Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 9

Nino no se detuvo mucho a pensar mientras subía de dos en dos los escalones hasta la puerta de Vivien. Se había contenido durante varios días, las ansias de buscarla habían sido intensas, pero debían darse espacio. No porque ella lo pidiera, quizás era Nino el que lo había necesitado para sentir como su ser clamaba por Vivien y confirmar lo que ya sospechaba. Que no tenía ni un resquicio de dudas de que era la mujer a la que amaba.

Golpeó dos veces, porque no había timbre, sin darse tiempo a vacilar. Tal vez para la mirada ajena no fuera lo correcto ni la mujer apropiada, pero lo que importaba era que a su corazón no le interesaba el pasado de la chica ni la profesión que ejercía. Solo se enfocaba en que palpitaba con locura con tan solo tenerla cerca, en que se la veía desvalida, aunque en su vista brillara una fiereza y un desafío en cuanto alguien le decía que no pertenecía a cierto lugar, y eso lo hacía temblar de la cabeza a los pies. No de miedo, sino de otro sentimiento igual de profundo y permanente.

—¿Qué haces aquí? —cuestionó ella con el ceño fruncido, no obstante, se hizo a un lado para permitirle el paso—. ¡No necesito un príncipe en corcel al rescate de una mujer en apuros! Puedo sola.

Suponía que hacía referencia a que él le había prometido que la ayudaría a librarse de las calles. En cuanto se volteó y posó los ojos sobre ella, sintió una bomba detonarle en el pecho. La había extrañado tanto que no daba lugar a poner en tela de juicio qué clase de sentimiento habitaba en él.

Había anhelado aquellos roces de manos aquí y allá, los acercamientos, sentir el aliento en la mejilla, las miradas dilatadas y los besos, que habían dejado de ser exploratorios para tornarse hambrientos y que habían ido en aumento día tras día. Ni siquiera se detendría a rememorar la última vez que estuvieron juntos, si no quería culminar en los pantalones como un adolescente al leer una Playboy. Ella era el ser más erótico que había conocido. Solo con pestañear lo tenía enrollado del dedo meñique.

Vivien ya se movía con facilidad, sin rastros de la dificultad que había tenido en uno de los tobillos, no obstante, aún mantenía el brazo enyesado. Giovanna le había informado que no la había visitado para quitárselo, sin embargo, Nino temía que se hubiera atendido con otro médico que no fuera su hermana para evitar cualquier encuentro posible. Se alegraba de que no hubiera sido el caso.

Ella dio unos pasos dentro de la habitación y Nino la siguió.

—Te había mencionado esta tendencia al héroe —bromeó en parte—. No es que no me dé cuenta de que te alzas por ti misma, Vivien. Me gustaría que no siguieras sin mí y, si yo puedo ayudarte en ir por el pasaje que tú deseas, ¿por qué no ofrecerte mi mano? Solo tienes que tomarla.

—No necesito romance —espetó como si la palabra le dejara un sabor amargo en la boca.

Él la contempló por unos segundos y masculló algo por lo bajo. Quería gritarle la emoción que le brotaba del interior y que era tarde para no querer romance, porque estaban más allá, en algo pegajoso que los envolvía y de lo que él no quería salir. Un sentimiento que acaparaba lo que encontrara a su paso y conquistaba imperios.

—Los Moratti nos juntamos los domingos a almorzar en el restaurante y estás invitada —mencionó al hacer caso omiso al comentario.

—¿Yo? ¿Por qué? —Le pareció detectar pánico en la voz femenina y se acercó a ella para...

¿Qué? ¿Abrazarla? Anhelaba contarle de la conversación que había tenido con su padre, que él ya estaba al tanto y no la juzgaba, pero conocía la tendencia de ella a retrotraerse ante cualquier amenaza que percibiera.

—Anna quiere verte y mis padres saben que adoraste su comida —mencionó en cambio y se encogió de hombros.

Vivien sacudió la cabeza e inició un andar de un extremo al otro del cuarto, como loba enjaulada. Estaba furiosa y él comprendió que la ponía en una situación que le era incómoda o, quizás, atemorizante. Tan acostumbrada como estaba al rechazo, le era extraño que se la aceptara sin más. Por lo tanto, tomó la decisión de contarle que sus padres ya sabían sobre su oficio y que habían visto muchas cosas en la vida, por lo que el que fuera prostituta no era algo que los escandalizara.

