VEINTINUEVE
-Black -susurró, su aliento chocando contra mis pechos desnudos.
-¿Si?
Él alzó su cabeza, mirándome, por alguna razón su mejillas estaban muy rojas.
-¿Quieres que... pues yo... ya sabes...?
Sus balbuceos me dejaron confundida y no podía entender nada de lo que decía puesto que mis pensamientos estaban en otro lugar, quizás en torturalandia buscando la forma de hacerme sentir miserable.
-No entiendo -le susurré.
-Digo, yo... ¡¿Quieres que te dé un orgasmo?!
La pregunta había salido brusca, sus ojos estaban presionados después de decir aquello, parecía un niño diciendo alguna mala palabra cuando sólo era un hombre treintañero preguntándole a una mujer si quería un orgasmo.
Me lo pensé.
Había la parte racional de mí que susurraba:
"Ya la cagaste mucho, Black. Deberías levantarte e irte, si Leonardo se entera, no sabes de lo que es capaz".
Y estaba mi parte dominante, testaruda:
"Ya la cagaste, un poco más de mierda, un poco menos, no hace nada de diferencia. Y pasas de tenerle miedo a Armin, ¿le vas a tener a Leonardo también? ¿Qué clase de mujer independiente eres?"
Allí tomé una decisión, la parte testaruda de mí siempre me retaba. Y yo odio que me retén.
-¿Qué me harías? -pregunté susurrando, el corazón martillando en mi pecho.
-Pues... yo no sé mucho de práctica...
-No sabes nada de práctica -lo interrumpí.
-Entonces -me miró fulminante-... puedes enseñarme ¿algo?
Lo miré de forma perversa.
¿Estaba proponiendo lo que estaba proponiendo?
-¿Quieres ser mi aprendiz? -pregunté entusiasmada.
-Depende -respondió-. ¿Eres de esas muy estrictas?
-¿Quieres que sea estricta? -devolví.
-No sé, ¿quieres que yo quiera que seas estricta?
Sonreí ampliamente por sus respuestas.
-Puedo continuar -murmuré divertida-, ¿qué quieres hacerme?
Él se levantó y se sentó, dejándome una buena vista de su ancha espalda. Parecía trabajada a pesar de que Saint no se veía una persona que se ejercitaba constantemente.
-No lo sé... es decir, quiero hacerte de todo -estuve por hablar, pero siguió:-. No sé cómo hacerlo todo.
Me acosté en la cama, completamente acostada y lo miré mientras abría mis piernas en forma de mariposa.
-Aprende conmigo Saint -le pedí-. Disfruta conmigo ahora, no sé qué puede pasar luego; no importa si no sabes algo, no te quedes esperando a que alguien te enseñe, aprende por ti mismo y luego te perfeccionas.
Él miró mis ojos, mi boca, bajó a mis senos desnudos, a mis caderas, hasta finalizar su recorrido en mi sexo expuesto.
-¿Puedo hacer lo que quiera?
Su pregunta me agarró desprevenida, porque la había tomado con una importancia impresionante.
-Puedes hacer lo que quieras -concedí-. Sólo en este momento... solo conmigo.
Él asintió.
-Solo contigo.
-Solo conmigo -seguí
-Solo contigo.
Su cuerpo se movió con lentitud hasta colocarse entre mis piernas, sus manos se deslizaron de forma excitante por la parte interna de mis muslos, poniendo en alerta a mi clítoris que, sin necesitar más que aquel toque, ya se había puesto duro.
-Dime qué me harás -pedí, tenía la necesidad de escucharlo.
-¿Quieres que te diga con detalles?
-Solo quiero que me lo digas -susurré-, los detalles quiero que me los muestres.
Saint llevó una de sus manos hasta mi centro, ahuecando por completo mi monte de Venus y haciendo fácil el meneo de su dedo pulgar por mi botón sensible, lo que me hizo jadear escandalosamente. Había quedado sensible luego de nuestro momento y cada toque me ponía más expuesta, más anhelante.
-Tengo mucha teoría acumulada en mi cerebro -admitió-, pero en este momento no recuerdo nada.
-Entonces improvisa.
-No seas permisiva.
-¿Quieres que te exija? ¿Serás mi esclavo?
Él me miró significativamente.
-Ahora que he estado dentro de ti y que sé lo maravillosa persona que eres... seré todo lo que quieras -confesó.
