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TREINTA Y SIETE


Lo observé por varios segundo que parecieron eternos. Inmediatamente de haberme hecho la pregunta la respuesta que quería salir de mis labios, tratando de excusarme, murió al sentir tal sensación de culpa, como si hubiese hecho algo malo; pero no era el caso de sentirme culpable, era el hecho de la desesperación que sentí por arreglarlo.

—Sí.

Me esforcé mucho en no decir nada más, en solo dejar esa respuesta, esperando que tanto él como yo no sintamos satisfechos.

Saint se paró recto, alejándose de la pared para acercarse peligrosamente a mí.

—¿Por eso no respondías mis llamadas? —preguntó, dando un paso más cerca— ¿Preparabas tu boda?

—Si tal hubiese sido el caso... no sería tu problema —murmuré con un pesar que no me permití traslucir.

Otro paso más hacia mí. Yo di uno hacia atrás disimuladamente.

—Ciertamente —comentó paciente—. Como también no creo necesaria tu preocupación por calificar los que deberían o no ser mis problemas.

—No me estoy preocupando —dije inmediatamente—. Si el problema en el que te interesas no fuese mío... no tendría el mínimo interés en apartarte.

—¿Es un problema tu compromiso?

—No malinterpretes lo que digo —le exigí.

—No digas cosas que pueda malinterpretar —respondió.

Suspiré sin apartar la mirada de la suya, mi entrecejo se fruncía con cada segundo que pasaba y la sensación de culpabilidad se acresentaba albergandome por completo.

Saint dio otro paso hacia mí.

—¿Qué te ocurre? —pregunte exaltada.

—Nada, ¿Por qué tendría qué?

Decidí que era hora de irme, aquel descontrol y agite en mi respiración no era bueno para mi cerebro, puesto que sentía que no podía pensar algo coherente. No sabía lo que me pasaba ahora, con su sola presencia me sentía vulnerable y desesperada, queriendo acabar mi desespero a fuerza de...

—Me tengo que ir —bramé, sinceramente me sentía furiosa conmigo misma y por el camino que transitaban mis pensamientos. ¿Qué me ocurría? ¿Acaso tenía las hormonas de una chica de diecisiete años? ¿Nunca había hablado con un hombre en mi vida? Sentía que no.

Intenté pasar a su lado y huir como la cobarde que de seguro parecía en aquel momento, pero su mano tomó mi brazo y me detuvo.
No fue un agarre brusco, fue uno posesivo; Saint se inclinó hacia mi oído y allí se quedó unos segundos sin hacer nada. Su respiración era lenta y tibia, hacía cosquillas en mi oreja y me erizaban los vellos de la nuca y de la espalda.

—Eres una mala profesora —confesó, y debido a aquello la saliva que intenté tragar silenciosamente por los nervios se desvió y me hizo ahogarme, haciéndome pasar una vergüenza descomunal cuando comencé a toser como si estuviese a punto de morir asfixiada.

Saint sonrió malicioso y, pasando su brazo por debajo del mío, comenzó a acariciar mi espalda. Eran lentas y tortuosas caricias que hacían a mi cerebro rememorar acontecimientos que se resumían en: Gemidos, placer, éxtasis.

Recordé sus manos rodeando mi cintura mientras yo me movía lentamente sobre él tratando de hundir su sexo con más fuerza en el mío. Y no pude detenerlo, no pude detener todos los recuerdos que evocó mi mente; nuestro primer beso, su sexo en mi boca, su sexo en mi entrada; su pasta con salsa, su sonrisa, su inseguridad, su apoyo. Evoqué la vez que me recibió en su casa sin quejarse, cuando fue mi habitación secreta, mi confidente; cuando solo me escuchó sin decir nada, cuando me abrazó, cuando me besó por cuenta propia, cuando me contó sus secretos y sus miedos, cuando me hizo sentir una mujer, solo una mujer. En sus brazos no era una puta, en sus brazos fui una mujer.

Y lo recordé, sin saber cómo lo pude haber olvidado alguna vez.

Dejé de toser abruptamente y lo miré con los ojos muy abiertos. Evocar todos esos recuerdos a la vez habían causado la epifanía más grande que había tenido en mi vida. Y lloré.

