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VEINTIDÓS

Sus bóxer de marca terminaron en el suelo al igual que sus pantalones de vestir, Leonardo abrió sus piernas haciendo que el sonido del tintineo del cinturón invadiera la habitación. Aparté la mirada de la suya y la fijé en su excitante sexo; había estado con muchos hombres, lamentablemente no los podía contar, y eso significaba haber visto muchos penes, de muchos tamaños y de muchas formas; algunos me llenaban o me dejaban satisfecha, otros ni los sentía, pero aquí estaba, de rodillas, frente al pene que me llenaba y me dejaba satisfecha, ambas cosas, no una.

Leonardo, a pesar de ser un cliente, buscó en todos nuestros encuentros dejarme satisfecha, hacerme llegar y gemir sin necesidad de fingir.

Por eso casi todas mis reglas habían sido pasadas por alto cuando estaba con él.

—Vamos, Black —susurró—. Me matas...

Rodeé su glande inflamada con mis labios acabando con su tortura. Pasé mi lengua por toda su punta llevándome su líquido preseminal en el proceso.

Leonardo tomó en puños mi cabello y empezó a guiar los movimientos de mi boca por su sexo, con calma, lento, a pesar de reflejar lo desesperado que estaba en cada jadeo.
Relajé mi garganta y sin necesidad de ser guiada por él metí toda su longitud dentro de mi boca, su sabor me invadió el paladar y su textura me hizo mover la lengua por todo su contorno.

—Black —gimió.

Leonardo era tan excitante, era ese tipo de hombres que veías por la calle y pensabas "¿Quién fuese sol? Pa' calentarte todos los días", e incluso si no fueses de las personas que hacen ese tipo de cosas, su sensualidad y belleza te obligarían, porque no solo tenía aquello, también era inteligente y caballeroso.

Él es el hombre perfecto, que toda mujer quiere, pero que no todas necesitan.

Alcé la mirada y la crucé con la suya, sus pupilas dilatadas me miraron orgulloso y sus labios rojos y húmedos me pedían desesperados un poco de atención. Lágrimas salieron de mis ojos por contener la respiración mientras hundía su sexo en mi garganta, así que lo saqué completo de mi boca y lamí su punta. Comencé a deslizar mi mano derecha de arriba hacia abajo por todo su pene y seguí acariciando con pequeñas lamidas su punta.

Las rodillas me dolían y mi garganta estaba irritada; eso era lo malo y bueno de Leonardo, él era muy complicado y tardaba mucho para correrse, en algunos momentos, como éste, era tedioso, pero en otros momentos era realmente increíble, porque me corría dos veces y hasta tres, y el todavía seguía dándome duro.

Me emocioné cuando su mano se apretó con más fuerza en mi cabello y sus caderas empezaron a moverse hacia delante, abrí la boca y lo recibí en una estocada. Él empezó a penetrarme con rapidez, pero sin tanta fuerza como para lastimarme, estaba por llegar, sus ojos se cerraron y sus dientes se apretaron en su labio inferior tratando de contener el placer que se le avecinaba.

—¡Carajo! —gruñó, e inmediatamente empezó a vaciar sus fluidos en mi boca.

Era un sabor tolerable, como beber leche solo para obtener vitaminas.

Leo calmó sus embestidas y empezó a acariciar mi cabello hasta que logró detenerse, saqué su pene de mi boca y me levanté con su ayuda.

—Ven aquí —susurró y me jaló hacia su cuerpo; mientras me besaba, sus pies se movían buscando la manera de sacar sus zapatos, sus pantalones y el bóxer.

Sus labios estaban fríos mientras que los míos estaban calientes por la fricción de hace un momento. Rodeé mis brazos por su cuello y lo acerqué más a mi boca queriendo consumirlo por completo, él apretó sus dedos en mis caderas y me pegó a su cuerpo.

