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SIETE

Cuando solo faltaban un anciano y las dos chicas delante de mí, ya los pies me dolían, y la fila seguía creciendo a mis espaldas. La pizzería nueva tenía gran revuelvo, y suponía que eso era muy bueno para ellos.



-¡Danna! -chilló la rubia delante de mi.



-¡Es la verdad, Olivia... estás... comprometida! -dijo la pelinegra, recalcando su situación amorosa.



-¡Pero no te estoy diciendo que lo quiero como novio, solo digo que está guapo! -se defendió ella.



La pelinegra negó y miró al cajero con los ojos entrecerrados.



-Sí es guapo -admitió-, pero soy tu cuñada y mejor amiga... como cuñada, debo defender lo que es de mi hermano.



La rubia bufó a lo que dijo su amiga.



-Exagerada.



Su turno había llegado, poniéndome impaciente porque llegara el mío.



-Está comprometida -fue lo que mencionó al cajero la pelinegra, con orgullo, refiriéndose a su amiga.



Claramente vi cómo la rubia le dio una patada, pero por la ubicación de la caja el chico seguro no lo notó.



Él sonrió.



-Felicitaciones, señorita.



-Gracias -susurró "Olivia" apenada.



Las chicas hicieron su pedido y por fin llegó mi turno.



-Hola, bienvenida a T'moss, ¿Cuál es tu pedido?



Él hablaba y yo solo veía su sonrisa, sus ojos, su piel, su cabello, inesperadamente me había dado cuenta de que es más hermoso de cerca.



«Mi pedido eres tú». Tenía ganas de decirle, pero yo soy una adulta y los adultos no dicen esas cosas.



-¿Señorita? -preguntó, al no recibir respuesta de mi parte.



-¿Por qué sonríes tanto? -le reproché, sin poder evitarlo.



Su sonrisa tembló, me maldije por eso, él parecía ofendido y mi intención no era ofenderlo.



-Si quiere puedo dejar de sonreír -ofreció.



-No... yo, lo siento -Me aclaré la garganta-. Quiero dos pizzas personales.



Él me miró confundido, pero luego volvió a su sonrisa habitual.



-¿Su nombre?



-Black -respondí apenada.



-¿La primera pizza? -preguntó.



-Doble queso, y jamón... la segunda de queso, jamón, anchoas y piña.



Él alzó la mirada y sus ojos se encontraron con los míos por una fracción de segundos, sonrió más amplio y tecleó en la computadora frente a él.



-¿Algo más?



El corazón me presionaba el pecho con cada pulsación y la respiración se me atascaba en la garganta.



-¿Me podrías dar tu número?



Cuando las palabras salieron de mi boca, en lugar de sentirme arrepentida, me sentí aliviada. Nunca le había pedido el número telefónico a ningún chico, y se sentía jodidamente bien.



Su mirada me quitó la seguridad que tenía, parecía apenado y miraba a todas partes viendo que nadie estuviese mirando a nuestra dirección.



-Lo siento, no puedo.



Sus palabras me dejaron helada, me sentía más humillada que nunca, pero también había una sensación agradable en mi pecho, nadie que hubiese sabido quién soy, me hubiese rechazado, por eso se sentía bien... él no me conocía.



-Está bien. Eso es todo, muchas gracias -respondí, sin dejar entrever ninguna emoción en mi rostro.



Me entregó la factura y me deseó un buen apetito. El chico era adorable, pero me había hecho sentir humillada, así que ni siquiera le respondí.



Al contrario de la larga espera para pagar, la espera para recibir la pizza fue demasiado corta, así que luego de uno minutos Yoce y yo ya estábamos disfrutando de una magnífica pizza.



Rápidamente se hicieron las seis y ambas nos apuramos para poder ir al encuentro con el ministro.



-¡Señorita Black! -gritó una voz masculina cuando ya estábamos por salir.



Llevé mi vista hacia el lugar y miré al cajero moviendo su mano frenéticamente hacia mi dirección.



-¡Su factura! -gritó nuevamente.



Lo miré extrañada por varios segundos, puesto que él ya me había dado la factura, pero, aún así, caminé a paso inseguro y llegué hasta la caja.



-Tenga una bonita noche -deseó y me entregó el papel de una factura.



-Gracias, igual para ti.



Aprecié su sonrisa una vez más y salí con Yoce del local.



-¿Qué es eso? -inquirió.



-Una factura -le dije en respuesta.



-¿No te la había dado?



-Sí.



-¿Entonces? -insistió.



Miré la factura de reojo y la volví a su sitio, pero luego la subí abruptamente.



-¡Oh, por Dios! ¡Oh, por Dios! -grité histérica.



-¿Qué, qué, qué? -preguntó Yoce acelerada.



-¡Me dio su número! -chillé.



-¡Oooooooh! -celebró mi hermana-


, espera... ¿Es el correcto?



Mi burbuja de felicidad explotó y la miré con dolor.



-No lo sé.



Ella me dio dos palmadas de consuelo en la espalda y, así, casi derrotadas, nos encaminamos hasta el auto.




×××





-¿Entonces? ¿Cuál es el trato?



Tenía diez minutos esperando que alguna palabra saliera de la boca de Saint, pero no pasaba absolutamente nada, él me miraba, abría su boca para pronunciar algo, y luego la cerraba abruptamente.



-Creo que es hora de irme -informé, cansada de aquella situación.



Él se levantó del sillón donde estaba sentando y me miró.



-Necesito que me ayudes en algo -yo asentí para que prosiguiera-. Tengo varios años recibiendo ayuda psicológica... para tratar un trauma... y, bueno, pues yo... no, mi psicóloga me dijo que la mejor manera de tratar un problema es enfrentándolo, y pensé... no, estoy convencido de que la persona que mejor puede ayudarme eres tú.



Me levanté para estar casi a su altura y lo miré con el ceño fruncido y los ojos entrecerrados.



-¿Qué trauma?



Él miró hacia todos lados, como si se estuviera asegurando de que no había nadie en la habitación, y realmente estábamos solos. Cuando llegué al hotel, donde nos encontramos la vez anterior, el ministro nos recibió en la entrada y pidió a la recepcionista que cuidara de Yoce, mi hermana era muy inteligente y rápida, podía defenderse fácilmente, pero igual me era inevitable no preocuparme por su seguridad, por eso estaba demasiado desesperada por terminar este encuentro, no quería dejarla mucho tiempo con aquellas personas.



-Yo... solo necesito que vayas lento conmigo... no importa si en los primeros encuentros no hagamos nada, igual te pagaré -habló él, sin responder a mi pregunta-. No te voy a pagar por orgasmo, claro que no, no te pagaría nada... yo te pagaré por cada diez minutos.



No entendía jodidamente nada.



-Todo sería más sencillo si me dice que trauma tiene, ministro -sus labios se movieron imperceptiblemente, pero no podía adivinar qué era lo que decía-. ¿El qué?



Él se aclaró la garganta y me miró con la mandíbula apretada.



-Tengo Erotofobia -exclamó alto.



Mi boca se abrió en una mueca divertida y lo miré perpleja.



-¡¿Tiene fobia al sexo?! -pregunté alto, apunto de estallar en carcajadas.



[Ref: La Erotofobia es el miedo a tener relaciones sexuales]


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