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Capítulo 8

Se subió a la camioneta. No la encendió. Mantuvo las manos sobre el volante y la mirada al frente. El vidrio se empañó y pasó los dedos por este, pero se percató de que el problema lo tenía en los ojos. Se los frotó y suspiró. Dio vuelta a la llave y arrancó.

Condujo y, sin darse cuenta, llegó a la calle Mulberry frente al Ristorante Moratti. A esa hora, sus padres estarían finalizando la jornada, quizás limpiando la cocina. Algo que se hacía cada noche y con minuciosidad. Su madre era una maniática de la limpieza y el orden, aunque debía conceder que, para un sitio que se encargaba de preparar comidas, era ideal tal obsesión.

Entró y su padre apareció en el salón.

—Perdone, ya estamos cerrados —mencionó antes de notar que era Nino—. Oh, sei tu, figlio mio. —«Oh, eres tú, mi hijo»—. ¿Qué haces por aquí? ¿Has cenado? Quedaron algunas sobras.

Papà, tengo un problema.

Ugo se detuvo, dispuesto a entrar de nuevo en la cocina. Amplió la vista mientras se limpiaba las manos en el delantal atado a la cintura.

—Deja que cierre la puerta para que no entre ningún cliente retrasado y sentémonos a una mesa. Mamma, Nino è qui! Parleremo un po' solo tra di noi! —exclamó hacia la parte de la cocina para avisar a su esposa que su hijo se encontraba allí y que hablarían los dos solos.

Ciao, Saturnino! —fue el saludo de su madre que provino de la parte trasera del restaurante.

Ciao, mamma! —dijo una vez que Savina sacó la cabeza por la puerta entreabierta.

Non andartene senza darmi un bacio!

—Por supuesto que no me iré sin darte un beso, mamma.

Ella le tiró un beso al aire y le guiñó un ojo antes de desaparecer.

—Vamos, hijo. —Ugo lo agarró por el brazo y lo acompañó hasta una de las mesas del frente, alejados del sitio donde se encontraba su madre, así tendrían mayor privacidad.

Ugo era un hombre perceptivo y Nino no tenía que decir las palabras completas para que él lo comprendiera.

—¿Qué ocurre?

Nino suspiró y se respaldó en la silla, observó por la ventana pasar a los pocos automóviles que aún circulaban.

—Me enamoré.

—Eso no es algo malo.

—Es complicado. Ella... —Unió las manos sobre la mesa y mantuvo los ojos fijos en el mantel.

—Nino, ¿qué ocurre con la chica? —Notaba el nerviosismo creciente en la voz de su padre.

—Es muy desconfiada. —Sonrió, esa palabra le parecía muy blanda para referirse a Vivien—. Creo que ella no ha tenido una relación de noviazgo antes.

—Con darle tiempo a que te conozca y que le aclares tus intenciones bastará.

Nino suspiró. A veces, su padre veía la vida demasiado simplificada.

—Ya lo hice. Sucede otro asunto, a ella no solo le cuesta confiar y abrirse a alguien.

El silencio se alargó entre ellos.

—Bien, prosigue. ¿Qué más se agrega a la ecuación?

Tomó aire y, cuando se disponía a hablar, lo soltó. Tuvo dudas. Su padre lo contemplaba con paciencia. Sabía que él no lo juzgaría, era alguien en quien siempre se podría sostener y que lo amaba sin condición ni límites.

—Es una prostituta.

—Oh, una puttana?

Ugo amplió los ojos y se echó atrás en la silla. Se lo notaba sorprendido y con escasez de vocabulario para expresarse en ese instante.

—Sé que es algo difícil hablar de esto con mi padre...

—No, no, Nino —desestimó, sacudiendo una mano frente a él—. Quiero ser la clase de papà al que puedas venir a contarle lo que sea. Solo... permite que piense en la situación. No todos los días tu hijo te confiesa que está enamorado, ¿certo?

