TREINTA Y OCHO
Me separé suavemente de Saint, tenía el corazón latiendo desenfrenado y haciendo eco en mis oídos, pero a parte de no amar a quien debía, no había hecho nada malo. Por eso me limpié las pocas y secas lágrimas que quedaban en mis mejillas y miré a Leonardo con una mueca que pretendía ser una sonrisa.
—No pasa nada —aclaré— ¿Qué sucede? ¿Por qué no estás con tus socios?
—Tardaste mucho en el baño así que pensé que te sentías mal o algo.
Su respuesta causaba ternura y te aseguro que si Leonardo fuese el hombre que me gusta o si quiera la persona que había elegido para cumplir con el papel protagónico en esta historia llamada "la vida tan realista y miserable, como muchas otras, de Black" de seguro me habría enternecido, le hubiese declarado mi amor eterno y hasta la boda se hubiese adelantado de tanto amor. Pero no era así, en cambio, el hombre que traía mi corazón descontrolado y mi respiración entrecortada solamente tenía sus ojos fijos en mí, y no podía decir de la mejor forma porque no lo sabía.
—Estoy bien —le respondí y a pesar de no estar obligada a dar alguna explicación, empecé a dar una estúpida excusa:—Saint... él me estaba... él me estaba felicitado por la boda.
Leonardo asintió sonriente, pero inmediatamente su rostro se contrajo de desconcierto cuando la voz de Saint invadió la estancia en aquel pasillo:
—En realidad no —mi respiración se detuvo y mis ojos se abrieron más cuando Saint se giró lentamente y encaró a Leonardo, posicionándose a mi lado—, estaba por decirle lo jodidamente loco que me trae y lo mucho que me gusta; pero ya ves, me interrumpiste.
Mi cara se contrajo y no supe si era de vergüenza o asombro.
—¿De que estás hablando?
Sí, eso también lo quería preguntar yo, pero Leonardo se me adelantó.
—Me refiero a que —hizo una pausa—... tú prometida, la mujer que está a mi lado, hace que la respiración me falle cada vez que la miro... y, además, me hace parecer inconcebible la idea de una vida sin ella.
Y hacemos una pausa, hay que hacerlo porque de verdad lo necesito. Una pausa para regular mi respiración, una pausa para controlar el imparable revoltijo que había entre mi pecho y mi estómago, y una pausa para evitar el paro cardíaco que estaba por darme.
Sí, yo había dicho que debíamos decir nuestros sentimientos. Sí, yo sabía que era lo mejor que podía pasarme. Y sí, yo sabía que esto estaba jodidamente mal; pero ¡Carajo! Estaba que estallaba de felicidad, y ¡Carajo! Leonardo había desaparecido de mis principales preocupaciones.
—¡¿Qué mierda estás diciendo, Saint?! —la voz de Leonardo fue lo que hizo el play a la escena que se reproducía frente a mí.
—No, Leonardo, no es mierda, es verdad —podía jurar que Saint se estaba burlando, pero al verlo me di cuenta de que estaba hablando muy en serio—. Y no sé cómo en esta maldita vida pudiste hacer que se comprometiera contigo, pero lo que sí sé... es que la encontré y no la voy a dejar ¿Entiendes? Ni porque se casen, ni porque tengan hijos, ni una mierda, así que ve pensando en cómo harás para mantenerla contigo.
Leonardo, al comprender que Saint hablaba en serio, se puso derecho y alzó la barbilla. Sí, debía admitirlo, la acción se vio demasiado sensual, no podía negarlo, Leonardo era guapísimo, pero estaba más concentrada en que estaba siendo correspondida, y quizás de una forma más ferviente.
—No tengo que hacer nada, ella no es mi prisionera y es una adulta, sabe tomar decisiones.
Quise aplaudir, pero Saint rebatió:
—¿Y qué harás? ¿Quedarte sentando mirando en primera fila cómo la conquisto? ¿Ese es tu plan? —Saint se rió cínicamente— Que no se te olvide que el amor es tan impredecible como la guerra.