Los ojos de ella se ampliaron y la mandíbula cayó abierta. Notó que quería refutarle las palabras, pero no hallaba la manera.

—Vivien, todo estará bien. Confía en mí —pidió al rozarle los dedos con los suyos.

La descarga eléctrica fue inmediata, como un rayo en medio de una tormenta que le diera de lleno en la coronilla para expandirse por todo él. Pero no era momento de dejarse llevar por el deseo, era tiempo de demostrarle lo que ella significaba para él.

Porque a veces las palabras sobraban y solo los hechos podían dar cuenta de lo que había tras estas.

Para distraerse, se volteó y miró la pantalla de la computadora. Tenía abierto el navegador en la red social de una chica de color.

—¿Quién es Kelsey? —preguntó al leer el nombre de la joven.

Ella tardó en contestar, por lo que él se giró y advirtió la tensión que la invadía.

—Es mi hermana mayor.

No veía una gran similitud entre ambas, Kelsey tenía rasgos femeninos más marcados, en cambio, Vivien tenía un estilo más andrógino.

—Oh, ¿te mantienes en contacto con ella?

Vivien negó con la cabeza.

—No le hablo desde que mis padres me echaron.

Una escena espantosa se le plasmó en la mente y Nino la sacudió para quitársela. Ese era el pasado y no podía modificarlo para ella.

—¿Has tratado de hacerlo? ¿De enviarle un mensaje?

Negó de nuevo y se encogió de hombros como si no le importara, pero Nino percibía que no era así.

—¿Y si no me contesta o me rechaza?

—¿Y si no fuera así? Te perderías una oportunidad de reencontrarte y retomar el vínculo con tu hermana. Detenerse en los «y si» nunca es algo bueno.

—Lo sé. Siempre que me topo con uno, trato de hacerle frente. Yo... lo pensaré.

—Entonces, ¿desafiarás a los «y si» de conocer a mis padres?

Y con esa pregunta la convenció. Descendieron las escaleras y se montaron en el vehículo. La joven refunfuñó a lo largo del trayecto, como si él perpetrara un crimen. Entendía el resquemor de la mujer, hacer conocer una prostituta a sus padres le era inaudito, pero él les presentaría a la mujer a la que amaba, nada más ni nada menos. Además, Vivien vestía como cualquier chica de veintitantos sin nada que delatara a lo que se dedicaba, por lo que también tenía una distorsión acerca de que cada persona con la que se cruzaran la observaría como a un bicho raro.

Con lo poco que conocía de su historia y más la información breve que le acababa de compartir, entendía la situación que había hecho que una muchacha eligiera ese camino para sobrevivir. Se contentó al notar que los huesos ya no le sobresalían del cuerpo como cuando la conoció, había ganado algo de peso y se la veía saludable.

Aunque, el que tuviera algo más de redondeces lo ponía en un aprieto. Al bajarse de la camioneta, los jeans ajustados que ella traía puestos le delimitaron a la perfección la curvatura de los glúteos y, sin importar que estuvieran a punto de encontrarse con su familia, su pene acusó recibo del deseo que lo atravesó.

Ella se refregó las manos y se mantuvo en silencio, como si se preparara para un fusilamiento. Nino quería relajarla con algún comentario tonto, pero también estaba nervioso. En parte, porque la amaba y, por otro lado, aún no había definido nada con ella y ya la presentaba a la familia de manera formal.

El ristorante Moratti sobre la calle Mulberry tenía paredes de ladrillo y ventanales que permitían el ingreso de luz natural. El mobiliario del interior era simple y austero, lo que daba calidez y resultaba acogedor.

Apenas traspasaron la puerta de vidrio, Savina y Ugo se apresuraron a saludar a la joven con un beso en cada mejilla. La sorpresa e incomodidad fue notable en ella. Nino ya sabía que no estaba acostumbrada a las muestras de afecto, y los Moratti reían a viva voz, gesticulaban con énfasis y eran demostrativos por naturaleza.

El abrazo en el que la encerró Savina la dejó estupefacta. No sabía cómo reaccionar. Mantuvo los brazos colgados a lo largo del cuerpo, inexistentes como en esas estatuas griegas.

