ustedes a salir adelante. Así que, en serio, perdoname, Eve. Te prometo que a partir de ahora vamos a volver a llevarnos tan bien entre los tres como antes, como cuando éramos chicos. ¿Te acordás cuando tiramos a Vale a la pileta y casi nos mata? —añadió, con una ligera risita.

   La verdad, yo cedí. Se escuchó muy sincera esa disculpa, y recordar la anécdota que mencionó sobre Valeria, la wacha (novia) de Martín, me hizo soltar una pequeña risa. Y después de calmarme le hablé.

   — Está bien, che. No te pongas a llorar, maricón —respondí en tono de broma, el mismo tono de sarcasmo irónico que él solía usar conmigo.

   — Gracias... —dice, sonriendo, y después me abrazó.

   Correspondí el abrazo y nos quedamos así un rato, después nos separamos.

   — ¿Y qué vas a hacer ahora? —cuestionó con curiosidad, hace rato se dio cuenta de que tenía algo en mente.

   Sonreí de forma maliciosa para después responderle.

   — Ya vas a ver —aseguré, y me fui a mi pieza.

   Entré a mi pieza a buscar la libreta, me la pasé un rato, pero después conseguí encontrarla. Estaba por volver a salir, pero primero miré hacia los dibujos del techo y sonreí con nostalgia, hasta que salí y fui a la sala. Tenía un micrófono que me regaló mi abuela en mi cumpleaños número 8, ya que desde siempre adoro cantar. Además, Vale me regaló un teclado (piano eléctrico). Así que, ya tenía todo lo necesario.

   Enchufé el micrófono al parlante y empecé a cantar la canción de mi abuela. Con un ritmo bastante suave que era complementada con los fuegos artificiales del barrio. Mi familia escuchaba con atención, y mi papá me ayudaba con el piano. Mis hermanos encucharon las luces del arbolito y comencé a cantar al mismo ritmo que la música de las luces.

   Cuando terminó la canción, mi familia me aplaudió y fuimos directo a la mesa dulce que no habíamos tocado después del brindis, el primero que llego fue Benja, él se moría de ganas por arrazar con el pan dulce con chispas de chocolate. Mi papá estaba sentado en la mesa, pero se veía algo distraído, así que me acerqué a él.

   — ¿Todo bien, pa? —le pregunté, sentándome al lado suyo.

   — Sí, sólo que, me alegra que ya estés mejor después de lo de tu abuela —explicó, mientras me abrazaba.

   — Gracias, supongo. ¿Vamos a tirar cohetes? >:3 —sugerí en un tono infantil y divertido, señalando a mis hermanos con los cohetes.

   — La pregunta ofende, vamos —dice para después levantarse e irse hacia el patio, siendo seguido por mí, obvis.

   Mamá también estaba ahí, y mientras mi hermano mayor y mis papás tiraban esos cohetes de adultos, yo estaba con Benja tirándonos chasquibunes mútuamente. Los fuegos artificales siguieron y siguieron por lo quedaba de la noche, cada vez eran menos, pero había algún que otro loco que seguía tirando cañitas silvadoras por acá y por allá.

   Ahora me sentía más liviana, más feliz y, sobretodo, más tranquila. Sabía que mi abuela estaría feliz de verme feliz, y sé que desde donde quiera que esté nos va a cuidar a mí, a mis hermanos y a mis padres. Puede que ya no esté en físico, pero su espíritu se mantendrá vivo en nuestros corazones a partir de esta noche, y por el resto de las noches también, ¿por qué no?

   Y recordá esto, querido lector: "La Navidad es siempre un recuerdo, nunca una celebración". ¡Felices fiestas!




   The end and merry christmas!

   Dedicada a mi abuela, Tránsito del Carmen Ríos (10/09/1947-24/12/2024). Q.E.P.D. Te quiero mucho, buta. 💖

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