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Capítulo 4

Nino subió la reja metálica de un movimiento rápido y abrió la puerta vidriada de la ferretería Tighten nuts, el pequeño negocio que había instalado hacía unos años sobre la calle Grand. Fue tras el mostrador al final del establecimiento a que apareciera el primer cliente del día.

A su espalda se hallaba un laberinto de estanterías donde guardaba los diferentes equipos, maquinarias y herramientas que vendía y que no se encontraban a la vista en el resto del local. Aún no habían llegado los dos empleados con los que compartía la atención al público, puesto que acostumbraba a abrir un rato antes del horario establecido. Disfrutaba prepararse un café amargo y beberlo con la tranquilidad que le otorgaba el lugar vacío, mirar las personas que caminaban por Grand, apresurados en arribar a sus empleos.

Amaba las herramientas y trabajar con tornillos y tuercas, no sabía la razón, solo que tenían cierto encanto y lo hipnotizaban con el tacto y aroma metálico. Desde pequeño hurgaba en la enorme caja de herramientas azul de su padre y supo que lo suyo iba por allí y no por la gastronomía.

El tilín de la campana que colgaba de la puerta, así, a la antigua, sonó cuando entró una persona. Sonrió al verlo, a pesar de lo que tanto lo aborreciera Anna.

—Parker, mi amigo, ¿qué te trae por aquí?

Parker había sido el policía encubierto a cargo del caso de trata de personas en el que se había visto involucrada su hermana en la adolescencia. Él la había rescatado, sin embargo, ella le guardaba un rencor que Nino no conseguía comprender. Giovanna no había vuelto a cruzarse con él, a pesar de que mantuviera relación con sus padres y su hermano; si sabía que él estaría presente, ella no aparecía.

Desde aquel entonces había querido preguntar la causa, pero, al mismo tiempo, temía conocer más cuestiones sobre los momentos oscuros de Anna, unos que ya había dejado atrás a base de esfuerzo y varios tratamientos.

Además, Parker ya no se dedicaba a tales casos, sino que había ascendido a detective y vestía de traje. Ya hacía trece años que se conocían y Nino había visto cómo el de cabello moreno perdía el amor por el trabajo. Quizás el mezclarse con tantos criminales, situaciones violentas y escenas de homicidios le había apagado un poco el alma.

—Hola, Nino. —El hombre suspiró y alzó los ojos al cielo raso—. Mira, mi hija tiene la idea de hacer unas macetas colgantes con pallets y tengo que encontrar algo con qué colgarlos.

El policía tenía una hija de unos trece años. Su esposa los había abandonado cuando ella era aún una niña, por lo que Parker era el único padre presente.

—Unos ganchos en L podrían funcionar —aconsejó Nino, reprimiendo una sonrisa ante la incomodidad del moreno.

—No sé de qué me hablas, pero confío en lo que me indiques.

Conversaron un poco más de cuestiones sin importancia, aquellas que los hacía relajarse y reírse un rato. Era un buen tipo, debía tener unos treinta y ocho años, unos tres más que él, y habían entablado una buena amistad.

—Parker, eh... —lo detuvo cuando el hombre estaba por irse—. Quisiera hacerte una pregunta, pero no sé bien cómo.

—Tenemos confianza, Nino. Solo di palabra a palabra.

Saturnino tomó aire y lo lanzó de manera lenta, con los ojos clavados en los oscuros del policía.

—Si una prostituta sufre una violación, ¿cómo es tomada la denuncia en el departamento de policía?

—Oh —Parker hizo una pausa y se tensó en el acto—, bien. Es una pregunta complicada.

—¿Por qué?

—Depende del agente que le tome declaración. Muchos lo desestimarán y dirán que ella lo buscó, debido a su oficio. No obstante, habrá unos, pocos tal vez, que sí la tendrán en cuenta como persona y a los que no les importará a qué se dedique, cómo haya ido vestida o cualquier otra excusa que se pusiera como atenuante y para justificar tal aberración, si es que ella no consintió la relación.

—¿Tú? —Al instante se arrepintió de la pregunta, sabía la ética que poseía el moreno y los problemas que le había traído dentro de la fuerza con sus compañeros—. Lo siento, Park.

—Soy uno de esos pocos, creo que lo sabes. ¿Por qué la curiosidad?

Nino se encogió de hombros.

—Conocí a alguien.

—¿Una prostituta?

—Una mujer que fue abusada, pero que concibe que haya sido normal que la traten de esa manera.

—Quizás no conoce otra existencia, Nino.

—¿Debería insistirle en hacer la denuncia?

—Eso es personal. Ella tendría que decidir hacerla y, si no siente que sea el momento y no está preparada aún, respétala. Es lo mejor que puedes hacer por ella, además de acompañarla y contenerla. Aunque creo que mucho de esto ya lo conoces. Lo has pasado con tu hermana.

—No es igual.

—No, claro que no. ¿Puedo preguntarte qué clase de relación tienes con esta mujer? ¿Eres su cliente?

Nino negó con la cabeza.

—Creo que estoy metido en un problema, Parker. No, no uno legal. No puedo dejar de pensar en esta joven y en el instinto de protección que se apodera de mí cada vez que la tengo delante.

—Será difícil una relación con ella.

—Lo sé, además, ni siquiera me quiere cerca.

—Ve despacio, que sepa que cuenta contigo. ¿No te parece un buen comienzo? Luego verás hacia dónde fluye la marea.

Nino asintió. Agradeció la sinceridad del detective y este se fue con cuatro ganchos para complacer a su hija adolescente.