—Querida, estamos encantados de tenerte con nosotros.

Vivien desvió la mirada hacia Nino, en busca de alguna explicación. Él le sonrió y se encogió de hombros con inocencia, pero ella tenía tanta experiencia con embusteros que se percataba cuando aquella expresión era un disfraz. De inocente no tenía nada. Había hablado con sus padres sobre algo más aparte de a lo que se dedicaba.

Mamma sabe que me gustas —soltó él por lo bajo en cuanto la rozó para saludar a su padre.

La respiración se le cortó y, por un momento, era una estatua en toda su longitud. ¿Acaso él sentía los mismos remolinos que ella cuando estaban cerca? Claro, lo había comprobado la última vez que habían estado juntos. Negarlo era hacerse la tonta, y de eso ella no tenía ni un pelo.

Vivien no controlaba las sensaciones que la invadían cuando Nino le sonreía, le hablaba en complicidad o le hacía gestos con los ojos.

Giovanna se acercó, le preguntó sobre su salud y le encomendó que se comunicara con ella para revisarla de nuevo. Mantuvieron la conversación en murmullos para escudar lo que no debía ser oído. Vivien contestó con el disimulo aprendido en las calles, a hablar rápido con la vista atenta a lo que la rodeaba, vigilante ante cualquier alarma.

Savina y Ugo se interesaban por ella, les contó sobre la universidad y cómo iba su recuperación. A pesar de que todos supieran a qué se dedicaba, le sonreían y la trataban como si fuera parte de aquel círculo íntimo, y le aterraba esa «normalidad» que le era tan ajena.

Vivien, desde que era Vivien, no era parte de nada. Solo de la calle, de la casa de Mamma Joe y la alumna extraña que no se relacionaba con nadie de la NYIT. En la universidad, sus compañeros se mantenían a distancia, ella era la rara, la de expresión desafiante y que alzaba el mentón ante el mundo que quisiera pisotearla. No era que pudiera evitar las suelas sobre ella, pero ya no receptaba los golpes con encogimiento, sino que había aprendido a dar algunos también, literales y figurados.

Claro que aquello había cambiado con la llegada de Lily y su ímpetu para meterse en su vida. Y con Nino.

Elevó los ojos hacia él y se quedó prendada con la imagen, pero, más que nada, con el torrente de sentimiento que la inundó. Tomaron asiento alrededor de una mesa algo más apartada que la de los clientes que restaban, dado que el almuerzo de los Moratti en domingo se mantenía un poco más tarde de lo que era habitual.

Savina desapareció y regresó con un fuentón tan grande como para alimentar a un refugio de indigentes entero. El aroma a romero, estragón, oliva y ajo le hizo la boca agua. El estómago le gruñó al despertarse el monstruo que tenía dentro.

Vivien era una de esas personas tan carentes de amor que acostumbraba a rasquetear el fondo de una olla, aunque hacía años que esta permanecía vacía. De pronto, tanto desbordamiento de dulzura como un volcán de chocolate al cortarse la emborrachó hasta marearla y la asfixió como si le hubieran puesto una bolsa de plástico sobre la cabeza.

Nino hablaba sobre el puesto que ella anhelaba, y el comentario del padre fue lo que la tambaleó.

Ma come? —«Pero ¿cómo?», preguntó Ugo—. Si necesitas un trabajo, comienza aquí.

Ella parpadeó, creyó no haberlo escuchado bien, pero el hombre la contemplaba con una expresión risueña y una sonrisa amplia.

—Yo... No puedo —balbuceó Vivien y desvió la mirada hacia Nino—. ¿Acaso vas a dejar que me contraten?

—¿Por qué no? —La calma en él aumentaba el nerviosismo en ella—. Necesitan una empleada y tú, el dinero.

Él se encogió de hombros y tomó el plato que le ofrecía su madre para ponérselo de frente sobre el mantel.

Sacudió la cabeza. Estaba en un mundo irreal, lo que experimentaba no podía ser verdadero. Quizás estuviera dormida y no se hubiera percatado. Se despertaría en cualquier momento para darse cuenta de que los tintes rosas no eran parte de su existencia.

La familia conversaba sobre el futuro empleo y reían como si tal cosa. Los platos se pasaban de mano en mano hasta que todos tuvieran uno delante.

