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UNO

Capítulo 1




Narra Saint.




Estaba ardiendo.




Mi piel parecía consumirse poco a poco por el sudor, como si de fuego se tratase.


Me sentía sofocado y el pecho amenazaba con abrirse y dejar salir mi corazón en estallidos de sangre; si lo imaginabas podía llegar a ser una imagen catastrófica y asquerosa, pero no está muy lejos de mi futura realidad, porque lo estaba sintiendo.



Mientras que la mujer bailaba frente a mí y otras se restregaban en la entrepierna de mis socios, sentía que mi pecho se rasgaba. Me estaba asfixiando.



¿Cuan estúpido podría parecer si la alejaba?



Me hice la pregunta y sin esperar una respuesta puse la mano hacia arriba con la palma abierta, en una señal de pausa.



La mujer que bailaba para mí estaba tan pendiente de mis movimientos que se detuvo de sopetón, sonriendo para acercarse un poco más e invadir mi espacio personal.



«Me voy a morir».




-¿Sucede algo? -su voz sonaba demasiado aguda- ¿Quieres pasar a la habitación, cariño?




Negué rápidamente, casi con desespero. Solo me di cuenta de mis puños apretados cuando boté el aire con fuerza para volver a tomarlo y poder hablar.



-No estoy interesado, muchas gracias -aclaré, logrando relajar mis hombros y abrir las manos que tenía en puños.




-¿No? ¿Por qué? ¿Hice algo mal?




Su fachada de suficiencia se deshizo abruptamente frente a mí, parecía dolida y asustada.




-No has hecho nada mal, bailas muy bien -metí la mano en mi bolsillo y saqué la cartera. Obviamente el servicio ya estaba pago, pero una propina de seguro la haría olvidarse de su orgullo herido-. Toma.



No tenía monedas ni billetes pequeños, así que, cuando saqué uno de los que tenía, su cara se puso pálida y sus ojos brillaron.



-Gracias, gracias, señor -pronunció en un idioma que reconocí rápidamente como japonés, en ese momento comprendí sus rasgos asiáticos.




-Sí, no hay problema. Ve -susurré en su idioma. Ella sonrió ampliamente y salió de la habitación.




-¡¿Sabes algo, ministro?!




Dirigí la mirada hacia Leonardo al escuchar mi puesto en la política. Y definitivamente se dirigía hacia mi persona.




-¿Qué?




Él sonrió achinando los ojos, había una mujer en sus piernas besando su cuello. Él parecía estar borracho.




-Hay una mujer... que conozco. Ella... ella es la mejor, que -me señaló-... la pruebas y no puedes vivir sin ella.



Asentí lentamente, sin saber qué debía decir en respuesta a aquello.




-Entiendo.




Sentía que ya estaba hablando como mi psicóloga.




Leonardo levantó a la chica de sus piernas y caminó a trompicones hasta sentarse en el asiento a mi lado. Pasó un brazo por mis hombros y me atrajo hacia su cuerpo; uno de mis escoltas se puso en alerta, pero lo tranquilicé con un movimiento de manos.




-Yo... yo debí haber hecho esto sobrio, pero... pero cualquier momento es bueno -rebuscó en sus bolsillos una y otra vez hasta dar con su cartera (la cual estaba en el bolsillo donde buscó primero), de allí sacó un pedazo de cartulina como de 5×5 centímetros. Me la dio-. Ese número es... es de la mujer más hermosa que podrás conocer, te lo juro. Es la mejor.




-¿Estás hablando de una prostituta? -fruncí el ceño sintiéndome nuevamente incómodo.




-No... no le digas así, por favor. Ella es dama de compañía -me colocó una mano en la mejilla y ahí dio dos toquecitos-. Cuídala, por favor. Ella es buena.




-Hablas como si la amaras -me burlé.




Sonrió débilmente y se puso de pies.




-Cualquiera la amaría.





×××




Ya había amanecido cuando llegué a casa. Ni siquiera sabía cómo había soportado tantas horas, pero tristemente habían algunos socios que ni siquiera habían tomado una copa de vino, así que se me hizo imposible escaparme.