Le guiñó un ojo y esbozó una sonrisa cómplice.

—Cierto, papà.

È una brava ragazza?

—Sí, es una buena chica, solo que ha tenido una vida dura. No habla mucho del pasado. En realidad, sé poco sobre este, solo que le es doloroso.

—¿Y la amas?

—Sí, pero no quiere saber nada conmigo. A veces pareciera que sí y otras, me aleja a empujones emocionales.

—Cuando alguien está muy acostumbrado a que le tiren piedras, aprende a ser el primero en arrojarlas antes de que vuelvan a golpearlo, Nino. Si la amas, no bajes los brazos hasta que sepas que no siente lo mismo por ti. Debe darse cuenta de que, haga lo que haga, no te espantarás de ella. Ma se lei non ti ama, devi capire e andartene. —«Pero si ella no te ama, debes entender y marcharte».

—¿No te opondrás?

—Confío en ti, si me dices que es una buena chica, no dudaré.



 No soportaba quedarse por un minuto más dentro del apartamento. Tenía que regresar a trabajar, a lo que era su vida. No se volvió a colocar el cabestrillo. Se cambió los pantalones por un vestido rojo corto. Ya no le dolía el tobillo, pero no quería arriesgarse con los zapatos de taco aguja, así que se calzó un par que tenía bien chatos y cómodos.

En cuanto salió del edificio, un escalofrío le recorrió la espalda, el de aquella clase que anunciaba que había algo que estaba mal, pero no le llevó el apunte. Caminó por la Treinta y cinco este hasta la avenida Lexington y, por esta, calle arriba.

No tuvo que circular demasiado hasta que un automóvil se acompasó a su andar y le tocó un par de bocinas.

—Hey, tú. —Vivien se detuvo y se volteó hacia el hombre dentro del vehículo—. ¿Cuánto por ese cuerpo? —preguntó como cientos o, quizás, miles de veces lo habían hecho otros antes.

Abrió la boca para contestar y enmudeció. No quería. No quería otras manos sobre su piel. No deseaba a otro que no fuera Nino sobre ella, ni tampoco debajo, delante o atrás.

Vio cómo se transformaba la expresión del que ansiaba ser su cliente por un rato a una irritada. En ese momento, ella se percató de que, en las semanas en que no había transitado por las calles, se había desacostumbrado a algo que le era tan natural antes y que fluía en ella como el respirar. Solo que ya no sentía el aire entrar y salir, sino atorado en su garganta de solo pensar en subirse al coche.

Apretó los labios.

—¿Qué harás? ¡No tengo toda la noche!

Se giró y aligeró el paso. Quería llegar lo antes posible al apartamento, tanto que casi ya corría. Las lágrimas se le deslizaban por las mejillas sin que ella les hubiera dado el permiso para hacerlo. Maldijo, una, dos, tantas veces que perdió la cuenta, a Saturnino Moratti por mostrarle que no todos los hombres eran una mierda, que no todos solo querían usarla y descartarla.

Se enfadó como nunca, no con las calles, no con los clientes o con los que ni siquiera llegaban a serlo y abusaban de ella. El enojo era consigo misma, porque había cambiado y no se había percatado cómo para siquiera saber quién era en ese momento.

Subió los escalones de dos en dos, sin contestar a ninguno de los saludos de sus compañeras de edificio. Ansiaba encerrarse en el cobijo de su hogar como en un capullo.

Cerró de un portazo y se apoyó contra la puerta. El pecho se le convulsionaba por la respiración errática a causa del ejercicio al que se había desacostumbrado en ese último tiempo. Presionó el puño hasta que las uñas se le clavaron en la palma del brazo sano y gruñó con furia. No había vuelta atrás, no se podía retornar a quien se había sido, pero que ya no se era. A veces se regresaba un paso, pero solo para darse impulso y propulsarse para adelante. Esa noche, Vivien echó un pie hacia esa otra vida, en ese instante, tenía que catapultarse a la incertidumbre de lo que la esperase en el mañana.

