Capítulo 5
—Está perfecto el diseño, Vivien. Estoy ansiosa por leer el proyecto que presentaste.
Ella lo estaba por enterarse si accedía a la plaza de trabajo que se ofrecía. Sería la primera oportunidad de ingresar al mundo de la animación y mostrar sus capacidades en el área. En realidad, volcaba en ello la salida de las calles. Muchas veces le habían arrojado en plena cara por qué no buscaba un empleo, como si fuera tan fácil para una chica trans conseguir uno. El mundo, que gritaba lo abierto que se encontraba, seguía siendo obtuso.
Entre las palabras y las acciones había un universo de distancia.
—Gracias, profesora.
Cuando se dirigió hacia su asiento, los cuchicheos, en un tono no tan bajo, le llegaban a los oídos:
—¿Qué le habrá dado a cambio?
—¿No te lo imaginas? Lo que aún debe tener entre las piernas.
Quería convertirse en jirafa y estirar el cuello con indiferencia, pero el instinto la urgió a mutarse en tortuga y hundir la cabeza entre los hombros, como si se escondiera dentro del caparazón. Continuó el camino hasta su sitio como un reptil acorazado con una renguera pronunciada por el dolor y el cansancio.
Una mano se apoyó en su brazo sano y Vivien reaccionó como si le hubieran echado agua hirviendo sobre la piel.
—Oh, lo siento. No quería asustarte —advirtió una joven acomodada en el asiento junto a ella.
—¿Qué quieres?
—Solo decirte que no les prestes atención.
—¿Quién eres?
—Oh, soy Lily, somos compañeras desde el primer año.
Vivien asintió al almacenar la información en el casillero correspondiente del cerebro. Bajó el rostro al cuaderno que tenía sobre el escritorio y así evitar el intercambio.
No era de las que miraran o hablaran con otras personas. Acostumbraba a memorizar las líneas e imperfecciones de los suelos por los que transitaba y a ser caballo con anteojeras.
—Soy Vivien —murmuró.
La chica le dedicó una sonrisa tan abierta que pareció iluminar todo a su alrededor. La tez blanca y el cabello dorado la hacían parecer un ángel inmaculado tan resplandeciente que hasta lastimaba la vista.
—Mucho gusto, Vivien. Hace mucho que quería conversar contigo, pero no encontraba un hueco por dónde acercarme.
—¿Por qué?
La precaución de años de engaños y malos tratos no era fácil de dejar atrás.
Lily se encogió de hombros.
—No veo la razón de que no podamos ser amigas.
—¿Por qué? —repitió con mayor brusquedad y en un tono aún más defensivo.
—Eh..., lo vas a tomar a mal.
Vivien suspiró, se respaldó en el asiento y cruzó el brazo sobre el enyesado y colgado del cabestrillo, fijando la mirada oscura en aquella angelical.
—Pruébame.
—Es que... quizás... —descendió la voz unos cuantos decibeles—. Somos más parecidas de lo que crees.
—¿Eres trans? —preguntó con el ceño fruncido.
—¿Qué? No.
La risa de la rubia era como música y contrastaba aún más con la oscuridad que emanaba de Vivien, que ninguna relación tenía con el color de su tez, sino con el de su alma.
—¿Prostituta?
La expresión de su compañera se tornó seria y el silencio entre ellas se hizo eterno.
—¿Eres prostituta? —susurró Lily al acercar el rostro al suyo—. Oh, Vivien. —Volvió a tomarla del brazo sano y le brindó un breve apretujón—. Siento tanto el camino difícil que te ha tocado andar. Soy lesbiana.
—Yo no lo soy —zanjó de forma abrupta.
La risa iluminó de nuevo el lugar.
—Está bien, no somos parecidas en ese sentido. Me refería a ser diferentes, en eso lo somos. No todas las personas son como aquellas que hablan basura de ti, puedo presentarte a algunos amigos si quieres. No tienes que estar sola.
¿Por qué?, quería repetir como un niño de tres años que incordiaba con aquella pregunta una y otra vez. ¿Qué había detrás de tal ofrecimiento? Había aprendido que lo que se daba venía con un pedido a cambio, y Vivien nunca salía ganadora con el trueque.
