CINCO
Capítulo 5.
Narra Saint.
—¿Y cómo te fue?
Cassia, mi terapeuta, me miraba pacientemente y con aquella mueca de condescendencia en su rostro que llegaba a ser perturbadora. Yo estaba sentado en una silla demasiado cómoda, pero que en aquel momento parecía estar hecha de cemento.
—Pésimo —admití, pero luego lo pensé mejor—. Aunque se podría decir que mejor que las demás ocasiones.
—Eso es increíble —celebró, con un entusiasmo muy premeditado—, ¿Por qué lo dices?
Solté el aire lentamente y rasqué la barba en mi barbilla, en un acto de meditación.
—Bueno… ella… ella logró tener mi pene en su boca y yo… yo la ayudé a quitarse el vestido, técnicamente tuve demasiada cercanía… y, bueno, el hecho de haberla recibido en la habitación de hotel fue… fue un logro gigante, sin contar lo que le siguió, por supuesto.
Esta vez ella sonrió con sinceridad.
—Eso es mucho mejor de lo que imaginé —admitió—. ¿Qué pasó después? ¿No llegaron a…?
—No —la interrumpí—. Llegó el momento ¿Sabe? Cuando todos los recuerdos vienen uno tras otro, intentando ganar y ver quién llega primero. Entonces no pude concentrarme en nada más que las voces que se reproducían una y otra ves en mi mente. Y Black estaba ahí, de rodillas, y yo… yo solo pensaba en mi pasado… en ella. Así que no… no pude seguir.
—Entiendo.
«No, no entiendes.»
—Creo que quizás lo intente nuevamente —susurré.
—¿Sí? Eso estaría bien —concedió—, pero intenta no investigarla, Saint…
—Ya lo hice —volví a interrumpir.
—¿Qué? ¿Por qué? —jadeó, pareciendo cansada.
Alcé las cejas y la miré como si estuviese loca.
—¿Cómo que por qué? ¡No me iba a acostar con alguien completamente desconocida!
—Si quieres conocerla hazlo por ti mismo, no porque alguien más te la presente por medio de informes —explicó, como si de un niño me tratase.
—No quiero conocer a nadie, Cassia, ya lo sabes.
—¿Entonces lo vas a intentar nuevamente? —preguntó, dejando traslucir brevemente la derrota en su rostro.
—Aun no lo sé…
—¿Qué encontraste acerca de ella? —me interrumpió.
—Está sana —me encogí de hombros—. Hay otros asuntos un poco más interesantes, pero no me quiero meter en eso.
—¿Crees que pueda ser de ayuda para ti?
Lo pensé por varios segundos, mirando hacia el filo de su escritorio, intentando hallar una respuesta que ahí no había.
—No lo sé —la miré—, pero es probable. Ella es… buena en su trabajo, supongo.
—Podrías intentarlo, Saint. Lo único que perderías sería dinero —su rostro mostró una mueca entusiasmada—; las damas de compañía no te exigen nada más que eso, así que podrías intentarlo tantas veces como quieras, incluso con una sola persona, una que no te exija explicaciones, que no te apure… no lo sé, podrías llamarla nuevamente.
—¿Como… hacer un trato con ella? —inquirí confundido.
—Puede ser…
—Supongo que es buena idea —admití—, pero debo pensarlo mejor. Ver si ella es la correcta.
—No estás eligiendo esposa, Saint.
—No, estoy eligiendo a alguien que probablemente verá mis ataques de ansiedad y mis miedos en forma de parálisis. Necesito discreción, profesionalidad, tiempo, paciencia, compresión…
—No puedes simplemente tener todo perfecto —interrumpió.
—Por supuesto que sí puedo —refuté.
—Bien, estaré aquí cuando te des cuenta que no.
—Eso espero, no creo soportar un ataque de ansiedad sin mi terapeuta favorita —murmuré, con una mueca de fingida amabilidad.
Ese día lo pasé enteramente pensando en Black.
En su informe detallado, realizado por uno de mis hombres de seguridad, había encontrado cosas tanto normales, como interesantes. Lo normal se podría considerar como exámenes de salud, familiares, residencia, y tallas, pero lo interesante estaba en otra categoría.
A su alrededor había un anillo de seguridad conformado por hombres pertenecientes a la mafia alemana. Y no estaba tan seguro de que una dama de compañía pueda pagar aquel servicio, aunque lo más probable es que ese anillo de seguridad más bien sea un grupo de vigilancia y no de cuidado. Pero aquello lo confirmé cuando vi las fotos del trato que ella recibía de ellos y el trato que recibían ellos de ella, nada amable, hay que decir.
Luego le seguía el hecho de que tenía una hermana afroamericana, eso me llevaba a la idea de que no era nativa de este país o que simplemente la niña no era su hermana de sangre. Algo que por supuesto no podía comprobar ya que no tengo ningún registro y no puedo, ni sé dónde, conseguir exámenes que comprueben su parentesco.
Black no era su nombre, algo que sospechaba, pero que había comprobado en algunos registros que mandé a investigar. Debo acotar que con las otras mujeres no me había sido tan difícil; la mayoría de ellas eran inmigrantes o eran de bajos recursos y se veían en la obligación de trabajar de aquella forma.
Pero de Black no había rastro de pasado. Solo había un presente con huecos y señales de peligro, señales que me hicieron tomar la decisión que luego me plantearía si tacharla de estúpida o inteligente.
Porque había escogido a Black para seguir adelante. Porque ella me ayudaría.
No tenía ni mínima idea de cómo pedirle aquello, no sabía si me tacharía de loco, si me dejaría hablar con ella o si aceptaría de inmediato. Cassia me decía que debía conocer a las personas por mi cuenta, sin informes de por medio, pero ni siquiera con informes podía llegar a conocer a una persona.
¿Sabía su helado favorito? No, porque simplemente sabía que entraba a una heladería, más no el sabor de helado que escogía.
¿Sabía que estaba en la universidad? Por supuesto que sí, porque cuando eres casi presidente de un país simplemente puedes buscar el nombre de alguien en cualquier lugar. ¡Y sí estaba su nombre! Pero aquel no era el verdadero, porque en los registros aparecía el cambio, más no el cambiado.
Y ella era tan complicada que tenía la necesidad de que aceptara mi trato para, aunque sea, llenar los huecos que había en aquella investigación.
Porque tenía que saber, simplemente por eso.
Y sin esperar más, la llamé.
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