Otros clientes lo ocuparon el resto del día hasta que decidió que era hora de cerrar el negocio y visitar a cierta mujer.

No lograba centrarse con respecto a Vivien. No importaba cuánto se recordara a qué se dedicaba ella y que no era la clase de personas con la que quisiera vincularse, no podía sacársela de la mente. Además, no era justo al pensar de esa forma. Nino no era de los sujetos que mantenían prejuicios y sus padres le habían enseñado a valorar a la gente por lo que eran y no por lo que mostraran. Había una gran diferencia y los Moratti lo habían asimilado a la fuerza.

Suspiró.

No sabía qué demonios hacer. Tenía ese instinto protector que lo instaba a envolver a la joven en un abrazo de oso y a llevársela consigo como si fuera un neandertal, para empujarle una cuchara de la polenta taragna, que tan bien le salía a su madre, y ponerle los kilos que le faltaban en aquel cuerpo para que estuviera saludable.

La percibía como a esos perros que aprendieron a enseñar los dientes para no salir lastimados por el humano, pero que por dentro solo necesitaban amor y contención.

La tarde transcurrió tan lenta que, apenas se hicieron las seis, cerró el local a los apurones, se montó en su camioneta y aceleró hacia el edificio de la chica.

Estacionó delante de la entrada. No pudo avanzar hasta la escalera porque una mujer corpulenta con el cabello de un rubio platinado peinado en dos trenzas, a la que solo le faltaba la vestimenta de guerrera vikinga para completar la imagen, se le interpuso delante.

—Tú eres el tipo del otro día, ¿cierto? El que la atropelló.

—Fue un accidente.

—Si quieres jugar con la chica, tienes que saber que no está sola.

—Lo parece.

Apenas las palabras abandonaron a Nino, quiso darse un puntapié en el culo. Ese día no hacía más que tener la lengua suelta e irse de boca. Por lo poco que había hablado Vivien sobre la tal Mamma Joe, la mujer que tenía delante, ella le daba alojamiento y la había salvado de dormir en las calles. Suponía que cada uno ayudaba con lo que podía y ya eso era bastante a su entender.

—Mira, muchacho, aquí los hombres aparecen como los mosquitos en verano, pero cuando el calor se va, los bichos también. Y dejarás a una mujer ilusionada con algo que nunca tuviste la intención de entregar, porque tu corazón no se pondrá en juego, solo el de ella.

Nino se quedó estupefacto ante las palabras de la vikinga, y podía figurarla sin problemas con la punta de la espada apuntarle al cuello. Tuvo el impulso de indicarle que no ilusionaba a nadie, que no tenía una intención tal, pero las palabras le murieron en la boca.

¿Qué buscaba con Vivien? ¿Por qué razón estaba en la entrada del hogar de la chica?

—Tengo los pies sobre la tierra, señora Joe...

—Mamma Joe —lo corrigió—, no soy una señora de nadie.

Era un tanto incómodo denominarla de aquella manera, solo llamaba mamma a su madre.

—Sé que Vivien no es como el resto de las mujeres...

—No, no lo es —volvió a interrumpirlo.

—Tampoco puedo explicar mi interés en ella hasta que no siga lo que siento y, ahora, siento estar aquí.

—Ella no se encuentra en su apartamento.

Abrió los ojos de forma desmesurada y el corazón comenzó a palpitarle con frenesí. Miedo fue lo que percibió, miedo de que la lastimaran de nuevo, que estuviera sola, allí fuera, sin que él pudiera socorrerla. No se detendría a meditar sobre el complejo de héroe o de guerrero de brillante armadura que poseía, quería a la chica sana y salva.

—¿Dónde está? ¡En su estado no puede trabajar aún!

—Cálmate —pidió la mujer en un tono más tranquilo del que le hablaba con anterioridad—. Fue a la universidad, tenía un examen al que no podía faltar.

—Debería haberme llamado y... —Se percató de que nunca habían intercambiado los datos de contacto, Nino no tenía forma de comunicarse con ella, como Vivien tampoco con él—. ¿Está en la NYIT?

—En la Sesenta y Broadway.

—¿A qué hora sale?

—¿Irás a buscarla?

—No debería haber ido con el brazo y el pie en ese estado. Ni quiero pensar en cómo llegó hasta allí.

—Con el subterráneo, ¿cómo más?

Nino se presionó el puente de la nariz y suspiró para calmarse. El subterráneo, sin importar el horario, en esa zona, siempre estaba repleto. Vivien debía de haber tenido que hacerse lugar a los empujones y quizás ni siquiera había conseguido un asiento. Eran pocos minutos de viaje hasta Columbus circle, pero eso no importaba si se tenía un esguince en un pie y un brazo enyesado.

Cuando se disponía a marcharse, Mamma Joe se interpuso en su camino a la salida del edificio como había hecho antes con el ingreso a la escalera.

—¿Qué ocurre?

—¿Vas a ir por ella? —Él asintió—. ¿No te importa que la vean subirse a tu vehículo?

—¡Qué mierda! —exclamó, exasperado y al borde de enloquecer por la preocupación—. Se pueden ir todos al diablo, ella está allí cuando debería estar metida en la cama y hacer el reposo que le indicaron.

La mujer le dedicó una sonrisa que Nino no comprendió y se hizo a un lado para darle paso.

—Sale por Broadway a las veinte.

Él le hizo un ademán con la cabeza y se apresuró hacia la camioneta. Se subió en esta y arrancó en busca de Vivien. 

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