Regresó a las clases en la NYIT, ante las miradas altivas y airadas de varios de sus compañeros que fueron compensadas por la sonrisa de oreja a oreja que le dedicó Lily apenas la vio. Ella le presentó a algunos amigos que no estaban en la misma carrera, pero sí en otras en la institución y con quienes compartían en las horas libres o en los recesos.

Descubrió que no era tan mala para establecer amistades como había creído y que no todos la observaban como al espécimen raro en un circo de fenómenos. Congeniaba más con unos que con otros, pero pertenecía a ese mundo también y notó que merecía esos vínculos, tanto allí como en el más oscuro, puesto que consideraba como amigas a varias de sus compañeras de edificio. Solo algunas de ellas eran prostitutas, varias lo habían sido en el pasado y otras nunca habían tenido la necesidad, pero sí compartían el haber sido dejadas de lado por sus familias por arriesgarse a ser quien sentían ser como ella.

—¿Tu novio? —le preguntó Lily a la salida de la última clase.

—No es mi novio.

—¿Pasó algo con Nino? ¿Ya no están...? ¿Ya no se ven?

Vivien se encogió de hombros.

—Creo que peleamos.

—¿No estás segura? No es difícil pasar por alto una discusión. —Vivien volvió a encogerse de hombros—. Lo siento, ya no te atosigaré, cuando quieras me contarás.

—No hay nada que contar. Le dije algo que lo hirió y no ha regresado. Hace varios días que no nos vemos. Mejor así, él se merece algo mejor.

—¡Ay, Vivien! No hables de esa manera, tienes que limpiar ese espejo en el que te miras, me parece que lo tienes un tanto sucio y no te diste cuenta. —Contempló a su amiga y le sonrió. A veces le gustaría contagiarse de Lily la positividad con la que veía la vida—. Pensaba que podrías venir el viernes a cenar a casa y conocer a Posie. ¿Qué te parece? ¿Sabes? Está un poco celosa, no paro de hablarle de ti.

—Claro, me encantaría que me presentaras a tu novia.

—¿Ya no estás ocupada? —Lily hizo la pregunta con lentitud, como si escogiera las palabras exactas.

A pesar de lo encriptado, Vivien notó que hacía referencia a la manera en que se ganaba la vida.

—No, lo he dejado. Por el momento, subsisto en base a unos ahorros que tenía destinado a otro objetivo. Estoy ansiosa por saber de qué alumno escogen el proyecto y le dan el puesto de trabajo. Eso sería un sueño hecho realidad y solucionaría varios de mis problemas, uno, me daría un sueldo fijo y, dos, me abriría un camino en esta industria en la que es tan complicado meterse.

—Ganarás, Vivien —aseguró Lily al colgársele del brazo y pegarse a su costado—. Eres la mejor de la clase, de eso no hay dudas.

—Veremos.

No deseaba hacerse ilusiones, pero, al mismo tiempo, si conseguía ese puesto, sería como tocar el cielo con las manos.

Subió los escalones a su apartamento de uno en uno, con el corazón henchido por haberse topado con alguien tan luminoso como Lily en su sendero, aunque también lo sentía perforado. ¿Se podía estar alegre y triste al mismo tiempo? ¿La convertía eso en una bipolar en simultáneo?

El hablar de Nino, el pensar siquiera en él, hacía que una melancolía sin igual la invadiera, como si alguien le lanzara un tarro de veinte litros de pintura azul y que no solo la bañara en la superficie, sino también por el interior.

Y del monstruo de colores, ella prefería el amarillo, el verde o el rosa, pero no el azul como tampoco el negro. Y ese cerúleo ennegrecido se expandía como una gota de tinta en un papel, ramificándose en telarañas emocionales.


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