Quise aplaudir nuevamente, pero Leonardo contraatacó:
—¿Y qué esperas que haga? ¿Que me muestre inseguro y pase todo el día pensando en que ella me va a dejar? —Leonardo dió un paso hacia nosotros— No seas egocéntrico, Saint. Black tiene tantas razones para amarme y quedarse conmigo como madurez e inteligencia para tomar decisiones y saber lo que tiene que hacer.
Bueno, debía admitirlo, los dos eran buenos.
—Está bien, tienes razón —concedió Saint—; pero no esperes verme sentando viendo cómo ella y tú se casan. Si puedo impedirlo, y si puedo tenerla conmigo, gastaré todos mis movimientos en eso. Espero lo entiendas.
—Confío en Black —respondió Leonardo.
Saint rió.
—Sí, yo también, pero no confíes en lo cambiante que pueden ser lo sentimientos, así que no la descuides.
Pensé que todo había acabado, que ya era hora de hacerme la ofendida e irme digna de aquel lugar alegando que eran unos inmaduros y que hablaban como si yo no estuviese allí, pero no llegó, en cambio, Leonardo habló:
—Black, te preguntaré algo —yo asentí—... ¿Quieres que Saint haga esto?
Yo no comprendí la pregunta, no porque sea lenta, sino porque me detuve primero a pensar en la razón de ella... y además con Saint al lado no ayudaba mucho a mis neuronas.
—¿A qué te refieres?
—Sabes que nunca te negué nada, no te reproché algo, por eso solo me gustaría saber si quieres que Saint intente algo contigo —aclaró—. Si no es así, estás en todo tu derecho de mujer comprometida a exigir respeto.
¿Quería que Saint me respetara? Pues no. Más quería que me pegara contra la pared y me...
—En realidad, Black —esa vez fue Saint el que habló—... Leonardo está preguntando si te gusto lo suficiente como para él estar en la situación de ponerse alerta.
Yo tragué grueso, ¿Que si me gustaba lo suficiente? Pues obvio, ¿Que si Leonardo merecía aquel momento tan bochornoso? Pues claro que no. Pero ¿Qué podía hacer? Amaba a Leonardo, quizás no de la manera en la que él lo hacía, pero sí le quería bastante. En cambio a Saint también lo amaba, pero a él lo amaba de otra forma.
Y no sabía qué hacer. Si negaba que me gustaba Saint, lo lastimaba, y si decía que sí me gustaba lo suficiente, lastimaba a Leonardo. Yo no quería lastimar a nadie.
Pero lo hice.
Leonardo al verme callada suspiró y dijo:
—No te preocupes, Black. Vamos a anular nuestro compromiso y vamos a hacerlo de la forma correcta ¿Vale? —no entendía, pero asentí casi llorando— Alguno de los dos te va a conquistar, y sin ninguna presión podrás elegir ¿Sí?
Yo asentí nuevamente y las ganas de llorar se acrecentaron.
—Me alegra que seas alguien maduro y de mente abierta —dijo Saint con respeto.
Leonardo sonrió amargamente y asintió.
—A mí me alegra que seas un hombre y no te calles lo que sientes —le dijo tranquilo.
Ambos se admiraban con respeto y honor de hombre, pero ahí seguía yo, sintiendo que había complicado todo y sintiéndome cada vez peor.
Culpable.
Confundida.
Asustada.
Desesperada.
Sí, y mucho más.
—Quiero irme a casa —susurré. Necesitaba hablar con mi psicóloga, Yoce, obvio.
—Yo te llevo —se apresuró Saint, pero inmediatamente Leonardo lo detuvo.
—Eh, ni se te ocurra, yo la traje, yo la llevo.
En eso Saint no pudo rebatir así que asintió y se acercó a mí, depositando un beso en mi mejilla.
—Ya por favor contestame las llamadas, mujer —su aliento hizo cosquillas en mi mejilla y tuve la necesidad de voltear el rostro, pero me contuve—. Luego hablamos.
Yo asentí y él se alejó. Estrechó su mano con Leonardo y caminó tranquilamente lejos de nosostros.
—No me dijiste nada —habló Leonardo, y sé que le debía una respuesta.
***
Te juro que amo a mis personajes, porque ¿Por qué hay que complicar todo cuando la vida en sí misma es complicada? ellos son tan geniales, los amo.
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