TREINTA Y CINCO
-Se siente culpable -susurré.
-¿Por qué?
-Cree que es su culpa lo que pasó el día de su rescate.
Miré a Yoce, ella se movía por toda la cocina tratando de preparar una comida decente para la cena, mordía su labio inferior cada vez que algo se le hacía complicado y miraba de reojo hacia nosotros.
-Claro que no lo es -exclamó Axel con cara de horror.
-Igual es tu culpa por haberte desmayado por un simple balazo, creíamos que estabas muerto -reproché.
-¡Casi muero!
-El doctor dijo que había sido un roce y que habías sangrado mucho porque había dado en una vena -murmuré bajito.
-Bueno -se enfurruñó-, ¿Crees que debería hablar con ella?
-Sí creo.
Axel se levantó y caminó hasta Yoce, ella lo miro con los ojos muy abiertos, intercalando su mirada desde el brazo herido de Axel hasta su rostro. Los dejé de mirar cuando mi celular empezó a sonar.
-Mi amor.
-¡Hola! -pronuncié tratando de sonar entusiasmada, es lo menos que podía hacer.
-¿Cómo está todo? -preguntó Leonardo, sonando suave y meloso.
-Muy bien, y ¿tú?
-Bien, bien -hizo una pausa-. Quería saber, ¿Te gustaría venir a una cena con los socios y ejecutivos de la empresa?
Sentí las pulsaciones de mi corazón por todo el cuerpo.
-Leo -murmuré suavemente-... quizás haya alguien que...
-Eso no importa -me interrumpió.
-¿Que no importa? -exclamé- ¿Sabes lo que dirán cuando te vean conmigo?
-Eso no importa.
-Sí importa, Leonardo. ¿Te parece casarte con una persona que se ha acostado con medio estado?
La inseguridad hizo estragos en mí haciendo que mi pecho doliera y la respiración se me entrecortara.
-Soy consiente de ello desde hace mucho -usó un tono serio para diferir aquello-, y si me hubiese importado en algún momento, no serías mi prometida ahora.
-Yo... no...
-No, Black. Ya basta, ¿A qué viene ésto? ¿No quieres ir? Bien, pero no te muestres como una persona insegura nuevamente porque esa no es la mujer con la que me comprometí.
-Leo...
-No es necesario que...
-Iré -le interrumpí-, y seré la perra desgraciada que conoces.
-Me parece que suena mejor "la puta reina" -bromeó.
-¡Soy la puta reina! -exclamé con más entusiasmo.
-Te iré a buscar después de las siete, ¿De acuerdo?
-De acuerdo.
Colgué la llamada y miré por inercia hacia Yoce, ella lloraba en el hombro de Axel desconsoladamente. Desde el día en el que a Axel le dispararon no ha dejado de llorar y estar hipervigilante; haciendo todo lo que Axel necesita, que si su comida, lavar su ropa, acomodar la habitación que estaba usando en nuestro nuevo apartamento, cepillar su cabello, un sinfín de cosas que solo reflejaban lo culpable que se sentía por aquel acontecimiento.
Y así llevaba una semana, desde que salimos del hospital.
Cuando el doctor salió y preguntó por los familiares de Axel, y luego al ver su mirada significativa, había sentido que el mundo se caía a mis pies, pero el doctor solo me miró y dijo:
-No eres familiar, pero has pasado todo el rato aquí así que te daré la información a ti.
En ese momento no me cuestioné el hecho de que había descubierto que Axel y yo no éramos familia, pero ahora que lo pensaba mejor, no sabía cómo aquel doctor lo había adivinado.
Ahora estaba el hecho de que Axel y Yoce estaban resentidos conmigo. Hace unos días les había dicho que me iba a casar con Leonardo, alguien que no conocían y que, por su natural sobreprotección hacia mí, habían odiado inmediatamente. Ni siquiera le habían dado un voto por la simple razón de haber ayudado con el rescate de Yoce.
Axel había dicho:
-Yo te pude conseguir el dinero.
Y Yoce más atrás dijo:
-Papi ministro te hubiese dado el dinero.
Entonces ambos se habían encerrado en sus habitaciones correspondientes y no me hablaron por dos días hasta que Leonardo vino de visita y le trajo unas zapatillas de baile a Yoce y una propuesta de trabajo como ingeniero electrónico en una de sus empresas a Axel. Y así de sencillo ambos habían calmado sus humos y me habían hablado nuevamente.
Eran unos vendidos.
-¡Voy a salir en un momento! -grité, haciendo que Yoce diera un respingon aporreando el brazo de Axel.
-¡Mierda!
-¡Ese vocabulario, señorito! -me burlé.
Me encaminé hasta la habitación y, luego de confirmar por un mensaje que la reunión sería de gala, escogí el vestido más sensual y elegante que tenía. Luego de la mudanza me había dado cuenta de que se me habían perdido varias prendas, incluyendo algunos vestidos muy buenos, pero lo agradecí, puesto que si quería iniciar una nueva etapa debía comenzar de cero. No iba a echar a la basura toda mi ropa, pero aquella que se había perdido incluían algunos vestidos que me ponía para alguna de mis citas como prostituta, y esa era una de las cosas que quería deja atrás.
Me bañé, me perfumé y me vestí ignorando completamente las bragas y el brasier. De mi maquillaje se encargaría Yoce
así que luego de ponerme los tacones la llamé y ella hizo maravillas con las sombras. El cabello lo llevé completamente lacio y cuando me miré al espejo me di cuenta de lo diosa que realmente era.
Y la mirada de Leonardo al verme salir del edificio me lo confirmó.
-Estás realmente preciosa -susurró embelesado.
-Lo sé.
Sonreí de medio lado y, sin esperar su acto de caballerosidad, me subí al puesto de copiloto. Leonardo reaccionó y se subió a su lugar, lo vi manejar tranquilamente, dando algunos vistazos furtivos hacia mi rostro, hasta el lugar de la reunión.
Estaba por bajar cuando su mano presionó mi pierna desnuda. Lo miré.
-Estoy orgulloso de que seas mi prometida.
Una sonrisa involuntaria se formó en mis labios; agradecía mucho su detalle de decirme aquello, ya que a pesar de no mostrarlo me sentía insegura. No sabía muy bien a qué personas me iba encontrar en aquel lugar, ni los comentarios despectivos o miradas reprochadoras que podía recibir, y por esa simple razón sentía que no quería ser yo. No quería ser Black.
Y deseé ser Mackenzie.
Esa chica que iba a clases y sacaba buenas notas, que se acostaba al lado de su hermana y le hacía mimos, que no sabía que era el mal, ni la sangre, ni las armas, ni las relaciones sexuales. Que no sabía de dinero más allá de lo que se necesitaba para comprar el pan y la leche que su madre le ordenaba traer luego de ir a la escuela. Que no sabía de negocios ni de compromisos interesados. Que no tenía malicia.
Pero al ver el reflejo de la mujer maquillada y engullida en un vestido sensual, con un brillo malicioso en la mirada y unos labios ya bastante usados; entendí que nunca más volvería a ser la misma.
-Cualquiera estaría orgulloso -le contesté maliciosa.
Leonardo sonrió y se acercó, dejando un suave beso en la comisura de mis labios. Ambos bajamos y antes de entrar sentí su mano tomar la mía. Me sentí inmediatamente incómoda, pero me forcé por sonreír y caminar con la espalda recta.
Haría lo posible por representar a alguien como Leonardo, así como él hacía lo posible por estar a la altura de alguien como yo.
El punto era ¿a qué altura estábamos?
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