-Eso me parece tentador -comencé a juguetear con él-. ¡Esclavo, tienes que provocarme un orgasmo o sino vas a la horca!
Saint sonrió.
-Las dos opciones parecen adecuadas.
Abrí mi boca, tanto por la impresión como por el placer que me había provocado la presión que había hecho en mi clítoris.
-Eres un pervertido. Bien escondido que lo tenías.
-Sacaste mi lado oscuro.
Y para hacer énfasis en sus palabras, bajó el rostro y lo hundió en mis pliegues, sumergiéndome en un inefable placer.
Su lengua estaba fría por alguna razón y el contacto con mi sexo caliente habían hecho de mí un manojo de placer intenso que, en lugar de calmar mi excitacion, lo que hacía era aumentarla.
-Lo estás haciendo muy bien, Saint.
Decirle aquello era motivarlo, y quería que él se motivara, que no se abstuviera de lamer por completo mi humedad ni de hacerme suya con solo su lengua. Necesitaba de él, de una forma extraña, algo que no había sentido antes.
No necesitaba sexo, no necesitaba un orgasmo, necesitaba su atención, necesitaba su ser unido al mío. Era una necesidad demandante que me hacía no querer nada más que eso. Y me estaba consumiendo por completo sin darme el derecho a desistir.
Su lengua acarició la parte interna de mis muslos, mi vagina palpitó en protesta queriendo su atención. Luego se deslizó lentamente hasta mi entrada y hundió su lengua dentro de mi orificio, penetrándome.
-Sí -los jadeos no me permitían hablar normalmente así que mi voz salió entrecortada.
Saint parecía asustado, monótono, hasta que levanté mis caderas, llevé mis manos hasta su nuca y lo jalé más cerca de mi entrada. Él empezó a trazar círculos con su lengua, y ahora su lamidas y penetración no eran tan suaves, sino rudas y excitantes.
-¡Así! ¡Ah! -ya no podía contenerme, gemidos empezaron a salir de mis labios sin control- ¡Saint! ¡Más rápido!
Saint, obedeciendo mi orden, empezó a lamer de arriba hacia abajo más rápido, deteniéndose un momento para chupar mi clítoris. Mis caderas se levantaron feroces, buscando que mis pliegues tuvieran más contacto con su lengua.
Cuando sentí nuevamente sus labios rodear mi clítoris y chupar, no pude contenerme más, mis caderas subieron a un ritmo lento y constante, pues había llegado al orgasmo y mi cuerpo vibraba.
Tenía aún las manos rodeando la nuca de Saint, y así las mantuve hasta que mi cuerpo se detuvo y pude dejarlo salir de mis pliegues.
El rostro del ministro estaba sudado, sus labios estaban rojos por la fricción y el esfuerzo, y húmedos por el estallido de mis fluidos.
Me dejé caer rendida.
-Mierda...
Miré hacia el techo sin poder creer el placer intenso que había sentido con un hombre inexperto. No podía decir que me atraían los hombres sin experiencia porque ya había estado con varios de esos y no, no sentí atracción por ninguno de ellos.
Excepto un chico de mi universidad, hace tres años, uno de esos chicos que se la pasan en bibliotecas, con lentes y bien peinados. Él me había gustado por unos meses, y hasta salimos varias veces, pero luego supo que yo era una prostituta y se alejó de mí alegando que se debía a lo mucho que la medicina le consumía el tiempo, cuando en realidad no quería ser visto con una puta.
No me dolió.
Me tiré a su padre hasta el año pasado y era uno de esos clientes que cogían buenísimo, así que no tuve ninguna perdida. Ya luego él se fue a Estados Unidos y no pudimos seguir nuestra relación de Prostituta-Cliente.
-No te voy a preguntar si te gustó -habló Saint.
-Y yo no te lo voy a decir tampoco.
Ambos asentimos.
Saint se acostó a mi lado de espaldas dejándome ver su precioso culo, me coloqué de lado y subí una pierna a la suya.
-¿Dormimos?
Yo asentí a su pregunta.
Luego de unos minutos se quedó dormido, su respiración volviéndose profunda. Yo me lo quedé mirando por mucho tiempo hasta que supe que era el momento.
Me levanté y, con la camisa y short que Saint me había prestado, salí de allí, con teléfono y llaves en mano.
Ya la había cagado lo suficiente.
Envié un mensaje antes de subir al auto:
"Hola, futuro esposo, ¿tienes el dinero?
Lo necesito para hoy mismo".
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro