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OCHO

Capítulo dedicado a: yocire21 te quiero mucho, eh.

×××

Saint me miró con la clara vergüenza reflejada en su rostro.

—Sí, ¿De acuerdo?

Él estaba apenado, pero era mi culpa porque no podía dejar de reír burlonamente.

—¡Dios! —suspiré, tratando de calmarme— Pensé que eso no existía.

—Sí existe —defendió él—, y es como cualquier fobia en el mundo.

Lo miré, lo miré, y lo seguí mirando. No me cabía en la cabeza que un hombre como Saint Ozturk, todo poderoso, apuesto y sensual, le tuviera miedo al sexo. Eso era, probablemente, un castigo para las mujeres, y hasta para los hombres.

—No puedo procesarlo —admití con una pequeña sonrisa— ¿Es en serio?

Él bufó en respuesta.

—¿Me ayudarás?

—¿Cómo tengo que ayudarte? —pregunté interesada.

—Sabes cómo… —murmuró bajo.

—¿Es eso vergüenza lo que veo? —indagué seria, acercándome hasta tocar sus zapatos con la punta de mis tacones.

—Te estás burlando, no es como si me sintiera muy cómodo.

Su voz era lo más cercano a escuchar la lujuria, y no me refiero a que haya deseo sexual en su tono, me refiero a lo que causaba escucharla. El pequeño acento que se le escuchaba cuando pronunciaba cada palabra, era un delirio, hacía que el estómago se estremeciera sin control.

—No deberías sentirte avergonzado —hablé—. En realidad es excitante.

Él me miró confundido, pero yo me acerqué un poco más, hasta estar lo suficientemente cerca como para inclinarme y rozar mis labios con los suyos.

—¿Excitante? —inquirió, su respiración era agitada, pero en ningún momento se miraba un rastro de debilidad.

—Por supuesto. Siempre quise tener un aprendiz.

Él se aclaró la garganta y me miró a los ojos.

Alcé sus manos y las coloqué en mis caderas, mientras, las mías las alcé y las coloqué en su cuello.

—¿Qué haces? —inquirió.

Acerqué mi cara un poco más, hasta rozar mis labios con los suyos.

—Solo una pequeña introducción, apuesto alumno.

—Pensé que no querías labios cerca de tu cuerpo.

Su aliento chocaba con el mío, olía a tabaco, alcohol y menta. Su aura desprendía madurez, experiencia y elegancia.

—Estoy haciendo una excepción contigo —mis labios seguían rozando, casi besando los suyos—. Soy muy profesional en mi trabajo.

Sus dedos se aferraron a mis caderas.

—Tienes que ir lento —me recordó.

—Desde el principio supe que contigo es de esa forma.

—¿Cómo… —silencié su voz con mis labios.

Sentí su manos apretar aún más fuerte mis caderas, y lo vi titubear entre alejarse o seguir. Separé mis labios, tomé aire, y me fui directo por su labio inferior, chupando hasta que él hizo lo mismo con mi labio superior, correspondiendo al beso.
Deslicé mis dedos lentamente hasta su cabello, aferrándome a lo que podía, él suspiró e inclinó su cabeza para abrirse espacio en mi boca; era realmente excitante lo lento y tortuoso que era aquel beso para ambos, y más saber que no llegaría a más.

Pasé mi lengua por sus labios, buscando introducirme en su boca, pero Saint se alejó bruscamente, con la respiración agitada.

—Debemos ir lento —recordó.

Yo sonreí, bajando mis manos de su cuerpo.

—Incluso eso es nada para alguien de secundaria.

Él suspiró derrotado.

—Ya.

Y como yo era una mujer de negocios…

—¿Entonces serían dos mil por cada diez minutos?

—Me vas a dejar en la calle —murmuró en respuesta.

—Eso es imposible, ministro —sonreí—. Está por ser el jefe de estado, su dinero se duplicará.

—Lo malo de no tener privacidad… —se quejó.

Me encogí de hombros.

—Muy bien, me avisa cuando esté listo —pedí y caminé hasta la puerta.

—De acuerdo —lo escuché suspirar—. ¿Black?

—Ministro…

—Recuerda tener discreción —pidió.

—Ah, pero si eso es otra tarifa —murmuré con una sonrisa burlona, él me miró indignado, y yo, sin esperar respuesta, salí de la habitación.

Cuando bajé hasta recepción busqué a Yoce con la mirada y no la encontré. Mi corazón empezó a latir frenéticamente cuando no vi ni siquiera a la recepcionista ni al portero.

—Dios mío… —susurré para mí misma.

Caminé desesperada hasta la calle, sintiendo un vacío inimaginable en el estómago y la ansiedad consumirme el pecho, hasta que salí del lugar por completo y mi corazón se detuvo hasta llegar a una velocidad adecuada. Yoce se encontraba parada a un lado de mi auto, bailando una canción de Dua Lipa que sonaba de un celular, la recepcionista, el portero y el chófer del ministro la veían mientras sonreían con emoción. Y hasta yo sonreí, mi hermana era una excelente bailarina.

Me aclaré la garganta para que me notaran y acorté la distancia entre todos, intentando disimular el temblor en mis manos.

—¡Black! —chilló Yoce.

—Hora de irnos.

Ella se despidió de todos y yo hice lo mismo. Luego de un pequeño recorrido en auto, por fin llegamos a casa; ya casi eran las nueve, pero ninguna de nosotras tenía hambre.

—Deberías escribirle a tu amor de la pizzería —me recordó Yoce, haciendo que mi corazón se moviera frenéticamente.

—¿Tu crees? —pregunté tímida.

—Dale, tienes que ver si es o no el número.

Yo asentí, de acuerdo con mi hermana.

Ella caminó hasta su habitación y yo me quedé en la cocina, mirando mi celular y el papel de la factura con el número de aquel chico.

Determinada, agarré el celular y marqué su número en un nuevo texto.

Yo: Hola.

Escuché la ducha de Yoce encenderse, seguro se estaba bañando. Después de varios minutos no recibí respuestas, así que cansada, me levanté y agarré un jugo de manzana de la nevera, sentí el hambre iniciando en mi estómago, por lo que saqué todo y me puse a preparar varios sándwich.

Mi teléfono sonó, en aviso de un mensaje. Si utilizaba una expresión secular, podría decir que sentí el corazón atorado en mi garganta; estiré mi mano por la isla de la cocina y tomé el teléfono.

ChicoPizza: Hola, ¿Quién es?

Lo primero que noté del mensaje fue su ortografía, usaba ambos signos de interrogación cuando yo solo me inclinaba por usar el último y, además, colocó una coma antes de la pregunta.

Yo: Soy Black, me diste tu número en la pizzería.

Enviando el mensaje me sentí estúpida, él seguro le había dado su número a muchas chicas, y capaz ni recordaba mi nombre.

No me dio tiempo a retomar mi trabajo en los sándwiches, porque su respuesta fue inmediata.

ChicoPizza: Ah, sí…

ChicoPizza: Lamento no haberte dado el número desde el principio, mi supervisora tenía su vista fija en mí.

Suspiré de alivio al ver que sí me recordaba, y además de que estaba pidiendo disculpas por no darme su número antes.

Yo: No te preocupes. Igual hubiese entendido si no me lo dabas.

En realidad no hubiese entendido, es decir, era yo, ¿Quién en su sano juicio rechaza a una diosa como yo? Exacto… nadie.


ChicoPizza: ¿A qué te refieres?

Yo: Que seguro debes de tener novia.

«Sí, vamos, con discreción».

ChicoPizza: Jajaja no, no tengo novia.

ChicoPizza: ¿Tú? ¿Sí tienes?

Sonreí.

Yo: ¿Qué? ¿Novia?

Si iba a hablar con alguien que usaba los dos signos, tenía que comportarme y hacer lo mismo, por supuesto.

ChicoPizza: Nooo.

ChicoPizza: Bueno, ambos.

Afinqué mi codo de la isla y allí apoyé mi mejilla mientras sonreía.

Yo: No tengo novia, ni novio. ¿Tú? ¿Tienes novio?

ChicoPizza: Para nada, ninguno de los dos.

ChicoPizza: ¿Te escribo al WhatsApp?

Yo: Si quieres, aunque es lo mismo.

ChicoPizza: Podría ver tus estados -.-

Yo: No subo estados, lo siento.

ChicoPizza: Puedes ver los míos.

Yo: De acuerdo.

Aprovechando su tardía respuesta, preparé la comida rápido y guardé todo.

—¡Yoce! ¡Hice sándwiches!

—¡Ya voy! —me gritó en respuesta.

Con un plato lleno de sándwiches, mi teléfono y jugo de manzana en mano, caminé hasta el mueble de la sala de estar y me puse cómoda.

Tenía un mensaje reciente en WhatsApp que destacaba de los otros.

ChicoPizza: ¿Y sí te llamas Black?

Suspiré y tecleé mi respuesta.

Yo: Es un apodo.
Yo: ¿Cómo te llamas tú?

ChicoPizza: Me llamo Lucas.

Yo: Un nombre adorable, para un chico adorable.

ChicoPizza: ¿Piensas que soy adorable?

Yo: Sí.

ChicoPizza: Y yo pienso que tú eres realmente hermosa.

Sonreí a la pantalla.








×××

¡Comencemos que regresé!

#TeamLucas vs #TeamSaint

Oigan (lean), los quiero mucho, gracias por la paciencia.

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