TREINTA Y SEIS
Sugerencia musical: Call Out My Name - The Weeknd.
Cuando entramos y varias personas saludaron a Leonardo, recorrí con la mirada todo el lugar, sin hallar algún rostro familiar o desdeñoso que me diera algún indicio de que me conocía de mala forma.
Nunca había hecho amigos, ¿conocidos? Muchos. ¿Amigos? Ninguno. Por eso no estaba buscando a nadie para charlar alegremente, estaba buscando a alguien para saber si debía ponerme a la defensiva o no. Leonardo me presentó a varias personas y me entregó una copa de vino tinto cuando uno de los meseros, engullido en un traje asfixiante, se acercó y nos ofreció una.
Luego de un rato de pie, luciendo lo más imponente posible, mi prometido por fin decidió que era hora de sentarnos a probar los bocadillos. Él se sentó a mi lado en una mesa ocupada por varias mujeres y hombres que desbordaban dinero por los poros, en otro momento hubiese fijado mi mirada en alguno, decidiendo cuál tenía más dinero para ofrecerme, pero estaba conciente de que ahora estaba comprometida y que era una nueva persona. No necesitaba el dinero de nadie que no fuera de mi misma y mis esfuerzos.
No había probado nada de aquella mesa que no fuese el vino. La mano de Leonardo dibujaba líneas en mi pierna y de vez en cuando se acercaba a mí y besaba mi mejilla. Él hablaba abiertamente con cada una de las personas en la mesa y me impresionó que algunos, que estaban en otras mesas o haciendo otras cosas, se desentendían de todo para venir hasta la nuestra y sentarse a escuchar a Leonardo.
Llevábamos una hora en aquel lugar y yo respiraba más tranquila conforme me daba cuenta de que todo llevaba un curso normal y tranquilo. Estaba mirando a las mujeres con collares caros y pendientes importados cuando me di cuenta de cómo la mayoría sonreía en dirección a mí.
Las enfoqué bien, dándome cuenta de que todas miraban sobre mi cabeza, mirando a mis espaldas.
—Lamento la tardanza.
En aquel momento no entendí muy bien por qué razón mi corazón se había paralizado hasta el punto de dejarme sin respiración, no entendí por qué mis manos empezaron a transpirar y los vellos de mi nuca a erizarse.
No lo entendí.
Leonardo se levantó de la silla y estrechó de forma familiar la mano de Saint.
—Saint, amigo.
—Ministro —saludó alguien más.
—Hola.
—Señor secretario.
—Amigo.
—Presidente.
Me di cuenta, yo lo hice. La diferencia de nivel entre Leonardo y Saint. La mesa desbordaba de personas cuando él se apareció, incluso algunos arrastraron sus sillas esperando sentarse junto a él.
—Mi amor.
Traté de ignorar el llamado de Leonardo, pero sentí su mano en mi hombro, así que me giré y al ver su mirada sugerente a levantarme y saludar, no me quedó de otra que hacerlo.
Me puse de pie lentamente, viendo cómo varios hombres fijaban su mirada en el escote de mi pecho y el de mi pierna. Ignoré completamente aquello y antes de girar cogí aire para mirarlo.
No había atendido ni devuelto sus llamadas, y él tampoco insistió en aquello, así que, luego de casi dos semanas sin verlo, me puso realmente nerviosa y por varios segundos me sentí avergonzada, pero no sabía de qué.
Lo miré, lo miré en todo su esplendor. Como aquella primera vez estando frente a él, como aquella vez donde logré ver personalmente lo imponente y poderoso que era. Lo ví nuevamente.
Pero aquel no era el Saint con fobias y miedos, aquel no era el Saint que cocinaba pasta y salchichas fritas con salsa procesada, no era el Saint que parecía no saber cuándo una mujer tenía la mestruación, no era él.
Era un hombre vestido con un traje caro, oliendo tan delicioso y varonil que hacía querer inhalar olvidando el trabajo de exhalar. Con un corte prolijo tanto en la barba como en el pelo. Con una sonrisa formal y ojos brillantemente serios y dominantes.