La imagen de Nino se le vino a la mente. Él no le había exigido nada aún, quizás obrara por culpa por el accidente, pero, hasta el momento, se había mostrado dispuesto a ayudarla. Le había tipeado el proyecto palabra a palabra que ella le dictó, sin quejarse, la había alimentado y contado cosas intrascendentes solo para conseguir sacarle una sonrisa. Meta que no consiguió cumplir por mucho que intentó.
Vivien no sonreía o lo hacía con suma escasez.
—Lo pensaré.
—¡Perfecto! Las mujeres debemos apoyarnos, Vivien. El mundo no es fácil para nosotras y menos si nos salimos de la media.
Cuando Vivien se alzó para retirarse de la institución, Lily se apresuró tras ella. La acompañó todo el trayecto, acompasando el paso al suyo más lento y sin dejar de hablar como una cotorra. La felicidad que irradiaba la joven era un tanto empalagosa para alguien que tenía un paladar amargo.
Un escalofrió la recorrió al alcanzar el hall de la universidad. Se volteó y se topó con unos ojos pardos que la contemplaban con intensidad. Él se aproximó a grandes zancadas hacia ella, se lo notaba enojado. ¿Por qué?
—¿Qué demonios haces aquí? —demandó el hombre.
—¿No debería yo preguntarte eso?
—¿Tu novio? —cuestionó Lily al interponer la cabeza entre las de ellos.
—Eh... Hola —saludó Nino, incómodo, suponía que no se había percatado de la presencia de la rubia.
Los tres se quedaron en silencio. Vivien sospechaba que Lily y Nino esperaban a que ella los presentara, pero no sabía cómo hacerlo. ¿Quién era Lily? ¿Una amiga? ¿Y Nino? Con él era hasta más confuso definirlo.
Suspiró, cansada del chirrido de los engranajes mentales con exceso de uso.
—Nino, ¿qué quieres?
—Vine a llevarte a casa —comentó calmado, y Vivien notó el rubor que le cubría las mejillas. Una voz interna formuló la palabra «adorable», y ella parpadeó para deshacerse del pensamiento—. Deberías estar en la cama.
Tenía que concederle que se hallaba agotada y le dolía, no solo el pie, sino el cuerpo entero como una bolsa de arena de un centro de boxeo tras un entrenamiento intensivo.
Él la tomó del brazo sano con una suavidad que le aflojó las rodillas.
—¿Qué...?
—Vivien, no trates de morderme. —Le pasó las yemas por la mejilla y se supo perdida—. Apóyate en mí y permite que te ayude —le susurró en la oreja como una súplica, y, al elevar la mirada, se encontró con aquella vista parda que le transmitía tanto sin decir nada.
—Oh, ya veo qué clase de relación tienen —comentó la rubia al guiñarle un ojo a Vivien—. Soy Lily. —Le tendió la palma a Nino.
Él parpadeó un par de veces, parecía que se había olvidado de la joven, así como Vivien lo había hecho.
—Saturnino, un gusto.
Vivien dio un respingo al Nino estrechar la mano de su compañera.
—¿Intercambiamos contactos, Vivien? Si tienes que hacer reposo, puedo pasarte lo que veamos mientras estés ausente.
Vivien dudó. Tenía el móvil en la mochila que le colgaba de un solo hombro. No agendaba teléfonos, solo poseía el de un par de compañeras del edificio, el de Mamma Joe y el de nadie más.
Trató de abrir el cierre.
—Déjame a mí. —Nino rebuscó en la mochila y sacó el móvil con la pantalla agrietada producto de alguna caída—. Ten.
Anotó el teléfono de Lily con indiferencia. No se atrevería a ilusionarse con que fuera algo más, no obstante, cuando la joven volvió a sonreírle, descubrió que había sonrisas que invitaban a creer. Y allí, frente a ella, tenía a dos que ya la habían instado a dejar las defensas de lado.
Se despidió de su compañera con un ademán de la mano, pero esta la aferró por los hombros y le dio un beso en cada mejilla. Vivien se quedó atónita, sin repertorio. Lily le guiñó un ojo y se alejó.