—Se me designó hombre al nacer —soltó así, de golpe, hacia Savina y Ugo.

La estupefacción fue contagiosa, se expandió por la mesa como una peste.

Arrojaba su identidad de género como un escudo. Su lema era atacar antes de ser lastimada. Mostraba la vulnerabilidad y, al mismo tiempo, utilizaba las inseguridades y miedos como armas en una lucha.

Amore, cosa dice questa ragazza? è omosessuale? —Ugo le preguntó a su esposa que qué decía Vivien y si se refería a que era homosexual.

Lei é nata maschio, papà. —«Ella nació hombre», fue la respuesta de Anna.

é una donna nel corpo di un uomo. —«Es una mujer en cuerpo de hombre», intercedió Savina con lentitud.

—¡Deténganse! —exclamó Vivien, asustada al no comprender lo que decían.

¿La estarían insultando? ¿Espantados por lo que acababan de descubrir sobre ella?

La aterraba que ninguno tratara de sacarla a la rastra del sitio, que permanecieran sentados sin escupirle ni señalarla como a una cucaracha que debía ser pisoteada o, lo que era aún peor, a un paciente que perteneciera dentro de un chaleco de fuerza en un neuropsiquiátrico.

Se volteó hacia Nino a su costado y se topó con su expresión atónita.

—Eres... ¿Eres un hombre? —exclamó Nino, y ella se sorprendió ante la pregunta, dado que él ya lo sabía desde esa primera noche en el hospital.

—Tu hermana ya te lo ha dicho... ¿O no? —Giró el rostro hacia Giovanna.

—Eso entra en el secreto profesional de médico-paciente —informó Anna—. No le he confiado nada, Vivien.

La empatía de la médica le dio más miedo aún, no quería que esas personas compartieran y entendieran lo que le sucedía. Ella no era normal, era de las que estaban fuera de los almuerzos familiares de domingo. No se sentaba a mesas con manteles ni le daban abrazos o preparaban recetas especiales porque la esperaran.

—¡Contéstame, Vivien! —exigió Nino, y ella se sobresaltó, temía que una mano le diera en pleno rostro, pero no fue así.

—Transexual —susurró sin alzar la vista, no quería descubrir los ojos sobre ella—, el género que se me otorgó al nacer es masculino, pero yo no...

—¿Gay? —preguntó él más calmado, como si se hubiera desinflado de súbito.

—No, soy mujer trans heterosexual, solo que cuando nací se me definió de otro género.

A veces, las miradas mataban, y ella advertía el haz de luz roja que cada par de ojos le dibujaba en la frente. No elevó el rostro, no era necesario. El resultado era al que estaba habituada. Nino había sido el aerosol desinfectante, pero parecía no ser suficiente. Vivien sentía los gérmenes y las bacterias reptándole por la piel, la cubrían de nuevo hasta dejarla invisible para los «normales». Ya no solo le faltaban los brazos, sino que toda ella desaparecía en un fondo de inmundicia.

Las frases inentendibles entre Nino, Anna y sus padres eran lanzadas con rapidez y arrojadas en un idioma que le era extraño. Rostros desencajados y brazos que gesticulaban de forma exagerada era lo único que distinguía, y aquella luz roja enfocada en ella.

No aguantó ser el blanco de los francotiradores, por lo que se elevó del asiento como una dama, apenas retiró la silla hacia atrás, sin arrastrarla para que no hiciera ruido. Con la espalda bien recta, se puso de pie y, con la vista fija en el suelo, dio media vuelta y salió de aquel ristorante donde la habían abrazado, le habían conversado, la habían tratado como a una chica cualquiera y hasta le habían ofrecido un empleo. Olvidaba una parte muy importante, donde el hombre que tenía aroma a Italia le había confesado que ella le gustaba.

No, Vivien no. Le gustaba una mujer que creyó con una identidad de género que correspondiera con la otorgada en el nacimiento. Las hormonas le habían feminizado los rasgos, redondeado las caderas, apenas, y estilizado los músculos, además le habían dado pechos, pequeños, pero allí estaban. Pero eso no quitaba lo que aún le colgaba entre las piernas ni que no fuera lo que ellos creían.

A pesar del sol radiante, la oscuridad parecía tragársela en sus fauces una vez más. 

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro