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TREINTA

Avanzando por la vía principal mi teléfono comenzó a sonar, lo puse en altavoz y lo coloqué en la guantera mientras me concentraba en conducir.

Mi amor —pronunció Leonardo haciendo que mis vellos se pongan de punta por los pensamientos que me señalaban como una mala mujer—, conseguí el dinero en la tarde, ¿cuándo debemos hacer la entrega?

No debemos —corregí—, debo.

Te dije que iría contigo.

—No te pondré en riesgo, ya suficiente tienes conmigo.

Black... iré.

Suspiré pesadamente mientras miraba de refilón las luces que pasaban a gran velocidad por las ventanas de la camioneta.

—Hazme caso por una vez, por favor. Confía en mí.

Quiero protegerte —su voz desesperada se escuchó por todo el auto.

—Y yo quiero protegerte a ti. Si todo sale como lo pensamos me entregaran a Yoce, yo pagaré lo que debo y nos iremos de allí...

Y nos tomaremos unas vacaciones.

¿Ah? —pregunté extrañada.

Como una luna de miel adelantada —propuso.

—Ah... sí... miel... adelantada... comprendo —me fue inevitable no tartamudear—. ¿Hablamos de eso luego?

Sí, está bien. ¿Cuándo te llevo el dinero?

Lo pasaré buscando a las siete de la mañana por el restaurante cerca de tu empresa, ¿Vale? 

Está bien. Te amo.

Y colgó. A mí parecer ya sabía que no le iba a responder como se supone que debía.

Y no era que no le tuviera aprecio, porque sí le tenía. Y mucho. Pero no lo amaba como debería de amarlo, me había comprometido con él porque estaba segura de que era el hombre indicado para mí.

Además, ¿Quién, a excepción de Leonardo, se casaría con una prostituta?

Eso, nadie.

Porque solamente Leonardo tenía los huevos para decirle a una puta que la ama y, además, pedirle matrimonio. No sabía qué lo había llevado a tomar aquellas decisiones, no sabía qué lo había llevado a enamorarse de mí, algo que sea distinto al sexo porque, a pesar de haber sido mi cliente y amigo por muchos años, nunca llegó a conocerme como persona. A menos que los gemidos y el físico definan quiénes somos, y no había confirmado eso en ninguna de mis sesiones sexuales así que no estaba segura.

Esos pensamientos me llevaron a otros, unos que más bien fueron recuerdos.

«Mamá estaba de espaldas, yo acababa de llegar del instituto y estaba casi muriendo por un corazón roto o lo que a los diecisiete años consideraba un corazón roto.

—Mami —murmuré con la voz bajita, casi llorando.

Mamá se dió la vuelta y me miró con una sonrisa muy amplia.

Quería contarle que me había besado con un chico y que él metió sus manos dentro de mi camisa, pero que luego armó un chisme con todos sus amigos diciendo que era plana y besaba feo; pero guardé silencio cuando vi las marcas rojas adornar su cuello.

No era la primera vez que las veía, pero aún no me acostumbraba a verlas en su cuello pálido y delgado.

En ese momento me di cuenta de que mi mamá era realmente preciosa, pero estaba lastimada. Y yo era igual a mamá. Entonces se me olvidó el bajón que había tenido por el chico estúpido del instituto.

—¿Qué pasa, Macki?

Mamá siempre sonreía, sin importar lo mal que la pasaba por culpa de Josep, y eso me hacía sentir débil, porque yo lloraba por cualquier cosa.

—Eres muy hermosa —le dije, y una lágrima silenciosa bajó sin permiso por mi mejilla.

Ella se acercó a paso rápido y me abrazó muy fuerte.

—Tú eres tan preciosa —susurró—, fuerte e inteligente, estoy muy orgullosa de ti.»

Sacudí mi cabeza como si de esa forma los recuerdos pudiesen borrarse de mi memoria.

No soy fuerte, mamá.

No soy inteligente, mamá.

No soy siquiera preciosa, mamá.

No soy alguien del que debas estar orgullosa, mamá.

