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PRÓLOGO

-¿Qué pasa Black? ¿No estás conforme? ¿No fue lo que acordamos? -su pregunta salió con un tono preocupado, casi histérico.



Afinqué mi espalda lentamente del asiento y lo miré con una media sonrisa formándose en mis labios.



-¿Cuántos orgasmos tuviste? -inquirí lentamente, dejando entrever el control que tenía en aquella situación.



Su mirada viajó hacia el chófer, buscando algo en él, alguna mirada de apoyo quizás; pero el hombre ni siquiera lo miraba, e incluso parecía no escuchar, aunque yo sabía, desde hace unos meses quizás, que le encantaba escuchar a hurtadillas. De forma extraña, aunque a este punto nada me parece extraño, este hábito le excitaba sexualmente.



-Creo que fueron tres, Black.



Su voz sonó entrecortada, como si estuviese a punto de ahogarse con su saliva. Inmediatamente deduje que estaba asustado.



«Debería».



-¿Y cuánto me tienes que pagar? -pregunté sin alterarme aún.



-Dos mil por orgasmo -susurró de inmediato.



Alcé mi mano y di toquecitos en su frente mientras sonreía burlona.



-Mira que inteligente eres -felicité- ¿Y cuánto me estás dando aquí?



-Cuatro mil.



Yo suspiré con pesar, y negué lentamente en reproche luego de escuchar su respuesta.



-¿Son cuatro mil?



Él negó rápidamente y buscó su cartera; sus manos temblaban cuando sacó el efectivo que le quedaba. Eran como seis mil más, pero me lo entregó todo.



-Ten, perdóname ¿Si? -suplicó de forma ridícula.




-Te perdono -concedí, asintiendo mientras hacía como si pensara profundamente-, pero no creo que pueda prestarte más mis servicios.



Él palideció y yo le mostré un puchero condescendiente.



-¡No, Black, si quieres te pago doble la próxima vez!



-Ay cariño, eres mala paga, por supuesto que no -guardé el dinero en el sobre y salí del auto, ignorando completamente las súplicas del viejo regordete.



Cuando estaba por avanzar unos pasos más, giré y lo miré.



-Si quieres dale mi número a tu esposa, le doy algunas clases y no cobro mucho -propuse, sonriendo ampliamente.



Su rostro se mostró indignado, alcé una ceja con altanería e hice sonar mis tacones mientras subía los escalones que daban a mi piso.



«Otro cliente satisfecho».





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