Nunca había tenido una amiga mujer, es decir, una a la que se le hubiera otorgado esa identidad de género al nacer, y parecía que se había ganado una.
Nino le pasó un brazo por la cintura y con el otro la sostenía por el sano, trataba de que ella no apoyara el peso sobre el pie vendado. Se aventuraron hacia la acera y suponía que en busca del vehículo de él.
—No me respondiste qué haces aquí.
—Vine por ti.
—¿Por qué?
—¿Podemos hablarlo cuando lleguemos a tu apartamento? Quizás en ese momento ya lo tenga en claro, puesto que, ahora mismo, no sé qué respuesta darte.
—Bien.
—Escueta, casi como si no quisieras incentivarme. —Rio con amargura—. Esa chica... ¿es una amiga?
—Tal vez. No lo sé.
Él asintió.
—No te conozco demasiado, pero hay algo que he notado en ti, Vivien. Tiendes a esconderte para que no te hieran, y de esa manera te pierdes vivir.
Nino la ayudó a montarse en la camioneta, le ajustó el cinturón de seguridad y le cerró la puerta. Pequeñas acciones que decían mucho. Palabras y acciones, acciones y palabras.
Ella era una mujer que podía enfrentarse al mundo sin problemas, pero debía admitir que le permitía relajarse que alguien más se ocupara por unos minutos, aunque fuera de tan solo asuntos de poca importancia.
—Gracias —susurró apenas él se acomodó a su lado.
—De nada. ¿Qué te apetece cenar? Compraremos algo para llevar y lo comeremos en tu apartamento. Tienes que descansar.
—No.
—Vivien...
—No te entiendo.
—Ya te dije que yo tampoco y me importa una mierda el embrollo que tengo en la mente. Solo quiero cuidarte y, por favor, ya no me preguntes por qué.
—Algo simple.
—¿Qué?
—Para cenar.
—¿Pizza? Amaría llevarte al restaurante de mis padres, hacen una que te transportaría directo al cielo. Prometo que alguna vez iremos.
—Nino... Los castillos de arena no perduran, el agua o el viento los desarma al instante.
—O alguien les da un buen pisotón, lo sé. Si tuviera que decir cuál de los tres cerditos sería, definitivamente, el de la casa de ladrillos.
Vivien lo contempló sin tener en claro si se burlaba de ella.
Entraron al apartamento con la caja de pizza. Vivien tomó asiento en la cama, estaba drenada de energía, como si las baterías se le hubieran agotado. Nino sirvió una porción de pizza en el único plato y se lo tendió. Agarró otra con una servilleta y se sentó en el sillón giratorio a comerla.
—Hablé con un amigo policía.
—¿Para qué? —cuestionó, aunque miles de preguntas se le atropellaban en la cabeza.
¿Qué demonios se proponía Nino? ¿Y con un policía? Los agentes podrían brindar seguridad para los que vivían dentro de lo establecido, pero para ella solo significaban problemas.
—Para entender un poco mejor tu situación. No voy a ahondar en el tema, iremos a tu ritmo.
—No hay tema ni vale hablar en plural.
Nino se elevó del asiento en un santiamén y en dos zancadas estaba a su lado. Se sentó en el colchón, la tomó de la barbilla con la suavidad de los dedos convertidos en algodón y se la giró para que lo enfocara. Tenía una cualidad dulce y tierna que pasaba inadvertida a simple vista.
—No presiones el freno cada dos metros, Vivien. Tienes que permitir que fluya, salvo que no lo quieras. Si deseas que me vaya y no aparezca más delante de ti, dímelo con todas las letras. No soy un hombre que se imponga.
—Nino... —Los ojos se le llenaron de lágrimas y se sintió una estúpida por no poder detener la angustia que le cerraba la garganta—. Yo...
—Hey, cariño, no te exijo nada. Solo tiempo y que permitas que me ocupe de ti.
—No soy una princesa, no necesito un príncipe.
—Gracias por considerarme uno, pero estoy lejos de serlo. Verás, soy tosco, sin sutilezas, tampoco sigo la moda...