Detuve el auto en un estacionamiento gratuito y afinqué mi frente del volante.

«Te extraño mucho, mami.»

Quería hablar con ella una vez más. Quería pedirle perdón por no haber sido fuerte, por no haber hecho nada para salir del infierno que vivíamos, quería pedirle perdón por las cosas malas que le dije, porque muchas veces dije "No" cuando ella me mandaba a cocinar la cena porque no tenía "ánimos", cuando en realidad le dolía la espalda y las piernas por los golpes y los abusos sexuales que recibía de parte de Josep.

—¡Solo dos minutos, Dios! —exclamé en medio de lágrimas— ¡Solo déjame verla dos minutos! ¡Te lo suplico!

Por más que grité, los dos minutos junto a mi madre nunca llegaron. Entonces empecé a golpearme como una desquiciada contra el volante, buscando golpearme tan fuerte hasta perder la conciencia.

Pero recordé a Yoce.

«Ella llegó de la escuela, estaba feliz y brincaba de un lado a otro.

Tenía doce años y era la primera vez que iba a un colegio con niños de su edad.

—¡Estuvo maravilloso!

No dejaba de hablar, diciendo que había aprendido mucho, que la comida era muy buena, que tenía una nueva amiga, que habían chicos guapísimos, y un montón de cosas más.

—Eres la mejor hermana del mundo —me susurró, se había sentado en mis piernas y con sus delgados brazos rodeaba mi cuello—, gracias por rescatarme.

Ella se refería a que la había sacado de la casa de su tía, una señora que le daba una comida al día y no la dejaba ir al instituto porque se gastaba mucho dinero.

—Siempre voy a estar para ti.

Yoce se había convertido en mi razón de ser, de vivir, de exigirme a mi misma un mejor futuro, porque todo sería para ella y por ella.

—Y yo para ti —besó mi mejilla y reforzó su abrazo en mi cuello.»

Esta vez no sacudí mi cabeza, solo permití que las lágrimas cayeran libremente por mis mejillas, un dolor de cabeza me invadió y los oídos me silbaban, no había comido nada en todo el día. Y a parte había tenido sexo.

Tenía que ser fuerte, por Yoce. Se lo debía, porque una persona tan buena y maravillosa como ella no podía sufrir, era inaceptable.

Ella confiaba en mí y seguro esperaba pacientemente a que fuera por ella, y eso haría.

Limpié bruscamente mis lágrimas y manejé hasta el apartamento. Al bajar del auto el sonido de un mensaje me hizo detenerme.

"Puedes con todo y más.

Listos para el ataque".

Axel me conocía mejor que nadie en el mundo y siempre habíamos tenido una conexión como ninguna otra, cuando él estaba mal, yo lo sentía, esté donde esté, y cuando yo me sentía mal, él también lo sentía.

Quise olvidar por un momento el fatídico encuentro que tuvimos y concentrarme en la hermandad que habíamos forjado por el paso de los años.

"Podemos con todo y más.

Listos para el ataque"

Sonreí, recordando nuestra supuesta misión suicida a los quince años.

«Axel estaba embobado por una vecina de nosostros.

Yo, como toda una "experta" ideando planes, le dije que le robara un beso y que así, como en las películas, sabría si esa chica era el amor de su vida. Él convencido, como todo el tiempo, de mi supuesta sabiduría, aceptó.

Empezamos a idear un plan para que él estuviera a solas con la niña, y al haberlo conseguido yo le envié un mensaje:

"Puedes cn todo y más.

Listoz para el ataque."

Ese había sido mi primer celular y obviamente había tenido un montón de errores ortográficos, pero Axel respondió peor que yo.

"Podemos cn todo y maz.

Liztos para el atake."

En ese momento no le había prestado atención a los errores, pero sí recuerdo haber pensado: «¿Y este qué? ¿Cree que soy yo la que va a dar un beso?».

De allí había surgido nuestro mensaje antes de un "atake".

Sin importar nada Axel siempre había estado para mí, y siempre se lo agradecería.

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