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CUARENTA Y UNO

—¿Ya te dije que tienes el rostro de la mujer más hermosa del mundo?

Sonreí, mis mejillas ardieron de la vergüenza, pero me acerqué y deposité un beso en su mejilla.

—Eres un cursi —susurré.

—Ya ves en lo que me has convertido —Saint deslizó sus manos por mis brazos hasta tomar una de mis manos y empezar a guiarme para entrar en la cafetería. Tomamos asiento en una de las mesas cerca de la puerta y esperamos a que nos atendieran— ¿Cómo estuvo tu día?

Mordí mi labio inferior y suspiré.

—Muy bien, tranquilo la verdad —Los ojos de Saint estaban puesto en el menú, pero era de esas personas que sabías que te estaba escuchando claramente—, ¿Y el tuyo?

—En realidad estuvo normal. Y no me refiero a tranquilo, estuvo muy ajetreado, pero es lo normal —sus ojos brillaban cuando alzó la mirada—. Eres lo más relajante que me ha pasado hoy.

Tomé su mano por encima de la mesa y lo miré triste.

—¿Has estado muy ocupado?

—Por lo de las elecciones y eso.

—Seguro que vas a ganar.

—Es lo más probable, pero no quita peso —él alzó la otra mano y la puso sobre las nuestras. Me sonrió coqueto— ¿Vas a votar por mí?

Miré hacia arriba como pensando.

—Eh... no lo sé, creo que necesitaría un incentivo.

—Todos los que quieras —jaló mi mano hasta llevarla a sus labios y plantar un beso en el dorso—. Sería increíble ver tu nombre completo como votante por mi partido.

Lo miré seria un rato.

—¿De verdad quieres ésto? Es decir, eres ministro, sabes todo lo que conlleva ser un político reconocido. Quizás ya te acostumbraste a todo el ajetreo y las responsabilidades, pero ¿De verdad lo quieres? —sus ojos estaban fijos en los míos— ¿Quieres pasar cinco años con más responsabilidades de las que tienes? Y si acaso no te escogen otro periodo más.

Las manos de Saint soltaron lentamente las mías; sus ojos ya no estaban fijos en mí sino en un punto sobre la mesa.

Pasaron segundos, quizás minutos, cuando Saint respondió:

—No lo sé.

—¿Y quién lo sabe? —él no me miró, ni respondió— Dímelo Saint, dímelo, porque no puedes malgastar tu vida así. Media vida con una fobia y media vida con responsabilidades que quizás no quieres, ¿Por qué? ¿Qué sentido tiene todo esto para ti?

—No lo sé, Black. Siempre fue así —me miró—, primero en la calle con ganas de ser esos niños que van a la escuela, luego en la escuela con ganas de ser esos universitarios con buenas notas, luego en la universidad con ganas de ser esas personas que tienen el poder para arreglar al mundo. Y aquí estoy, tratando de arreglarlo.

—¿Y quién te arregla a ti? ¿Quién?

—Tú —negué sin poder dar crédito—. Tú me arreglas, Black, desde el principio lo hiciste.

—No, Saint. Las cosas no deben ser así; no vas y arreglas al mundo solo por ser presidente, sí, quizás haces algo muy memorable, ¿Y luego? Luego si tienes suerte y eres muy querido hacen un día en tu honor, ya después se olvidan de ti —tomé sus manos con fuerza—. Nadie, mi amor, nadie se va a preocupar si al presidente que arregla al mundo le duele la cabeza o el estómago.

—No se trata...

—Te vas a preocupar por todo un país, pero menos del 0.2% se va a preocupar por ti —acaricié su mano lentamente—. No voy a tomar una decisión por ti, solo no quiero que arriesgues un futuro que quizás sea mejor para tu bienestar. Si ese es tu meta, tu sueño, yo voy a estar ahí de primera para votar por ti.

Saint se alzó de su asiento y me besó. Su lengua recorrió mi labio inferior esperando mi reacción para introducir su lengua en mi boca, su mano estaba aferrada a mi nuca, guiando mis movimientos.

Cuando me faltó el aire me separé lentamente.

—Tengo que irme —susurré.

—¿Por qué?

—Debo hacer algunas cosas con Yoce —sí, no le pensaba decir absolutamente nada.

—De acuerdo, la saludas de mi parte —ambos nos levantamos—. El servicio de esta cafetería es pésimo.

Yo sonreí y asentí a favor.

—Nos veremos.

Saint tomó mi mano y la besó.

—Nos veremos.

Intenté irme, pero recordé algo. Saqué el papel de mi bolsillo y me regresé para abrazarlo. Con disimulo lo metí en su bolsillo trasero y me di la vuelta para irme a casa.

Habían nubes grises en el cielo así que aceleré el paso. Mientras esperaba a que el semáforo de peatones se pusiera en verde, el cielo se volvió en una sola capa gris, convirtiendo todo en un ambiente frío y deprimente.

El semáforo cambió, pero no pude avanzar, porque una mano me sujetó del brazo. Me giré confundida.

—¿Qué...?

Mis cejas subieron mucho por la impresión, me solté bruscamente e intenté alejarme.

—Mackenzie, espera —Lucas me tomó de la muñeca y sujetó fuerte para que no me sueltara—. No pretendo hacerte daño, por favor, solo espera.

Miré hacia los lados y luego vi mi muñeca, no habían muchas personas cercas y no había algún auto estacionado sospechosamente, así que me sacudí y lo empujé por los hombros.

—¿Qué mierda quieres?

Él se llevó las manos a su cabello y suspiró frustrado. Lucas lucía muy bien, había un moretón en su mejilla, pero por lo demás estaba sano y limpio, nada comparado a la última vez que lo ví.

—Quiero darte las gracias.

Yo sabía algo que no debí hacer por él, pero no pensé que vendría personalmente a agradecerme.

—No tienes que hacerlo.

Me giré para caminar, pero me sujetó nuevamente.

—Espera, espera —me soltó cuando vio mi mirada fulminante—, solamente quiero agradecerte... y pedirte disculpas, en verdad lo siento.

—Sí, debes de sentirlo mucho.

—Pensé que eras de la mafia ¿Ok? Pero me equivoqué y en verdad lo lamento. Eres muy buena persona, mujer, cualquiera me hubiese echado las culpas a mí, pero tú hiciste que saliera ileso de todo.

—Tenía que deshacerme de Armin —él asintió—, ahora puedes irte, vivir en paz y dejarme a mí en paz. Adiós.

—Un momento —yo suspiré nerviosa—, quiero aclararte algo. El día que intenté... ya sabes, sin tu permiso...

—No tienes que decir nada...

—¡No! Escucha. ¿Cómo no te diste cuenta de que estaba drogado, Mackenzie? —lo miré irónica— Está bien si no me crees, de acuerdo, pero ¿Cómo crees que intentaría algo así, estando lucido, con tus hombres al otro lado de la puerta? Soy estúpido, sí, pero no tanto.

Suspiré resignada.

—Ya déjalo así, Lucas —asintió—, espero te vaya bien en la vida. Y deja de irte por el camino fácil teniendo más opciones.

—Lamento todo lo que hice, en serio.

Retrocedí y caminé hasta el apartamento.

Era hora de dejar ir.




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