Su pene se presionó contra mi vientre haciendo que mi vagina palpitara desenfrenada, la necesidad imperiosa de frotarme o penetrarme con algo se apoderó de mí. Gemí en sus labios por el deseo que me consumía, levanté una pierna y él inmediatamente la tomó y me aferró a sus caderas, con un pequeño salto logré quedar enganchada a él, la aguja del tacón rozó con sus nalgas desnudas.

Leo caminó solo con la camisa de vestir hasta la cama y me colocó lentamente en el centro, se separó de mí y empezó a quitarse la camisa. Yo hice lo propio y me quité la ropa interior y los tacones, quedando desnuda.

—¿Todavía me dejas? —preguntó.

Yo asentí y él se subió a la cama, ubicándose en mi entrada sin ponerse un condón. Su brazo derecho se metió bajo mi cuerpo, rodeándo mi cintura, luego me alzó para moverme hasta colocarme en posición perfecta para recibir su estocada.

Mis piernas estaba abiertas de par en par y mis manos estaban aferradas a sus hombros. Leo se afincó de su antebrazo izquierdo en la cama y, mirándome, hundió toda su longitud dentro de mí robándome varios gemidos.

—¡Sí! ¡Así! —gemí suavemente en su oído.

Él empezó a moverse hacia delante y hacia atrás, llenándome por completo. Sus penetraciones eran lentas, pero profundas, mis pliegues se contraían alrededor de su contorno, haciéndolo gemir.

Empecé a mover mi caderas hacia arriba para llegar a su encuentro y que las penetración fueran más profundas. Leo bajó su rostro y lo ubicó en el centro de mis senos, chupó, pasando su lengua por todo el lugar hasta llegar a uno de mis pezones erectos.
Allí lamió y luego cerró su boca alrededor del pequeño botón, llenando de humedad todo el lugar, humedeciendo no solo esa parte sino también mi sexo.

—Arriba —ordenó.

Él se volteó sin soltarme y quedé ubicada arriba de su cuerpo. Sin perder mucho tiempo comencé a saltar haciendo que la habitación se llenara con un sonido excitante, que provocaba su piel y la mía siendo golpeadas.

—¡Ah, sí! ¡Mierda! —gimió, aferrándose a mis caderas.

Bajé mi torso y lo pegué al suyo, mis pezones erizados agradecieron el contacto con la piel de su pecho, puse en punta mis pies y empecé a saltar más rápido.

—¡Ah! ¡Ah! ¡Ah! —gemí con cada penetración.

Mis pliegues se abrían y se cerraban, lo sentía llenarme por completo. Las manos de Leonardo bajaron hasta mi culo, apretó ambas nalgas hasta guiarme y enterrarse por completo dentro de mí, chillé presa del placer y cerré los ojos al no poder mantener la vista enfocada.

—Sigues sintiéndote tan bien —murmuró Leo, hundiendo su nariz en mi cuello.

Esparció besos por todo el lugar, excitándome más de lo que se podía permitir en ésta vida.

—Y tú sigues llenándome por completo —le recordé.

—Nadie te conoce como yo —su tono no era altanero, era orgulloso.

No le respondí y seguí moviéndome, haciendo más lentos mis movimientos.

—Sí —susurré al sentir la fricción de mi clítoris con el inicio de su pene.

Mi vientre se tensó y mi vagina acumuló una sensación de placer inmensa; empecé a frotarme más rápido contra su pene hasta que espasmos incontrolables invadieron mi cuerpo.

Leonardo dejó una mano en una de mis nalgas mientras que la otra subía y bajaba por mi cadera, acariciándome mientras me corría.

—Oh, Dios mío —gemí—. Si sigues llenándome de esa forma terminaré aceptando tu propuesta de matrimonio.

Cerré la boca muy fuerte luego de decir aquello. Y por eso señores, NO. PODEMOS. HABLAR. MIENTRAS. TENEMOS. SEXO.

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