Todo estaba silencioso y oscuro, pero no me molesté en levantar las persianas ni encender la luz, más bien pasé directo a mi habitación y me desnudé para ducharme.


Froté muchas veces la espuma jabonosa por mi cuerpo hasta lograr quitar los distintos olores que se habían impregnado en mi piel. Incluso olía a sexo, cuando ni siquiera había tocado íntimamente a nadie.



Era realmente molesto el constante desenfreno de mi pulso, por eso apreciaba los momentos donde estaba solo y este se ralentizaba. Se apreciaba. Y mucho.




Salí cuando el agua caliente se acabó y las puntas de mis dedos estaban arrugadas. Sin pensar en vestirme me lancé a la cama y tomé el celular.


Con las notificaciones de los correos electrónicos desactivados y las llamadas bloqueadas, simplemente tenía un mensaje de mi madre dándome los buenos días y las gracias por las flores de hoy.



Ni siquiera eran las siete de la mañana y ya las había recibido, definitivamente debía darle más propina al chico que las entregaba.




«Buen día, sabes que no es nada. Te amo». Respondí por mensaje.




Hoy era domingo, y fue exactamente una semana después cuando volví a mirar la tarjeta que me había dado Leonardo en la celebración de empresas unidas. Y la razón de aquello caminaba mi mente como si estuviese en una maratón.



«Si no te enfrentas al miedo ¿Cómo lo superas? Ya no puedes continuar así Saint, tu miedo no se quita porque no lo enfrentas».



Enfrentarlo.



¿Cómo enfrentas algo que solo te provoca huir?




Quizás pude haber cambiando de terapeuta, quizás pude dejar de ir a las terapias, quedarme como estaba y simplemente ignorar todo lo referente a las relaciones sexuales, pero sabía que ella tenía razón, que mi madre tenía razón, que mi parte racional tenía razón. Debía enfrentar mi miedo.



Un domingo, una semana después de recibir la tarjeta en aquella reunión, a la misma hora quizás, estaba marcando un número que me llevaba al primer paso de enfrentar mi miedo.



¿Que si había contratado a prostitutas? Muchas. Pero nunca llegaba a verles la cara, yo simplemente dejaba algo de dinero en la mesilla de la habitación de hotel y me iba antes de que llegaran. Y probablemente esta vez sería igual, pero debía intentarlo.




-Buen día, ¿Quién habla?




Una voz femenina invadió mis sentidos auditivos. Una voz realmente suave con un toque de malicia. Para mí casi todo parecía planificado.




-Buen día. Soy Saint Ozturk -leí el nombre que aparecía en la tarjeta-... ¿Estoy hablando con Black?




-Así es, ¿En qué lo puedo ayudar?




Carraspee antes de pronunciar lo siguiente.




-Leonardo... él me dio tu tarjeta, necesito tus servicios...




Silencio. Silencio por varios segundos.




-Son dos mil por orgasmo. No puedes besarme ni poner tu boca en mi cuerpo, simplemente deja que yo haga el trabajo. Tú pagas el hotel, y si es en una casa más vale que esté en buen estado...




-Es una habitación de hotel -interrumpí, sintiendo el sudor recorrer mi espalda, a pesar de tener el aire acondicionado activado.




-Tienes que recogerme en algún lugar.



Me quedé callado cuando ella hizo silencio para que le respondiera. No estaba nada seguro de lo que estaba haciendo. Nada, nada.




-Mandaré a alguien a buscarte -carraspee de nuevo-, te mandaré un mensaje con lo necesario. ¿El viernes estaría bien?




-¿Esta semana? -esa vez sí sonó algo sorprendida.




-Sí, hay...




-De acuerdo -me interrumpió.




-Bien. Hasta luego.




-Hasta luego.




No sé si dijo algo más porque inmediatamente apreté la opción de cortar la llamada. Boté el aire tan brusco que dolió.



Viernes. El viernes me enfrentaba a mis miedos.



×××

Capítulo narrado por Saint ¡Sí!

Si ven algún error ortográfico, me ayudaría mucho que me lo hicieran ver.

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