No, él no era un noble de sangre azul. Era un hombre, uno al que ella deseaba como hacía tiempo no le sucedía, y solo la detenía el límite que establecía entre un mundo y el otro.
Quizás fuera obra del cansancio, quizás de la enorme excitación, pero la frontera se desdibujó. Lo aferró por detrás de la cabeza y acercó la boca masculina a la suya. El beso fue famélico, sediento e incapaz de satisfacerla. Anhelaba más y más.
Él se inclinó sobre ella al tiempo que Vivien se recostaba sobre el lecho. Uno absorbió los gemidos del otro, las manos de Nino pasaron de su rostro a acariciarle el cuello, los hombros y los senos.
El maldito brazo enyesado y colgado del cabestrillo se interponía entre ambos, no permitiendo que se fusionaran entre sí. Tampoco impidió que él le frotara la erección contra la cadera y ella estallara en deseo. Pero cuando los dedos de él se deslizaron hasta su entrepierna, un ligero toque y solo bastó eso para que ella despertara de ese ensueño.
—No, Nino. Espera.
El temor a que descubriera lo que aún estaba allí la invadió, aunque lo tuviera bien escondido, eso no hacía que dejara de existir. Esa parte de su anatomía que tanto despreciaba verse.
—Ay, lo siento. ¿Estás bien? ¿Te hice daño? ¿Te duele el brazo?
—No. —Le puso la mano sobre un hombro y lo empujó hasta que se sentó de nuevo, al igual que hizo ella—. Esto no está bien.
—¿Por qué no? ¿Por ser prostituta?
—En parte.
—Solo dime. ¿Eliges serlo? —Nino le deslizó los dedos por el brazo hasta llegar a la mano y los entrelazó con los suyos—. Lo siento, no es una pregunta justa. —Se aclaró la garganta—. No sé cómo decir lo que me ocurre sin convertirme en un hijo de puta.
Ella tiró de la mano, pero él presionó un tanto el agarre, evitando que lo soltara.
—No digas nada entonces.
De él brotó un gemido estrangulado.
—No puedo callarme. Te siento, ¿entiendes? Pero si comenzamos algo, no soportaría que alguien más te tocara. Yo... lo siento. Trato de pensarlo como en cualquier otro oficio y no puedo.
Una emoción que no esperaba, que no quería la embargó. Una que le era extraña y difícil de calificar.
—Está bien —respondió, pero no era así, no comprendía nada.
No entendía a su corazón ni lo que se gestaba con ese hombre frente a ella, que no era más que un desconocido. La rapidez con la que viajaban en aquella autopista sentimental no le daba lugar a presionar un freno. Las sensaciones eran nuevas y... Agradables era una palabra que se quedaba corta, eran tan intensas y profundas que tan solo ansiaba darles la bienvenida, aunque su razón le urgía a apartarse.
—No, sé que no. Que deberías ser tú la que decidiera abandonarlo porque no lo desea y no por mí.
Se callaron por tanto tiempo, los latidos de los corazones como único sonido. Él aguardó, paciente, y eso la maravillaba como la exasperaba.
—Odio serlo —confesó con la cabeza gacha hasta que alzó la vista hacia él—. Con toda el alma. Aborrezco que me manoseen y hacer esas cosas. Yo... nunca... Nunca.
—Nunca, ¿qué?
—He amado a nadie, ¿comprendes?
Los ojos se conectaron y palabras no dichas se pronunciaron en aquellas miradas.
—Sí —la mano áspera le acarició la mejilla—, no hace falta que digas más. Si lo que está comenzando no funcionara...
—No funcionará —susurró.
—Escúchame, ¿quieres? Si no funcionara, de todas formas, te ayudaré a abandonar las calles.
Vivien apartó la palma de su rostro con un revés de la mano.
—No hagas promesas vacías.
—Sé que no eres princesa y que eres fuerte y puedes valerte por ti misma —continuó, haciendo caso omiso a sus palabras—. Que te tienda una mano y la tomes no te quita mérito. Pero debes darme una oportunidad, soy buen albañil y te aseguro que este castillo será de ladrillos, y sople quien sople, no se derrumbará.
¿Qué pasaría si la que soplara fuera ella? ¿Aún continuaría en pie?
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