Era erótico mirarlo.
Pero doloroso saber que había algo más que no podías exigir ver nuevamente.
Su mirada indiferente me hizo pensar en algo que, luego, se fugó rápidamente para dar lugar a la seguridad y a la misma indiferencia que él emanaba.
—Ministro —murmuré lo más alto que pude, puesto que el nudo en mi garganta no me dejaba hablar correctamente.
Él me miró a los ojos y luego, lentamente, bajó su mirada, recorriendo de la forma más lenta y excitante mi cuerpo.
No lo pude evitar, me había acelerado demasiado.
—Black.
Escuché la carcajada de Leonardo a mi lado.
—Cierto que se conocían —explicó.
Yo asentí, en cambio Saint lo miró y sonrió maligno.
—Sí, somos muy allegados —apreté los labios al escuchar la lentitud con la que pronunció "Allegados".
—¿Allegados? —murmuró Leo con el entrecejo fruncido— Se conocen hace menos de un mes.
—En un mes pasan muchas cosas... amigo —respondió Saint, su tono lento y provocador me hacían recordar sus palabras mientras yo me movía...
—Lo sé —aceptó Leo—. ¡Amigo!
Saint lo miró nuevamente, había un brillo peculiar en su mirada. Y no era miedo.
—Dime.
—¿Sabías que me casaré con esta bella mujer? —preguntó con una gran sonrisa.
Las miradas de todas las personas que presenciaban el intercambio de palabras fueron directamente hacia mí.
Saint sonrió más amplio.
—¿Ah sí?
—Así es —la que hablé fui yo, dejándome llevar por el impulso de quitar su sonrisa de desafío y malicia.
Saint acortó la distancia entre él y Leonardo, y le extendió su mano.
—Te felicito, amigo.
Leonardo asintió, permitiendo que Saint se moviera hacia un lado acercándose a mí.
Besó mi mejilla.
—Mucha dicha para ti —susurró sonriendo—. Te mereces todo.
Mis ojos empezaron a picar así que alcé una mano y con cuidado la estrujé en mi lagrimal.
—Gracias —respondí con la voz entrecortada—, también mereces todo.
Él se alejó de espaldas sin apartar la mirada de mi rostro.
—Creo que "todo" no puede complacer a muchos.
Sin más, se giró y caminó hasta varios hombres que lo recibieron con fuertes palmadas en la espalda. Yo me quedé mirándolo hasta que me di cuenta de que estaba quedando como estúpida.
—¿Estás bien?
Miré a Leonardo y su gran sonrisa.
—Mejor que nunca —mentí—. Tengo algo de hambre.
—Puedes comer lo que quieras —acercó su boca a mi oído y susurró:—. Pagué mucha comida y ninguna de estas personas come nada.
Sonreí y acerqué mi boca a su oído de igual manera.
—Seguro nadie quiere engordar —me acerqué más—, ya que nadie puede ser más gordo que sus billeteras.
Quizás el chiste había sido malísimo, pero Leonardo se separó bruscamente y su cuerpo empezó a moverse a causa de la carcajada estruendosa que salió de sus labios.
Yo me reí junto a él y me sentí bien. Leonardo no era un mal hombre, era atento, guapo, me amaba y daba todo por mí. Era más de lo que alguna vez pensé merecer. Quizás me estaba sintiendo conforme con la decisión que había tomado.
—Te pasaste, Black —exclamó cuando su risa ya se había calmado.
—Iré al baño —le informé con una sonrisa en mis labios.
—Te guardaré bocadillos.
—No muchos —pedí y miré a todas partes de forma "sospechosa"—, no queremos problemas con los demás.
Él asintió sonriendo. Caminé hasta donde creí estaba el baño, pero me vi interrumpida a nada de alcanzar mi cometido.
—Así que... ¿Comprometida?
Saint dejó traslucir una amarga sonrisa.
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