Una lágrima se deslizó por mi mejilla, lenta, tan lenta como los latidos de mi corazón debido al dolor que sentía en ese momento.

Lloré porque no me había dado cuenta antes.

Lloré porque era una egoísta.

Lloré porque era demasiado tarde.

—Lo siento —susurró Saint, y lloré más fuerte, porque ni siquiera sabía por qué se disculpaba, ¿Qué hizo mal? Absolutamente nada, era un jodido ángel, hermoso y maquiavélico ángel.

Ángel del demonio que me hizo doler el corazón.

Alcé mis brazos y lo abracé sobre los hombros, pegando mi nariz de su cuello.

—Lo siento —sollocé, murmurando una y otra vez aquellas dos palabras. Saint me abrazó fuerte, volviéndome pequeña en sus brazos—, lo siento mucho.

—Shh —me acalló—, tranquila... todo está bien... todo está bien.

Yo negué bruscamente, moviendo mi cabeza de un lado a otro.

—No... yo debí... no debí... hice —mi vergonzoso balbuceo se debía al nudo tan doloroso que abarcaba toda mi garganta, casi asfixiándome—... ¡Lo siento mucho!

Los labios de Saint se pegaron a mi oreja y sentí su respiración deslizarse por mi cuello, ni nuca, mi lóbulo. Sentí como si me besaba, pero luego supe que el movimiento se debía a que estaba por decir algo.

—Estoy aquí.

—Lo sé —susurré.

—No llores, habla conmigo.

Yo traté de calmar los espasmos en mi cuerpo y respiré profundo para poder hablar. Cuando estuve calmada, y el nudo en mi garganta parecía ceder para que terminara de una vez de hablar, hice lo debido:

Pronuncié en un susurro:—Saint, creo que me gustas.

Supe que él había contenido la respiración cuando no sentí el subir y bajar de su pecho y la respiración rozar mi nuca. También supe que se quedó impresionado cuando sus manos aferraron fuertemente la tela de mi vestido.

En cierta parte me sentía avergonzada, quizás él no sentía el mismo desenfreno y éxtasis en su sistema que yo, pero no podía avanzar sin decir aquello.
Porque los sentimientos no se silencian, no se reprimen, y menos cuando eres una persona que no los siente a menudo, que no experimenta aquello ni siquiera una vez al año; porque sería un desperdicio de frenesí neuro y cardiológico, un desperdicio de esfuerzo en tu sistema respiratorio y un desperdicio de la vida al hacer amagos para acrecentar los sentimientos.

¿Qué más daba? Dices lo que sientes y hay solo dos escenas consecuentes:

1) Te rechaza de alguna u otra forma.

2) Te corresponde de alguna u otra forma.

De seguro mi escena consecuente se inclina a la primera opción, pero tendré el honor de decir que lo intenté y de que dije lo que sentía, añadiendo principalmente que llegué a sentir.

Si tenemos una sola vida como la que vivimos actualmente, y que si tal caso reencarnamos no sería la misma forma de vida, ¿Por qué no vivirla de la mejor manera posible? ¿Por qué no olvidar la supuesta forma correcta de vivir y vivir a nuestra manera? ¿Por qué no tomar el control de la forma única de vida que nos gozamos y realmente vivirla?

Es un desperdicio total para la vida tener a un montón de imbéciles con complejo de dioses, viviendo su extensión y plenitud como malditos robots que hacen lo mismo una y otra vez, sin pararse a pensar si quiera si esa es la forma correcta de vivirla.

Yo no haría eso.

—¿De qué forma? —la voz de Saint me alertó, haciendo que mi corazón retumbara en mis oídos.

Bufé cansada, las lágrimas se secaban en mis mejillas y mi boca ya estaba seca. Era fácil, estando con la vista clavada en su cuello, decir aquello:

—De todas las formas posibles.

Saint me alejó con delicadeza sin quitar sus manos de mi cintura y me miró profundamente.

—¿Eso qué significa?

Lo odiaba, lo odiaba mucho. Hacía unas preguntas estúpidas y luego me miraba de aquella forma tan hermosa, perfecta, hermosa y perfecta, y hermosa. No sabía cómo podía hacer aquello.

—Significa que...

—¿Amor? —la voz de Leonardo me hizo pegar un brinco en mi lugar— ¿Qué sucede?




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